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MU Capitulo 33: Una guerra se vuelve leyenda

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Capitulo 33: Una guerra se vuelve leyenda

Al día siguiente, Diógenes despertó de su desvanecimiento. Abigail y Baiken estaban más tranquilos al saberlo. Pero no tenían tiempo para seguir allí, si querían llegar a luchar contra Kundum... tenían que llegar a Ishkar.

Hablaron con el Comandante sobre el asunto. El semblante del curtido guerrero se ensombreció. Habían tocado un punto complicado, para llegar a Ishkar solo había una forma: Tendrían que cruzar los dominios de la Orden del Fénix. Allí ya se encontrarían en el espacio aéreo de Lorien, la ciudad principal. Desde ahí, llegar a Ishkar seria pan comido.

Entrar a los dominios de la Orden enemiga seria fácil, el problema era sobrevivir. Los Caballeros del Fénix eran reconocidos como los más poderosos. No solo tenían velocidad y poder, también estaban muy experimentados en batalla. El nivel de esos guerreros estaba a la altura de Janus y a la del mismo comandante.

Janus irrumpió y rojo de ira dijo:

Nos han declarado la guerra. Mire, esos malditos quieren guerra.

¿Cómo dices, Janus?

Venga afuera, mírelo Ud. Mismo.

Allí, en medio de la expansión formada por las nubes... una figura de fuego se mantenía flotando. Ese era el emblema de la Orden del Fénix y ese era su desafío. Argos se ofusco, esos malditos lo pagarían. Un brillo salio desde su espada y desvaneció la imagen.

El Comandante se dio vuelta y con resolución y gravedad dijo:

Preparen sus armas, iremos a la batalla.

Las reacciones fueron variadas, un grupo numeroso se miro aterrado. No querían verse envueltos en ese enfrentamiento. Era una guerra suicida, de seguro morirían. Sin embargo, una reducida minoría comenzó a reírse. Estos últimos hablaban entre si, mientras iban aprestándose al combate.

Diógenes, Abigail y Baiken también se aprestaron. Janus sonrió al verles formándose en la columna. Era admirable, no tenían nada que ver con esta lucha pero aun así se unían a la causa. Argos se situó enfrente a los suyos y habló

Quienes no estén seguros de sus fuerzas, abandonen aquí. Aquellos con miedo a la muerte, váyanse. Solo necesito guerreros que puedan luchar. Preciso brazos y corazones fuertes, quienes reúnan estas condiciones... síganme.

Solo cien Caballeros se movieron hacia delante. Todos amantes de la guerra y la lucha, expertos en la espada. Cien corazones de acero y ojos de fuego... ciento cinco con los dos líderes y los tres forasteros.

El resto de los Caballeros bajó la mirada, eran una vergüenza para su insignia. Argos ni siquiera les dedico una mirada. Solo les dirigió las palabras mas duras:

Quedan relevados de la Orden, vuelvan a sus hogares y tiemblen cuando el enemigo venga por Uds. No necesito cobardes.

El grupo salió a toda velocidad por las puertas de la Orden. Aumentaron la marcha de vuelo hasta volverse centellas que atravesaban el cielo. La atmósfera opresiva le recordaba a su Lorencia natal. Al menos, así lo sintió Diógenes en tanto seguía a sus nuevos compañeros.

El Comandante se detuvo en un momento dado y aprovechando las nubes ideo su plan de batalla. Tras las nubes se hallaban los Caballeros de la Orden del Fénix. Baiken les cubriría con el escudo de mana, mientras Abigail aprovecharía a disparar sus flechas para cubrirles. El resto de ellos... a luchar directo y de frente.

Los Caballeros desenvainaron y uno a uno fueron recibiendo el escudo de mana que les proporcionaba Baiken. Luego, se lanzaron todos a seguir al líder. Al atravesar las nubes, un mar de llamas y sangre comenzó a abrirse ante ellos. Diógenes nunca había visto a un Caballero de la Orden del Fénix. Estos eran monstruos de fuego con forma de pájaro que gritaban con estridencia. Rayos y centellas invocaban contra sus enemigos que los herían con el acero de sus armas.

Las bestias se movían a una velocidad alucinante, lo mismo ocurría con los Caballeros Fantasma. Abigail lanzaba saetas a una velocidad todavía mayor y sus manos estaban comenzando a acalambrarse. Sin embargo, aunque estaban venciendo a las criaturas… Diógenes podía sentir que algo no iba bien.

Tal vez fue por ese presentimiento que no le asombró tanto lo que ocurrió a continuación. De golpe aparecieron más aves de fuego, entre ellas una de porte aún mayor. Esta se adelantó y habló con voz poderosa:

Les alabo y os felicito, bravos guerreros. Como premio por su fiereza en combate, Os mostraré nuestra verdadera apariencia.

¿Cómo dice?- Atinó a preguntar Janus.

Heh, era hora que os dejaraís de tomarnos a la ligera- Decía Argos con sorna.

Un flash de luz enceguedora envolvió el cielo por algunos instantes. El resplandor quedó atrapado en esas figuras aladas que de a poco fueron cambiando su forma. La nueva apariencia… era mucho más pequeña, pero así y todo imponente.

Ante esa centena de guerreros apareció una multitud de guerreros embutidos en armaduras doradas. Las placas refulgían intensamente, lo mismo que los cabellos dorados de los Caballeros. Sus ojos azules se veían fríos como el hielo… era evidente que estaban curtidos en miles de batallas.

La multitud desenvainó sus espadas, estas cantaron al unísono en el momento que abandonaron sus vainas. La hoja era larga y terminada en punta. Los dos filos de la espada esperaban por sus victimas. En el medio de la hoja, podían apreciarse inscripciones runicas. Un dragón nórdico formaba la empuñadura de la fabulosa arma.

Ante esa visión, los Caballeros Fantasma quedaron helados. Habían sido muy tontos al arrojarse así contra enemigos tan impresionantes. Pero… la sonrisa de su Comandante les devolvió el espíritu. Argos estaba feliz, ese era su jefe.

Bien, ya estaba harto de jugar. Ahora si podré dejar de contenerme.

No esta solo, jefe. No se olvide de nosotros- Dijeron sus guerreros.

CABALLEROS FANTASMA, GOLPE TORNADO- Fue la orden del Comandante.

Pero mientras dialogaban así, pudieron oír la voz de mando del Comandante Fénix que decía:

CABALLEROS DEL FENIX, GOLPE DE TRUENO.

Las ráfagas de viento salieron despedidas rápidamente. La velocidad que tomaron les transformó en un huracán como jamás se había visto. Del lado opuesto los rayos se transformaban en una terrible tormenta eléctrica. El choque de ambas formas de poder pareció partir el cielo en miles de pedazos. Las fuerzas liberadas enviaron lejos a los guerreros.

Pero choques de ese tipo ya no les afectaban y por eso el cielo se vio de pronto surcado por miles de centellas que volaban y chocaban. Diógenes siguió dando vueltas hasta recuperarse. Cuando pudo volver a estabilizarse… tuvo que evadir a toda prisa ese mandoble.

Dos Caballeros enemigos estaban ante él con sus espadas en mano. No pensaba enfrentarse a dos Fénix al mismo tiempo. Pero no tenía tiempo para pensar o decidir, era momento de actuar.

Las dos estocadas de sus atacantes se perdieron ante los movimientos de bloqueo de su lanza. De momento suspiró aliviado, hasta que vio como esos dos cortes mellaban su armadura. La velocidad de esos dos Caballeros era increíble y no solo eso… la pericia con que evadían su lanza… asombroso.

Esos rubios parecían multiplicarse al momento de atacar. Las hojas parecían volar y moverse en todos los sentidos. Diógenes evadía los ataques, pero parte de estos siempre le alcanzaba. Los guerreros se lanzaron velozmente hacia él, que les respondió con su lanza.

Los tres se cruzaron y quedaron a espaldas los unos de los otros. Los dos Caballeros se miraron, sus brazos caían cercenados por los cortes de ese lancero. Diógenes se dio vuelta a mirarles caer, mientras se tomaba la frente. La sangre comenzaba a brotar de su cabeza. Si se hubiese adelantado un milímetro mas… habría sido su cabeza lo que hubiera caído.

Las saetas de la guerrera volaban en todas direcciones, afectando a los enemigos. Pero el daño recibido era poco… las corazas eran muy duras. Por unos momentos Abigail dejó de lanzar saetas. Debía concentrarse, esta vez no serían picaduras de mosquito. Si, esta vez la utilizaría aún a costa de su vida.

La rubia volvió a abrir los ojos, tomó la flecha y tensó su arco. Para sorpresa de Baiken, pudo oír aunque débilmente como ella recitaba un conjuro. Pero no parecía haber ningún cambio, hasta que la flecha abandonó el arco. La saeta se tornó en un rayo que atravesó de lado a lado al fénix más cercano.

Baiken se rió ante la escena que ofrecían esos guerreros asombrados. Al parecer, el oponente más débil ahora se convertía en un monstruo. Otra flecha salió despedida como un rayo mortal. El Comandante de la Orden del Fénix lo tuvo muy difícil para detenerla. Aunque pudo lograrlo, sus manos quedaron temblando por la fuerza utilizada.

Los ojos de la muerte ahora eran los de esa doncella. Su mirada fijaba el blanco para el nuevo rayo que acabaría con otro Caballero. Baiken renovaba los escudos de mana y descansaba para atacar en caso de ser necesario. Debía estar preparado por si venían a por él.

Por lo general, los Caballeros se muestran reacios a luchar contra Magos o Elfos y no es que no puedan matarles. Lo complicado es poder llegar a darles alcance para liquidarles de un golpe. Además, dependiendo del nivel del Maestro de Almas o del Elfo... puede convertirse en un suicidio.

Con ese tipo de pensamiento intentaba tranquilizarse Baiken. Pero aunque razonara así, les veía pasar muy cerca de él. Los Caballeros se movían tan rápido que apenas podía seguir sus movimientos con la vista. Sus ataques aún a simple vista se veían poderosos, eso le daba temor.

No temas, recuerda que tú eres mi aprendiz. Entra en combate confiadamente, puedes vencerlos a todos.

Las palabras de Peleo resonaban en la cabeza del joven que reía por lo bajo: Como si fuera tan fácil, maestro. Aunque él luchara contra todos ellos, alguno le alcanzaría y con ello... moriría. Ese, ese sería su fin. ¿Por qué se veía envuelto en todo esto? ¿Por qué siguió a esos dos?

La respuesta llegó de la mano de una figura de ojos ardientes. El cuerpo estaba lleno de sangre de sus victimas. Armadura y espada también presentaban ese color carmesí. Si, ese ojo lo miraba con furia. Pero en sus labios había una sonrisa enorme. Esa imagen le dio la respuesta:

Reconócelo, tu instinto te lleva a la guerra. Peleas para volverte más fuerte, esa es la única forma de pulirte.

Era insano, pero cierto. Si su razón no lo quería, su cuerpo si... el campo de batalla podía estar en cualquier lado. Él, ese demonio también estaría allí. No debía temer ni tenerse miedo, era parte de si. Una sonrisa de confidencia apareció en la faz del mago.

Abigail se detuvo por un momento, estaba muy cansada. El sudor bajaba de su cara en gruesos ríos. Esa técnica consumía mucha energía, era difícil adaptarse a ella. Su arco parecía pesarle diez veces más que de costumbre. Baiken le miró, comprensivo mientras renovaba el escudo de mana.

Los Caballeros de uno y otro bando caían destrozados hacia el vacío. Un grito infinito que se perdía era todo lo que prevalecía de estos guerreros. Conforme avanzaron las horas, Baiken observaba que la Orden del Fénix vencía. Esos guerreros poco a poco iban doblegando a los Caballeros Fantasma. Eran pocos para hacer frente a tantas multitudes

Un murmullo pudo percibirse, de entre las nubes aparecía un grupo aún mayor de Caballeros Fénix. Ahora si, este sería el fin para ellos. Los Caballeros Fantasma volvieron a reagruparse. Esta vez solo quedaban cincuenta y tres de ellos. Los Caballeros del Fénix les rodearon. Ese sector de cielo parecía volverse una masa de Caballeros de dorada armadura.

Argos se formó ante los suyos, estaba lleno de heridas pero aún sostenía su espada.

Han peleado con valor, me siento orgulloso de vosotros. Ahora que vamos a morir, hagámoslo luchando. Será un honor para mí, morir junto a vosotros.

Los Caballeros no respondieron, por primera vez aparecieron lágrimas en sus ojos. Si, los guerreros también lloran. Podían ver como ese, su Comandante volvía a levantar su espada y con voz de trueno ordenaba.

CABALLEROS FANTASMA, GOLPE TORNADO. ESTA VEZ, SIN RESTRICCIONES.

El reducido grupo volvió a realizar el ataque, esta vez fue diferente. Cada uno elevó su poder hasta el máximo para ejecutar la técnica. Los Caballeros del Fénix respondieron ejecutando su golpe de trueno. Esta vez vencieron los tornados que crearon enormes bajas entre sus adversarios.

Cada guerrero emuló a su Comandante y parándose dijeron: - Ustedes, hato de cobardes. Serán mi alimento. Cada Caballero Fantasma se lanzó en soledad contra ese mar de Caballeros Fénix. Los gritos de estos al ataque se oyeron por todo el cielo.

Las Espadas Espíritu se movían con una velocidad nunca vistas. Los Caballeros del Fénix sentían que esos guerreros los matarían. La forma de atacar aún a costa de salir heridos. No les importaba que les superaran a razón de un mil a uno. Solo tenían una cosa en mente: morir luchando.

Baiken también había comenzado a atacar. Era increíble que las palabras de ese Comandante le hayan empujado a pelear. Abigail seguía lanzando rayos con su arco, pero ya estaba quedándose sin flechas. Esa era otra razón para pelear. Lo único que le gustaría saber era... ¿Dónde estaba ese Diógenes?

No podía verlo por ningún lado, solo fuego y batalla por doquier. Caballeros de ambos bandos luchando, esa era toda la panorámica. Un grito de lucha se oyó pero desde lejos, ese era Diógenes. Apenas y era un punto en el horizonte, pero todavía luchaba.

El escudo de Baiken se le había desvanecido hace tiempo. Diógenes estaba sin armadura ya. Solo los pantalones y las botas permanecían en su lugar. Más cicatrices se sumaban a las ya existentes. Pero a pesar de su estado, en sus labios y en sus ojos el deseo de luchar explotaba. Su lanza se abría paso entre los enemigos, destazando y tiñéndose de sangre.

La lucha continuó durante la noche, no había descanso. Solo podían luchar hasta que sus vidas cesasen. Los guerreros de ambos bandos luchaban con valor. Sin embargo, los Caballeros del Fénix se preguntaban dentro suyo: Si nosotros estuviésemos en su situación... ¿actuaríamos igual?

Tal vez por eso no fue tan sorpresiva la orden de su propio Comandante:

DETENGANSE, CABALLEROS DEL FENIX.

Los Caballeros detuvieron sus ataques. Las espadas aplacaron su sed de sangre de repente. Los Caballeros Fantasma y sus tres acompañantes estaban asombrados. De algo se habían perdido, de eso no había duda. Argos ordenó a los suyos detenerse también, los guerreros obedecieron.

Janus no comprendía nada, después de tanto luchar y matar... ¿ahora se les ocurría pararse a hablar? Era realmente estupida toda esta situación. Abigail se sintió aliviada, al menos podría recuperar fuerzas. Baiken estaba feliz de terminar con todo este periplo, ya habían demostrado su valía. El Comandante de la Orden del Fénix habló:

Hemos sido enemigos durante incontables eones. Nuestras Órdenes, han luchado la una contra la otra. Muchas vidas se han perdido. Siempre les hemos tenido en poca estima. Pero... el valor que han demostrado hoy. Por este coraje les dejaremos en paz. Caballeros Fantasma, les encomendamos el santuario.

Los Caballeros Fantasma envainaron sus espadas y realizaron el saludo de su Orden a sus rivales. Los Caballeros del Fénix realizaron una reverencia a sus enemigos. Pincén, el Comandante de la Orden le extendió la mano a su igual. El apretón de manos selló el resultado de esa batalla.

Los Caballeros del Fénix abandonaron el cielo ante la mirada de sus vencedores. No había rencores, solo alivio de saber que dejaban ese lugar en buenas manos. En todo ese tiempo jamás dijeron nada. Pero ellos, la verdadera orden traidora había negociado con Kundum.

Si, prefirieron servirle antes de permitir que el santuario celeste fuera barrido. Fue mejor para ellos ser llamados basura y escoria por sus pares... que no mantener su promesa. La misma que en tiempos antiguos hicieron a los dioses: Proteger el santuario celeste con sus vidas.

Ahora habían visto el avance de su Orden hermana. Ya no había nada que temer, ellos podrían proteger el santuario. Ya era tiempo de dejar las cobardías, no había porque negociar. La próxima vez que las espadas salieran de sus vainas... los servidores de Kundum caerían.

Argos lloraba, sus hombres también lo hacían. No habían sido los vencedores, pero sus propios rivales... si, ellos les reconocieron como iguales. Los Caballeros Fantasma se abrazaban, aliviados. Fue por eso que solo Abigail y Baiken vieron con terror como Diógenes se dejaba caer al vacío.

Aunque la lanza permanecía en sus manos… el Caballero Oscuro no tenía fuerzas, se había desvanecido. Janus buscó con la mirada a sus huéspedes, pero no pudo hallarles… no habría podido. Baiken y Abigail se lanzaban en picado al rescate de su querido amigo. Los dos aumentaron la velocidad, tenían que rescatarle antes de que llegara al suelo.

Lo ignoraban, pero una vez que abandonaron las nubes… pudieron ver como aparecía el extremo de esa isla maldita. Si, habían llegado al puerto de Lorien. O al menos eso parecía desde la altura. Todavía no lograban alcanzarlo, la desesperación los hizo gritar:

DIOGENEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEES.

Continuará…

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