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MU Capitulo 31: Icarus

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Capitulo 31: Icarus

Diógenes seguía mirando hacia abajo pero ya no distinguía el hogar de Peleo. Las nubes tapaban su visión del terreno. Abigail seguía ascendiendo, según las indicaciones del Maestro de Almas la entrada a Icarus estaba cerca. Un destello celeste le indicó que allí se encontraba lo que buscaba.

El lancero miró como su compañera aumentaba la velocidad. Le sorprendía que tuviera tantas prisas por entrar a ese mundo. Tuvo que subir la velocidad para no quedarse más atrás. La mujer se detuvo de repente y comenzó a reír de alegría. Diógenes no comprendía nada. Ella se acercó a él y tomándolo del hombro le dijo:

¿Ves? Heh, yo sabía que lo encontraría.

¿A que te refieres?- Preguntó el guerrero mirándole.

A eso. Esta es la entrada el mundo etéreo de Icarus- Le dijo Abigail.

El joven miro hacia el costado, unos pórticos se levantaban ante ellos. Parecían ser de metal, pero por la textura eran nubes. Así y todo se veían imponentes, estos marcaban el inicio de la antigua morada divina.

En tiempos antiguos los dioses habitaban ese lugar. En ese entonces llevaban una existencia pacifica y disipada. Pero con la llegada del demonio regidor Kundum y sus tropas, esto cambió. La mayoría de los dioses huyeron, temían el poder de esa abominación. Solo unos pocos presentaron batalla y junto a ellos sus servidores.

Las dos Órdenes de Caballería más antiguas provienen de este santuario. Por un lado se hallaban los Caballeros Fantasma y por el otro... sus eternos rivales: La Orden del Fénix Oscuro. La última traicionó a sus señores, volviéndose al bando del demonio. Esto ocurrió en plena batalla y por eso los dioses huyeron deshonrosamente. Abandonados por los mismos que tenían que proteger. Así se hallaron de repente los Caballeros Fantasma.

Sin nadie a quien defender más que a si mismos, los guerreros se atuvieron a luchar por sus vidas. Día y noche lucharon contra las hordas de Kundum y los Fénix traidores. Y aun hoy siguen luchando contra estos rivales. De todos los moradores de estos cielos, este tipo de guerreros eran lo peor que podían hallar.

Ambos estaban prevenidos sobre lo que les aguardaba en ese mundo. Además, desde hacia tiempo al lugar llegaban cientos de guerreros. Luchadores dispuestos a luchar para crecer en poder y técnica. Sabían que los rivales que habitaban este lugar eran de los mas difíciles… por eso venían.

Abigail y Diógenes atravesaron el pórtico, avanzaban despacio. Lo hacían en un intento de estudiar y conocer el lugar. Entre las bases de la lucha, el conocer el lugar y su topografía es una condición de ventaja. Pero allí no había más que nubes y vientos. A lo lejos pudieron ver unas figuras brillantes.

Lo que vieron a continuación les resultó conocido. Explosiones en cadena venían hacia ellos. Los primeros guardianes del santuario celeste mostraban sus fauces. Alquamos, criaturas con forma de ave y brillantes tonos azules. La última vez que se vieron con estos enemigos, fue en la Plaza del Demonio.

El recuerdo de ese evento los enervó, ambos aumentaron la velocidad en un vuelo rasante hacia sus enemigos. Diógenes evadió la primera oleada de explosiones y arrojó su lanza con fuerza. La hoja penetró en la aparición que se fue desvaneciendo. Abigail hizo lo propio al tensar las cuerdas de su arco y lanzar esa certera saeta. La cabeza acerada hizo desaparecer al ave.

Se felicitaban unos a otros por haber acabado con sus oponentes. Sin embargo... más de ellos aparecieron. Abigail extrajo mas flechas y sin ceremonias comenzó el ataque. La velocidad con que ejecutó los disparos dejó anonadado al muchacho. No podía quedarse así, como un tonto mirándole pelear. La mano se aferró de nuevo a la lanza, para arrojarse al ataque.

Se apareció sobre un alquamos descargando un lanzazo. Retirar el arma del cuerpo que se desvanecía no era problema. Lo difícil era llegar a tiempo para cubrirse de los ataques que venían hacia él. Y, aunque ahora contaba con la ayuda de sus alas... no se fiaba de la protección que brindaban.

Estaba alerta, al salto de cualquier hostilidad. Con el poder de sus técnicas fueron acabando poco a poco a los enemigos. Sin darse cuenta iban avanzando por esos cielos indómitos. Es por eso, que tal vez no se percataron de que otros enemigos les observaban.

Tras el último alquamos de la zona que caía en sus manos, una risa extraña brotó de repente. El eco metálico tras la voz les puso en guardia, podía ser un Caballero Fantasma. Grande fue la sorpresa de ambos al ver aparecer a ese Dragón embutido en una extraña coraza.

Placas color azul cubrían el cuerpo de la bestia que les observaba a través de sus fieros ojos. De la frente de la criatura sobresalía un cuerno. La fisonomía del monstruo dejó a sus oponentes de una pieza. Jamás habían visto algo parecido.

La llegada de más criaturas del mismo tipo les saco de la ensoñación. Era obvio que no tenían intenciones de charlar. El lancero avanzó rápido como una centella hacia las bestias. Dos golpes cortos y de un salto cayó partiendo a un dragón en dos. Sin embargo, las bestias no se movieron.

Los dos dragones vencidos caían sin fin desde ese cielo. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro del joven. Envanecido en su propio triunfo, apenas pudo oír el grito de cuidado proveniente de su amiga... Las alas reaccionaron a tiempo, cubriéndole de las bolas de fuego.

Abigail disparó otra andanada de flechas, dándole tiempo para escapar. Había sido temerario, pero tonto. Eran demasiados para vencerlos solo con lanza. Además, atacó sin siquiera conocer la forma de ataque del oponente. Descuidado, muy atolondrado.

Tampoco eran tiempos de lamentos o reproches, solo había que luchar. Así que, sin mucho que pensar tuvo que volver al ataque. Debía volverse mas fuerte, mas rápido y agudo para pelear. Esas criaturas tenían poderes que no había visto antes.

La sangre de las bestias brotaba con cada golpe y corte. Una tras otra iban cayendo de ese cielo insondable. El grito de su muerte se prolongaba con la caída hasta volverse imperceptible. Los lamentos de esos caídos retumbaban por todo el cielo de Icarus. Era como si las batallas del pasado volvieran a repetirse una y otra vez. Cada bestia que emergía para luchar, iba destinada a morir a manos de estos guerreros. Sin importar apariencias, solo les quedaba atacar antes que esos dos jóvenes intrusos.

Ambos jóvenes se detuvieron para hacer un alto. Habían estado luchando todo el día sin descansar un instante. Diógenes y Abigail quedaron suspendidos en el aire, mientras conversaban y almorzaban frugalmente. Reían con las ocurrencias de ambos, cosa extraña que rieran.

Tal vez fue ese sonido o el olor a comida fresca lo que le hizo aparecer. La forma de la armadura y la técnica usada lo delataron como lo que era: Un Maestro de almas. El recién llegado se quitó el casco y los saludó cortésmente.

Saludos, bravos guerreros.

¿Quien eres?- Preguntó Diógenes.

¿No sabes quien soy?- Preguntó el mago.

En verdad que no te conocemos- Intervino Abigail.

Soy el alumno numero uno del Mago Peleo. Mi nombre es Baiken, recuérdenlo- Dijo el rubio.

Ah, ya se me olvido ¿cómo era?- Dijo Diógenes.

Maldito Caballero Oscuro. No te hagas el gracioso conmigo- Dijo el hombre adoptando una cara atemorizante.

Soy Abigail y este joven es Diógenes. No es necesario que te enfurezcas, estamos en el mismo bando. Debemos estar unidos, porque somos pocos en este lugar- Dijo la mujer.

Encantado de conocerles, hace mucho que no veía guerreros visitando este mundo. El verles me hace sentir reconfortado- Dijo el mago.

Los dos guerreros se miraron unos a otros. Ahora un nuevo compañero aparecía para ayudarles en la lucha. Sin embargo, su presencia no despedía el mismo poder que la germana. Si bien su magia era poderosa, no era tan imponente como la berserker. Y tampoco mostraba esa potencia que si tenía la magia de Peleo.

En ese sentido, Baiken se mostraba mucho mas centrado. Conociendo sus propias limitaciones actuaba de otra forma. Al contrario del resto, se trataba del tipo de guerrero precavido y astuto. Él no veía nada deshonroso el huir del combate para conservar la vida. Una postura muy diferente a la de sus camaradas. Para alguien como él, no había nada de poético en morir durante una batalla.

Al volver al combate, ambos pudieron comprobar que ese mago no era poca cosa. Con su nivel técnico podía rivalizar con cualquiera. Los dragones quedaban congelados ante los hechizos de hielo que usaba ese joven. También podía usar el escudo de mana, aunque no con la potencia de un Peleo.

Cuando Diógenes o Abigail se veían en aprietos, él los sacaba del apuro. Vientos, rayos o hielo. Estas cosas aparecían siempre en el momento oportuno. A ambos guerreros se les facilitaba el combate.

Pero el mago debía descansar cada tanto, tenía que recuperar su poder mágico. Aunque, sin darse cuenta este se acrecentaba gradualmente. Sin darse cuenta, los tres habían avanzado durante toda una semana por esos cielos. Se había hecho de una forma imperceptible... pero el cielo ahora estaba mucho más oscuro.

Evidentemente, estaban adentrándose en dominios de otro tipo de criaturas. Los rayos iluminaban el firmamento. Las nubes se volvían cada vez más opresivas y amenazantes, el lugar les daba mala espina. Un lúgubre lamento parecía oírse en el viento que corría por ese lugar.

El trío avanzaba aprisa, pero de repente una silueta salió de entre las nubes. La figura vestida de negro los observaba en silencio. Dos pares de alas negras le sostenían en el aire. Iridiscencias violáceas salían de la armadura y las alas. La corpulencia de la aparición dejaba las claras de que no se trataba de algo ordinario.

La figura levantó un brazo y silenciosamente desenvainó. Una espada Espíritu emergió poderosa, quedando empuñada por una sola de sus manos. Tal demostración de fuerza dejó asombrado a los guerreros. Todos sabían que esa Espada se sostenía a dos manos, sin importar lo fuerte que fuera el usuario.

Ese guerrero la sostenía a una sola mano y sin siquiera titubear. La hoja no se movía ni un milímetro. El oscuro realizó un saludo con su espada y sin perder la guardia habló:

¿Quiénes sois? ¿Por qué osáis irrumpir en nuestros dominios?

Yo soy Diógenes, ella es Abigail y el es Baiken. Venimos a volvernos más fuertes- Respondió el muchacho.

¿A que orden perteneces, muchacho?- Preguntó el Oscuro guerrero.

Pertenezco a la Orden de los Caballeros Oscuros- Respondió Diógenes.

¿Y tu, muchacha?- Le preguntó a Abigail.

Los arqueros no tenemos una Orden que nos aglutine. Vengo de las tierras de Noria- Respondió la blonda.

¿Y tu, jovenzuelo?- Inquiriole a Baiken.

Pertenezco a la Orden de los Maestros de Almas- Respondió el mago.

El guerrero dejó salir de su cuerpo una energía espiritual abrumadora. Alzó la espada unos instantes y gritó ciego de ira:

MORIREIS, MALDITAS BASURAS.

Diógenes solo se lanzó al encuentro de ese guerrero enfurecido. La lanza detuvo el golpe antes de que fuera completado. El guerrero observó al muchacho mientras detenía su puntapié con la palma de su mano libre. Sin saberlo, estaba enfrentando a un Caballero Fantasma.

Continuará…

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