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Cuentos no eróticos: Trastorno mental transitorio

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Trastorno mental transitorio

 

El Presidente del Tribunal carraspeó al finalizar el informe oral de la defensa y, dirigiéndose al procesado, pronunció las palabras rituales:

"Póngase en pie el acusado.¿Quiere añadir alguna cosa más?"

El reo un hombre pequeño y borroso, una minucia entre los policías que lo custodiaban, se encogió toda vía más y, si no fuera porque tenía mucho miedo, hubiera sonreído. ¡Añadir algo más! ¡Qué ironía! Si no le habían dejado abrir la boca...

"Usted limítese a contestar sobre lo que se le pregunte- le habían advertido un rato antes.- Tiene a su abogado. El hablará por usted."

Pero no lo hacía. No podía hacerlo. Los problemas de Julio Arnal eran exclusivos de Julio Arnal, no de don Cosme, por muy inteligente que fuera, por mucha carrera que tuviera, por mucho interés que pusiera en su defensa. Lo que en él eran emociones, se convertían, en la voz de don Cosme, en palabras.

"Trastorno mental transitorio"-había asegurado su abogado. El hecho de que un día, no sabía por qué, hubiera despertado con nueva visión del mundo y convencido de que había de escapar de sí mismo, el hecho de sentirse latir el pulso y encontrar que ese latido era buena música, el hecho de ver a su mujer dormida y advertir su vulgaridad e insignificancia en toda su crudeza, era para don Cosme eso: trastorno mental transitorio."

Levantarse de la cama, abrir la ventana de par en par, respirar con deleite el airecillo del amanecer, salir a la calle y hacerlo cantando por fuera y por dentro, sentirse magnífico y llamado a algo más emocionante que dejarse la salud tecleando en el ordenador ideas que no le interesaban, se resumía en aquella Sala de Justicia en solo tres palabras: trastorno mental transitorio.

Recordó, en relámpago, cada detalle de lo ocurrido aquel día. Rememoró el momento exacto en que vio aquel coche con las llaves de contacto puestas, y la sensación de felicidad que le recorrió el cuerpo al poner en automóvil en marcha, y también recordó como corría y como salió de la ciudad y enfiló la carretera. Luego paró y se llenó los pulmones de libertad. Fue entonces cuando reparó en el maletín de debajo del asiento. Había reído a carcajadas al saltar la cerradura y ver tantos billetes grandes. Salió del coche y se arrodilló dando gracias a Dios por hacer que la vida fuera tan hermosa y por haber puesto en su camino el automóvil y la riqueza, y por haber hecho que amaneciera un día diferente.

Le vieron dos personas. Don Cosme las había localizado y llamado a declarar en el juicio:

"Esa es la prueba –dijo en su informe- de que el procesado no era dueño de sus actos. Los testigos lo han declarado: Gritaba, arrodillado en una cuneta. ¿Consideran eso normal?."

No. Eso no era normal. Pero si lo normal se reducía a ir cada semana cinco días al trabajo y dos al chalet, y a ver los partidos de fútbol en la televisión, y a saludar a vecinos que maldita la gracia que le hacían, y a decir al jefe, en la oficina, "cómo usted diga, señor", entonces...se alegraba de no haber obrado normalmente. Siguió recordando: el hotel. Tenía más estrellas que una noche despejada y sin luna. Había entrado en el comedor:

"Si el señor me lo permite, le recomendaría unos langostinos de Vinaroz. ¿O prefiere unas colas de langosta a la salsa caviar?"

"¿Champán? ¿Tattinger? ¿Mercier gris? ¿Dom Perignon? ¿El señor tiene una especial predilección por alguna añada?"

Nunca comió mejor.

Luego siguió carretera adelante hasta Marbella, y aquella morenaza –"Jennifer, me llamo Jenifer"-, aquella morenaza y sus pechos perfectos, y el corazón que le repetía: Vives, vives, vives.

Vivir, ¡qué gran palabra! Trastorno mental transitorio. Vivir. Se sentía aturdido y era feliz, y no estaba en la oficina sino en los brazos de una mujer morena, y vivía. Por fin, vivía.

"Robo" –había acusado el Fiscal.

"Con eximente de trastorno mental transitorio"- se opuso la defensa.

"Seis años"- insistió el Ministerio público.

"Absolución"- terminó don Cosme.

"¿Quiere añadir alguna cosa más?" –le había preguntado el Presidente de la Sala.

Miró a su alrededor. La Sala era oscura, antañona. El tiempo parecía detenido. Togas. Jueces. Policías. El Fiscal. Don Cosme. Seis años. El delito y la pena. El artículo 20 del Código Penal...Habló, por primera vez en el juicio, con voz clara y fuerte:

"No. No tengo nada que añadir. Y, aunque lo hiciera, no me entenderían."

Y el juicio quedó visto para sentencia.

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