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MU Capitulo 5: Hacia Davias

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Capitulo 5: Hacia Davias

 

Al día siguiente, la dama le anunció la buena nueva a su alumno:

Iremos a Davias en busca de nuevos oponentes para ti.

¿Davias?- Preguntó él.

Es la región helada, en el extremo norte del continente. Los monstruos de esa zona son mas fuertes que los de estas tierras. Tendrás que esforzarte al máximo Diógenes.- Le informó Abigail.

Unos minutos después la arquero le daba un Uniria para montar, ese sería le medio de transporte que utilizarían para ir a las heladas tierras de Davias. Cruzaron las tierras de Lorencia sin contratiempos, sus monturas eran bravías y sus jinetes eran aún mas indómitos. Estas criaturas con forma de pájaro corredor y protegidas por un grueso y resistente blindaje eran el medio de transporte más eficaz de la región y por esta razón eran criados en casi todos los países.

Al pasar a Davias, el contraste que se produjo impresionó al muchacho... de repente de un cielo nebuloso y una tierra oscura pasaba a un lugar totalmente blanco de nieve. El cambio era radical, solo se sentía un vacío de tristeza y melancolía en esas tierras. Se detuvieron fuera de una taberna, a atar sus monturas. Una chica de cabellos negros y curvas generosas los recibió con el hielo de su mirada, los extraños se sentaron en una mesa cerca de la hoguera. Diógenes trajo los tragos de hidromiel para ambos y se sentó frente a su Abigail.

La rubia sonrió asombrada al verle con esas bebidas, el licor de miel es muy fuerte para los que no están acostumbrados a él. El muchacho le alcanzó una de las jarras y sin ceremonias se mandó un buen trago. La cabeza comenzó a darle vueltas mientras se ponía pálido y se agarraba de la mesa por el mareo. Ella reía mientras con su puño golpeaba la mesa.

Eres un idiota integral, querido Diógenes. Dijo ella entre risas.

Aaaagh gueq gussshtoooo, aaah se muu mueveeeee. Decía el joven en estado de ebriedad.

Ante esta sarta de vocablos inteligibles la fémina estalló en risas mientras salpicaba hidromiel por todos lados. El barman les miraba con interés, ya era raro ver personas que se mostraran abiertas y felices por esas latitudes. La mayoría se volvían flemáticos e inexpresivos por la dureza del clima y la depresión que llegaba ante tanta nieve interminable.

Cuando el joven se recuperó ambos salieron hacía su nuevo lugar de entrenamiento. Ella habló con una mujer de cabellos plateados y esta le facilitó unas llaves de una cabaña algo alejada. Ese sería el lugar en el que podrían dejar sus pertenencias y pasaría a convertirse en su base de operaciones. Una hora de viaje a lomo de uniria y llegaron por fin a destino. Atravesaron varios peligros, Diógenes apenas podía creer lo diferente que eran estos seres a los de su Lorencia natal.

Dejaron sus pertrechos en la cabaña y mientras Abigail se iba a pulir y tensar su arco nuestro amigo Diógenes salía a buscar leña para encender una fogata. Caminando por la nieve recogía los pedazos de troncos y las ramas para secarlas. Una risa se oyó cerca de donde se hallaba... era de un tono femenino pero se notaba algo de insana en ella. El muchacho se detuvo y se escondió tras un árbol, pasó un yeti horrible balanceando sus enormes brazos pero ese no era el ser del que provino la risa.

Un viento frío lo recorrió por entero y cuando se dio vuelta pudo ver a una mujer de vestido blanco que levitaba. Esta le lanzó un hechizo de onda de choque que el muchacho recibió con su carga. Él estaba aturdido y un poco de sangre brotaba de su cabeza. Con horror vio como la criatura volvía a lanzar el mismo hechizo.

Se arrojó hacia un lado evitando lo peor del ataque, desenvainó su arma mientras se metía entre los árboles. La reina de las nieves lo siguió mientras congelaba todo a su paso... el muchacho se escondió mientras preparaba su ataque. Tomó unas piedras que ató con unas raíces y las arrojó por encima de la reina que al ver el objeto lanzó su poder. Ese fue el momento justo para que el muchacho cayera sobre ella con toda la fuerza de la que era capaz.

El corte dio de lleno, cortando la diadema de su corona. Al dar en su punto débil la aparición comenzó a desaparecer en un grito desgarrador. Diógenes se sonrió al saberse vencedor, pero al mirar su espada corta el rostro se le demudó. El arma estaba completamente destrozada, ahora no era mas que un pedazo de metal inservible.

Volvió tomar su carga y lentamente volvió a la cabaña, estaba muy nervioso... no sabía que decirle a su rubia maestra. Esta le estaba aguardando en la puerta del lugar, no quiso mirarla a la cara pero ella le obligó. La sonrisa de ella fue de satisfacción, luego de oír la historia del muchacho le felicitó por su hazaña. Había podido vencer a uno de los monstruos mas fuertes de esa región sin saberlo. Era cierto que su espada se había roto, pero pronto podrían conseguir una nueva.

Abigail se dirigió al baño mientras dejaba solo a su pupilo, este si bien deseaba mirar no se animaba a hacerlo. La oyó empezar a canturrear una vieja canción... la rubia se quitó el abrigado vestido que ceñía mientras inspeccionaba su pelo. Con un suspiro se metió al agua tibia de la tina para sumergirse y empezar a enjabonarse.

Un rato después al salir del cuarto de baño halló a Diógenes dormido sobre la mesa. Este parecía sobresaltarse en algún sueño de batallas pasadas o futuras. Ella comprendía muy bien, también rememoraba sus luchas. Era algo que la mayoría de los guerreros sufría luego de pelear tanto tiempo siendo tan jóvenes en su mayoría. En el hogar un fuego crepitaba con fuerza mientras sus llamas doradas y rojas danzaban en arabescos.

Abigail se sentó frente al fuego y con unas ropas livianas de lino se disponía a revisar las flechas de su carcaj. Era preciso hacerlo, debían hallarse en las mejores condiciones tanto la madera de la saeta como las cerdas que le permitían tomarla para lanzarla. Sus ojos parecían cambiar a la luz de las llamas, por un momento dejó su tarea; recreándose con las llamas.

Diógenes despertó y la halló dándole la espalda ahí sentada frente al hogar. Las ropas de lino se adaptaban muy bien a la anatomía de ella. El muchacho se levantó de la mesa y se sentó junto a su maestra. No entendía nada sobre ese divertimento tan extraño a su parecer. Ella sin mirarle habló:

Estas llamas me recuerdan mi vida, nuestra vida es como un fuego que tarda en prender pero cuando lo hace se vuelve realmente hermoso. Pero como todo lo bello, cuando le llega la hora de apagarse ya no hay vuelta atrás. Algunos antiguos dicen que dentro de nuestros cuerpos hay un fuego que nace junto a nosotros y que solo muere cuando nuestra vida se acaba.

Es triste de lo que hablas, cuando nos llegue el momento será mejor no darnos cuenta- Le dijo Diógenes mientras le tomaba la cara con delicadeza.

Si, mejor dejo de pensar en cosas tan tristes- Dijo ella mientras sonreía.

Ahora mismo te ves bellísima con esta ropa- Dijo él mirándola a los ojos.

Hahaha, tú siempre te las arreglas para hacerme reír. Alguien como yo no puede ser amado por nadie- Dijo ella mientras le miraba con un dejo de tristeza.

Pero ¿Por que?- Preguntó él casi a punto de llorar.

Mis manos se hallan manchadas de sangre de otros hombres y mujeres. Sé que era mi deber en ese momento pero eran iguales a mí. A veces creo que soy mas un arma que una persona, no quiero ser fría... pero es lo único que me mantiene viva durante el combate- Dijo ella.

De veras no comprendo- Dijo el muchacho.

Lo entenderás cuando avances en tu formación como guerrero. Tu aún no te enfrentas a otros como tu. Pero cuando te ocurra, comprenderás de qué te hablo- Le dijo ella mientras le pasaba el brazo por el cuello.

Ante ese gesto sorpresivo el muchacho no supo que hacer. Era la primera vez que estaba así con una chica, tenía la cara de ella muy cerca de la suya. Ella lo miraba fijamente... Diógenes transpiraba de los nervios y temblaba como una hoja. Su corazón se le había subido casi hasta la boca y su estomago parecía tener cosquilleos.

Podía sentir el aliento de ella sobre la cara de él, cuando cerró los ojos Abigail se paró y tomó su arco mientras comenzaba a reír a carcajadas. Nuevamente, la rubia le había gastado una broma pesada a su inocente pupilo. Le divertía el nerviosismo que le producía a su discípulo ese tipo de situaciones comprometidas en las que ella se veía involucrada. Pero interiormente sentía que no debía involucrarse mucho con él, los guerreros podían perecer en cualquier momento de sus vidas. La de ellos, era una vida de incertidumbre.

Con los primeros rayos del alba Diógenes salió a hurtadillas de la cabaña, quería conseguir un arma por sus propios medios. La forma mas sencilla era tomar una de los monstruos que matara, pero no tenía con que matarles. A medio camino se percató de ello, cuando quiso volver de vuelta un asesino de vestimenta negra surgió de repente de entre la nieve. Lo siguiente que vio fue un destello de acero que lo mandó de vuelta a la ciudad Davias.

Hey muchacho, ¿te encuentras bien?- Le preguntaba una voz varonil.

Eh...si, solo sentí un corte rápido que me mandó hasta este lugar- Explicó el muchacho.

Ahaha, te has topado con un asesino. Esos monstruos son bastante peligrosos, sobretodo porque surgen de repente- Dijo el hombre fornido.

¿Y tu quien eres?- Preguntó Diógenes

Mi nombre es Gunther, soy un luchador que busca nuevas técnicas para aprender- Dijo el hombre con convicción.

Yo soy Diógenes, un aprendiz de caballero- Dijo él con sencillez.

!Oh¡ ¿Entrenas para convertirte en un Caballero Oscuro? He visto a muchos como tu, comienzan matando y maldiciendo y mueren rápido en un charco de su propia sangre- Dijo el hombre sonriendo.

Bueno, me apena por ellos pero yo no voy a pasar por lo mismo- Dijo el aprendiz.

Ahahahaha, buena actitud muchacho. En mi caso, al no pertenecer a una familia noble no puedo llevar armas a menos que me convierta en escudero. Pero como soy rebelde prefiero trazar mi propio camino- Le dijo Gunther.

Bien, es bueno saberlo. Ahora estoy buscando una espada ya que la que poseía se me rompió en mi último combate- Dijo el muchacho.

Yo no uso armas, solo me basto con mi cuerpo para derrotar a mis oponentes- Dijo el hombre con orgullo.

Es interesante, ¿podrías mostrarme?- Preguntó Diógenes.

Claro, con gusto amigo- Dijo el hombre mientras lo acompañaba a la salida este de la ciudad.

Los dos salieron a la blanca tundra, un gusano blanco apareció babeando mientras abría sus fauces para atacar. Gunther se lanzó a la carrera sobre el monstruo mientras lo atacaba a puñetazos. Pero este parecía no sentirse afectado por los golpes. Cuando el gusano le atacó el peleador ya no estaba allí, una violenta patada arrastró al monstruo unos metros en la nieve.

La criatura se lanzó de vuelta sobre su victima pero este le golpeó de lleno con su palma, como consecuencia el gusano cayó muerto sobre la nieve. Era sorprendente que alguien pudiera vencer a criaturas como esa solo con sus puños. El sujeto se dio vuelta sonriendo, un asesino surgió de repente y atacó... fue un segundo en que el peleador reaccionó. La espada y el puñetazo se cruzaron en un instante, el asesino cayó para no levantarse más mientras el hombre se tomaba el costado en el que había sido alcanzado.

Una voz conocida le habló a sus espaldas:

Acá estabas, Diógenes. Te he estado buscando por todos lados.

! Maestra¡ disculpe el percance... había salido a buscar una nueva espada- Dijo Diógenes.

Apareciste aquí porque un asesino te derrotó. Fuiste tonto al salir sin un arma para combatir cualquier amenaza. Ven conmigo, hay alguien que quiero que conozcas- Le dijo Abigail.

¿Tu maestro es una mujer? Oh... esto si que es antológico- Dijo Gunther.

¿Y quién te crees tu para decir algo así?- Dijo la mujer mirándole desafiante.

Soy un peleador, mi nombre es Gunther. ¿Tienes algún problema, niña?- Dijo el hombre buscando pleito.

Mi nombre es Abigail, creo que debo ponerte en tu lugar- Dijo la mujer mientras salía hacia fuera.

El peleador atacó a la muchacha que evadía los ataques con facilidad. Pero no vio ese rodillazo que llegó con fuerza a su abdomen. El golpe la dobló, la fuerza que le imprimía a sus ataques era tremenda. Sin embargo ella pudo saltar hacia atrás y sacando una flecha la lanzó desde esa postura. La saeta dio de lleno en el pecho del peleador que cayó al suelo desvaneciéndose.

No tardó en volver a aparecer, estaba enojado, se notaba en la forma de caminar y en su mirada. Pero también sabía, mas allá de su enojo que no podría derrotar a esa dama. Ella manejaba las distancias de una forma muy eficiente, no podía ser vencida tan fácilmente. Pasaría lo mismo con cualquier guerrero de combate cuerpo a cuerpo. Abigail entró de nuevo a la ciudad y le dijo a Diógenes:

Sígueme, una amiga nos espera.

Te sigo, nos vemos amigo Gunther- Dijo el muchacho mientras se despedía del hombre.

Unos metros mas adelante ella dobló en una calleja junto a su pupilo. Entraron en un enorme y espacioso salón. Allí había toda clase de armas, una mujer de cabellos grises y mirada de cielo los recibió. Esta dama les mostró todas las armas que tenía en venta. Abigail dejó a su pupilo elegir el arma que quisiera, este recorrió el armero mirando los sobrios instrumentos.

Se detuvo ante una lanza de filo chato con un dragón en su empuñadura. El arma le llamó poderosamente la atención. Extendió su mano hacia el arma y con satisfacción les dijo a las dos:

Este es el arma que elijo para mí.

Buena elección Diógenes, un arma de larga y media distancia. El único problema es que tendrás que volverte muy fuerte par usarla- Le dijo la mujer mientras sacaba el arma del atril y se la arrojaba.

El arma cayó sobre el muchacho que casi queda aplastado por el peso de esta. A primera vista parecía fácil de manejar pero una vez entre sus manos la realidad probaba ser otra. Abigail tomó el arma del joven con ambas manos. En verdad era pesada aún para ella, sin embargo no podía mostrar debilidad ante su alumno y por eso no mostró su flaqueza.

Ya con la lanza las ganas de pelear del joven aumentaban, sin embargo debió contener su ansiedad ya que antes debía aprender a manipularla. Fue como arrancar de nuevo, ya que los movimientos variaban bastante de acuerdo al instrumento. Los días pasaron junto con los duros entrenamientos a los que Abigail sometía al muchacho. La nieve y las bestias de la región fueron testigos del crecimiento del joven. Diógenes maduraba con cada día, volviéndose mejor a cada paso.

Su maestra estaba encantada con el joven que luego de tres meses de entrenamientos ya podía utilizar esa lanza con una gran destreza. Ya no le presentaban ningún problema los monstruos de la región, su pelo había crecido bastante y ahora lo llevaba atado en una cola. No solo se sentía mas fuerte, el cambio era evidente al poder usar su arma con una mano. Abigail en secreto se había entrenado también, sentía que tenía que superarse ella también, la visión de ese asesino en Lorencia la convencía cada vez mas de ello.

Una noche de las tantas en la cabaña, Abigail se apareció ante el muchacho con una gran sonrisa. Este la miraba sin comprender y no fue hasta que ella le mostró un pequeño mapa, allí, dibujada torpemente se hallaban las coordenadas exactas de la entrada a la Torre Perdida.

Continuará...

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