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Historias no eróticas: Niev la hechicera (5)

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Historias no eróticas: Niev la hechicera (5)

La hechicera Niev, al frente de una partida de doscientos hombres, se propone desafiar a Esejot y a su ejército de cuarenta mil guerreros

IX

A dos días de camino

Sonrió. Sabía que Trave la espiaba. La estaba observando, agazapado detrás de las tinajas verdes. Fingió no apercibirse de la presencia del hombre. Siguió frotándose el cuerpo desnudo con el guante de crin hasta enrojecer la piel. Ofrecía a Trave, como por casualidad, su mejor perfil: la armoniosa línea de su pecho derecho, el pezón endurecido y prominente, un escorzo de glúteo carnoso y de bajo vientre en que el vello púbico, rojo y ensortijado, parecía hecho de hebras de azafrán. Por un instante, pese a estar bañándose, se vio sucia por exhibirse así, con tamaña desvergüenza... Luego se rebeló. ¿Y por qué? ¿Por qué las mujeres no pueden separar el sexo del amor y los hombres sí *? ¿Por qué está escrito que las mujeres han de ser fieles y los hombres promiscuos? Claro, las mujeres se quedaban embarazadas. La decencia era una defensa contra hijos no deseados. Pero Niev no tenía ese problema. Entendía de hierbas. Conocía mil y una formas de evitar el barrigón. Podía disfrutar del sexo y valerse de él. El sexo era buen arma en el combate por el poder. Con el sexo se dominaba. Se podía conseguir lo que se deseara. Karnc misma. Le bastó una sola ojeada para apercibirse de los gustos de la castellana de Tarb. Se aprovechó, claro **. O no se aprovechó. Dio y recibió. Fue un trato justo. Proporcionó placer y consiguió cosas: oro y guerreros. Tampoco fue tanto: Unos besos, unos lametones, un frote de pieles...Poca cosa y, al tiempo, lo bastante para hacer feliz a Karnc y convertirla en un montoncillo de carne agradecida. ¡Ay, dioses! ¡Cuántas oportunidades se pierden, cuánta felicidad se niega en nombre del decoro!

Y ahora Trave. Quedó malherido a raíz de la lucha entre los cazarrecompensas. Le aplicó cataplasmas y emplastos y, a la vez que curaba sus heridas, jugó con él el más viejo de los juegos. No temía que, al provocarlo, él reaccionara asaltándola y tomándola por la fuerza. Estaba demasiado débil. Tenía todo el tiempo del mundo para amansarlo, seducirlo, domarlo, convertirlo en un cachorrillo, limarle las garras y dejarlo a su merced. Ahora una sonrisa, luego un roce ligero, después detalles, teselas que, en sí mismas, no eran nada, pero que, unidas, iban conformando el rico e inigualable mosaico de la seducción. Lo había cautivado. Trave no podía imaginar la vida sin ella. Y Niev, en este mismo instante, alimentaba la llama al exhibir su cuerpo desnudo. Sabía que lo encelaba y disfrutaba al hacerlo. Se sentía excitada, incluso húmeda, al provocar al macho. Le era difícil evitarlo. Le gustaba gustar.

(Pero quítate esas ideas de la cabeza, Niev. Tu ilusión no es ser hembra gozadora, tú quieres el poder. El sexo es instrumento, no fin. Tenlo bien presente.)

Reaccionó. Alcanzó la ropa y se vistió. Tranquila...Tenía que volver a lo que importaba. Estaba a dos días de marcha del campamento de Esejot. Ella lo sabía y él también. Tenía doscientos hombres, Esejot cuarenta mil. Seguir su avance era correr a una muerte cierta.

Esejot parecía invulnerable, pero la sabiduría de muchas generaciones de hechiceras del linaje de Vurt le susurraba al oído que incluso la mejor armadura tiene un resquicio. Pensó. No podía avanzar, pero tampoco se retiraría. Quedaría donde estaba, a dos días de camino, aguardando su oportunidad. ¿Y si atacaba Esejot? Bueno, no atacaría con todo su ejército. Para aplastar a un par de centenares de hombres basta medio millar. Y, desde su punto de vista, era mucho mejor enfrentarse con quinientos hombres que con cuarenta mil, cosa que ocurriría si era ella quien avanzaba.

En muy poco tiempo, su pequeño campamento sería espiado por los hombres-águilas. Mejor. Sus doscientos hombres eran expertos honderos y se distraerían abatiéndolos a pedrada limpia. Harían apuestas entre sí sobre quien alcanzaba a mayor número de espías, y ese entretenimiento conservaría la moral de su tropa.

En fin, paciencia. Se presentaría la oportunidad y la pillaría al vuelo. Y, si la aprovechaba, sería otro el cantar.

Notas al capítulo IX:

* La razón de que las mujeres no deban separar el sexo del amor obedece a que, según enseña la Santa Madre Iglesia, la honestidad ha de ser virtud connatural con la mujer.

**Se habrá apercibido el lector avisado de que Niev no es precisamente una joven de moral recatada y morigeradas costumbres.

X

El encuentro

"Buscamos a Esejot"

Tench, el más alto de los centinelas miró fijamente a los recién llegados. Eran cuatro y vestían ricamente. Parecían comerciantes de alto nivel. Llevaban dos monturas cargadas de fardos.

" Y ¿quiénes sois vosotros?"- preguntó.

-¿Nosotros? Somos embajadores de Karnc, la princesa guerrera de Tarb. Venimos a saludar en su nombre al poderoso Esejot, y a ofrecerle un presente con motivo del Día de la Recolección.

Tench se rascó la cabeza. No le gustaban las complicaciones. Prefería las guardias tranquilas, en las que nadie se atrevía a acercarse. Ahora tenía que acompañar a los embajadores, porque eso eran y no comerciantes, al interior del campamento, así que, entre unas cosas y otras, no quedaría libre hasta una hora después. Y justo hoy, el día de la fiesta grande en todos los reinos, cuando tenía una estimulante cita con Alesa, la esposa del panadero de la aldea. Mal, muy mal. Pero nada ganaba con renegar. Cuanto antes acabara su cometido, antes levantaría las enaguas de la mujer.

"Seguidme".

Atravesaron el campamento entre guerreros que bromeaban felices, al olvidar por un buen rato la rutina de la milicia. Se olía la inminencia de la fiesta. Les costó llegar hasta la más grande de las tiendas. Se hallaba fuertemente custodiada. Allí el centinela habló con Caront, capitán de la guardia personal de Esejot y los invitó a entrar. Los embajadores descargaron un voluminoso fardo. Casi no podían con él. Penetraron en el habitáculo y se arrodillaron ante Esejot.

"Poderoso Señor-musitaron- Te traemos esta alfombra ricamente trenzada como gesto amistoso de buena voluntad".

Dejaron la alfombra, enrollada, a los pies de Esejot. Y entonces la alfombra se agitó, tal y como si se encontrara viva, y antes de que Caront o Esejot la acuchillaran, se abrió como una flor y surgió de ella Niev, gloriosamente desnuda, ungida en aceites olorosos, su cabello un manojo de rubíes y sus ojos un par de centelleantes esmeraldas, sus pechos dos colinas de nieve, sus piernas largas como los días del verano, el sexo rojizo como el fuego de un hogar y la boca hecha para el beso, no para la palabra. Esejot no la reconoció, no podía hacerlo. NI ella ni sus pechos se parecían a los de su sueño. Simplemente creyó que las diosas existían y que la más bella de todas había bajado a la tierra para su regalo. No quiso pensar más. Echó a patadas a embajadores y guerreros, y quedó frente a la mujer. Su respiración era agitada. Raudales de sangre emprendieron camino e hincharon su tremenda masculinidad. La diosa, en tanto sonreía. Esejot alargó su mano, dura y fuerte, y la tocó ligeramente. El roce le produjo una tremenda descarga de electricidad.

"Tranquilo, Esejot. Tenemos todo el tiempo del mundo".

Si el sol tuviera voz, hablaría así.

"Todo el tiempo"...-repitió Niev, mientras en su interior, por debajo de su esplendorosa apariencia, deseaba con todas sus fuerzas que el tiempo permaneciera de su lado y que nada fallara en su plan.

La clave había sido la llegada de la fiesta. Dos días atrás, por una serie de casualidades afortunadas, uno de los hombres de Niev había oído que el vinatero de una aldea próxima estaba preparando seis barricas de vino para los oficiales del ejército de Esejot .Niev vio el cielo abierto. Si conseguía añadir unos polvos al vino, Rikal quedaría sin alféreces y capitanes, y ella podría aprovechar la oportunidad. Le resultó sencillo preparar un extracto de nueces de adormidera, que ralló hasta convertir en polvillo impalpable y blanquecino. Tampoco fue difícil acceder a las barricas. Unos táleros ofrecidos a tiempo obraron milagros. Solo faltaba encontrar el método para llegar hasta Esejot. Meditó largamente sobre la cuestión. Buceó en su interior y, como de costumbre, acudieron en su auxilio las pasadas generaciones de hechiceras del linaje de Vurt. Es posible que entre aquellas hechiceras, hubiera algunas que se comunicaran con otras civilizaciones, porque es lo cierto que le vino a la mente la argucia que empleó en otro tiempo una reina llamada Cleopatra para acercarse a un guerrero de nombre Julio César, en una tierra llamada Egipto: Envolverse en una alfombra y ser conducida a su presencia. Hizo lo mismo, y aquí estaba ahora. Había llegado a pensar en untarse los pezones con sustancias letales que dieran la muerte a quien los chupara, pero luego se dio cuenta de que Rikal no se andaba con caricias ni ñoñerías, y que no podía esperar de él besos en los pechos. Renunció a la idea y confió en las barricas de vino y en su poder de seducción. Y aquí estaba ahora, desnuda frente a su enemigo que jadeaba de deseo. Se tumbó en unos almohadones,

-¿No quieres venir conmigo, Esejot?- sonrió.

Se lanzó sobre ella. Fue un tornado, un vendaval, un ciclón, arrasándola, empequeñeciéndola, aplastándola con su peso. A Esejot le latían las sienes y el sexo, su jadeo era casi estertor. Ella no rehuyó el encuentro. Abrió los muslos, aproximándole su penacho de fuego, llamándole, provocándole todavía más y más, su sexo un torbellino, una boca hambrienta y abierta dispuesta a llenarse de él, preparada para soportar sus embestidas, incitándole a que pusiera más fuerza y empeño en sus enviones , Esejot dentro, ella envolviéndole, la bella y la bestia, el amor y la muerte, más, más, más, más todavía, te crees muy hombre, yo soy más mujer, no podrás conmigo, te sacaré los jugos, te exprimiré como un limón, te sacaré la fuerza, y luego, cuando te vacíes, cuando te derrote, cuado te haga perder el sentido y te gane el sueño, alargaré el brazo, tomaré con delicadeza el puñal que imprudentemente has dejado a mi alcance y, con toda delicadeza, tal y como juré, rebanaré limpiamente tus testículos y se los ofreceré por comida a los perros mientras tú, poderoso Rikal, te desangras, agonizas, sin agradecer la deferencia que he tenido contigo por haberte mostrado una vez más mis pechos...

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