Capitulo 36: La espada resurge
Los dos meses siguientes transcurrieron rápidos con los entrenamientos. La instructora Diamante se mostraba satisfecha con los resultados alcanzados. La movilidad de esas piernas se había transformado. Era notorio, incluso en el andar; los pasos eran continuos y rítmicos. Ya alejados de lo pesados y monótonos que eran en un principio.
Pero, a pesar de ganar una mejor movilidad... la velocidad no había aumentado en forma considerable. Esto preocupaba a la elfo que nuevamente tuvo que tomar cartas en el asunto. Esta vez le obligaba a correr cada mañana, durante toda una hora. La germana corría secundada por multitudes de saetas.
Si, en ese punto seguía siendo lo mismo... el detenerse o tropezar implicaba la posibilidad de resultar herida. Diamante tenía muy pocas contemplaciones para con su rara discípula. Igualmente, el trato dispensado no habría variado mucho. Elfo, mago, Caballero o Gladiador... para ella solo eran blancos.
La posibilidad de que muriesen o viviesen, eso dependía de la suerte. O, como en el caso de Schekander; de su deseo de vivir. Al menos así lo veía Diamante. Cada vez que el peligro se acercaba mas a su cuerpo. Esa mujer sacaba fuerzas de flaqueza para continuar corriendo.
Mientras tanto, en el taller la espada iba tomando forma. La hoja quedó terminada, al menos en forma. Doble entrada en bisel para la hoja que tendría un filo de miedo. La terminación para insertarla en la empuñadura quedó en forma de flecha. De esta forma, una vez que encajara ya no podría aflojarse.
De momento Peleo se hallaba trabajando en la empuñadura. Asura por su parte, estaba abocado al afilado de la hoja. Con paciencia le daba filo a ese acero. Piedras de diferente textura y dureza eran utilizadas con esa finalidad. El Gladiador las intercalaba cada diez pasadas. Deseaba darle un poco de flexibilidad a la forma de corte.
El Maestro de Almas intentaba que la empuñadura no se zafase del agarre de esas manos poderosas. Para eso dejó la base un tanto mas ancha. El problema radicaba en idear una forma para que no se resbalase la mano. De hacerle unas divisiones serían difíciles de maniobrar.
Tal vez por eso se decidió a utilizar tiras de cuero superpuestas. De esta forma, no se le escaparía de las manos y... en caso de que ocurriera, una correa siempre estaría lista para traer el arma de vuelta.
Así, mientras ataba las correas en forma cruzada y tirante... el mago pensaba en el otro punto conflictivo. Este lo constituía la guarda para proteger los dedos. Podía hacerse de muchísimas formas, con espinas hacia los costados. Redondeadas para que el arma del oponente resbalara. Rectas para detener el golpe. Con agujeros para ganar liviandad, etc., etc.
Sería un dolor de cabeza recurrente, ya que Schekander no se había decidido por uno en particular. Por un momento desvió la mirada de las correas y miró al Gladiador. El asesino sonreía en una forma atemorizante. Era obvio lo que pasaba por su cabeza, las vidas que tomaría esa hoja. Las batallas y los duelos que arrostraría una vez que el trabajo estuviera acabado.
Pero lo que mas le emocionaba era el pensar en enfrentarse a su propia creación. Si, podría sentir su filo en otras manos. Los materiales con los que estaba forjada la espada eran especiales, así que... necesariamente era algo de excepción.
El segundo y el tercer mes transcurrieron en la terminación de la espada. Luego vendría lo más engorroso, habría que probarla. Fue durante la cena que Arusa, por orden de Peleo le trajo la espada nueva a Schekander.
El Psicópata Itinerante apareció con unos paños que envolvían algo. Schekadner dejó los cubiertos, podía sentir la esencia de su espada. Era extraño, porque ella misma la vio destrozada. Cuando la mano del Gladiador sacó los paños... pudo verla. La cara de asombro de esa mujer fue un poema. Sus ojos se encharcaron de lágrimas que no podían contenerse más. No podía articular palabras, su voz se había quebrado.
El armero sostuvo la espada con una mano, mientras le mostraba cada cara del filo y la punta. La mujer escuchaba con cuidado al tiempo que miraba embelesada a su nueva compañera. La mano de esa germana se alargó hasta el forjador que le entregaba ahora esa arma.
Los dedos rodearon la empuñadura y sostuvieron la espada. Se movió por inercia, la sentía muy pesada. Su otro brazo también tomó el arma. Diamante la miró una sola vez y el encanto se esfumó. La mano izquierda abandonó la empuñadura del arma. Después de todo, había mejorado de sus heridas. Pero había cerciorarse de que los tejidos estuviesen completamente cicatrizados. Por eso Diamante le pidió a Peleo que la joven permaneciera todo el año.
La bárbara miró la empuñadura y se la devolvió al Gladiador. Peleo meneó la cabeza, el dolor de cabeza comenzaba. Ahora tendrían que probar la espada y seguramente, debían cambiar la guarda del arma. Los labios de esa mujer hablaron:
Aún no puedo usarla, pero la guarda no va conmigo. Quiero algo más sólido, lo delicado no me va.
Oh Diox... aquí vamos de nuevo. Se quejó Peleo.
Como digas, Schekander. Dijo Arusa.
Gracias por dejarme sostenerla. En verdad es magnifica esta espada.
El Gladiador sonrió de lado y tomó de nuevo el arma. Podía sentir los deseos de empuñar esa espada y guerrear dentro de esa mujer. Apenas y podía detener sus ganas de blandir ese acero. Al menos pudo apreciar el peso de su vieja amiga. Dentro de unos meses más, podría hacerla cantar.
Si, luego de muchas cavilaciones el Maestro de Almas se decidió a confeccionar una vaina para ese ejemplar. Seria algo imponente, monumental pero digno de ver. Si todo marchaba bien, para comienzos de la primavera tendrían el arma con vaina incluida. Lo único que le preocupaba era si ella aceptaría el cambio.
Mientras Asura dejaba la casa y se dirigía al taller pudo percibir que ella le seguía. Si, esa dama estaba a sus espaldas. La luna cubría de plateado la noche. Con esas sombras acentuadas el Gladiador se dio vuelta, enfrentando a su perseguidora. La germana se quedó helada, pensó que ese sujeto no le había sentido.
La mirada de ese hombre le intrigaba, no podía decir concretamente porque... Pero sentía que no era lo que aparentaba ser. Un ayudante de herrero no podía tener una forma de mirar cargada de tanto odio. El hombre habló:
Que deseas, Schekander.
Quiero saber, ¿Quién eres? A mi no me engañas. Tus ojos miran con odio y eso no es normal en un ayudante de herrero. Dijo ella.
Mi mirada no tiene nada que ver, niña. Ayudo a Peleo de vez en cuando, eso es todo. Respondió fríamente Arusa.
¿Y que haces cuando no estas con Peleo? Inquirió la mujer.
El guerrero no contestó solo dio la vuelta y siguió su camino. No quería seguir hablando, si lo hacia podía terminar arruinándolo todo. La mano de la mujer quiso tocarlo, pero este le detuvo.
No te me acerques. Por cierto, esta espada quedará lista en unos meses. Hasta entonces, soporta tus ansias.
La mano se detuvo y volvió a junto a la mujer que sin pronunciar palabra volvió sobre sus pasos. Asura suspiró aliviado, unos segundos más y no habría podido evitarlo. Sus ojos habrían dejado salir su sed de sangre. Si su fuerza espiritual salía a la luz, esa mujer iba a llegar a temerle.
Aunque podía dominarse bastante bien, el instinto podía más. Un solo toque, una sola señal de peligro y el instinto asesino brotaba. Muchos guerreros de gran poder quedaron abrumados ante su presión espiritual. La intensidad con que ese poder salía le colocaba en un estadio apartado al resto. Pero, esto le hacia ser temido por esos a los que superaba.
Ese mes se lo pasaron mostrándole a la germana diferentes tipos de guardas. La mujer los iba descartando uno tras otro. No le gustaban o le parecían muy estrafalarios. Eso era lo malo de hacer un arma personalizada. Hasta no dar con lo que el usuario deseaba... era chocar contra la pared.
Peleo casi se rinde esa vez. Ya había probado todo su catalogo y nada. La idea fue de Asura, una guarda que aprisionara la hoja y nada mas. Unas pequeñas salientes en forma de L invertida harían el resto. Algo sencillo pero efectivo, esto si tuvo el beneplácito de la berserker. Ahora si, finalmente la espada quedaba terminada.
Continuará