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MU Capitulo 38: El Lamento de Lorien

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Capitulo 38: El lamento de Lorien

La parejita se bañó en la tina y una vez limpios salieron del cuarto. El baño parecía haberles renovado luego de esa sesión. Al bajar por las escaleras de la taberna lo vieron a Baiken. El maestro de almas estaba intentando ligarse a una jovencita de buen parecer.

El mago tenía una facilidad de palabra increíble y para cuando ellos llegaron a su lado... él ya la había convencido. Pasando su brazo por la cintura de su acompañante, les presentó a sus amigos. La joven de cabellos castaños saludó a ambos. No pensaba que los guerreros también pudieran verse como gente normal.

Ante el comentario los dos miraron al mago con cara de pocos amigos. Baiken se disculpó con ambos y salió del lugar en dirección al puerto. La parejita volvía a estar a solas, la ciudad les esperaba. Se dirigieron al mercado, el tiempo pasó volando. Se la pasaron mirando las tiendas de los mercaderes. Vieron cosas que jamás habían visto en sus viajes, aunque otras tantas ya las conocían.

Al salir del lugar vieron un mirador, no lo dudaron desde ahí seguro habría una vista hermosa. Le preguntaron a un anciano que les indicó el camino. Subiendo las calles sin darse cuenta fueron aproximándose al lugar. Tras la última calleja pudieron divisar un hermoso lugar.

Entre flores y arbustos prolijamente cortados, ambos contemplaban la ciudad. Era una vista bella, además el mar le daba un toque aún más romántico. Los dos se miraban en la noche que comenzaba a disiparse. Las manos de ella tomaron la diestra de él. La boca de ella buscó la de Diógenes.

Un grito los sorprendió, deteniéndoles. Los dos miraron hacia el lugar del que había salido la voz. Un numeroso grupo de soldados y pajes fue lo primero que vieron. Estos abrieron paso a un hombre canoso acompañado de dos hombres fuertes. Diógenes los miraba como quien ve un espectáculo, le hacían gracia.

Abigail por el contrario estaba seria, sabía a que venía todo eso. El hombre viejo se adelantó y levantando su mano ajada habló:

¿Cómo osa un hombre del común besar a mi hija? ¿Se puede saber quien eres?

Disculpe, pero no sé de que me habla- Se disculpo Diógenes.

Abigail, por favor. Vuelve con nosotros, quédate aquí. Lorien te necesita- Pidió el hombre, dirigiéndose a la rubia.

No sé de que me habla, señor. En mi vida le había visto ¿Puede dejarnos tranquilos?- Dijo la mujer con frialdad.

Conocen tu nombre Abigail. Entonces es cierto lo que nos contaron cuando llegamos, ¿No?- Pregunto Diógenes.

No, hace veinte años que esa historia cambio. Si tanto les importaba me habrían ido a buscar. Pero nada de eso hicieron, les importó un bledo mi vida. ¿Y ahora quieren que me quede aquí? No me haga reír, Rey de Lorien- Dijo ella con afectación.

Abigail, nuestro reino esta entrando en decadencia. Necesitamos de ti para volvernos más poderosos. Entiendelo, si te casas con el príncipe del reino de Crywolf podremos resistir- Dijo el anciano rey.

Tch, me siguen viendo como una pieza de ajedrez. Lo siento, pero no voy a quedarme aquí. Diógenes y yo…- Dijo la mujer.

¿Diógenes? ¿Ese mal nacido?- Dijo el anciano señalando al acompañante de Abigail.

Si, este hombre y yo seguiremos nuestro camino hacia Ishkar. Nos uniremos a los clanes que han ido allí a combatir al malvado- Confirmo la fémina.

Ante la afirmación de la rubia todos esos hombres quedaron helados. No podía ser cierto que esa chica quisiera ir allí. Era impensable que desechara toda la pompa y el lujo de las cortes solo… solo para irse tras las espaldas de ese hombre. El rostro del monarca quedó como si lo hubiera herido un rayo. Si, esa mujer no le obedecería. Ya había forjado su propia vida sin él. Esa criatura rubia que se fue con Grendel había crecido.

Diógenes lo había estado pensando mucho desde que entraron a Icarus. Con las batallas en el santuario celeste comprobó sus temores. Si llegaban hasta Ishkar, era poco probable que salieran con vida de allí. Abigail no tenía porque morir ante sus ojos, no quería lamentarlo luego.

En ese momento no estaba al nivel de Asura y por lo tanto, mucho menos podría acercarse a Kundum. El Caballero apretaba sus puños con ese pensamiento. Se sentía incapaz de proteger a la mujer que amaba. Si no podía protegerle, entonces ¿De que servía arrastrarle a una muerte segura?

Los dos hombres fuertes se apartaron del grupo acercándose a la pareja. Abigail se dispuso a evitarlos. Pero no se esperó que Diógenes reaccionara antes. Las manos del guerrero detuvieron a los dos hombres que lo miraban. Los empujó con fuerza, tirandolos al suelo.

No crean que por estar sin armas estoy indefenso. Aprendices de Caballero- Dijo el lancero.

Maldito hombre- Replicaron los tipos.

Caballero de la Casa de Holstein para ti, insecto- Respondió Diógenes con sorna.

Poco importa un adalid de una casa extinta- Dijo el monarca.

Heh, vengan a ver que tan poco importo- Dijo Diógenes riendo.

Los dos hombres se levantaron y desenvainaron sus espadas. Diógenes sonrió al verlos venir tan enojados. Lo único que hizo fue pedirle a su querida Abigail que se quedara en el interior de ese mirador. Así al menos le protegería de esos espadachines. El Caballero salió al encuentro de sus rivales sin armas. Los dos hombres se miraron y atacaron con un corte vertical.

El Caballero evadió los cortes y se movió a un lado. El mas cercano a él volvió al ataque, esta vez con una estocada. Diógenes dejó pasar el arma por la abertura que creó con sus brazos. Al hacer contacto con el brazo de su rival. Ejerciendo presión y moviendo sus brazos quebró al guerrero.

El hombre cayó mientras Diógenes lo liberaba de ese apretón doloroso. Justo para ver como ese otro lo atacaba horizontalmente. Con solo mover su cabeza evadió el corte, mientras de un pequeño salto evadía el siguiente ataque hacia su costado izquierdo. De nuevo esperó el momento para atacar.

Esta vez esperó a que le atacara desde arriba, el corte venía en forma vertical. La hoja estaba atrás y los brazos tensos iniciaban el descenso. Diógenes avanzó hacia el hombre, entrando demasiado en su rango de ataque. Sus palmas golpearon con fuerza el mentón de ese hombre. El ataque fue contundente ya que el hombre cayó sin sentido.

Cuando Diógenes acabó con este hombre, pudo ver para su desesperación como se llevaban a su querida Abigail. El guerrero corrió tras ellos, pero estos desaparecieron en la primera calleja. No los vio, pero lo dedujo enseguida en ese sequito habían magos. Se habían tele portado hasta el castillo.

Diógenes dio su puño contra la pared de esa casa, primero Schekander... ahora Abigail, sus compañeros le dejaron. Volvió a la taberna, Baiken estaba solo recostado en la pared de la entrada. El olor a alcohol lo delataba, ese Mago estaba borracho y no solo eso... seguía tomando.

Los ojos vidriosos del Maestro de Almas miraron al Caballero. Si, lo envidiaba por su valentía. Lo envidiaba por tener una compañera como Abigail. Él... él no tenía nada, era evidente que la mujer le había dejado. Baiken le acercó la botella a Diógenes que en el enojo la tomó y bebió.

Estaba en guerra con el mismo, no se perdonaba por ese descuido. Volvió a tomar de la botella que tenía una mezcla rara. Le refirió al mago sobre lo que había pasado. Este lo escuchó con una atención inaudita, tanto que parecía no estar borracho. Diógenes se largó a llorar al terminar su relato.

Cuando quiso mirar al mago, este le propinó una trompada. El mago se levantó airado y le dijo:

PUES ENTONCES TE LO MERECES POR IMBECIL. PELEASTE POR ELLA PERO NO PENSASTE EN LAS INTENCIONES DE TU ENEMIGO.

Acompáñame a rescatarle. Vamos hasta el castillo del rey y rescatémosle- Sugirió el guerrero.

IDIOTA, ¿Quieres morir? Piensalo bien, al menos aquí estará a salvo. No tendrá que ver el infierno que nos espera tras esta ciudad. Déjale, podrá vivir sin preocupaciones- Le dijo Baiken con frialdad.

Tienes razón, Baiken. Es mejor así, estará mejor aquí. A nosotros solo nos espera la muerte- Reconoció Diógenes.

Vamos, Kalima nos espera- Dijo el Maestro de almas mientras le tendia la mano.

Seh.

Los dos subieron a trompicones las escaleras. Terminaron llegando a la rastra hasta la puerta de sus habitaciones. Se incorporaron como pudieron, justo a tiempo para vomitar dentro del cuarto. Cayeron sobre lo que habían devuelto y apenas por mecánica tomaron sus cosas y volvieron a salir.

Dejaron una bolsa con piezas de oro para el mesonero y salieron a los tumbos. Miraron la calle solitaria y poniendo una mano en el otro intentaron caminar. Así abandonaron la ciudad de Lorien esos dos. Dejando atrás todo lo que les ataba, protegiendo de una forma muy particular a los seres amados. Que importaba, ahora solo eran ellos y lo que les esperara en la selva.

Continuará…

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