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El cuadro

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Estado Virgen escribió un magnífico relato titulado "La mirada perdida del ángel" que podéis encontrar en www.todorelatos.com/relato/22463/. "El cuadro" aborda el mismo argumento de aquella narración si bien desde un punto de vista muy distinto.

 

El cuadro

"Vamos a ver a quién tenemos aquí. ¡Hombre! ¡Si es Germán Hornos, alias el Artista! Pues te va a caer el pelo, Germán. Treinta años no te los quita nadie. Robo, falsificación, abusos sexuales, homicidio, incluso puede que asesinato… "

Tragas saliva. No es la primera vez que te interrogan en Comisaría pero no acabas de acostumbrarte. No te sientes cómodo. Tampoco lo está tu abogado. Es primerizo y se remueve inquieto en su silla. El inspector sigue en su papel:

"Será mejor que colabores, Germán. Lo que digas puede ser usado en tu contra, pero también en tu favor."

"No declararé sino ante el Juez".

"Como quieras –suspira el inspector- Cuando venga el furgón te llevaremos al Juzgado. Mientras tanto, cuenta borreguitos en la celda. O mejor cuenta ángeles. Parece que te gustan más".

Tres horas. Cuatro. La noche entera. Te impacientas en el cuartucho oscuro y húmedo. Mal duermes. Te pueden los nervios. El futuro se te presenta negro. Tienes poca defensa. Te pillaron con las manos en la masa. Tranquilo, Germán. Recupera la sangre fría. Te vienen en borbotón los recuerdos, comenzando por aquel día que, mira por donde, de ahora en adelante será conocido en tu causa como el día de autos.

En auto ibas y el auto tuvo la culpa. Se averió. Hizo un ruido rarísimo, se desinteresó por completo de rodar por los caminos y se paró cuando atravesabas un pueblo, justo ante la puerta de un taller mecánico. Pensaste que habías tenido suerte dentro de la desgracia. "Es el epidiáscopo de batería –el mecánico dijo eso o algo parecido- A las seis de la tarde estará listo". A las seis. Tenías un par de horas por delante. Callejeaste, te hiciste un par de cervezas en el bar de la plaza y, por matar el tiempo, entraste en la iglesia. No había nadie en el interior. Bueno, sí: una mujer que contemplaba un cuadro. Te acercaste a curiosear. La mujer era joven y no estaba nada mal, pese a que la vestían sus enemigos. Era como tres kilos de caviar de Beluga en una caja de zapatos o una perla envuelta en papel de estraza. Algo así. Desnuda debía tener un buen polvo. Miraba el cuadro. Tú también lo hiciste. Fue como un fogonazo. Una revelación. Ni te lo creías. Te acercaste y examinaste la pintura. Ese trazo, ese colorido…No había duda. Era una obra, de la etapa de Orvieto, de Fra Angélico. Quizá "El coro de los arcángeles", que se documentó en las crónicas del Papa Eugenio IV y se dio por perdido a raíz del saco de Roma por los tercios del Emperador Carlos. No podía ser…pero era. Tenías ante tus ojos una maravilla de la pintura universal que colgaba, sin protección alguna, de un muro interior de una iglesia de pueblo. Para morirse.

La ocasión la pintan calva. Decidiste que, en cuanto tuvieras el coche a punto, descolgarías el cuadro y escaparías a toda pastilla. Pero el hombre propone y Dios dispone. A las seis el coche estaba en sus marcas. Entraste en la iglesia…y la joven de antes seguía frente al cuadro. Te armaste de paciencia y esperaste a que se largara. Inútil. No se separó del cuadro hasta que cerraron la iglesia. La puerta era fuerte y llena de cerrojos. Te resignaste a volver al día siguiente…y ella seguía allí. Lo mismo al otro, y al otro, y al otro.

Al mes eras conocidísimo en el pueblo. A los dos meses te propusieron que te presentaras a concejal. Supiste entonces, por los parroquianos del bar de la plaza, que la chica en cuestión se pasaba las horas muertas mirando el cuadro porque se había enamorado de uno de los ángeles pintados en él y confiaba en que se hiciera, por milagro, de carne y hueso. La llamaban la Loca, aunque los clientes de la botiga de la calle Mayor preferían llamarla la Angelita. Ella era la única que desconocía tu afición al pueblo. Solo tenía ojos para la pintura.

Te apercibiste de que ya no podías robar el cuadro. Te hubieran cazado de inmediato. Los forasteros son sospechosos ideales en estos casos. Cambiaste de planes. Lo fotografiaste y estuviste un mes dándole a los pinceles, que a ti, eso de pintar y de falsificar, siempre se te dio de maravilla. Por algo te llaman Germán el Artista.

El cuadro te salió de cine. Te quedaste tan contento con tu obra que decidiste darle un toque personal, una especie de marca de fábrica. Había en la esquina superior izquierda del cuadro original un ángel con las manos entrelazadas sobre el corazón y la mirada perdida en el vacío. Pintaste al ángel en tu copia tal cual, solo que mirando al frente. ¿Por qué no? Podías permitirte esa pequeña diablura. ¿Quién iba a darse cuenta? Tal vez la Loca, pero ¿quién iba a hacerle caso a una loca?

Elaboraste un plan. Entrarías a la iglesia con el lienzo recién pintado poco antes de que cerraran, aguardarías a que se fuera la Loca y pasaran los cerrojos y luego tendrías toda la noche para cambiar cuadro por cuadro. El resto sería sencillo: en cuanto abrieran la iglesia te largarías y aquí paz y allá gloria.

La primera parte del plan se realizó a la perfección. Llovía a cántaros. Caían chuzos de punta. Mejor así. No había nadie en la plaza y nadie te vio entrar. Te escondiste en una capilla lateral. La Loca estaba frente al cuadro. Miraste el reloj. Diez minutos todavía. Lo volviste a mirar. Hora de cerrar. El párroco se acercó a la mujer y le habló:"Tengo que cerrar y está lloviendo mucho. ¿Prefieres quedarte esta noche?".

Te horrorizaste. También te indignaste. ¿Pero qué dice este hombre? ¿Es que uno no va a poder llevarse tranquilamente un cuadro? Y no, no podías. El cura se fue, cerró las puertas con siete llaves y os quedasteis dentro el cuadro, la Loca y tú. Cuando algo sale mal y cambia, suele ser para ir a peor. No sabías que hacer. Y entonces la Loca se encara con el cuadro y le suelta: Por fin estamos solos, amor mío. Ha sido difícil. Ahora puedes mostrarte como prometiste hacer. Y si no quieres mostrarte, al menos mírame".

Vaya con la niña. Todavía estaba más cabra de lo que pensaban en el pueblo. ¡Hablar con un cuadro! Y seguía: "¡Vamos! Lo prometiste", y se iba alborotando y dale que te pego: ¡Lo dijiste! ¡Cuando él no esté, estaremos juntos! ¡Lo dijiste!".

Cada vez chillaba más. "Esta va a hacer que me cojan" te angustiaste. "Hay que hacer algo". De golpe te vino la inspiración. Te quitaste el pantalón y la camisa y te quedaste en calzoncillos. Ella seguía con su perra: "¡No lo he soñado! ¡Lo dijiste!". Y en eso que se abalanza sobre el cuadro dispuesta a golpearlo.

¡Ah, eso sí que no! Te precipitaste contra ella y le sujetaste el brazo. Luego le soltaste lo primero que te vino a la cabeza: "Te dije que vendría. Nunca miento."

Palabra de Dios. Mano de santo. Pleno al quince. La Loca se te abrazó como una ídem.

"Pues ya puestos, a ésta me la follo ahora mismo".

Tenía bien prietas las carnes la muy puta. Le atizaste un buen morreo y ella no se echó para atrás. Al contrario. Le diste un repaso guapo a los bajos y ella te correspondió agarrándote la polla. Para que te fíes de las beatitas.

En un momento estabais en pelota picada. La Loca tenía unas tetas de las que recomienda el hechicero a los indígenas desganados. Una ricura. Porque los ángeles no tienen nada entre las piernas, que si llegan a tenerlo se salen del cuadro y le dan a la nena una ración de matarile colchonero. Pero allí estabas tú para lo que gustara mandar. Y le pusiste entusiasmo, vaya que sí. Le atizaste unos pellizcos en los pezones que la pusieron como una moto. Luego le buscaste el chichi. Lo tenía recogidito y oculto bajo un matojo de pelos. Alcanzaste la rajita. Estaba llena de jugos como diciendo "fóllame ya de una". La tumbaste en el suelo que debía estar de un frío de muerte, le apartaste los muslos y allá que fue tu cacharro a trabajar en caliente. ¿Pues no era virgen la muy puta? Como una recién nacida. La estrenaste a la salud de la afición. Le metiste un envite muy mayor, de los de vuelta al ruedo y saludo en los medios, y la tía sangró un poco, aunque por ti como si la operan de apéndice, que cuando uno está en su faena, pasa de tonterías. Pero tranquilo, Germán, que por algo te llaman el Artista. ¿Que tal voltearla ahora, ponerla a cuatro patas como si fuera una cordera, agarrarla por las caderas y dejarle arreglado el cuerpo a base de pollazos? ¡Y como se retorcía la golfa! Saber follar, lo que se dice saber, no sabía mucho, pero se aplicaba cantidad. Aprendía pronto. Tú, para darle más color local y acabar de volverla chirivía, le decías al oído:"Aun puedes salvarte, te he mirado, me he encarnado para ti, pero aun hay vuelta atrás, puedes romper tu pacto…" ¡Y tanto que había vuelta atrás! Si no, no estaría culo en pompa…Lo que estaba disfrutando la tía no es ni para contarlo. Pegaba unos berridos tan fuertes que hasta la Virgen del Carmen del altar mayor tuvo que taparse los oídos. Aceleraste el ritmo y la Loca encantada de la vida, hasta que te vino el gustazo y a ella también le debió de venir, porque pegó un grito, se tensó como un palo y luego se quedó dormida en plan pajarito.

Vía libre. Descolgaste el cuadro y sustituiste una tela por la otra. Ya solo quedaba vestirte, esconderte y esperar. La Loca seguía sobre las losas, dormida y desnuda, aunque tenía un sueño verdaderamente pesado, porque no movía ni un dedo. Igual estaba muerta. Se te ocurrió la idea ni supiste por qué, pero fue ganando cuerpo en tu cabeza. "Esta se cree que se ha cepillado a un ángel y eso es como para que te de un infarto ¿o no?". Te acercaste, todavía en pelota. No respiraba. Se le habían fundido los plomos bien fundidos. Una nueva complicación y de las gordas. Encima no encontrabas los pantalones. Se habían esfumado. No estaban ni en el altar, ni detrás del altar, ni dentro del confesionario. Intentaste tranquilizarte. Unos pantalones no desaparecen así como así. Palabras. Tus pantalones se habían volatilizado. Todavía estabas buscándolos cuando empezó el nuevo día y el párroco abrió la iglesia. No podías escabullirte. En tu búsqueda habías llegado a la parte del templo más alejado de la puerta. Asististe, medio oculto, a la sorpresa y consternación del sacerdote cuando encontró a la Loca desnuda y tumbada boca abajo. Viste como alzaba los ojos y se quedaba embobado mirando el cuadro. Después cubrió a la muerta con no sé qué, gritó y la iglesia se llenó de gente. Fue el farmacéutico quien te descubrió, en calzoncillos y con el lienzo a cuestas. Luego fue todo rodado. Y aquí estás, en la celda, aguardando a que venga el furgón y te lleve al Juzgado de Guardia.

Hay siglos en que uno no está para nada. Y todo por culpa de una loca que se enamoró de un ángel.

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