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Mu Capitulo 21: De nuevo en Davias

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Capitulo 21: De nuevo en Davias

Al atravesar el portal la luz que les encegueció esta vez era de otra tonalidad, raro pero cierto. Aparecieron en la ciudad que ahora estaba diferente, se notaba en el aire. Los edificios estaban llenos de guerreros que se miraban unos a otros con desconfianza. La taberna estaba atestada, la chica que servía los tragos temblaba. No había ánimos para bromas, solo para matar y ser muerto.

Dos guerreros de muy mal talante se aparecieron ante ellos, parecían fuertes. Con sorna y tono autoritario los dos hablaron:

¿Quienes son ustedes, forasteros? ¿Son enemigos o amigos?

No tenemos porque responder, venimos a buscar a un camarada, luego nos largamos de aquí- Dijo Diógenes.

Muchacho insolente, no te pases de listo con nosotros. Sigue haciéndote el listillo y probaras nuestro acero- Dijo uno de los hombres adelantándose.

Si tocas un solo cabello de este hombre, serás tu quien pruebe mi acero- Intervino Schekander desenvainando su espada.

Los dos sujetos miraron con asombro a la mujer tatuada que sostenía ahora ante ellos esa terrorífica arma. No movían un solo músculo, el miedo les había paralizado... la fuerza insana de ese monstruo con forma de dama les atemorizaba. La expresión severa del rostro de ella le hacia parecer una estatua. Los dos guerreros se retiraron contrariados y asombrados, no esperaban a alguien así junto a un pelele como ese sujeto.

La germana envainó su espada con un suspiro de alivio, Diógenes le miró preocupado y pegándose a su lado le dijo:

No estas bien del todo, ¿no? Tonta, no tendrías que haber venido conmigo.

¿Quién cuidara de ti sino?, eres un debilucho; así que no me digas que hacer- Dijo ella con una fingida sequedad.

Esta bien, sentémonos y tomemos algo aquí. Luego iremos a buscar a Abigail- Dijo el muchacho.

Al parecer en la taberna tenían el oído muy aguzado, porque todos les miraban con desidia. No era muy querida su amiga en esos parajes. Pero nada se atrevieron a decir, la figura de esa guerrera tatuada era algo a tener en cuenta. Se sentaron en una mesa apartada, lejos de las miradas de desprecio.

Diógenes se levantó de su asiento y se dirigió a la barra en busca de unos tragos de hidromiel. Lo miraban como queriendo devorarle, pero él no les dio importancia; no le interesaba esa absurda guerra de clanes. Solo venía por una persona, solo por una promesa. Ya en la barra le pidió con cortesía a la morena que atendía:

Por favor, dos tragos de hidromiel.

En un momento se los llevo- Dijo la joven con una ligera reverencia.

Muchas gracias- Dijo el joven respondiendo con el mismo gesto.

Al volver hacia su asiento, vio que los dos pesados de la entrada estaban de nuevo allí; eso no le gustaba nada. Además, Schekander no estaba en plena forma, no era bueno que combatiera. Los dos sujetos se habían sentado y provocaban a la mujer. Schekander los miraba impasible, no eran lo suficientemente buenos para vencerla. La mano de uno de ellos acariciaba el pomo de su espada. Diógenes no espero ni avisó, su pie aplastó la mano del hombre, deteniendo la salida de la hoja. El individuo contempló atónito y con temor la hoja adiamantada de esa daga que ahora le apuntaba al ojo. El muchacho le miraba fríamente, no se movía... esperaba una acción para asestar el golpe de gracia. En la taberna se cernió un gran silencio, los bravucones sudaban en frío.

Solo los pasos de la camarera se oyeron al dejar las bebidas y regresar a su puesto, detrás de la barra. Los dos se retiraron del lugar, volviendo a mostrar su cobardía ante todos. Diógenes se sentó frente a su amiga y con una sonrisa le dijo:

Si tu lo hiciste antes por mi, yo lo haré por ti.

Diógenes, no tienes porque protegerme. Yo sola puedo vencer a cualquier enemigo, por fuerte que parezca. Lo haré con mi espada- Dijo ella con enojo.

No tienes porque ponerte así, no podía dejar de cubrirte las espaldas. No me gustaría que algo malo te ocurra- Dijo él mirándole fijo.

Ahora preocúpate por hallar a Abigail, luego veremos que hacemos- Dijo ella mientras sorbía un poco del jarro.

Es cierto, debemos ir al punto de encuentro y de ahí. Huir pronto de aquí, no deseo envolverme en esta guerra sin sentido- Dijo el muchacho.

Cuando oí que ustedes habían venido aquí me alegre. Pero con esas palabras, no sé que decir- Dijo una voz conocida.

¿Alecto, Megera? ¿Ya están aquí?- Dijo el sorprendido.

Los dos elfos andaban encapuchadas, pero allí se habían quitado las capuchas. Ambas estaban recuperadas, se notaba en su figura, aunque Alecto seguía luciendo esa mascara, las heridas de su rostro habían dejado cicatrices horribles. Diógenes se disculpó con ellas, aunque les explicó el motivo de su estadía, estas no entendían. Solo conocían la guerra y la lealtad hacia su señor Docrates. Era su orgullo como sus guardias lo que les hacia volver.

Él no dejara que te lleves a Abigail- Dijo Megera.

¿A quién te refieres?- Preguntó Diógenes.

Nuestro amo, Docrates. Como maestro del clan no tolera las deserciones- Dijo Alecto.

Lo siento, pero en este caso deberá aceptar. No pienso dar un solo paso atrás, lo prometí. Por eso no puedo fallar en mi cometido- Dijo el guerrero.

Bueno, no podemos detenerte. Es tu decisión y nada podemos hacer mas que advertirte. Ya estas prevenido, de encontrarnos nuevamente ya no seremos amigos- Dijeron las arqueros.

Esta bien, después de todo es su deber el proteger a Docrates. Sin rencores- Dijo el muchacho mientras las despedía a las dos.

Las dos figuras envueltas en capas salieron de la taberna, ahí iban dos compañeras de experiencia. Pero ya nada importaba, pronto serían enemigos. Diógenes miró de nuevo a su enorme amiga y con preocupación le dijo:

Creo que esta vez, seremos solo nosotros dos contra todos.

Da igual, no te dejaré pasar solo este mal trago. Cuentas conmigo, ya veremos como nos las arreglaremos. Por lo pronto, busquemos un lugar donde descansar- Dijo la mujer.

Supongo que tienes razón. Vamos, sé de alguien que posiblemente me ayude- Dijo el muchacho recordando a alguien.

¿En verdad? No sabía nada de eso- Dijo ella sorprendida mientras le seguía.

Los dos corrieron por las calles gélidas de la ciudad, dando vuelta en una calleja que el muchacho recordaba. Si, allí había conseguido su lanza... tal vez esa mujer le daría lo que precisaba. Grande fue su sorpresa al ver que en lugar de esa mujer de cabellos blancos había un hombretón con cara de pocos amigos. Este le miró de arriba abajo y sin darles importancia siguió puliendo las armas.

Diógenes le habló, pero este no contestó. La indiferencia del sujeto era tal que no les sentía. El guerrero entonces le preguntó:

¿No lo haz logrado? No has podido seguir tu camino, es una pena. Amigo.

No puede ser, que seas tú... ¿Diógenes?- Dijo él.

Heh, soy yo amigo Gunther. Tiempo sin verte- Dijo el muchacho mientras estrechaban sus manos.

Es verdad, dime ¿que puedo hacer por ti?- Preguntó el joven.

No tenemos donde quedarnos y ambos estamos cansados por el viaje que hemos hecho desde Noria. En las posadas no hay un solo lugar para forasteros. Por eso pido tu ayuda- Dijo el muchacho.

Esta bien, pero escúchame bien. Sé que esto no me involucra, pero me gustaría luchar a tu lado alguna vez. Así que, no importa el momento... házmelo saber, de esa forma lograre cumplir con mi sueño- Dijo Gunther.

Cuando venga por próxima vez, en ese momento sabrás que te necesito- Dijo Diógenes con una sonrisa.

! Que así sea ¡- Gritó con jubilo el muchacho.

Gracias amigo, ahora, dime hacia donde debo ir- Pidió el guerrero.

Toma esta llave, dirígete hacia el este. Toma el camino que ya conoces... cerca de la estepa encontraras una pequeña arboleda. La cabaña esta en medio de esa arboleda. No tienes como perderte, suerte y gracias. Caballero Diógenes- Le confió el joven con una reverencia.

Gracias, amigo mío. No te olvidare- Prometió él.

Schekander miró todavía sin creérselo, ese joven tenía muchos mas recursos de los que creía. Al llegar hasta la salida este, que era la mas desolada, los dos alquilaron unos unirias y salieron. Cabalgando sobre las bestias iban atravesando la tundra nevada, lo mismo que a la fauna local... bastante agresiva por cierto.

Al llegar a la arboleda, se apearon de los unirias y les dejaron rumiar libres por los alrededores. Caminaban despacio, evitando relajarse; podían ser emboscados en cualquier momento. Al llegar a la puerta de la cabaña, el muchacho abrió la puerta y ambos entraron. El lugar estaba acogedor, la tibieza de la casa le hacia muy confortable; mas con el frío que arreciaba fuera.

Diógenes soltó por fin los petates y quitándose la armadura se dispuso a salir afuera a cortar un poco de leña. Mientras hacia esto, pensaba en todos sus viajes y recordaba como hace unos años había estado por estas mismas tierras con su mentor. Ahora volvía a las mismas latitudes pero la situación era diferente, muy diferente. Esta vez, su compañera estaba con heridas internas y además era una mole.

Cuando terminó con la leña, volvió dentro del hogar. Ya en el lugar, se encontró con que la inmensa germana no estaba por ningún lado. Se estaba por empezar a preguntar donde se había metido, cuando la voz de ella se oyó decir:

El agua esta genial, ni se te ocurra espiarme ¿Escuchas, Diógenes?

Bien, no espiare. Eso si, luego tendrás que dejar que vea tu brazo. Circe me dio un bálsamo que te ayudará con tu problema- Respondió el muchacho.

No me gusta mucho la idea, pero esta bien. A propósito...que tal te trató tu guardiana- Inquirió ella.

Pues... muy bien ¿Por qué lo preguntas?- Dijo él algo extrañado.

Por nada, solo tonterías que no vienen al caso- Dijo ella al tiempo que suspiraba por lo bajo.

Bueno, avísame cuando pueda pasar a vendar tu brazo. Mientras, yo iré preparando algo para cenar. Así, mañana podremos ir al punto de encuentro- Dijo él, animado.

Mientras ponía a cocer unos trozos de carne al fuego y se dedicaba a exprimir frutas para hacer jugo la mujer salía del baño. Al tiempo que él ponía las cosas en la mesa, ella secaba su pelo y cuerpo en la habitación. Él condimentaba y echaba sal a gusto a las verduras... ella se untaba el cuerpo con aceite, mientras inspeccionaba sus heridas y se vendaba el torso y los pechos.

Cuando consideró que estaba lista, llamó a Diógenes. Este se hallaba nervioso, desde aquella vez con Circe no había vuelto a contemplar el cuerpo de una mujer. Además, esa no era cualquier mujer... ella podía despedazarle sin quererlo. Le tranquilizaba el hecho de solo tener que tratarle el brazo. Ya no podía pensar en nada mas, solo quedaba entrar en la habitación.

Continuará…

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