Capitulo 17: La plaza del Demonio
El momento llegó, las luces del astro rey empezaban a desaparecer en el horizonte. En ese instante, Caronte se irguió y llamó a los participantes. Uno tas otro fue tomando sus invitaciones y luego envolviéndoles en una esfera oscura los llevó hacia la plaza del Demonio.
De pronto el grupo de quince combatientes apareció en un cuadrado de unos trescientos metros de lado. A su derecha e izquierda, dos murallas les cerraban el paso. Hacia el norte podían verse filas de Orcos negros golpeando sus escudos. Mientras al Sur se veían filas interminables de Caballeros Oscuros emulando a sus rivales. Se miraban largamente, nada mas había en ese lugar... una lluvia helada y fina comenzó a caer sobre ellos sin pausa.
Los guerreros se pusieron espalda con espalda y desenvainaron sus armas. Los magos se cubrieron con sus escudos de mana y prepararon sus hechizos. Las elfos se situaron en el centro, junto a Abigail, Schekander y Diógenes. El ulular del viento por ese lugar hacia más terrible la espera. Las palabras de la veterana se oían en ese lugar tan claro como un grito:
Todos juntos y atentos, en cualquier momento el lugar se llenará de tantos monstruos que vuestra imaginación quedará corta. Si piensan en lo peor, multiplíquenlo por diez y ahí tendrán una idea de lo que se viene.
Los minutos pasaron y nada ocurría, algunos se tranquilizaron. De repente una cantidad inmensa de Orcos apareció de la nada. Los filos y las armaduras chocaron con estrépito en un cruce muy cercano. A fuerza bruta tuvieron que hacerse espacio para poder usar sus armas y hechizos. Las elfos se veían en aprietos ya que el usar sus arcos se les hacia difícil a tan corta distancia. Al poco tiempo de aparecer estos monstruos se les sumaron mutantes. Criaturas con apariencia arbórea y pesados mazos por armas. La lucha se volvía muy difícil, aunque a los guerreros les agradaba ese tipo de combate.
La pareja de magos utilizaba sus espíritus malignos para eliminar fácilmente a las criaturas. Los espectros negros giraban alrededor de sus victimas, desgarrándolas y desmembrándolas con sus fauces. Los monstruos solo aparecían para morir en un mar de sufrimientos.
Schekander partía sin problemas a los orcos que nada podían hacer contra su fuerza descomunal. Diógenes no se quedaba atrás y de esta forma generaban espacio para que las arqueros usaran sus arcos. Las saetas atravesaban las corazas, haciendo mucho daño, acallando a flechazos los gritos de los servidores de Kundum. Las energías de momento se hallaban en su punto más alto. Pero conforme fue pasando el tiempo, los bríos decaían en el grupo.
Solo el trío se mantenía con las mismas fuerzas, pero el flujo de bestias no se detenía. Esta vez, eran mucho más grandes que los anteriores y no dudaron en utilizar todo su potencial. Trece guerreros se mantenían unidos, luchando contra todo ese mar de bestias. Los otros dos se mantenían solos luchando contra esa masa, no deseaban ayuda... pero terminaron aplastados y muertos por esa inmensa cantidad de apariciones, ese era el precio que pagaba el egoísmo.
Luchaban por sus vidas, tan simple como eso. No tenían un solo respiro, porque a cada segundo más monstruos aparecían. Sus brazos comenzaban a agarrotarse por la excesiva tensión y esfuerzo. Las armaduras que usualmente se veían livianas, ahora parecían más pesadas que nunca por el cansancio. Las fuerzas parecían cesar en los cuerpos de esas personas. Sin embargo, la adrenalina les volvía las fuerzas... estaban desesperados por la situación inusual.
A cada Orco, Mutante, Lobo Sangriento que caía, dos más aparecían. Era una masacre loca y de nunca acabar. La germana tomó su frasco con los dientes, volviendo a sorber un poco de su contenido. Esta vez la armadura resistió su furia y en su estado se lanzó hacia ese mar. La fuerza imprimida en esos golpes era inconmensurable. Las criaturas volaban en todas direcciones victimas de ese terrible poder. Ahora eran impotentes ante esa berserker que seguía atacando sin pausa alguna. Diógenes se mantenía a sus espaldas cubriéndole, ya que en su estado solo podía atacar en una dirección.
Los tres elfos ayudados de sus auras ahora eran auxiliados por los magos que con sus hechizos detenían a los enemigos. Con los hechizos y las flechas podían brindarle el apoyo necesario a una atareada Abigail. Esta, comprendiendo que su arco no servía a esa distancia ahora luchaba armada solo con sus dagas. Al utilizar un rango menor, podía moverse con mucha más velocidad aunque estaba expuesta a recibir ataques.
Ya había transcurrido algo más de treinta minutos; pero parecía como si llevaran peleando dos días completos. Ya habían perdido cuenta de la cantidad de enemigos que tenían aniquilados y aún seguían saliendo más. La rubia guerrera se acercó de nuevo al grupo y les dijo entre ataque y ataque:
Prepárense, lo peor esta por venir.
No puedes decirlo en serio, mujer- Dijo uno de los magos.
Créele, Raoh. Esta mujer ya ha estado aquí antes- Le dijo su camarada.
Es cierto, con mi maestro de clan y un par de amigos que hace tiempo se perdieron vinimos a este lugar hace quince años- Aseveró la mujer.
No puede ser, pensé que nadie sobrevivió a esta experiencia- Dijo Raoh.
Sobrevivimos, pero no deseamos volver nunca más a este lugar- Dijo la mujer.
Mierda, en que lío nos hemos metido- Dijo el mago.
Esta vez, las criaturas que aparecieron eran diferentes a todas las anteriores. Estas bestias no eran tan colosales, pero su apariencia luminosa dejaba a cuentas que se trataba de las apariciones de Icarus. Aunque les atacaron con todo lo que tenían, apenas podían herirles. Estos comenzaron a brillar y les atacaron con explosiones en cadena.
Schekander junto a Diógenes se lanzaron junto a los demás caballeros a la carga. Mientras las elfos, Abigail y los dos magos luchaban desesperadamente contra los demás para sobrevivir. La berserker se lanzó contra un montón a toda velocidad, Diógenes no podía alcanzarle y fue ahí cuando las criaturas brillando intensamente volvieron a atacar.
Abigail les vio desaparecer en esa explosión atronadora que les afectó también a ellos, sin embargo el escudo de mana de los magos les permitió campearlo mejor. Al disiparse el polvo, pudo verles parados junto a los otros guerreros combatiendo codo a codo. Sin embargo, logró distinguir que estaban heridos. Las armaduras de los guerreros habían sido hechas pedazos, el daño a sus cuerpos estaba hecho.
Diógenes luchaba ciego de furia, la sensación de su propia sangre correr por entre sus dedos le empujaba a seguir. El dolor no parecía sentirse, los músculos de su cuerpo estaban en plena tensión y calientes. La maquinaria humana se hallaba a toda potencia, nada podía detenerles en ese momento. De nuevo el ataque, pero esta vez sus armas fueron mas rápidas y pudieron acabar con un par de esas criaturas.
La explosión volvió a envolverlos en su ardiente abrazo, esta vez fue aún más fuerte y no pudieron mantenerse en pie. Impotente, la rubia les vio volar sin rumbo producto del ataque. Nada podía hacer por ellos, salvo no descuidarse de que le maten a ella también.
De repente los monstruos y apariciones se desvanecieron, solo quedó la misma arena desierta. Con la única diferencia de que el suelo estaba tapizado de objetos y los guerreros que habían comenzado ahora estaban poco menos que destruidos. El grupo de los magos, elfos y arqueros no estaba mejor que el otro. Raoh caía tomando su brazo se le había dislocado durante la batalla. El mago gritaba mientras su compañero examinaba las heridas en sus brazos. Marina, la elfo del clan Alfacrux se tomaba la cara con ambos manos, presa del llanto y el dolor... su rostro había sido alcanzado varias veces durante este periplo horrendo. Su faz, ahora llena de cicatrices pavorosas le acompañaría desde ese momento... nunca mas volvería a quitarse la mascara, estaba decidido.
Alecto y Tisifone no estaban mejor que su amiga y compañera. Las manos de ambas estaban ensangrentadas de tanto lanzar flechas sin descanso. Una de ellas tenía una gran herida en el costado derecho, mientras la otra lloraba por el dolor que sentía en sus brazos llenos de mordeduras y moretones. Tendidas en el suelo, espalda con espalda; ambas lloraban arrepentidas de haber entrado a ese lugar. Abigail por su parte tenía solo su arco inservible y sus dagas destrozadas, algunas heridas menores pero nada importante.
En el grupo de los guerreros las bajas eran mucho mas graves, la mayoría de los Caballeros habían recibido alguna mutilación al menos. Con los muñones sangrantes los bravos se retorcían de dolor en el suelo. Solo uno de ellos, de una corpulencia impresionante tenía solo un par de rasguños.
Schekander por su parte había quedado con las ropas hechas jirones y solo la falda podía usarse. La descomunal arma cayó de sus manos que se hallaban en carne viva... el daño era mucho mayor en el brazo izquierdo, justo su brazo mas fuerte. La carga nerviosa de tendones y músculos esqueléticos en ese brazo estaba al límite. Era consciente de que por un largo tiempo no podría volver a tomar su propia arma con ese brazo.
Diógenes por su parte estaba cubierto de heridas, pero su lanza se mantenía intacta, ese era su orgullo. Las manos le habían quedado también en carne viva y se le hacia difícil mantenerse en pie, todavía estaba aturdido por las explosiones. Aún veía algo borroso, no lo sabía de momento pero las explosiones también alteraron su vista.
Mientras se miraban, una luz blanca les envolvió, llevándoles nuevamente hacia la ciudad de Noria. Todos se miraron sin creerlo, habían sobrevivido a la Plaza del Demonio; pero el precio pagado fue muy grande.
Continuará