Capitulo 35: Arusa, el ayudante
Peleo estaba cansado, había pasado horas intentando dar forma al lingote. Este acero que tomó de la espada de Schekander. Pero aunque golpeaba el acero, no conseguía ablandarlo. Necesitaba fuerza, mas de la que el poseía. Ya estaba pensando en pedírselo a la germana.
Sacudió la cabeza en forma reprobatoria, esa mujer no podía mover su brazo. Además, ella no estaba familiarizada con la herrería. Tenia que salir a tomar un poco de aire, estaba embotándose. Quitose los guantes de cuero gastados y quemados por el trabajo.
Abrió la puerta del taller y salio fuera. El día estaba en sus horas culminantes, lo podía saber por la cantidad de luz en el ambiente. Unos gritos llamaron su atención, Schekander seguía intentando atrapar a esa escurridiza Diamante.
Peleo rió con la imagen que daban esas dos. En verdad le hacia bien disiparse un poco, luego de tantos dolores de cabeza. Una figura en la que hasta entonces no había reparado observaba también. Sentado contra la pared del taller una figura encapuchada miraba el entrenamiento.
Los ojos brillantes de furia hablaron por si solos: Se trataba del Psicópata Itinerante, Asura. El Maestro del Almas suspiro y luego de mirarlo unos instantes habló:
Eres justo la persona que necesitaba, amigo.
¿Qué ocurre?- Preguntó la figura.
Estoy confeccionando una espada para la mujer de allí abajo. Pero, para serte sincero; no logro doblegar el acero que forma la hoja. Sé muy bien que de lograrlo saldrá un arma poderosísima. Sin embargo, aún no se si darle tanto poder a esta mujer... Ella tiene un símbolo maldito en su espalda. Si ella se volviera un enemigo, sería terrible- Comentó el Mago.
Amigo mío, no importa el poder que les otorgues a estos chiquillos. Yo siempre les estoy vigilando- Dijo el encapuchado.
Heh, lo se. A propósito... ¿ya has terminado esa técnica de la que me hablaste?- Preguntó el Maestro de Almas.
Si, aunque no consigo dominar por completo el poder. Puedo decirte con certeza que ese mal nacido caerá por mi mano. Pero... antes quiero ver que tan lejos llegaran estos crios- Dijo el guerrero con sorna.
Siempre duro con los nuevos- Dijo Peleo con una sonrisa.
Bueno, vamos a comenzar con esa espada. Que en magia puedes ser el más poderoso. Pero en fuerza... te falta muchísimo- Dijo socarrón el encapuchado.
Bien, no tienes porque agredir- Se quejó el Albino.
El encapuchado se paró y siguió al mago dentro del taller. La capa cayó al suelo, la armadura negra y roja lo mismo que el cabello denotaban el origen del visitante. Si, el Gladiador se quitaba también las protecciones superiores. No tanto por incomodidad, sino por el calor sofocante que reinaba en ese lugar.
Peleo se concentraba en ir preparando el fuego en la fragua. Tenía deseos de comenzar a crear. El físico musculado y fibroso del Gladiador quedó al descubierto. Gruesas venas recorrían los brazos surcados de cicatrices. El pecho lleno de vello y heridas cosidas o cicatrizadas dejaba constancia de la dureza de su vida.
La barba y los bigotes habían crecido sin control en todo ese tiempo. Asura se puso las vendas y mientras caminaba iba buscando el martillo adecuado. Sí, el Psicópata también conocía de herrería. Al ser un asesino buscado por el Imperio, no podía arriesgarse a quedarse sin arma. Por esa razón, los asesinos siempre reparaban su propio equipo.
La mano bruta se engarfó como una garra en el mango del martillo más grande. Un movimiento de muñeca y el mazo quedó listo para comenzar su labor. El fuego ardía con fuerza en la fragua. La maza cayó con fuerza sobre el lingote de acero. Asura evaluó los cambios.
Peleo no necesitó mirarlo, aumentó la temperatura de la flama. El Gladiador volvió a levantar el martillo, esta vez incrementaría la fuerza. Un nuevo mazazo hizo conmover la fragua al completo. Esta vez, el efecto fue el deseado. Una mueca de satisfacción se apareció en el rostro barbudo del guerrero.
Lo siguiente fue volver a golpear esa pieza de acero. Los martillazos se fueron sucediendo una y otra vez. Cuando el acero golpeaba el metal, las chispas brotaban como flores de fuego. Las chispas y las flamas iluminaban a esos dos que parecían hermanos de Hefestos.
Cada mil golpes, el Maestro de almas daba vuelta esa lámina. Los golpes moldeaban el otro lado de la futura hoja. Luego, Peleo tomaba unas pinzas y con ellas doblaba el lingote. Asura esperaba mientras se intentaba secar la transpiración. Pero, ni bien estaba la hoja plegada los golpes volvían a caer sobre ese acero.
El proceso se repitió durante una infinidad de veces, aunque el mago llego a computar unas tres mil veces. Para cuando dejaron la hoja, fue como salir de un trance. Los dos se miraron de una forma estupida, desconcertados. Estaban cansados y ojerosos, cuando salieron de la fragua Asura se detuvo. ¿Cómo explicarían a esas mujeres su repentina aparición?
Peleo sonrió mientras comenzaba a hablar:
Para empezar, mejor te afeitas. Ya pareces una bestia más que un hombre.
Ey- Se quejó el guerrero.
Y luego te vistes, que ya te creerán un exhibicionista- Volvió a golpear Peleo.
EY- Se enojaba el Gladiador.
Cuando salgamos te presentare como mi nuevo aprendiz. Tu nombre será Arusa- Dijo el mago luego de meditarlo largamente.
¿Por qué un nombre tan feo?- Inquirió Asura.
Porque a mi me da la gana- Respondió el mago.
Siempre tan humilde, maldito canoso- Dijo el guerrero con desidia.
Y tu sigues igual de renegado, maniquí musculoso- Le retruco el mago mientras se enfurecía.
Bien, después de todo siempre se te ocurren buenos planes. Haré lo que me dices- Dijo el Gladiador riendo.
El Gladiador se acercó a un espejo y con maestría rasuró prolijamente su rostro. De nuevo parecía ser la cara que recordaba. Aunque por un momento parecía mas joven esa mirada de odio le volvía a convencer. Peleo lo miró y sonrió aprobando el cambio, luego dándole una palmada en la espalda le dijo:
Vamos.
El Maestro de almas acompañó al Gladiador que tragaba saliva. Este se comenzaba a sentir incomodo. La razón era sencilla, en años no había tenido más compañía que su espada. Tal vez hasta le costara hablar con otros, no lo sabía pero lo temía. Peleo le empujó mientras abría la puerta.
Cuando la vista volvió a acostumbrarse al sol... les vieron ahí, a punto de abrir la puerta del taller. La cara de Diamante se transformó al ver a ese pelirrojo. Ya estaba por atacarle cuando vio aparecer a su amado. Peleo le guiñó un ojo, poniéndole así al tanto de todo.
Schekander no comprendía nada, luego de una semana ese Mago se dignaba a salir del taller. Y no solo eso, ahora junto a él aparecía otro sujeto. Sin embargo, podía sentir algo diferente en ese hombre. Había un leve olor a sangre proveniente del cuerpo de ese sujeto. Y la mirada, esos ojos brillaban pero no era un brillo benigno. Parecía haber mucho resentimiento en su forma de mirar.
El pelirrojo se presentó como Arusa, para alegría del Maestro de Almas. Diamante rió por unos momentos, no podía creerlo. Ese sujeto le estaba siguiendo el juego a su querido Peleo. Schekander estrechó la mano de ese hombre, le sorprendió la fuerza con que le apretó.
A pesar de su altura, ese hombre era muy fuerte. Ambos se quedaron mirando, parecía ser que algo les atraía. Peleo les sacó de su ensalmo al decirles que iban a cenar. El Gladiador suspiró aliviado por la intervención. Mientras caminaban juntos, el mago le agarró del cuello y trayéndole hacia si dijo:
¿Verdad que es una monada?
¿Eh?- Se hizo el desentendido.
No me vengas con eh, pilluelo. Te vi- Le insistió el mago.
Heh, hace mucho que no veo a una mujer. Además, siento como su cuerpo llora por una espada- Explicó Asura.
Tú llorarías si esta dama te pone las manos encima- Dijo Peleo.
Tal vez amigo, tal vez- Dijo mientras sonreía ese Gladiador.
Diamante tuvo que hacer una ración más de comida. No contaba con la presencia de ese sujeto. Aunque no le gustaba la idea de tener a un asesino como ese en su casa... tendría que soportarlo. Además ahora que Peleo le había convencido, no podía echarse atrás. La elfo miró desde la cocina a esa mujer que ahora venía hacia ella.
Se sonrió al notar de antemano sus intenciones. No podía ser más evidente, ese hombre le interesaba. Aunque tal vez, más que un interés carnal le parecía que el interés iba más profundo. Si, ambos habían sido templados en el fragor de las batallas. Sin embargo, ella no se dejó depravar de la forma en que ese guerrero lo hizo. Antes de que pudiera preguntarle algo, Diamante habló:
Es un viejo amigo de Peleo, ambos formaron parte del mismo escuadrón. Eso fue cuando luchaban al servicio del Imperio. Desde ese entonces se dedica a vagar por el continente, es un buen hombre... aunque muy taciturno.
¿Cómo sabías que iba a preguntarte sobre él?- Dijo Schekander asombrada.
Lo presentí, eres muy evidente; amiga- Le dijo Diamante.
Heh, lo siento- Se disculpo la mujer.
Lo que mas evidente ES QUE NINGUNO DE LOS DOS SE HA BAÑADO. SON UNOS MUGRIENTOS- Gritó desde la cocina esa elfo.
Los aludidos se miraron temerosos de la furia de esa mujer. No precisaron una segunda indirecta. Corrieron como un tropel de caballos hacia el cuarto de baño. El albino se tiró dentro del fuentón con agua caliente. Asura le secundó, ya tenía costra de tanto andar y no asearse. El líquido elemento limpió las impurezas de esos cuerpos. La temperatura del agua relajó los músculos cansados. Ambos habían estado trabajando sin descanso en esa nueva hoja.
Continuará