Capitulo 20: El poder de Circe
Dos meses pasaron y por fin Diógenes fue dado de alta, ese día tan feliz para él se separaba de Circe. Con sus petates listos para el viaje a Davias y contando con la compañía de Schekander el muchacho se aprestaba a partir. Esta vez, como lo había prometido iría en busca de Abigail. Pero, antes de retirarse alguien debía cumplir una promesa.
La elfo oscura pidió un permiso especial para salir de la clínica por medio día. El muchacho no podía estar más feliz. Finalmente había llegado el día que tanto anhelaba, por fin vería el poder de alguien que había peleado de igual a igual con el malvado Kundum.
Tras ellos la elfo salió vestida con unos pantalones de pana y una camisola turquesa. Los dos guerreros se quedaron mirándola como estupidos. Era la primera vez que le veían con esa apariencia tan diferente. Los tres caminaron un trecho y fue por pedido de Circe que Schekander se quedo esperando a que ambos volvieran.
Circe le pidió a Diógenes que le siguiera, luego de cruzar varios tramos del espeso bosque de Noria finalmente llegaron a un claro inmenso y apartado, hacia el noroeste de esa región. Una vez allí, la mujer se detuvo y abrazando al muchacho le dijo:
Por tu bien, aléjate de mi lado al menos hasta donde puedas verme. No quiero hacerte daño.
Esta bien- Respondió él mientras se alejaba.
Más lejos por favor, vete más lejos- Pidió ella.
¿Aquí esta bien?- Grito él desde muy lejos.
Allí estarás a salvo, al menos eso espero- Dijo ella con dudas.
Bien, espero ansioso- Dijo él desde la distancia.
Ahí voy- Grito ella.
Lo que siguiente que ocurrió fue que el firmamento comenzó a oscurecerse. Podía sentirse una temperatura enorme venir desde donde se hallaba la elfo. Los rayos caían en todas direcciones, incluso desde la tierra hacia el cielo. No le era posible acercarse mas, la presión se volvía cada vez mayor, amenazando con aplastarle. No necesitaba verla utilizar arma alguna, ahora comprendía el porque de sus pedidos de alejamiento.
De haberse quedado junto a ella, lo mas probable es que la presión le dejase de la altura de una uva pasa. Al volver a sellar su poder, el calor disminuyó al igual que la presión alrededor de ella. Esa era la fuerza de la elfo Circe, Diógenes se acercó hasta ella... estaba impresionado por ese poder.
Ese es mi poder, el mismo con el que combatí contra Kundum hace ya veinte años, a esto me refería cuando te decía que eras débil- Dijo la elfo.
Comprendo, pero tengo muy claro que algún día te superaré y venceré al que tú no pudiste- Dijo él con arrogancia.
Supérame entonces, sobrepasa mis fuerzas. No esperaba menos de ti, Diógenes- Dijo ella animada.
Así lo haré, hasta entonces no se te ocurra desparecer. Nos vemos, Circe de Kalars- Dijo él.
Estaré esperando- Dijo la elfo.
El guerrero volvió a tomar sus petates y alcanzando a su amiga Schekander se perdió en el horizonte, camino a Lorencia.
Después de años de peregrinar por otros lugares, el guerrero Diógenes volvía a su tierra natal. La misma que le había visto dar sus primeros pasos con la espada. Lorencia continuaba igual de tenebrosa y nubosa, el tiempo parecía detenerse en esas regiones desoladas.
Los dos caminaban por las callejas apenas visibles, los monstruos de la región no se atrevían a atacarles. No era que no pudieran, sino que su instinto les advertía del peligro que corrían; era obvio que esos dos eran por demás fuertes para ellos. Le dejaron pasar hasta los puentes que daban acceso a la ciudad amurallada. Muchos se asombraron al ver a ese sujeto desconocido, había cambiado mucho desde la última vez que le habían visto.
El muchacho corrió hacia el lado este de la ciudad, aún recordaba donde estaba su viejo amigo Hans. Al llegar allí, pudo ver aquella fragua familiar y a su lado al mismo hombre que hace cosa de dos años le diera a préstamo su primera armadura. Se acercó a él con algo de temor, ya que este no le reconoció.
Diógenes le puso la mano encima al germano que le miró extrañado ¿De que lugar le conocía? La voz del joven preguntó:
¿No me reconoce, Hans?
No se quien eres, bravo guerrero. Pero si en algo te puedo ayudar solo tienes que decírmelo- Dijo el germano
Tengo una deuda contigo de unas cien piezas de oro. Es lo que te debía de la armadura que me diste hace dos años y medio- Dijo el muchacho regalándole una sonrisa.
NO PUEDES SER TÚ, ¿Diogenes?- Dijo en voz alta el hombretón.
Jajaja, por fin me recuerdas amigo. Soy el mismo Diógenes que alguna vez ayudaste- Dijo el muchacho.
! Vaya ¡te haz convertido en todo un Caballero a pesar de no pertenecer a una familia muy encumbrada. Sé que lograras ser el mejor. Aunque seas mercenario, eso no hace diferencia a la hora de empuñar una espada- Dijo el hombre.
Lo aprendí muy bien amigo mío, deseo que conozcas a mi compañera de viajes. Ella también viene de las mismas latitudes que tu- Dijo el guerrero mientras le presentaba a su amiga.
No... no puede ser... ¿U... un be...berser... berserker... aquí?- Comenzó a tartamudear el germano al ver a la mujer.
Schekander es mi nombre, parece que sabe lo que soy. Me impresiona que un simple herrero conozca sobre nosotros- Dijo la mujer con sorpresa.
Increíble, nunca pensé que volvería ver algo tan terrible de mi región. Sé bienvenida, Schekander- Dijo Hans con algo de miedo.
No tema, estoy aquí para acompañar a Diógenes. No tengo pensado hacer más que eso, además... No termino la frase, solo se tomó el brazo vendado.
Comprendo, el dolor no le permite expresar toda su fuerza, es eso ¿no?- Dijo Hans algo aliviado.
Algo así- Dijo ella con una sonrisa a medias.
Nos dirigimos hacia Davias- Dijo Diógenes con fervor.
Será mejor que te cuides allí, Davias se ha vuelto muy peligrosa desde la última vez que estuviste- Dijo Hans hablando en voz baja.
¿A que te refieres?- Inquirió Diógenes.
Hará cosa de seis meses que el clan Alfacrux fijó su base en Davias, a los pocos días de establecerse él llegó. Mejor dicho, ellos- Comentó en tono misterioso el herrero.
¿Quiénes son ellos?- Preguntó Diógenes.
Aparecieron desde el sur y ni bien llegaron a la ciudad mataron a uno de los integrantes del clan Alfacrux en una riña muy dudosa. Al pobre aspirante lo partieron en cinco pedazos y pasearon sus muñones por la plaza principal, para luego dejarlos colgados como amenaza- Rememoró Hans.
Wow, no sabía que se habían puesto tan violentos- Dijo Diógenes sorprendido.
Los clanes siempre han sido así de violentos. Que en épocas de paz se aplaquen no quiere decir que no lo sean- Dijo Schekander.
Como sea, la cuestión es que cuando Docrates vio lo que habían hecho se cegó de ira. Y sin dudar un instante más reunió a sus guerreros y se lanzó a la cacería de este clan misterioso. Desde ese momento la ciudad quedó dividida por esta guerra- Dijo Hans.
Eso quiere decir, que llegaremos en el momento menos oportuno. ¿No lo crees así, Diógenes?- Preguntó Schekander con sorna.
Por lo visto, no tendremos más remedio que unirnos a un bando. No es de mi gusto... pero todo sea por recuperarle- Dijo él con firmeza.
Vamos entonces, amigo. Cuenta conmigo adonde vayas- Dijo Schekander mientras le golpeaba suavemente el hombro.
Nos vemos Hans, ha sido un gusto volver a verte- Dijo Diógenes al germano.
Rezaré por ustedes a Odin. Espero volver a verte- Dijo el herrero.
No lo dudes amigo, pronto nos veremos y cuando eso pase, nos tomaremos algo en la taberna- Dijo el muchacho con una sonrisa.
La pareja salió por la puerta sur, sus pisadas podían oírse claramente pasar el puente de piedra. Con sus bolsos llenos de provisiones se dirigieron nuevamente hacia Davias, pero un rugido les puso alerta. Si, era lo que allí tanto se temía... el dragón dorado aparecía ahora frente a ellos. Pero estos dos no sentían miedo, solo emoción.
El dragón soltó sobre ellos su aliento ardiente, pero no dio en el blanco. Eran muy rápidos para la criatura que no vio venir esos ataques. La sangre brotó de la garganta del animal que caía al suelo con estrépito. No miraron atrás, solo continuaron su camino... parece ser, que esa era una señal para ambos.
Siguieron avanzando sin detenerse, las criaturas no les salían al paso. Tal vez fuera por instinto, sabían el peligro que corrían al enfrentarles. Por fin llegaron al pasaje que comunicaba con Davias, del otro lado ella esperaba; Abigail les aguardaba. No querían hacerla esperar, así cruzaron.
Continuará