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Mi mujer, tú y yo

en Intercambios

MI MUJER, TÚ Y YO

Ahora mismo no sé siquiera mi nombre ni el tuyo. Incluso desconozco si estamos en México DF o en Madrid. Sé que uno de los dos, tú o yo, tomó el avión, pero ¿quién? ¿en qué aeropuerto? ¿con qué destino? ¿Estamos próximos a la Zona Rosa o en las inmediaciones del Paseo de la Castellana? Lo ignoro. Me encuentro demasiado excitado, excesivamente fuera de mí como para pensar. Vivo en el mundo de los sueños. Resulta curioso: Mientras permanecimos en el plano virtual ofreciéndonos mutuamente a nuestras mujeres con un océano por en medio, semejaba todo real, de carne y hueso. Ahora en cambio, cuando estamos mi esposa, tú y yo mirándonos cara a cara, cuando van a cumplirse nuestras fantasías, floto en una nube de irrealidad. Aquí tienes a mi mujer. Es tuya. Lámela, sóbala, apretújala, acaríciala, úsala a tu antojo, humíllala, penétrala, hazla gritar de placer, descúbrele lo puta que siempre fue pese a que hasta hoy no lo aceptara, utilízala, coloca su boca frente a tu verga para que te la mame, oblígala a que te ofrezca el trasero y a que te suplique una penetración más…Es tuya y mía, es nuestra: una bebida a compartir, un licor con el que obsequiarte, un mismo aguardiente que a ambos nos embriaga.

Los tres hemos cenado bien de veras. El restaurante excelente, la comida suculenta, el vino abundante y exquisito. Tú y yo éramos cazadores, mi esposa la pieza. Ella creía que aquella era una cena más, ignoraba que la suerte estaba echada y que el círculo se iba cerrando: Cada trago de vino que ponía un brillo húmedo en su mirada era, a la vez, un ataque demoledor a sus defensas, en cada ocasión que llevaba la copa a sus labios avanzábamos en nuestra campaña de corrupción. Ella no lo sabía pero ya se le iba aflojando la goma de las bragas y desabrochando el cierre del brasier por más que no se apercibiera de nuestra conjura. Terminamos de cenar y ya estaba un punto achispada. "Vamos a casa a tomar la penúltima" propuse. Y en casa estamos.

Nos hemos puesto cómodos nada más entrar, aunque no tanto como hubiéramos deseado tú y yo: Nosotros, fuera chaquetas y corbatas y desabrochados los botones del cuello de la camisa, mi mujer, fuera tacones. Música y sendos güisquis al alcance, la botella recién abierta y la cubitera con abundante hielo, tú y yo al tanto, rellenando continuamente su high ball. Hablábamos empleando un tono más alto que de ordinario. Era el alcohol y en nuestro caso, compañero, los nervios, porque esta noche era la noche. Ambos lo sabíamos.

En el DVD, Rocío Durcal entonaba un corrido: "Me gustas mucho, me gustas mucho tú", y cada uno de nosotros tomó una mano de mi esposa mientras cantábamos un "tarde o temprano serás mía"que era toda una compartida declaración de principios. Ella reía. Se la veía suelta, a gusto. Estaba en el centro del sofá, tú y yo flanqueando sus costados, nuestros muslos oprimiendo los suyos, sintiendo su calor, ella siendo a la vez nuestra reina y nuestra esclava. Era un momento de cristal, la antesala de cielo y de infierno entremezclados. Terminó el corrido y la música cambió radicalmente. Se hizo lenta e insinuante. "¿Bailamos?" La abracé por la cintura y ella apoyó su cabeza en mi hombro y cerró los ojos. "Estoy un poco mareada" susurró. "Bailando se te pasará". Comencé a besarla en el cuello. Se dejaba hacer. Te hice una seña para que me relevaras. Pareció no enterarse. Pasó de unos brazos a otros con los ojos cerrados y la respiración anhelante. Me senté en el sofá y comencé a observaros.

La besabas. Llenabas de besos sus mejillas, sus párpados, sus orejas, su cuello. Sentí como se me endurecía la verga. Era la mía una erección salvaje que mal contenía la bragueta. Tú apretaste su cuerpo contra el tuyo. Por un momento tuvo como un sobresalto, un amago de rechazo. "Tranquila, no pasa nada" la calmé. Volvió a quedarse quieta mientras tus manos recorrían las caderas y abarcaban sus nalgas. Yo empecé a tocarme por sobre la ropa. Me miraste y sonreíste. Luego la besaste en la boca. Es bien difícil explicar lo que entonces sentí. Era como tener un tigre paseándose por mis pulmones para luego clavar sus garras en mi estómago. ¡Desagradable? En absoluto. ¿Agradable? Tampoco. Fuerte, sí. Tremendamente fuerte sí. Salvajemente fuerte también. Tenía ante mis ojos lo que siempre soñé: Un hombre estaba sobando a mi mujer delante de mí, introducía su mano en el escote, le masajeaba los pechos. No pude más. Me puse en pie, llegué junto a vosotros y tomé a mi mujer por la cintura. Te retiraste un paso. "Ven, vamos a la cama". "Es que está tu amigo" balbuceó."No importa. Estás conmigo"."Bueno, pero déjame tomar un último trago". Le alargué el vaso y lo apuró de un solo trago. "Vamos ya".

Entramos en el dormitorio. Se echó sobre la cama y quedó allí, sobre el cobertor, vestida y quieta. Me senté en una butaca frente a ella. "Es toda tuya, compañero" te invité. Te tendiste y le alzaste la falda.

Cree que ahora mismo, al recordarlo, he de masturbarme para recuperar el sentido. "Espera, esto es cosa mía". Sí. Lo era. Era cosa mía quitarle las bragas, dejártela preparada y dispuesta, la pelambrera del sexo a tu disposición, sus muslos semiabiertos ofrecidos. "Te vas a follar a mi mujer. Te vas a follar a mi mujer" repetía una y otra vez sin palabras, saboreando aquella enormidad tanto tiempo esperada. El deseo te abultaba el pantalón y me excitaba verte así, apretujando su vientre, buscando con la lengua el misterio de su sexo. "La quiero desnuda" Hablabas con voz ronca. Te ayudé a quitarle la ropa. Era aquella una tarea que a la vez me hacía sentir feliz y el más miserable de los hombres. Estoy desnudando a mi mujer para que se la folle otro, pensaba. Soy un cabrón. Un tremendo cabrón.

Quiero verte la verga, compañero, dura, tiesa, entrando y saliendo en el cuerpo de mi mujer. ¿Sabes? El día de la boda llevaba un traje precioso con un velo de tul ilusión. Se la veía tan alegre, tan pura, tan niña…Fóllatela, amigo. Es tu puta, quiero que sea tu puta, cómele las tetas, métele la verga por el culo, rebájala, dile que es una perra, una puta perra cachonda…Yo, mientras, me he bajado la cremallera de la bragueta y me he sacado la verga. Me masturbo, no puedo parar de hacerlo, me apuñalo el vientre, en tanto tú también te desnudas y, de un solo golpe, entras en su entrepierna. Gime, imagino que no tan dormida como quiere aparentar.

"¿Disfrutas follándotela?" te pregunto. Es una pregunta estúpida, se te ve disfrutar, pero quiero que me digas que sí, que me lo asegures con la voz entrecortada y el resuello al límite, y quiero que me digas que soy el mayor de los cabrones, porque me gusta serlo, adoro serlo, necesito serlo y que lo sepas y que luego en tu país, al otro lado del océano, presumas con tus amigos de que un amigo desnudó a su mujer para que te la hicieras porque era un cabrón, y me excita pensar eso y verte cogiendo, follando, jodiendo, recuerdo cuando nos pusimos los anillos, el cura dijo "yo os declaro marido y mujer" lanzó el ramo al aire y sus amigas aplaudían, muérdele los pezones, clávale las uñas en ellos, le gusta que lo hagan.

También le pone caliente que le pasen la lengua por el ojete del trasero, luego se lo haces, esto no ocurre todos los días y quiero que se alargue y alargue, tengo mucha leche en los huevos y quiero sacarla a la luz a vuestra salud, dime que soy un cerdo, amigo, dímelo por favor, porque lo soy, otro día he de hacer que se follen a mi chica dos tíos a la vez, tal vez tres, uno en cada agujero. Yo no perderé detalle como ahora no lo pierdo, y me duele, porque también duele veros, pero es un dolor rico y glorioso que se confunde y transforma en el mayor de los placeres, y vais acelerando el ritmo como yo también lo hago, y pronto llenará el mundo nuestro orgasmo triangular, nuestro grito a tres bandas, a los postres gritaban "vivan los novios" y luego coreaban "que se besen", bésala tú por mí, húndele la lengua hasta el fondo de la garganta, poséela, llénala de tus jugos, es tu puta, mi puta, nuestra puta, es un aguardiente azucarado, y el estallido, el total estallido, globos de colores que llenan el cielo, la madre de todos los orgasmos, la panocha inundada, las vergas palpitantes y un deseo de siglos que hoy al fin se ha cumplido…

………………………….

Por cierto, mi mujer sabía muy bien con quien estaba y te manda muchísimos recuerdos y las más perturbadora y audaz de sus caricias. Dice que lo pasó de cine contigo y que a ver cuando te decides a volver a cruzar el mar. En el entretanto, y para hacer boca, me ha propuesto que invitemos a cenar a un amigo nuestro que siempre –ahora me lo confiesa- le gustó. Salimos esta noche. Está eligiendo su tanga más sexy y ese liguero negro que tan bien le sienta. Los dos estamos muy excitados. Ya te contaré.

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