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MU Capitulo 18: Secuelas y una promesa

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Capitulo 18: Secuelas y una promesa

La noche de Noria estaba espléndida, el espectáculo de luces que brindaban las hadas al desplazarse por el firmamento, les confundía con las estrellas. Los trece sobrevivientes fueron rápidamente llevados a una clínica que se había establecido allí desde que ese sangriento evento se llevaba a cabo.

En el lugar elfos especializados en el arte de la curación atendieron con dedicación a los participantes. A cada uno de ellos se les acondicionó una habitación, era casi como un premio después de tantas penurias. Los que podían desplazarse, se les dejaba caminar por los bosques aledaños, pero siempre escoltados por una de estas doncellas guerreras.

Ya habían transcurrido tres meses desde el momento en que salieron de esa arena maldita.

Diógenes estaba sentado en la hierba del bosquecillo, la mirada perdida en sus manos ahora vendadas. El sonido de una pisada apenas perceptible le avisó que ella estaba allí, hace tres meses que le custodiaba. Una elfo de cabellos blancos como la nieve y piel de ébano le miraba compasivamente. El rostro de rasgos exóticos, y expresivos ojos rasgados color miel buscaba mirar la cara de ese guerrero. Pero Diógenes no estaba de ánimo, el dolor de su cuerpo no desaparecía. Había sido impotente contra esos monstruos voladores, se sentía tan débil.

Al levantarse y mirar hacia un costado pudo ver que mas allá estaba la mujer que mas quería. Su mentor y compañera de viajes, la persona que más amaba en esa tierra tantas veces maldita como bendita. Esta ya se hallaba completamente recuperada y ya con su nuevo arco le habían autorizado a salir de las instalaciones.

Ella le miró con tristeza, observó hacia todos lados y dio un paso dubitativo hacia él. No quería irse sin Diogenes, ahora debería regresar con los Alfacrux hasta poder irse nuevamente. Para empeorar las cosas, solo Marina podía volver junto a ella. Alecto y Megera tendrían al menos para dos semanas más, si es que deseaban continuar viviendo entre guerras. Se le acercó hasta quedar frente a frente, esto alertó a la guardia que por un momento quiso interponerse; pero fue la mirada de Diógenes la que le calmó.

Por favor, recupérate pronto y ven por mi. Te esperare en Davias, en el bosque del Castillo del Este- Dijo Abigail casi en un murmuro.

No te vayas, Abigail. Te llevarás una parte de mí contigo, quédate a mi lado- Pidió Diógenes.

No puedo hacerlo, mi clan me necesita. Yo elegí esta vida, pero si tú me eliges y lo demuestras, renegaré de mi clan... aunque me cueste la vida- Dijo ella.

Iré a buscarte y te llevaré conmigo- Dijo él con lágrimas en los ojos.

Adiós, amado mío- Dijo ella.

Un beso furtivo llegó por vez primera a los labios de un sorprendido Diógenes que sentía así como el amor comenzaba a nacer en su ser. Ya desarmado ante esa muestra de afecto, no pudo más que dejarla ir, mientras las lágrimas bañaban su rostro. Ella dándole la espalda iba secándose las lagrimas y rezando para volver a ver al hombre que ahora se convertía en el único dueño de su corazón.

Diógenes se quedó allí hasta que la figura de su dama desapareció de su campo de visión, luego con tristeza se dio vuelta. Unos pechos conocidos le sorprendieron, era Schekander. Las tres elfos se miraban, si; la gigante mujer tenía dos escoltas. Su mano derecha despeinó la cabeza del muchacho y con confianza le dijo:

No te preocupes, volverás a verla.

¿Tú crees, Schekander?- Preguntó Diogenes.

Claro que si, ya lo verás- Respondió la berserker.

Cuando salgamos de aquí, acompáñame a buscarle. Pidió el guerrero.

Esta bien, pero si ella no deseara volver. No haré más que llevarte hasta ella- Dijo Schekander.

Te lo agradezco, mi amiga- Dijo el muchacho mientras se abrazaba a la mujer.

Ese abrazo cálido sorprendió a la mujer tatuada que ahora comprendía un poco más lo que le atraía de ese hombre. Sin embargo, también sabía que no era correspondida. Esa mujer había llegado antes que ella. No podía aborrecer a la que había llegado a entenderle, pero le envidiaba.

El muchacho se separó de su amiga y le pidió que comenzaran a entrenar. Fue ahí donde los elfos intervinieron:

No deben entrenar, sus cuerpos no están totalmente recuperados. Si lo hicieran, puede que su curación termine siendo un fracaso. Por eso, deben esperar un poco más.

Entiendo su preocupación, pero no podemos seguir así de inactivos- Dijo Schekander.

Comprendo que deseéis volver a las luchas y batallas. Pero deben hacerlo en las mejores condiciones. El daño a sus cuerpos ha sido grande. Debes saberlo mejor que nadie, berserker- Dijo una de sus guardianes.

He, sé muy bien las limitaciones que tendré que sortear de ahora en más. Pero, no puedo volver atrás- Dijo la guerrera.

Esperen un poco mas, pronto podrán irse- Dijo la escolta de Diógenes.

Bueno, solo un poco mas y luego como estemos partiremos- Dijo Diógenes con firmeza.

Ese es el espíritu, hahahaha- Rió la mujer, mientras le daba una palmotada en la espalda.

Diógenes se retiró hacia su habitación, Schekander le veía irse... su rostro se puso serio nuevamente. Sabía que el daño en su brazo era muy grande y tardaría más en sanar; pero por ese muchacho lo haría. Sus guardianas le miraban algo mas allá, les sorprendía que se esforzara tanto. Una de ella se le acercó, era quien mas cerca de Schekander había estado.

Vamos, no te esfuerces tanto. Sé que eres poderosa, pero hasta tu cuerpo tiene un límite- Dijo la elfo tendiéndole su mano.

Ese hombre tan débil me mostró lo que puede hacer la amistad. Con él supe lo que es esforzarse hasta el límite. Por eso no puedo dejarle solo- Dijo la mujer, sonriendo.

Comprendo, pero no tienes porque mentirme con todo eso... le amas, se te nota en la cara- Dijo la elfo.

Isis, eres muy perceptiva. Claro que le amo, pero no soy correspondida; hehe... si yo le abrazara ¿Sabes que pasaría?- Le preguntó la mujer a su interlocutora.

¿Le asfixiarías?- Preguntó la elfo.

La guerrera se acercó a un árbol enorme y lo rodeó con sus brazos, luego ejerciendo algo de presión.... el tronco se partió completo. La explicación sobraba, la elfo se quedó petrificada ante esa demostración. ¿Alguien tan afable podía poseer una fuerza tan insana como esa? Era aterrador imaginar que en batalla utilizaba esa misma fuerza pero con una espada.

Volvieron a la habitación de ella y una vez allí, la mujer se despojó de la vestimenta de hospital. La elfo le contempló de nuevo, no importaba cuantas veces le viera, esa espalda se le antojaba magnifica. Con sus manos delicadas tomaba las vendas y con paciencia y delicadeza vendaba nuevamente el brazo derecho de su paciente. El proceso se realizaba en el silencio más absoluto.

Una vez terminado el vendaje las manos de seda del elfo se dirigieron hacia otras zonas. El contacto de esas manos estremeció a la guerrera que miró sorprendida a su escolta.

La mirada entre dulce y llena de lujuria de Isis fue acompañada de las siguientes palabras:

No temas, déjame a mí y conocerás el placer.

Por favor, no sigas tocándome. No quiero hacerte daño, Isis- Dijo Schekander visiblemente asustada.

No hubo respuesta, mientras una mano se afianzaba en su pecho izquierdo la otra comenzaba a bajar mas y mas. La sensación era nueva para la berserker, alguien como ella; tan acostumbrada a los golpes y cortes se sentía descolocada antes esas caricias. Un pellizco en el pezón la hizo temblar de pies a cabeza. Sus latidos iban ascendiendo cada vez más. Sin darse cuenta la otra mano ya estaba rozando su centro de mujer. Primero un dedo rozó el monte de Venus de la joven que se aguantaba las ganas de tocar a esa mujer. Los dedos penetraron un poco mas hondo en el interior de su cueva. Schekander no pudo evitar que ese grito escapara de su boca.

Los jadeos de la bárbara plagaban la habitación que se hallaba en penumbras, un beso en el cuello le hizo sentir calosfríos. La elfo seguía besándole y hurgando dentro de la mujer que con sus manos aferraba los maderos de la cama. El movimiento iba cobrando cada vez más velocidad, mas ritmo... los dedos de Isis se movían de una forma maravillosa. Las caderas de la guerrera se movían al compás de esos dedos, haciendo que la cama se moviera. El ruido cesó de repente, mientras la elfo sabiendo que la mujer se corría se apresuraba a taparle la boca con sus manos. Los dedos de la mujer fueron mordidos por una exhausta Schekander que ya rompía los maderos de la cama mientras se corría por vez primera.

Los jugos de placer de la mujer descendían desde su entrepierna mojando las sabanas y llenándole de vergüenza. Pero, su amante no pensaba lo mismo y ahora situándose delante de ella volvía a besarle. La guerrera reaccionó, tomándole entre sus brazos pero al instante se detuvo... si seguía podía reventarle. La elfo por un momento se sintió atemorizada, pero todo pasó. Al verse de nuevo libre, le pidió a la mujer que descansara y desde la puerta se despidió con un beso.

En una habitación del ala norte, Diógenes corría a escape por la habitación. Su guardia de cabellos blancos le seguía como una sombra. Al intentar llegar a la puerta, la elfo color ébano se plantó ante él. Era muy rápida para Diógenes, sus ojos rasgados miraron reprobatoriamente al muchacho. No le permitiría entrenar bajo ningún punto de vista, su cuerpo aún no estaba curado al ciento porciento. Sonrió un momento al ver como este abandonaba sus intenciones. Pero el relajarse le impidió reaccionar a tiempo ante el agarre de Diógenes.

La guardia quedó con las manos atrapadas por el guerrero que le apretó con fuerza en un intento por que le dejara libre. Pero al hacerlo, las vendas de sus manos comenzaron a teñirse de rojo... las heridas se abrían nuevamente. Con un gesto de dolor y llorando el joven se dejaba caer ante los pies de la elfo. Con la voz quebrada y derramando lágrimas, el hombre habló:

Por favor, permíteme entrenar. Debo salir pronto de aquí, tengo que volver a recuperar a mi mentor.

No debes ser tan egoísta, Diógenes. No apresures las cosas, cuando estés recuperado por completo, podrás ir a buscarle. Mientras tanto, estarás bajo mi cuidado- Dijo la mujer con resolución.

Déjame ir a entrenar, Circe. Solo un rato, necesito despejarme- Pidió él.

Te mostraré otra forma de despejar tu mente y tu cuerpo- Dijo la elfo con una sonrisa picara.

¿Qué haces?- Preguntó el muchacho que no comprendía la actitud.

Tú déjame a mí, no te resistas o tendré que inmovilizarte- Dijo ella.

!!No, ¡detente!! ¿! Circe ¡?-

La elfo respondió con un conjuro que le inmovilizó los brazos. Luego, con una sonrisa en los labios, la guardia comenzó a desvestirse. Su piel de ébano quedaba a la vista, mostrando ese cuerpo espigado y delicado. La alba se ató el pelo y luego se arrodilló al lado del muchacho que no entendía nada.

El ósculo directo a los labios del muchacho fue esquivado por el muchacho con dificultad mientras él le decía:

Amo a otra mujer, no puedo permitirme que tú me tomes.

¿Quién dijo que lo hago por amor? Es la época de apareamiento para nosotros, por eso deseo hacerlo contigo- Explicó ella.

Maldición. Por favor, busca a otro- Pidió Diógenes.

Ni hablar- Dijo ella mientras con sus manos detenía el rostro del hombre y le besaba.

El beso pareció embriagar al guerrero, era como disfrutar de una dulcísima miel; algo como jamás había probado. Al primero le siguieron otros, pero a diferencia del primero; estos fueron correspondidos. Las manos de ella recorrieron el cuerpo de Diógenes, despojándole de ropa. Él se avergonzó por unos momentos, pero a ella le gustaba el muchacho.

Circe acariciaba y besaba con lascivia al hombre cuyo vigor poco a poco fue creciendo ante los estímulos. El roce de los pechos de la elfo contra el cuerpo del paciente le iban excitando más y más. Llegado el momento ya era evidente la excitación del guerrero.

Esto último alegró gratamente a la mujer color que se sonrió y puso manos a la obra.

Sus manos recorrían el tronco de ese vigor que se ponía cada vez mas enhiesto. Con delicadeza besó la punta y de a poco fue recorriéndole con su lengua. Diógenes estaba confundido, la sensación de placer que recorría su cuerpo era totalmente nueva para él... nunca había sentido algo parecido. No sabía que hacer, solo deseaba seguir sintiendo mas de ese placer. La elfo le miraba, hechizándolo con su mirada penetrante. A los pocos minutos, la mujer se paró y tumbando al hombre sobre el piso le dijo:

No temas, esto no va a dolerte... al contrario, terminará por gustarte.

Sin preámbulos, la guardia tomó ese mástil y descendiendo lentamente lo guió hacia su húmeda cueva de placer. El primer jadeo de ella fue en conjunto con el del muchacho que sentía como su miembro era aprisionado dentro de algo apretado, acuoso y muy caliente. La elfo sonrió por unos instantes para tomarle de los hombros y comenzar a moverse arriba y abajo. Sus labios se fundieron en un beso de pasión, las lenguas de ambos juguetearon como pequeñas víboras.

Los jadeos de ambos se acompasaban con los movimientos de ella. De repente, Circe empezó a aumentar la velocidad de sus descensos... su cuerpo estaba cada vez mas caliente. El beso que ella le propinó casi le ahoga, la fémina se retorcía en los espasmos del clímax. Sus jugos salieron de su entrepierna, regándose escandalosamente. Diógenes sudaba, su corazón desbocado y su mente aún conmovida no terminaban de procesar todo eso.

Los ojos de la bronceadaza se clavaron de nuevo en los suyos, eso le dio mala espina... no, no había terminado. Aprovechando que él no había podido correrse, la elfo se puso contra la pared y luego le ordenó:

Ven aquí, vamos Diógenes. Quiero que me la metas por aquí por favor.

V...voy- Fue todo lo que atinó a decir el hombre.

No seas tímido, llénate las manos con mis caderas y deja que yo te guié- Dijo ella mientras con una mano se apoyaba y con la otra guiaba esa tranca hacia su ano.

¿Segura?- Preguntó él.

!!Claro¡¡- Respondió ella con entusiasmo.

El primer envión fue algo dubitativo, pero Circe lo solucionó y moviéndose de una forma que él no conocía, se penetró casi sola. El grito de ambos se fundió en el aire enrarecido de esa habitación. Esa tranca era mas grande de lo que esperaba para ese rincón de su anatomía. Ella volvió a correrse de nuevo, con sus manos rasguñaba la pared y se preparaba para un nuevo embate. Este no tardó en llegar, la fuerza del mismo le hizo aferrarse con todo lo que tenía contra la pared, mientras Diógenes comenzaba a bombearla con fuerza. Ella solo podía resistirlo todo y eso, eso la excitaba mucho más que tomarle por la fuerza.

La chica detuvo sus jadeos por un momento, podía presentir que alguien venía. Al saberlo, estrechó las paredes de su esfínter... Diógenes no pudo resistirlo más y terminó descargando todo lo que tenía dentro de ella, porque aunque deseó separarse fue Circe misma quien con sus manos le detuvo. No le dejó hasta que todo lo que acarreaba quedó dentro suyo.

Cuando por fin Diógenes pudo zafarse, solo cayó al suelo... sus piernas le fallaban, era como si le hubieren sorbido toda la fuerza. La elfo en cambio se paró y vistiéndose nuevamente le miró. Luego se acuclilló a su lado y le dijo:

Lo haz hecho bien Diógenes, siento algo de envidia por la mujer que amas. Pero bien, de ahora en más cada vez que desees entrenar solo me lo dices.

¿Qué me haz hecho? Apenas y puedo moverme- Dijo él.

Solo te falta práctica, eso es todo. Nos vemos, amorcito- Dijo la elfo mientras desaparecía de la habitación.

El guerrero se levantó a los pocos minutos, se vistió como pudo y salió de nuevo de su habitación. Pero su cuerpo estaba cansado, al llegar al bosque perdió el equilibrio y cayó cuan largo era. Se quedó dormido allí, después de todo aún estaba dentro de los dominios de la clínica.

Continuará…

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