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MU Capitulo 51: Caceria

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Capitulo 51: Cacería

Hey, ¿Es aquí donde están todos esos idiotas juntos?- Dijo el encapuchado.

¿Y yo que se?- Le respondió el otro.

¿Sabrán que los nueve más fuertes vienen a por ellos?- Volvió a preguntar el otro, preocupado.

Heh, los nueve mas fuertes. Esa manga de debiluchos, deberíamos avisarles a esos tontos que ya están por llegar- Dijo el otro encapuchado mientras observaba un poco el cielo.

Si ¿los haces tu o lo hago yo?- Le dijo el sujeto.

Te cedo el honor, amiga- Dijo el encapuchado mientras le hacia una reverencia.

Gracias- Dijo la mujer encapotada.

La figura encapuchada se movió mientras hacia girar su lanza por encima de su cabeza y golpeaba la montaña. El poder impreso en ese golpe hizo temblar por completo el lugar. El sonido del temblor hizo que los guerreros salieran del escondite. Para cuando lo hicieron las dos figuras ya no estaban allí.

Dos guerreros embrazando sus espadas salieron afuera. Pudieron percibir como la tierra temblaba y alertando al resto todos salieron del lugar. Cuando estuvieron fuera, pudieron descubrir otro sonido acercándose. Cada vez más claro y fuerte, eran los sonidos de esas huestes que venían a por ellos.

Los líderes de clan no se esperaban eso. Ahora no solo tenían que luchar contra esos soldados, también deberían vencer a sus jefes. La única orden que podían dar se dio: retirada. Los clanes se dividieron para hacerles más difícil la búsqueda.

De entre todos esos guerreros solo cuatro se dirigieron hacia delante. Ellos saldrían a cazar también, pero a sus enemigos. Habían llegado lejos y no retrocederían, aunque el mar se levantase contra ellos. Sonrieron los cuatro al ver como las montañas se erizaban y ennegrecían. Las tropas ya habían llegado, la cacería comenzaba.

Bien, entonces ya solo nos queda aplastarlos a todos- Dijo Schekander con sorna.

Si, aunque puedo sentir que no todos ellos son débiles- Dijo Abigail preocupada.

Al menos cinco de entre toda esa multitud- Observó Baiken.

Son diferentes al resto, creo que esta vez estamos en problemas- Dijo Diógenes mientras sonreía.

Heh, menos charla, vamos a por ellos- Dijo Schekander mientras avanzaba,

Los cuatro guerreros fueron envueltos en escudos de mana. Baiken no dijo nada, solo comenzó a ponerse la armadura. Diógenes, Schekander y Abigail habían aprovechado el tiempo en la guarida para hacerlo. El báculo Kundum por fin dejo la espalda del Maestro de Almas y volvió a sus manos.

Baiken esta vez pelearía totalmente en serio. Lo mismo que sus compañeros, ahora no podían volverse atrás. Comenzaron a correr hacia esas tropas que bajaban la ladera de la montaña. No importaba si eran muchísimos mas, lo crucial era que no podían tocarles a ellos.

Baiken dejó salir a sus espíritus malignos que esta vez se esparcieron por toda la cadena montañosa. Las apariciones envolvían a los soldados que eran despedazados. Se movían contra su voluntad mientras agonizaban en un mar de sufrimientos. Era como si ya no sirviesen mas que para cadáveres.

Abigail saltó mientras en su arco tensaba tres flechas. Las saetas salieron disparadas al unísono. Sin embargo, tres rayos detuvieron sus saetas. Al mirar hacia arriba, pudo ver que una elfo de cabellos blancos como la nieve le observaba. El rostro aperlado y oval parecía iluminarse con esos vivaces ojos verdes. La armadura viento que llevaba puesta le hacia parecer aún mas asombrosa.

Las miradas se cruzaron en ese mar de bestias y ya solo pudieron atacar. Abigail desplegó sus alas y se lanzó al ataque. Tensando su arco comenzó a dispararle a la elfo que evadía las saetas mientras corría por las laderas. De un salto Isis giró su cuerpo mientras tensaba ese arco Tigre y dejaba salir las flechas.

Las saetas pasaron cerca la una de la otra, mientras esas dos evadían los ataques. Y volvían a apuntar. Varios soldados resultaron heridos por las flechas que aún sin dar en sus blancos originales… seguían siendo mortales.

Schekander y Diógenes avanzaban por entre esos guerreros abriéndolos y partiéndolos en pedazos. La sangre que los salpicaba no podía detenerles. Sin embargo, un hacha enorme detuvo a la germana. El lancero evadió el ataque quedando a espaldas del atacante.

El gigante sonrió al ver la situación en que se hallaba, al menos sería interesante. Miró por unos momentos a la germana que detenía su hacha con el filo de su espada. Si, esa tenía que ser la mocosa de la que había hablado Hemiel. No parecía la gran cosa, al menos a primera vista.

Pero le sorprendió la fuerza con que rechazó la pesada hoja de su hacha. Esa espada no era poca cosa. Y la velocidad con que le devolvió la cortesía esa mujer, tampoco era para desmerecer. El gigante barbudo se sonrió, mientras hablaba:

HA, veamos que es lo que tienes pequeña.

¿Quien eres tú?- Preguntó Schekander.

Tu verdugo, cariño. Tu verdugo- Dijo el barbudo sonriendo.

La vanidad guárdatela para cuando me venzas- Respondió ella, ofuscada.

Pff, adelante- Dijo él, con gesto altivo.

Diógenes se dio la vuelta para atacar la espalda de ese gigante. Pero a sus espaldas pudo sentir una mirada sobrecogedora. Giró a mirar muy lentamente, sentía como si en cualquier momento su cabeza iba a salir volando. Allí en la cumbre de la montaña podía ver a esa figura que le clavaba la mirada.

Evadió de nuevo las oleadas de atacantes a los que abatió con facilidad. Reanudó la marcha hacia donde se hallaba esa figura. Tenía que conocer a ese guerrero, algo le empujaba a hacerlo. Tal vez así podría descubrir sus limites, como fuera… si no lo hacia nunca podría saberlo.

De a poco seguía ascendiendo, mientras evitaba y atacaba rivales. El lancero llegaba por fin hasta donde se encontraba su observador. Ahí sobre la cumbre la figura se fue haciendo mas definida. Podía ver esa armadura complicada y exquisita cubriendo el cuerpo de ese guerrero. El casco tenia una forma muy extraña y en donde debería estar la cara… solo podía ver una horrenda mascara.

Sintió miedo, tanto como hacia tiempo no sentía. Estar frente a ese guerrero era como encontrarse parado ante un monstruo. El silencio que se cernió entre ambos parecía prevalecer ante los sonidos del campo de batalla. La respiración de ambos guerreros era perceptible.

La mano del guerrero se levantó despacio para no incitar violencias. Diógenes le observaba como presa de un embrujo. Un sonido lo sacó de ese trance por unos segundos. Las trabas de la mascara fueron soltadas y lentamente la faz de su adversario apareció.

Es un honor conocerle- Dijo una bella mujer.

¿Quien eres?- Preguntó Diógenes extrañado.

Soy vuestro último rival. Me acongoja decirlo, pero vuestra merced morirá bajo el filo de mi arma- Respondió ella con su mirada triste.

No puedo morir bajo la mano de nadie. Mi única meta es matar a Kundum. Solo así lograré superar a ese sujeto- Dijo el lancero con fervor.

Vuestros sueños terminan aquí, joven- Le dijo la mujer cerrando los ojos por un instante.

Diógenes se quedó mirando a esa mujer que le hablaba con tanta cortesía. Sin embargo, aunque cortés, sus palabras eran frías y cortantes. Los ojos negros le miraban con una profundidad insondable. Como si fuera el fondo de un abismo. El temor que le producía era muy diferente al que sentía con Asura. Además, ella no había mostrado una sola traza de sed de sangre.

El lancero hizo el primer movimiento de ataque, sin embargo la mujer solo le sonrió… era evidente su ataque. Ante ese rival era como un niño jugando a la guerra, así se sentía ese curtido hombre de guerra. Itagi dio un paso hacia él mientras este hombre retrocedía. La mascara volvió a su lugar, mientras la misma voz que había oído antes le preguntaba:

¿Comenzamos?

En el centro de la tormenta el Maestro de Almas también veía llegar a sus rivales. Los dos hermanos gemelos se divertían evadiendo el hechizo. Se movían muy rápido, casi como si fueran una brisa que no podía ser cortada o alcanzada. Esos dos cuerpos parecían desvanecerse en una suerte de danza.

Las armaduras que portaban esos guerreros eran muy extrañas. Jamás había visto algo parecido antes. Por el estilo y las formas ni siquiera podía adivinar a que raza pertenecían. Un viento fuerte le conmovió, sus ojos si pudieron captarlo. No había sido un viento, eso fue el puño de uno de los gemelos.

Los dos se sonrieron al ver como ese Maestro de Almas se detenía. Castor y Pólux chocaron sus palmas como si hubieran triunfado. Baiken veía nublado, era como si ese simple golpe fuera suficiente para él. Se enfureció por su propia debilidad, un solo ataque y ya se conmovía. Era patético como guerrero.

Las huestes siguieron adelante, había más victimas a las que atrapar. Aunque les extrañaba mucho el hecho de que huyeran. ¿Sería posible que ya supieran de antemano sobre su ataque nocturno? No era probable, solo los nueve sabían de este plan. Tal vez se filtró información, después de todo… en toda organización hay traidores.

Las tropas corrían por las pendientes rastreando a sus enemigos. Igualmente, no había muchas rutas de escape. Lo único que había hacia allí era un mar oscuro y muy peligroso como para ser navegado. Aunque corrieran, quedarían encerrados como ratas con el océano como pared.

Los clanes intervinientes pararon en la costa. La orden de sus líderes fue clara, a desenvainar las armas. Los combatientes se encomendaron a sus dioses y ya solo esperaron. No tardaron mucho en ver como esas huestes venían a tomar sus vidas. La tierra temblaba por la multitud que corría. Los gritos ensordecedores apenas les permitían oír las órdenes.

Los cinco líderes se pararon frente a sus tropas. Uno de los Maestros de Almas creó una esfera de luz. La orden que se oyó fue que todos cerrasen los ojos. El mago lanzó la esfera que estalló como un astro. Una luz intensa inundó el lugar, cegando a los oponentes. Así, los flecheros atacaron con sus arcos mientras los guerreros de a pie se lanzaban a destazar a otros. Solo en un instante dieron vuelta las tablas de la jugada. Las presas se volvían cazadores.

Ante una situación así, el estar tan cerca de la muerte hace que el valor surja. Aún los más cobardes embrazaban sus armas con fuerza y combatían. Sin darse cuenta, ellos también estaban escribiendo sus propias páginas de leyenda. Un puñado de valientes abatía a un mar de rivales.

Los líderes de clan se batían contra múltiples adversarios. Esta vez no podían quedarse a planear nada. Ahora estaban igualados con sus propios camaradas. Aunque esas hojas y picas los alcanzaban por ser los mas expuestos… no les importaba, tenían que mantener el espíritu por sus súbditos.

Al ver a los dragones surgir en el cielo, esos hombres parecieron desfallecer. Las bestias habían sido controladas por el influjo de Kundum y ahora solo obedecían a los generales. Eran tristes marionetas utilizadas contra su voluntad. Los monstruos alados atacaron con sus alientos calcinantes.

Afortunadamente los Magos reaccionaron a tiempo con sus hechizos de Escudo de Mana. Las flamas fueron rechazadas y cayeron sobre los soldados que eran carbonizados. Pasaban a ser piras ardientes que gemían en agonía. Las manos y garras intentaban traspasar ese escudo místico. Pero todo era en vano, no tenían tal fuerza.

A lo lejos, parados entre las sombras de la montaña mas alta. Ahí, en la cumbre de ese sitio de infierno los dos encapuchados observaban. Ellos también eran actores intervinientes, aunque fuera en forma encubierta. Era más divertido hacerlo así, al menos podían ver como esos jóvenes crecían.

Ambos se abstenían de involucrarse directamente. De hacerlo, solo perjudicarían a esos jóvenes. Si esos pequeños no podían mejorar, entonces las esperanzas que pusieron en ellos… Como fuera, en caso de que fallaran. Solo el ese caso intervendrían para salvarlos, aunque la interrogante era: ¿Tendrían el poder para hacerlo?

Ya podemos dejar de contenernos un poco- Habló uno mientras se sentaba.

No, todavía no. Ellos podrían percatarse de que estamos aquí- Dijo el que seguía parado.

Bueno, en mi caso ya lo saben. En Davias hice un pacto con el "pequeño" Diógenes- Dijo el encapuchado riendo.

Heh, le diste el Zafiro de Ishkar como amuleto. Bien pensado, al menos tú tienes una excusa- Dijo el que continuaba parado.

¿Y tu no?- Le dijo el que se hallaba sentado.

Yo no soy un guerrero, lo sabes- Dijo el otro mientras le daba la espalda.

Tsssk, el asesino más poderoso del continente. Lo había olvidado por un momento- Dijo el encapuchado que miraba hacia el horizonte.

Heh, no digas mas bobadas, mujer. Ahora, dejemos que nos muestren hasta donde pueden llegar- Dijo el otro mientras observaba desde ahí la batalla.

Las nubes se movían pesadas como si fueran un rebaño de cabras cansadas. Los dos miraron al cielo, mientras pensaban en lo que vendría mas adelante.

Continuará…

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