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MU Capitulo 23: Punto de encuentro

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Capitulo 23: Punto de encuentro

En el bosque que se encontraba al este de Davias, una figura esbelta y delicada esperaba sentada. Todos los días, desde hacia casi cuatro meses ella aguardaba la llegada de alguien que nunca llegaba. Las esperanzas que abrigaba se mantenían en pie, no dudaba de sus amigos. Pero ese día era diferente, ya Alecto y Megera habían vuelto al clan.

Ellos también estaban en esas tierras heladas, estarían buscándole... con toda certeza si.

Dos figuras pudo distinguir entre ese espeso viento níveo que azotaba la región. Si, eran ellos, podía saberlo por la diferencia de alturas. Caminaban con dificultad, sus capas parecían hacerle de lastre por el viento. Estaban cansados, habían caminado por horas a riesgo de congelarse. El esfuerzo había tenido resultados, ahí estaba a pocos metros de ellos su amiga y compañera de aventuras.

Abigail estaba al borde del llanto, después de tanto tiempo volvía a verles como aquel día en que se encaminaron hacia el desafío de Noria. Los dos viajeros sonrieron al verle, después de tantas penurias volvían a reunirse. Unos pasos mas y al fin los tres se fundieron en un abrazo. La alegría que les embargaba era inmensa, al fin juntos como hace largo tiempo no lo estaban.

Pero esta duró poco, de entre los árboles un grupo numerosísimo surgió. Detrás de Abigail un hombre descomunal apareció. Diógenes le reconoció enseguida, era Ciro. Vio con desconcierto como ese Caballero levantaba su Hacha del Caos, ahora contra su propia camarada. El recorrido del arma fue detenido en seco por la lanza de Diógenes. Abigail no comprendía nada, esto parecía ser el comienzo de un mal sueño.

Un hombre de armadura negra y capa carmesí apareció ante ellos. Docrates hacia acto de presencia. Los tres elfos que le acompañaban eran las discípulas de ella, siempre al lado del líder. Con un gesto el guerrero se detuvo y así habló:

¿Quiénes sois vosotros y que hacéis con nuestra camarada?

Somos los compañeros de viajes de su camarada. Yo soy Diógenes y ella es Schekander- Dijo el muchacho.

Eso no me importa, no puedo permitiros que llevéis a mi segunda al mando así como así. Tampoco permito decisiones en mi clan, así que... No finalizó la frase.

Lo siento, pero ella vendrá con nosotros quiera o no- Dijo Schekander con firmeza.

Ustedes os lo habéis buscado, novatos- Dijo Docrates, mientras dejaba al grupo.

Los guerreros se lanzaron al ataque y las elfos embrazaron sus arcos, solo Diógenes y Schekander estaban para proteger a su amiga. Pero, contra todo pronóstico Abigail habló:

Docrates, estos dos ya me han protegido antes. No puedo permitir que mueran frente a mí. Tal y como te protegí a ti durante todo este tiempo, ahora los protegeré a ellos. Lo siento, pero no puedo dejarles morir.

La maestra arquero tomó su arco y se dispuso a luchar, esperaba que con eso fuera suficiente. Pero no lo fue, aunque dudaron un instante, la masa embravecida se lanzó a por ellos. Eran como tigres cebados de sangre y muerte, no pensaban; solo deseaban matarles. No importaba quien, era una traidora y ellos sus cómplices; eso era todo. La saeta salió disparada hacia sus propias alumnas que le evadieron.

Estas respondieron con sus dardos, mientras Schekander y Diógenes se enzarzaban en combate contra ese grupo de guerreros. Ambos pegaron sus espaldas y formaron su propio circulo de fuego y acero. Combatían con desesperación, por sus vidas y la de una amiga. La berserker luchaba a un brazo, a pesar de las curaciones el dolor de su brazo izquierdo no le dejaba moverlo por mucho tiempo.

Pero ahí estaba Diógenes ayudándole a sus espaldas, él único que le soportaba; el que le protegía aunque ella creyese no precisarlo. Si, ambos se fundían en los ataques, se compenetraban en una sincronía perfecta. Era la única forma de no estorbarse con los ataques circulares. Los atacantes estaban sorprendidos, no esperaban tanto nivel técnico por parte de unos novatos. Pero así y todo no podía dejar de atacarles, lo había ordenado el líder.

Los cortes llegaban pero pocos daban en el blanco, aún así las heridas sangraban. El combate se detuvo por unos instantes, alguien llegaba con nuevas nada buenas.

El clan South nos ataca, pronto a sus posiciones de combate- Dijo el hombre sin dejar de correr.

Mierda, quedaremos entre ambos clanes- Se quejó Schekander.

Vamos, síganme- Dijo Abigail tironeándoles.

¿A donde nos llevas?- Preguntó Diógenes.

Hacia una zona segura, lejos de la batalla- Dijo la mujer sin dejar de correr.

Corrieron por el bosque en dirección hacia el sudeste. Volvían hacia la ciudad, hacia el comienzo de esa extensa tundra ventosa. Pero esta vez volvían los tres, de nuevo unidos. Unos pasos se oyeron a sus espaldas, aún les perseguían en el caos de la batalla que se desarrollaba ahora a lo lejos. Ciro, junto a dos guerreros de gran porte seguían de cerca sus pasos.

Al llegar a la ciudad, vieron que les esperaban miembros del otro clan... estaban atrapados entre dos fuegos. En plena carrera tuvieron que evadir los ataques de los arqueros y los guerreros de ambos bandos. No quedaba de otra, era la única forma en que lograrían tener una oportunidad. Pero no contaban con que Docrates apareciera montado en su dragón. Este al verlos no tuvo piedad ni por sus propios hombres y utilizando un hechizo exclusivo de los Caballeros Oscuros liberó el aliento destructor de su montura.

Las llamas que ardían destruían todo lo que tocaban, reduciéndolo a polvo. Poco faltó para que el trío muriera, aunque no todos corrieron la misma suerte. Ciro y sus amigos habían perecido bajo el fuego, al igual que los guerreros del clan antagónico. Un proyectil cruzó el cielo, atravesando la cabeza de la criatura. Esa lanza dragón acababa con la vida de la magnifica montura de Docrates. Este miró encendido de furia hacia el lugar de donde había venido el ataque, lo vio acuclillado... ese maldito muchacho, ese Diógenes.

Mientras caía desde el cielo, el guerrero se lanzó de su montura en dirección al muchacho. Pero cuando quiso localizarlo, no pudo hallarlo; habían desaparecido en ese estrecho que comunicaba con un callejón de la ciudad. Contrariado al no poder obtener venganza el líder de clan tuvo que regresar con los suyos. Algo más lejos una nube de polvo y escoria se levantaba por la caída de su montura.

El trío suspiró aliviado, habían logrado escapar de Docrates. Aunque esto era momentáneo, ya que una vez terminada la escaramuza seguramente le seguirían persiguiendo. Si algo no toleraba este líder era la deserción de un integrante de su clan.

Se detuvieron cerca de la tienda en que atendía Gunther, este al ver a Diógenes dibujó una sonrisa en su rostro. El muchacho le explicó rápidamente lo que había acontecido y le pidió un lugar para esconderse. El armero le dijo:

Vete a la pequeña capilla que esta al este de la ciudad, ahí no te seguirán. Vete a la séptima fila de asientos y muévelo. Ahí encontrarás donde descansar.

Gracias, amigo. Te debo una- Dijo el muchacho agradecido.

No tienes porque, recuerda que puedes contar conmigo- Dijo su interlocutor.

Los tres se dirigieron hacia la capilla, el movimiento de gente era de lo más normal. Al ingresar en el recinto, se encontraron con que no había nadie allí. Las velas encendidas iluminaban el salón decorado con vitreaux. Los motivos angélicos podían verse en todo el lugar. Dos filas de asientos de madera había distribuidos, al fondo se hallaba un pulpito con un libro abierto sobre ella. Encontraron la séptima fila de asientos y corriéndolos hallaron unas escaleras labradas en la piedra.

Bajaron con cuidado por ellas, no podían fiarse de nada. Al llegar abajo encontraron un espacioso lugar que se iluminaba por una ventana circular desde el techo. Se sentaron a la mesa que había dispuesta y aprovecharon a tratar las heridas recibidas. Ya más tranquilos pudieron hablar.

Es bueno volver a verte. Querida Abigail- Dijo Diógenes sin poder disimular su felicidad.

Haz cumplido con tu promesa, Diógenes... por tanto tiempo esperé, llegué a pensar que nunca vendrías- Dijo ella con emoción.

Hemos venido a buscarte, ¿Pero que ha pasado aquí? ¿Qué ha ocurrido entre los clanes?- Preguntó Schekander.

Es algo confuso, pero todo comenzó hace unos tres o cuatro meses. Estábamos en la taberna cuando un grupo de viajeros llegó. Desde un primer momento daban mala espina. Entraron sin decir nada, pero sus miradas de fuego los delataban. No eran simples viajantes, sino miembros de un clan de mercenarios. Un clan que solo estaba en paz cuando esta en guerra, aparecieron de la nada; o así pareció. Mientras recolectábamos información sobre ellos fue que ocurrió- Informaba la mujer-

¿Qué pasó?- Preguntó Diógenes.

En la entrada norte capturaron a uno de nuestros novatos. Joiada era su nombre, lo golpearon si piedad hasta matarlo y luego le descuartizaron en plena calle. Nadie intervino, no habrían podido; estaban demasiado temerosos como para intervenir. Con esto se rompió con casi dos décadas de paz, ya que Docrates al salir de la taberna reconoció los restos del muchacho- Hablaba Abigail.

O sea, que ahí arrancó esta guerra- Apuntó Schekander.

En efecto, al iniciarse las hostilidades era obvio que nuestro clan respondería. Desde ese mismo momento, Docrates reunió a todos los miembros del clan para la batalla. Desde ese momento se volvió desconfiado e intolerante, su rigidez en cuanto a disciplina no le permite la dimisión. Por eso, antes de dejar que un subalterno suyo abandone el clan, prefiere ejecutarlo- Dijo ella con pesar.

Entonces, no hay caso, será mejor huir antes de que venga por nosotros- Dijo Diógenes.

No, hay otra forma de que nos entregue de buena manera a Abigail. De más esta que ella desea venir con nosotros; pero para que él acepte debes pelear por ella- Dijo Schekander algo seria.

Si no hay de otra forma, luchare contra él. Es mejor que quedar con una reputación manchada. ¿Tu que dices, amiga mía?- Inquirió Diógenes.

Por mí esta bien, mientras nadie interfiera. Si alguien intenta algo, entonces entraré al combate- Dijo ella muy seria.

Cuento contigo mi amiga- Dijo el muchacho ya mas tranquilo.

¿Están seguros?- Preguntó Abigail.

Lo estamos, pelearemos por ti- Dijeron ambos al unísono.

Esta bien, vamos a la taberna y esperemos allí. En unas horas llegarán, eso es seguro- Dijo ella con algo de pesar.

El trío se dirigió nuevamente hacia la taberna, mientras caminaban Gunther les dio alcance. El joven traía en sus manos la lanza de Diógenes, con una sonrisa se la entregó y fue ahí que este le dijo:

Gracias amigo, estate listo. Te precisaré en unas horas. ¿Estas preparado para ayudarnos?- Inquirió él.

¿Acaso no te he ayudado ya?- Respondió el muchacho.

Disculpa, tienes razón. Cuento contigo- Dijo Diógenes con una sonrisa.

Bien, ahora a esperar aquí- Dijo Diógenes con algo de nerviosismo.

Vamos amigo, no te pongas así... no te enfrentas a ese tal Asura- Dijo Schekander intentando animarle.

Heh, tienes razón no siento miedo de enfrentarle. Con Asura es diferente, su poder me abrumó la ultima vez que le vi- Dijo el muchacho con algo de pena.

Igualmente, haz crecido mucho desde esa vez. Tanto en técnica como en fuerza, sé que si él te viera pelear también estaría de acuerdo- Dijo Abigail confiada.

La charla cesó por un momento, alguien entraba a la taberna. Por el contraste de la capa y la armadura dedujeron que era él. Docrates había llegado, Abigail palideció por unos momentos. El guerrero se acercó a la mesa enfurecido, pero el brazo de Diógenes detuvo su puño antes de que golpeara a la rubia. Los dos hombres cruzaron miradas, Diógenes estaba muy serio; casi irreconocible. El joven habló resuelto de la siguiente manera:

Deja a la mujer, si la quieres lucha conmigo y vence.

Ella ya me pertenece, es un miembro de mi clan; esta obligada a obedecerme- Respondió el guerrero secamente.

Pues, ella quiere venir con nosotros por propia voluntad. Pero al no reconocer su deseo, la única forma es que yo peleé por ella o en su defecto mi amiga aquí presente- Dijo Diógenes muy serio.

No combato con mujeres, disculpe señorita- Se excusó el guerrero.

Entonces, ¿será conmigo?- Preguntó el joven.

Por supuesto, serás mi victima- Dijo el guerrero oscuro.

Bien, dime donde y cuando- Dijo el muchacho con sorna.

Mañana al amanecer, en la planicie del norte. Te estaré esperando- Dijo Docrates con una expresión maligna.

Ahí estaré- Dijo el muchacho.

El hombre se retiró del lugar con un aire de dignidad ofendida. Mientras dejaba a todos los presentes asombrados por aceptar un desafío que nada tenía que ver con esa guerra de clanes. Diógenes estaba aún con nervios por la batalla que se le avecinaba. Este sería su primer duelo en serio. Este enemigo no le tendría piedad, realmente lucharía con todas sus fuerzas por destruirle. He ahí su miedo, ahí el origen de sus nervios.

Sin embargo, las dos mujeres le animaban; no podía decepcionarles. Mucho menos a Schekander, después de todo ella arriesgó su propia vida para salvarle. No podía permitirse la cobardía, ya había aceptado el duelo. Solo quedaba enfrentarlo con toda su pericia. Esa noche el muchacho durmió poco, estaba nervioso y ansioso por el duelo que le aguardaba...

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