Capitulo 42: La marca Este
La fortaleza se erguía sobre la selva. Su sombra alargaba el aburrimiento de los soldados. Los centinelas bostezaban en sus puestos, un nuevo día comenzaba. El alba se presentaba nebuloso, si hoy también. Los sonidos de ejércitos les volvieron a poner en alerta.
Eran ellos, esta vez se habían adelantado. Una columna de bestias de todas clases avanzaba hacia la fortaleza. La horda se veía imponente bajo el sol. Los flecheros tensaron las cuerdas de sus arcos. Una lluvia de saetas oscureció el cielo por un instante, luego los proyectiles comenzaron a caer.
Los monstruos quedaron erizados por las flechas, tendidos en el suelo. Sin embargo, un segundo grupo apareció. De los barracones salieron los que habían podido descansar durante la noche. Frescos soldados se disponían a tomar el lugar de los ya cansados centinelas. Un hombre de largos cabellos apareció ante la formación. Un oficial de correo llegó por la puerta posterior con nuevas.
Los reclutadores están a dos días de camino. Según los mensajes recibidos, una veintena de nuevos reclutas vienen hacia aquí.
Son pocos para nuestras necesidades- Dijo el hombre-
Los mendigos no podemos ser exquisitos, Sigurn- Le dijo el correo.
Tienes razón, Zeruj. Nuestra situación no lo permite- Dijo el guerrero que vestía una armadura azul oscura.
Camaradas, otro día de dura lucha nos aguarda. Vamos a hacer lo que mejor sabemos- Dijo su segundo al mando, el tuerto Asrok.
Los gritos enfervorizados brotaron de los pechos de esos guerreros. Los hombres comenzaron a golpear sus escudos. Mientras unos ya ocupaban el lugar de los flecheros, otros se preparaban para salir al campo de batalla. Los centinelas por fin abandonaban sus lugares. Todas las noches era lo mismo y durante los días también. Esa misma vorágine encarnizada y destructiva. Era como el pan de cada día para esos veteranos.
Los más viejos llevaban ya diez años en ese lugar. Una década luchando por el Imperio, por uno que apenas y se acordaba de ellos. Lo único que recibían de sus Señores venía una vez al mes en forma de cosechas cada vez menores. Quizás por eso, su Comandante luego de luchar se la pasaba cultivando en un pequeño espacio tras el fuerte.
Si, no solo luchaba codo a codo con sus hombres. Sigurn de Alfa era el primero en entrar a la batalla y el ultimo en irse. Pero luego de que sus hombres iban a descansar a los barracones el Comandante dejaba las armas y tomando la azada, los palos y la pala. Si, el guerrero se volvía granjero.
Cuatro horas más, el cansado y golpeado hombre labraba para que sus preciados soldados tuvieran que comer. Nunca se quejaba, no se lo oía desganado o apocado. Ese Comandante era en verdad admirable. Allí, solo en un improvisado huerto, el hombre labraba a torso desnudo. Alguien que merecía respeto y temor. Un hombre que debía estar con los nobles, se volvía un labrador.
Sentado bajo esa luna inmensa que bañaba la noche de plateado. Sigurn pensaba en como haría para seguir cuidando de sus hombres. Cada día que pasaba las hordas de Kundum aumentaban y ellos disminuían. Aunque peleaban con valor las bajas ocurrían y no podían hacer nada al respecto.
Si, cada quince días los reclutadores salían a buscar guerreros por la selva. Pero eran pocos los que se unían. El panorama por momentos se volvía desalentador. En esos momentos Sigurn recordaba a los suyos. Volvía a rememorar su patria y entonces ya todo dolor desaparecía. Esos días pasados también fueron duros, por eso no se preocupaba.
Sentado bajo la luna, el hombre recordaba sus tiempos como caballero andante. Cuando se movía libre como el blizzard que azotaba su región. Eran su caballo y su espada las únicas compañías. Solos contra todo el ancho mundo y así se volvió leyenda. A punta de espada.
Así, con solo veinte años lo nombraron Comandante de la marca del Este. Le trajeron a estas regiones con premura y aquí le dejaron. Cuando llegó a este lugar se encontró a un hato de hombres desesperados. Guerreros que habían perdido toda disciplina y esperanza. No existía el mínimo trazo de espíritu de lucha en ellos. En sus miradas solo había resignación y miedo.
Caballeros, mejor dicho; Compañeros. Saldré a pelear, quienes deseen venir conmigo... sois libres de hacerlo- Dijo el guerrero ni bien llegó
Pe... pero es un suicidio, jefe- Dijeron sus hombres al verlo tan decidido.
En mi tierra, la mejor forma de morir es con una espada en las manos- Respondió el guerrero mientras iba hacia delante.
Esta usted loco. No va a poder con todos ellos al mismo tiempo- Le dijo otro soldado.
Abran las puertas- Ordeno Sigurn.
No, mi señor- Dijeron los soldados.
ABRAN LAS PUERTAS- Grito el germano.
Comandante- Volvió a hablar otro guerrero.
El joven Comandante no pudo contenerse más y se lanzó a correr. Saltó contra uno de los muros y aprovechando el impulso volvió a saltar y lo salvó. Esos hombres ya vencidos quedaron asombrados. La armadura que llevaban puesta pesaba cuarenta kilos y él se había movido como si nada.
Los soldados se apiñaron en la muralla por la que había salido. Tenían una curiosidad acuciante por ver que había sido de ese temerario. Cuando se asomaron pudieron observarlo. Ese guerrero peleaba con una furia ciega, la hoja de su espada se movía como un lobo estepario. Sigurn evadía y atacaba con la fiereza propia de una bestia. Sus manos estaban cerradas solidamente y en ningún momento soltó su espada.
Una tras otra decenas de monstruos iban cayendo como moscas ante ese Caballero. Los restos cubrían el suelo tapizándolo de vísceras. El olor era fuerte, pero conocido para los curtidos guerreros. El verlo luchar con tanto empeño les hizo recordar un poco quienes eran. Si, ya lo habían olvidado pero ese hombre se los gritaba en la cara. Ellos también eran guerreros.
Una bestia alada se lanzó hacia los muros para atacar a los curiosos. Sin embargo, la espada del guerrero le atravesó la cabeza. Esos hombres quedaron asombrados, les había protegido a ellos. Los miedosos e inútiles más grandes de Kalima.
No podrán tocar a uno solo de mis preciosos soldados- Dijo firmemente el guerrero.
Comandante- Dijeron por lo bajo los soldados.
NO LES DEJARE ALCANZARLOS- Grito Sigurn enfurecido.
El grito de ese hombre desarmado pareció devolverles el coraje a esos hombres. Los guerreros vieron como esas apariciones aplastaban a su jefe. Un Caballero sin su espada no vale nada, eso pensaron muchos de los espectadores.
Pobre estupido- Dijo un soldado dándose vuelta.
Comandante, señor- Dijo otro con los ojos llenos de lagrimas.
Otro imbecil que quiso dárselas de héroe- Dijo uno mientras suspiraba.
Un grito se oyó de debajo de la masa de bestias. Estas comenzaron a caer mientras el guerrero emergía de las entrañas de una. Embebido en la sangre de su victima ese hombre se lió a golpes con las bestias. A puñetazos y patadas, valiéndose de su fuerza corporal destrozó a sus enemigos. Con sus manos aplastó cráneos, con sus puños rompió cuernos y columnas.
Sigurn de alfa permaneció luchando. Durante cinco días con sus noches sin descansar un solo instante. Con cada bestia que mataba, sus hombres iban recuperándose. Cada golpe que arrojaba era un trazo nuevo en el espíritu guerrero de sus soldados. Con cada uno de sus gritos la moral de esos hombres apocados crecía. El guerrero que había dejado de ser humano... se volvía una inspiración para sus hombres.
Al amanecer del sexto día... cuando esos hombres abrieron sus ojos. Pudieron contemplar la escena que impactó sus mentes. Ahí parado entre millares de seres muertos. Sigurn de alfa gritaba mientras las hordas de bestias huían en vergonzosa retirada. Si, un solo hombre había obrado el milagro. Uno solo venció a dos divisiones completas.
El guerrero se vio vuelta y miró hacia la fortaleza. Se sonrió al ver a sus hombres en la puerta de entrada. Había logrado infundirles valor, consiguió rescatarles de la derrota y la resignación. Caminó despacio, y al llegar hasta el muro retiró su espada de la cabeza de la bestia. Envainó su espada y mirando de frente a sus hombres habló:
Os doy la bienvenida a la Marca del Este, Compañeros.
Los guerreros no dijeron nada, solo quedaron perplejos ante ese hombre. Ese día, la leyenda de Sigurn de alfa añadía un capitulo mas a sus paginas. Desde ese momento, los hombres cambiaron. El valor había vuelto a sus cuerpos, volvían a ser hombres. Y dejaban de ser meros cobardes. Y todo se debía a ese hombre.
Dos días más tarde los reclutadores llegaron a la fortaleza con un numeroso grupo de aspirantes. Entre estos, dos llaman la atención. Se trata de dos mujeres que accedieron a seguirles. Una de ellas presenta rasgos delicados y cabellos rubios. La otra mujer destaca por su estatura y por sus tatuajes. Sigurn sonrió al verle, una berserker estaba ahora ante él.
Continuará