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MU Capitulo 39: Kalima

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Capitulo 39: Kalima

Desde los tiempos antiguos Kalima fue uno de los feudos más leales a Kundum. En las guerras contra el demonio esta región fue la más castigada. Los castillos, las almenaras, los batallones… todo fue reducido al olvido. Nada dejaron en este lugar, solo ruinas que pronto fueron cubriéndose de vegetación. La selva crecía rápido por el clima calcinante y húmedo.

Ahí, en ese infierno verde se hallaban ahora esos dos olvidados. Relegados por todos los que amaron, por todos los que les apreciaron. Ahora solo les quedaba sobrevivir, tenían que seguir existiendo. No solo no podían, no querían morir allí. Día y noche luchaban contra las apariciones que los acosaban.

No importaban cuantas veces les hirieran, ellos vencían. Por el calor que incluso reinaba durante las noches, se veían obligados a no usar sus armaduras. Sin protecciones luchaban contra enemigos que si estaban acorazados. Los dos tuvieron que volverse maestros de la evasión. Tenían que atacar con todo y en un solo ataque, pero además… encontrar el hueco justo.

Las bestias de esos lugares eran colosales, estaban muy bien protegidas y además, poseían ataques mágicos muy fuertes. Por eso se les hacia necesario pelear de esa forma. No era la más decorosa para un Caballero Oscuro, pero allí solo importaba sobrevivir. No podían atenerse a los códigos normales de un duelo.

Cansados y hambrientos andaban, tenían que procurarse alimento. Cualquier clase de alimañas se convertían en comida. Incluso raíces y tubérculos, todo valía a la hora de comer. Ya no tenían porque preocuparse de su aspecto, nadie podría decirles nada.

Baiken había juntado las partes de su armadura en el petate de los alimentos. El báculo Kundun seguía en su espalda, como un recuerdo de tiempos pasados. Mientras caminaban pronto se encontraron con los Centuriones y Soldados de Sangre. Estos eran los muertos que formaban parte de los batallones de este reino. Volvieron transformados por la energía del Demonio regidor. Los centuriones portan lanzas para atacar, mientras los otros tienen pinzas como las de los cangrejos.

Diógenes se ocultó tras un árbol, esperando por la primer victima. Mientras Baiken atacaba con un una lluvia de hielo. Las estalactitas que parecían cristal atravesaron las corazas. El Caballero salió para atravesar de parte a parte al Soldado de Sangre más cercano. Al extraer su lanza, bloqueó los ataques y pasando entre los dos rivales, les golpeo las piernas… un sonido como el de una rama seca quebrarse se oyó. Aunque las apariciones gritaron ya era tarde, los lanzazos atravesaron sus yelmos.

Se agacho mientras dejaba pasar los lanzazos de sus atacantes. Moviendo sus brazos cortó las piernas de esos rivales. Al levantarse apenas alcanzó a cubrirse de ese golpe titánico. No pudo evitar chocar contra el árbol más cercano, esas bestias golpeaban con fuerza. Sin embargo, Diógenes tenía un par de trucos bajo la manga.

Saltó y encaramándose en una rama volvió a saltar. Desapreció en la vegetación reinante, las bestias aguardaban. Baiken apareció, congelándoles. El camino para Diógenes estaba allanado, el Caballero cayó desde arriba destrozándolo todo.

Al salir del pozo hecho, Diógenes alertó al mago. Un enorme grupo de Ángeles de Muerte y Hechiceros Necrones patrullaba la zona. El mago hizo una mueca con sus dientes, quería pelear. El Caballero rió por lo bajo, mientras se arrastraba hasta el lugar.

Los Ángeles de la Muerte… sobre ellos se cuenta que hace muchísimo tiempo eran las doncellas de la corte. Si, las mujeres más bellas del Imperio de ese malvado. Pero no solo eran bellas. Para formar parte de la corte debían estar muy avezadas en los secretos de la hechicería. Nadie sabe cuantos experimentos hicieron esas damas, pero el resultado estaba a la vista.

En pos de una belleza y juventud eternas… habían renunciado a su forma humana. Lo único que conservaban era esa bella faz de doncellas. Desde allí, solo podía verse un cuerpo quimérico. Las alas correosas y traslucidas envolvían ese cuerpo que pocas veces se veía.

Los Necrones tienen una historia parecida. Eran hechiceros al servicio de Kundum que experimentaron con muertos. Buscaban una técnica de resurrección para su amo. Pero solo hallaron oscuridad en su camino. Un demonio desconocido los maldijo y desde ese momento dejaron la humanidad.

Ellos mismos se volvieron demonios menores. Sus caras se volvieron mascaras negras, ojos luminosos como llamas. No había ni oídos, ni boca, ni nariz en sus caras. Solo una forma demoníaca que no puede describirse. Sus cuerpos recuerdan las gárgolas de piedra, solo que envueltos en finas ropas. Levitan sin necesidad de alas y siempre llevan en su única mano una bola de energía.

Estos dos intrépidos estaban esperando por el momento para atacar a ese grupo. Diógenes se trepó en el árbol y saltando entre las ramas se acercó a los hechiceros. Solo le bastó mirar a Baiken para que el mago actuara. El albino se tele transporto, apareciendo entre ese contingente. Sus manos tenían preparados los hechizos de Infierno.

Los ojos de los Hechiceros apenas llegaron a ver a ese mago que de pronto los envolvió en llamas. Los gritos de dolor y agonía comenzaron a oírse en el lugar. Diógenes se lanzó desde las ramas atacando con su golpe tornado. Los vientos hicieron volar a las criaturas que eran cercenadas por las ráfagas.

Ambos atacantes evadían los hechizos que lanzaban los restantes. No podían permitirse recibir esos ataques… ellos no tenían protecciones. Con habilidad lograron ir venciendo, aunque ya se estaban cansando. Se sentían más lentos, venían luchando hacia dos días seguidos.

Al no haber donde descansar, se hacia difícil dormir. Y no es que fueran flojos para ello, si deseaban más que nada dormir. Pero… contra esas bestias no podían ellos solos, el número en que se movían era muy alto. Por esa razón no se quedaban durmiendo por turnos. Una andanada de hechizos llegaba al mago por la espalda.

Diógenes se interpuso y girando su lanza bloqueó los ataques. El mago rió, mientras usaba los rayos para calcinar a los que faltaban. Ya habían terminado con esas bestias, ahora podían continuar avanzando. El Maestro de Almas había oído sobre una ruta que llevaba hacia el Cenote del fin del mundo. Pero aún estaban lejos, al menos en el mapa que había delineado un viejo borracho.

Se detuvieron unos momentos en el lecho de un arroyuelo. Con esa agua pudieron beber y guardar en recipientes para que no les faltase en el viaje. Limpiaron un poco la sangre que empapaba sus ropas y de paso limpiarse un poco la cara. Por un momento se quedaron absortos mirando sus reflejos en ese liquido… sus caras habían cambiado, eran mas severas.

No solo eso, la mirada de ambos se había trocado. Ya no eran las miradas de hombres, eran miradas salvajes. Solo pensaban en sobrevivir, no importaba como. Solo seguir con vida. Sus rostros evidentemente eran más duros, el cambio estaba hecho. Si, ya no eran los mismos de antes. En ese lugar se habían transformado. Habían abandonado los pensamientos superfluos.

Tal vez por ello ahora se concentraban más en la lucha. ¿Cuanto tiempo había pasado desde que entraron en esa selva? Ya habían perdido la cuenta, muchos amaneceres y atardeceres pasaron. No tenían con que medir el tiempo, por eso ya lo ignoraban. El cansancio podía más que esas cosas importantes.

Luego de tanto andar pudieron descansar. Una semana completa habían pasado sin dormir un instante. Quedaron recostados contra un árbol de frondoso follaje. Con las sombras de garantes pudieron dormir esa noche. Un descanso largamente esperado por ambos viajeros.

Cuando despertaron se hallaron con que los grupos de bestias andaban muy cerca. Sin embargo, parecía ser que tenían otra presa. Una niña de unos seis años estaba siendo rodeada. Un Ángel de la Muerte se le acercó para atacarle. De pronto una lluvia de sangre cayó sobre la niña que aterrada veía como esa lanza atravesaba a la criatura.

Diógenes ya se había movido, extrajo la hoja y atacando con su golpe tornado destrozó al resto. Una lluvia de sangre comenzó a caer sobre la niña y el guerrero que ahora le miraba fijamente. La pequeñaja se paró y se fue acercando a su salvador. Pero este reaccionó de nuevo:

Abajo- Oyó la pequeña.

La niña se tiró al suelo, no pudo ver como esos Caballeros Malditos salían de entre los arbustos. La hoja de ese guerrero se movió en un haz de luz. Esos indignos caían partidos en dos. Nuevamente era salvada por ese hombre tan perturbador. La chiquilla volvió a pararse, esta vez Baiken le tendió la mano.

Lo siento, Diógenes no esta muy comunicativo últimamente. Yo soy Baiken, viajamos hacia Ishkar. ¿Cómo te llamas, preciosa?

Yo soy Kalima, vivo aquí desde hace meses. Por favor, no me dejen sola- Pidió la pequeña.

Mucho gusto niña. No te preocupes, si quieres puedes venir con nosotros- Accedió el Maestro de Almas.

¿Y el que dice?- Preguntó la pequeña.

Diógenes no dirá mucho, él solo piensa en luchar- Le dijo el albino mientras reía.

En efecto, esa era la única preocupación del lancero. Luchar y vencer, pero no solo por el hecho de sobrevivir. Su meta estaba lejos, aún le parecía inalcanzable. Si, su meta era alcanzar las espaldas de Asura. El desafío era superar a alguien como el Psicópata Itinerante. Por esa razón, su foco se hallaba en otro lado.

Con la presencia de la niña, el viaje se volvió más lento. Debían detenerse más seguido a descansar y a alimentarle. Diógenes no decía nada, era normal tener que hacerlo... esa chiquilla era frágil para ese medio. Tenían que cuidarle lo mejor que pudieran, de ahora en adelante esa sería una nueva prueba.

Ahora no solo debían combatir sin protecciones, también tenían que proteger a la pequeña Kalima. Pero, la hemos nombrado mucho pero no le hemos descrito. Así que, para resarcirnos hablaremos de ella. La niña debía medir como mucho un metro de altura. Su pelo castaño oscuro estaba todo enmarañado, por el tiempo había crecido mucho.

Sus manitos pequeñas se aferraban a la falda de la armadura del Maestro de almas. Esta iba en el petate, pero ella se aferraba igual. La mirada de esa niña era profunda y brillante, como el agua dentro de una mina. Los labios pequeños y rosados apenas se apreciaban en la mugre. Unos andrajos vestían a la niña y solo eso, con el frío y el calor la niña se debilitaba si no se detenían.

En los altos, Baiken charlaba con la niña, mientras con partes de su propia armadura cosía y cantaba. Si, el mago le estaba preparando un traje para Kalima. No le importaba mucho su armadura, si después de todo era solo un pedazo de metal que le protegía. La niña lo miraba trabajar mientras intentaba seguir el canto de ese mago.

En la claridad de ese día, el maestro de almas cantaba una vieja melodía de su tierra natal. Pero la canción se detuvo cuando Diógenes se paró. El lancero se quedó quieto, mientras intentaba adivinar. De repente los vio salir de la espesura, se lanzaron como fieras. En esos ojos amarillos bajo el yelmo de la armadura podía verse el deseo de pelea.

Pero Diógenes era impasible, su hoja no tuvo piedad. Uno de los atacantes cayó partido en dos antes de llegar hasta él. Los otros tres creyeron matar a ese hombre poderoso… Baiken rió. El lancero apareció a sus espaldas y los atravesó como si fueran hojas. Si, ambos habían avanzando en sus caminos. La pequeña Kalima los miraba y sonreía.

Continuará…

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