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MU Capitulo 56: Busqueda

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Capitulo 56: Búsqueda

Una figura caminaba tambaleante por la segunda llanura que llevaba a la tercera cadena de montañas. Schekander estaba desorientada, perdida. No podía hallar a sus amigos, eso le preocupaba. Eso quería decir... no, no podía ser cierto. Pudo sentir que la energía de Diógenes aún estaba presente. Sin embargo, las fuerzas de Abigail estaban muy debilitadas.

Esto le preocupaba, tenía que socorrer a su amiga. Lo otro preocupante eran las energías de Baiken y Kalima. Había podido sentir una fuerte cantidad de energía y luego desapareció. De la pequeña... le preocupaba no sentir absolutamente nada. Se había atado la espada al brazo, así no la volvería a perder.

El lancero avanzaba al trote por las montañas, tenía que ser rápido. Podía sentir la energía de Abigail extinguiéndose. Aceleró el paso, sabiendo que ya estaba cerca. Al llegar a la cúspide de ese peñasco pudo verla.

El corazón le dio un vuelco al hallarle ahí usando su arco de respaldo. La mujer estaba con el semblante distendido, clamado. Tenía la muñeca derecha dislocada y heridas en ambos hombros. Y sobre su hombro izquierdo, podía verse una profunda herida. Un poco más abajo y no habría contado el cuento.

Al unos escasos metros de ella, pudo ver a esa elfo aprisionada en el hielo. Ahí estaba la prueba de su victoria. Sus cabellos estaban desordenados y ahora caían sobre sus pechos y hombros. La arquero aún respiraba, Diógenes lo comprobó al acercarle su mano. Sacó de su bolsa las medicinas que le había dado Baiken hace algún tiempo. Y comenzó a preparar una pócima para su amiga.

Siguiendo las instrucciones que le había dejado anotadas. El lancero preparó el brebaje que le dio con celeridad. Los labios de la mujer sorbieron muy lentamente la bebida. Él hombre volvió a pararse, ya nada mas podía hacer por ella. Secó unas lágrimas rebeldes que salían de sus ojos y volvió a ponerse en marcha. Todavía tenía que hallar a Baiken y a Schekander.

Diógenes cruzó el valle y comenzó a escalar la tercera cadena de montañas. Presentía que la germana estaba cerca. Avanzando entre peñascos y recovecos pudo ver un poco de sangre. Para él ahora no quedaba dudas, su enorme amiga debía andar muy cerca de allí. Avanzando paso a paso llegó en poco tiempo hacia una cumbre. Al mirar desde ahí, pudo ver a una figura moviéndose lentamente unos metros mas abajo. Sin embargo... estaba en otra elevación.

Con apuro se lanzó desde ahí hacia donde estaba la mujer. La germana se dio vuelta asustada al oír su nombre. Allí en medio de las montañas nadie podía hablarle. Al ver a esa figura precipitándose hacia ella solo abrió sus brazos. Fuera quien fuera, no moriría sin luchar. Por eso, adoptando esa postura, le rompería la columna en un solo abrazo.

Cuando le vio de cerca, todas sus intenciones se desvanecieron. Ese moreno despreocupado caía encima de su doliente cuerpo. Los brazos de ella se habían cerrado en torno al hombre que reía. Con algo de esfuerzo lo dejó en el suelo, mientras suspiraba aliviada.

Hallé a Abigail- Dijo el guerrero.

¿Cómo esta?- Preguntó la germana.

No muy bien, aún no recobra el conocimiento. Pero le di una medicina de Baiken- Respondió el lancero.

¿Crees que con lo que has hecho será suficiente?- Inquirió ella.

No podía hacer más- Le dijo el joven con gravedad.

Si ella se recupera, le tendrás muy pronto siguiéndonos- Le dijo Schekander.

Estoy cansado, Schekander- Dijo Diógenes.

Yo también- Dijo la mujer.

Los dos guerreros se quedaron dormidos en ese mismo sitio. Como si fueran dos niños perdidos, las figuras encapuchadas les encontraron. Sonrieron entre ellos al verlos así, hasta ternura les provocaban. De Abigail ya se habían ocupado, la guerrero de ébano había curado las heridas con sus auras mágicas. Mientras el otro le había reacomodado los huesos desviados.

Cuando esos dos volvieron a despertar se encontraron en una pequeña cueva. A su lado, una arrebozada Abigail descansaba. No podían creerlo, alguien o algo les había llevado hasta un lugar seguro. Se miraron los unos a los otros incrédulos y se pellizcaron para comprobar que no era un sueño.

En efecto, no estaban soñando. Estaban bien despiertos y vivos. Una figura penetró en el lugar y ambos se pusieron en guardia. No sabían que intenciones tendría ese ser. La capa delgada le cubría incluso los pies. Y no podían ver con claridad las facciones de su anfitrión.

Mis saludos, bravos guerreros- Dijo la figura.

¿Quien eres y que quieres de nosotros?- Dijeron ellos sin soltar las armas.

Soy aliado, los vi dormidos y tan desamparados que me conmovieron- Les dijo el encapuchado.

¿Cómo te las arreglaste para traernos hasta aquí?- Preguntaron ellos.

Lo usual, los cargué uno por uno hasta aquí. A decir verdad, son bastante pesados ustedes- Comentó a tono de queja.

Hmph- Se oyó a Schekander.

Vamos primor, eso quiere decir que te sientes identificada- Le dijo la figura.

El rostro de Schekander enrojeció de rubor con ese último comentario. Tenía deseos de golpear a su salvador. Pero no podía hacerlo, debía estar agradecida por la oportuna ayuda. Apretó los puños y le asombró mucho que ya no le dolían. La figura se movió con delicadeza hacia un rincón en busca de alimentos para ellos. Por un momento les pareció oír una armadura. Pero la voz les sacó de sus cavilaciones:

Disculpen el que no les atendiera como corresponde. Hace mucho no cuido de nadie.

¿Hace cuanto que vives en este lugar?- Preguntó Diógenes.

Heh, mas del que me gustaría recordar. Pero bueno, aliméntense- Respondió el encapuchado.

Las manos sostenían unos cuencos con avena, arroz y carne salada. Ambos tomaron los alimentos y por un momento les pareció haber visto antes esas manos. La encapuchada rió brevemente y parándose les dijo:

Parece ser, que tenemos visitas. Deben ser solo esbirros, no se preocupen.

¿Vas a luchar?- Preguntó Schekander.

Claro que si, ustedes descansen un poco mas. Sus heridas no han sanado del todo. Duerman tranquilos, no llegaran aquí- Les dijo la figura mientras se paraba.

Las manos parecieron largar un extraño aroma sobre esos dos. Schekander y Diógenes, movidos por un influjo volvieron a cerrar sus ojos. Una sonrisa apareció en los labios del encapuchado que salió fuera. Dio unos pasos fuera de la cueva y miró a su alrededor... millares de bestias esperaban un movimiento para lanzarse a por ella. Su brazo derecho se levantó y una lanza resplandeciente apareció.

Fue solo un instante en el que esa capa se levantó por los vientos creados. Esa armadura negra y blanca pareció volverse plateada por el resplandor. Decenas de miles de ataques simultáneos en segundos, eso producía la luz. Cuando los pliegues de la capa volvieron a su lugar... esas abominaciones yacían ahora reducidas a un montón de carne y sangre maloliente.

Una mueca de asco y un encogimiento de hombros fue todo lo que hizo ese poderoso guerrero. Con pasos presurosos volvió al interior de la cueva. Le preocupaban esos chiquillos, aunque más que ellos. Le preocupaba lo que ese otro encapuchado pudiera hacer. Él no se guiaba por los mismos principios que ellos. Como un imperdonado solitario y maldito... ese hombre no tenía paz.

Siempre acarreando esa espada tan ridículamente maciza. Y siempre buscando luchas en las que arriesgar su vida. Ese hombre era de lo mas peligroso, mas que todas esas bestias allí. Aunque le había dicho que solo iba a observar... no podía fiarse del todo. Las palabras que salían de esos labios no siempre eran ciertas.

Sin embargo, ese encapuchado solo estaba observando desde lo alto de la montaña. Si, sentado entre las rocas miraba el teatro que se abría ante sus pies. Lo disfrutaba y se relamía. Ardía en deseos de agitar su hierro y barrer con todas esas basuras. No precisaba aguzar la vista, desde allí podía verla.

La ciudad maldita, en la que se hallan los cien pilares. O sea, los verdaderos dominios del llamado Emperador Kundum. Al final de esas callejas angostas podía ver el rico palacio. Cuantos recuerdos le traía ese lugar. Las torres almenadas vigilaban la entrada cubierta por esas dos enormes puertas de alabastro. Varias ventanas de dimensiones reducidas invitaban a intentarlo. Claro, si los guardias de las torres no existieran.

Cerró sus ojos unos instantes, estaba pensando que hacer. Estaba aburrido y si no hacia algo iba a ser peor. Si gritaba se percatarían de su presencia y le atacarían. Pero, si no actuaba... eso era peor. Movió su mano una sola vez en forma vertical. Una violenta ráfaga azotó la ciudad, provocando un caos general. El guerrero rió por unos instantes al ver la escena dantesca. Y luego, arrojándose por la ladera opuesta desapareció.

Al menos, mientras esos jóvenes estuvieran allí con deseos de vencer al malvado. Él podía darse la libertad de no pelear. Pero, aún así se le hacia imperioso agitar su espada... tal vez tenía miedo de oxidar sus habilidades. Aunque, en el fondo de su alma se preguntaba si él podría con su rival. El hombre sacudió su cabeza bajo la capa, no podía permitirse dudar o titubear. Seguramente, con su técnica definitiva lograría hacerlo besar el suelo.

Abigail abrió los ojos con lentitud, como dudando de estar viva. Le sorprendió mucho no hallarse en el valle. Tal vez era un sueño, sin embargo el dolor que sentía aunque poco; era real. Olió por unos instantes la capa en que se hallaba arrebozada. Era un olor a flores y esencias muy agradables. Al mirar a su lado, pudo ver a sus dos compañeros de aventuras.

Ambos dormían profundamente, podía notarlo por los sonoros ronquidos. Pudo notar que también habían recibido cuidados. Esos dos que lucharon con valor, resultaron con graves heridas durante sus encuentros. Sonrió al verles así, aunque no se explicaba el porque faltaba Baiken.

Una figura encapuchada penetró en la cueva. Ante esta presencia inesperada, la mujer buscó sus dagas. Sin importar la clase de enemigo que fuera, ella lo derrotaría. Proteger a sus amigos era en ese instante la prioridad. Sus ojos miraban con gran fijeza los movimientos de ese extraño.

No temas, no he venido a hacerte daño- Dijo la figura.

¿Cómo se que no vas a aprovecharte de nosotros?- Inquirió la mujer, desconfiada.

De haberlo querido, habría aprovechado cuando te hallé inconsciente en el medio del valle- Respondió el misterioso personaje.

¿Y donde hallaste a estos dos?- Volvió a preguntar la rubia.

Ellos estaban dormidos cuando les ubiqué entre las montañas. La tercera cadena, para ser más exacta. El agotamiento pudo más que sus voluntades a punto de quebrarse- Le respondió el personaje.

Comprendo, discúlpame por prejuzgarte- Se disculpó a mujer.

Esta bien, Abigail. No tienes de que preocuparte- Le dijo el encapuchado.

¿Como sabes mi nombre?- Preguntó la blonda.

Ellos lo decían entre sueños. Supuse que hablaban de ti- Respondió la figura.

Ah

La figura encapuchada rió, comprendía a la perfección tanta desconfianza. En tiempos como esos, no podían darse el lujo de confiar en otros. Cualquiera podía aprovechar la situación y despojarles de sus pertenencias. O peor aún, tomando ventaja de que estuvieran heridos o dormidos… matarles.

Un incomodo silencio se apoderó del lugar, cerniéndose entre esas dos personas. No tenían un tema de conversación y para hacerlo peor… la rubia se moría de ganas por ver el rostro de su salvador. Sin embargo, no se animaba a pedírselo. Además, un presentimiento le decía que ya se conocían.

Por la forma en que estaba sentada, podía deducir que se trataba de una mujer. Por el tono de voz y la forma de expresarse, notaba que se trataba de una elfo. Por las manos podía deducir que era alguien que dominaba la lucha cuerpo a cuerpo. También se había percatado de que esa persona era inusualmente poderosa. Varias cosas le daban la razón: El hecho de que estuviese allí y más aún… viva. Por lo visto llevaba mucho tiempo viviendo allí, por lo tanto su forma de pelea tenía que ser necesariamente superior. Lo había comprobado con todos estos viajes. Cuanto más duro era un lugar, mas fuertes se volvían los guerreros que estaban allí.

Unos instantes mas tarde los dos durmientes despertaron. Ambos miraron con sorpresa a la rubia que no le quitaba los ojos al encapuchado. Schekander se limpió con el antebrazo unas lágrimas de alivio. Diógenes se paró y esto hizo que Abigail le mirara por unos momentos. Los tres estaban vivos y a salvo, eso era tranquilizante. Sin embargo, cuando Abigail les preguntó por Baiken... ellos no supieron responderle.

Estando aquí pude sentir una gran explosión de energía vital. Pero esa esencia no se corresponde a ninguno de Uds. Las esencias mágicas tienen otra forma y esta tenía esa forma- Dijo la figura encapuchada.

¿Cómo lo sabes?- Inquirió Abigail.

Es algo que aprendí al observar con mis sentidos. No solo me fío de mis ojos, chiquillos. Por eso puedo saber con exactitud que poderes tienen y cuales no- Respondió el inesperado aliado.

¿Pero y entonces que ha sido de Baiken?- Preguntó Diógenes.

Murió- Sentenció la figura.

Ante esa palabra los tres interlocutores enmudecieron. Sus rostros parecieron contraerse en una mueca de dolor. Esa noticia les pegaba mucho más fuerte que cualquier golpe recibido. Ese mago cobarde y miedoso se había esforzado hasta el final. Superó sus miedos y ya sin otro recurso, se usó a si mismo. Sin embargo, venció a todos sus rivales sin darles oportunidad.

Ese albino les había dejado el ejemplo, mientras pudieran levantarse... debían seguir luchando. No importa lo duro que fuera el rival, tampoco lo fuerte o grande. Solo el deseo de seguir vivo era importante. A eso debían aferrarse, al menos hasta que ya no pudieran vivir. Los tres lloraron al caído, Schekander sacó un puñal y extendiendo su mano cortó su antebrazo.

Juro... por este dolor. Que su muerte no ha sido en vano- Dijo la mujer mientras dejaba correr la sangre.

Por este mismo dolor... vengaré su muerte- Dijo Diógenes mientras emulaba a su amiga.

Con esta herida... le recordaré siempre- Dijo Abigail que se unía a sus amigos.

Parece que los ánimos vuelven a estar altos- Observó el encapuchado.

Claro que si- Dijeron los tres.

Bien, vamos. Les llevaré hasta la ciudad de los cien pilares- Dijo el guerrero.

Gracias, amigo- Dijo Abigail.

No hay porque, chicos- Repuso el extraño.

Cuatro figuras salieron de la cueva. En esos tres viajeros podía verse ahora una férrea determinación. Millares de bestias les cercaban el paso, pero el encapuchado volvió a actuar. Ya no importaba su identidad, por el pacto que tenía con ellos debía y quería ayudarlos.

La mano se extendió y esa lanza resplandeciente apareció. Los tres se sorprendieron al ver esa arma. No había dudas, la única persona que poseía esa lanza era Circe. La armadura negra pareció tornarse blanca ante la luz que irradió. Fue solo un instante en el que su lanza pareció desaparecer a la vista de todos. Cuando los pliegues de su capa cayeron de nuevo. Ella bajó su capucha y habló:

Síganme

Los tres le miraron y sonrieron, ya no había más que decir. Apuraron el paso hacia la ciudad maldita. Hacia su destino, aunque alguien les observaba de cerca.

Continuará…

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