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Papá ya no se casa

en Amor filial

Papá desistió de casarse cuando le chupé las tetillas mientras mi hermana Paz, que es mucho más lanzada, le lamía la verga. Luego dejamos de jugar, nos pusimos cariñosas de veras y papá se reafirmó en su decisión. Pero mejor será contar las cosas por su orden.

Paz y yo somos gemelas. Absolutamente iguales. Papá solía decir que mamá le había puesto los cuernos con una fotocopiadora. Mamá murió hace dos años. Paz y yo teníamos catorce. Un accidente. Un camión arrolló su coche. Se quedó en el sitio. Fue durísimo, pero el tiempo todo lo cura: Papá por ejemplo. "Niñas ¿y si me volviera a casar?" "¿Casarte? ¿Con quién?" "Con Clara".

Clara. Clarita. La de siempre. La secretaria…para todo. La rubia teñida, de morritos de colágeno y tetas de silicona. ¡Señor, qué estúpidos son los hombres! Mamá no podía verla ni en pintura. Tenía sus razones. Misteriosas llamaditas de teléfono, de esas en que uno solo dice: "Yo a ti más". Trabajos urgentes en fines de semana. Paz y yo estábamos al corriente. Ser niñas no significa ser estúpidas. Y papá hablándonos de boda. No. Mil veces no. Nunca jamás. Ni muertas.

Disimulamos en plan lagartas. Papá nos dijo de casarse y sonreímos. "Si así eres feliz, papá…" La procesión iba por dentro. A la noche, celebramos conferencia en la cumbre. Decidimos impedir la boda. Como fuera. Siempre hay un modo. Solo había que dar con él. Lo primero, conseguir información.

Fue sencillo entrar en el ordenador de papá. Acertamos a la primera con la contraseña: "Clarita". La imaginación no es uno de los puntos fuertes de papá. Escarbamos en sus carpetas. ¡Bingo! A papá le gustan las jovencitas con uniforme de colegiala. Guardaba una completísima colección de fotos. También le va la lencería sofisticada. Otra nutrida colección. Gustos dispares, pero cada quién es cada quién. Seguimos buscando. Relatos eróticos bajados de "Marqueze". Amor filial. Amor filial. Amor filial. Así hasta una veintena. ¡Vaya con papá y sus sueños incestuosos!

Nueva reunión en la cumbre. Las gemelas tenemos ventajas. Una piensa si tendrá suficientes argumentos para seducir a papá y no necesita espejo para evaluar sus encantos. Le basta con mirar a su hermana. Está mal el decirlo, pero me gusta lo que veo cuando la miro. Tiene, tengo, tenemos, el pelo castaño, ligeramente ondulado. La frente ancha. Los ojos verdes y con chispitas de oro. Gordezuelos los labios. La nariz normal. La carita resultona. Somos blancas de piel. Los hombros redondeados, los pechos pequeños, pero con grandes areolas rosadas. Planos estómago y vientre, finas las cinturas, respingones los culillos. Los muslos llenos, carnosos los brazos, armoniosos los pies y las manos. Un siete sobre diez. Había materia prima. El hardware aguantaba el tirón. Y en cuanto al software…

Paz y yo somos unas putitas muy aseadas. Otra ventaja de ser gemelas. Si nos apetece masturbarnos, solo tenemos que pedírnoslo. Cada una reconoce su cuerpo en el cuerpo de la otra. Nos tocamos mutuamente. Os juro que es más divertido que tocarse una sola. Muchísimo más. También sabemos todo lo que hay que saber sobre chicos. Estoy convencida de que nacimos enseñadas. La primera vez que me puse una verga en la boca, hice un solo de flautín de ovación y vuelta al ruedo. Paz lo mismo. Sabemos hacer que un hombre disfrute un rato del cielo y, si formamos equipo, que quiera quedarse allí para siempre. Palabra de mellizas.

En resumen: teníamos buenos cuerpos y sabíamos como usarlos. Conocíamos los gustos de papá. Llevábamos todos los triunfos. Imposible perder. Pasamos a la acción. Le dijimos a papá que volviera pronto a casa el jueves, porque le íbamos a hacer una cena muy especial. Lo que papá ignoraba es que nosotras mismas íbamos a ser primer plato, segundo plato y postre.

Lo echamos a suertes. A Paz le tocó el papel de mujer sofisticada. Yo sería la colegiala ingenua.

Es sencillo parecer una colegiala a los dieciséis años. Incluso pasar por ingenua. Bastan una blusa blanca cerrada, una mini escocesa de tonos verdes verdaderamente mini, calcetines blancos a media pierna y zapatos planos. Dos coletas y unas braguitas blancas de algodón completan el cuadro. Lo de Paz nos llevó más trabajo. Decidimos que una mujer sofisticada había de serlo hasta desnuda. Recortamos el vello del pubis de Paz en forma de corazón –perdón, pero tiendo a emplear el plural porque mi hermana y yo lo hacemos casi todo juntas (menos tener la regla a la vez, en eso nunca coincidimos)-, y la embadurnamos con leche corporal de la cabeza a los pies. Le quedó la piel perfecta. Suave, suave. Compramos unos ligueros negros. A Paz le hacía raro llevarlos puestos y, como no sabíamos si las braguitas se ponían encima o debajo de los ligueros –una laguna en nuestra sabiduría-decidimos que fuera sin ellas. Más sexy. Sobre los ligueros, una falda tubo azul marino justo por la rodilla, de las que lucen las chicas en las películas antiguas –Paz la encontró no sé donde-, y una blusa transparente de esas que en los desfiles de modas se llevan sin sujetador. Nosotras preparábamos un verdadero desfile de modas. Sin sujetador. Cuánto más azúcar, más dulce. Zapatos de tacón de aguja y medias negras. Una verdadera mujer fatal. Pestañas postizas. Varios kilos de rimel y un rouge de labios que era verdadero fuego. Por una vez no éramos iguales. Casi ni nos parecíamos. "Sorprenderemos a papá por etapas: una primero y luego la otra". "¿Quién rompe el fuego?". Me tocó a mí.

Llegó el jueves. Papá volvió del trabajo a eso de las ocho de la tarde. Una hora perfecta. Trajinó en su cuarto y, a poco, entró en el comedor. Yo estaba sentada en el extremo del sofá, a un lado de la mesita de cristal. Lo habíamos ensayado mil veces. Si me levantaba un poco la falda, papá tendría, desde su sillón, un suculento primer plano de mis braguitas blancas. Se sentó y se me quedó mirando: "¿Cómo vas vestida?". Respondí tal y como habíamos acordado mi hermana y yo."Salimos en una función del colegio y nos hemos puesto los trajes a ver que te parecen. Yo hago de niña y Paz de mujer de la vida que quiere llevarme por el mal camino". "¡Vaya funciones hacéis vosotras!" Abrí los muslos y levanté, como al descuido, la falda. Objetivo cumplido. La mirada de papá se enganchó en mis braguitas blancas. "¿No vas muy corta?" Me encogí de hombros. "Voy normal". "Por lo menos, siéntate bien" "¿No estoy bien?" "Se te ven las bragas" "No importa. Eres mi papá" "Aunque lo sea" "No me seas estrecho" Seguí tal cual mientras papá luchaba –y perdía- contra su deseo de mirarme. Decidí dar otra vuelta de tuerca y separé los muslos más todavía. Papá se cubrió el regazo con las manos. Sonreí. Por las trazas, el submarino de su entrepierna alzaba el periscopio.

Entró Paz. Llevaba la bandeja con la cubitera de hielo, la botella de güisqui y el vaso preferido de papá. Dejó la bandeja sobre la mesa y se mostró en todo su esplendor. Papá se quedó con la boca abierta. Tenía, a medio metro escaso, los pechos de Paz envueltos en transparencia. Los pezones, rígidos y prominentes, pugnaban por traspasar la gasa. "Estos cubos de hielo son para tu güisqui". Tomó dos. Cada uno de ellos tenía en una de sus caras una profunda depresión. Sonreí. Menuda golfa era mi hermana. Seguro que se había pasado los cubos de hielo por los pezones, e incluso los había dejado en ellos un ratito, hasta conseguir dejar marcados los pezones en los cubitos, ganando a cambio dos botones duros como piedras y abultados como granos gruesos de café. "Pero ¿cómo vas vestida?" se alborotó papá. "Voy de mujer mala" sonrió Paz. Abrí todavía más los muslos. Papá intentó servirse el güisqui. Tiró la mitad fuera del vaso. "Ahora o nunca" pensé. "Ahora o nunca" pensó Paz. Se le sentó encima. "Papuchi, te quiero mucho. ¿Tú también me quieres? Mira como me late el corazón". Le tomó la mano y se la puso sobre el pecho izquierdo.

No había que dar cuartel. Me levanté y fui al sillón. Quedé de pie. Tomé la otra mano de papá y le enseñé un caliente camino bajo mi falda. "Ahora relájate y déjanos a nosotras. Verás como disfrutas". Obedeció. Permaneció quieto, una mano en la tetita de Paz, la otra en mi trasero, pero sin moverse. Respiraba fuerte, eso sí. Nos lanzamos a fondo. Cuando Paz y yo nos acostamos en plan equipo con algún chico, nos solemos dedicar cada una a una parte del cuerpo por más que luego cambiemos. Estamos perfectamente coordinadas. Yo abrí la camisa de papá y le chupé las tetillas.

Paz se arrodilló, le abrió la bragueta, le cogió la verga dura y grande y se puso a lamerla. En ese mismo instante, papá comprendió que era tonto casarse, teniendo en casa lo que tenía. Lo llevamos casi a empujones a la cama. Se dejaba hacer. Era arcilla en nuestras manos, aunque la arcilla no suele tener ese pedazo de instrumento que papá se gastaba. Le besé en la boca, en tanto Paz seguía dale que te pego a aquella hermosura de cipote. Papá sabe besar. Su lengua era un pez que buscaba y rebuscaba por mi boca, que se enroscaba con mi lengua hasta que ambas se trenzaban en el gusto y en la caricia. Recorrí su espalda con mis manos, las deslicé hacia sus nalgas. Paz me hizo un gesto y acudí al relevo. Ahora era yo quien le chupaba la verga a papá y mi hermana quien le llenaba de besos la boca.

Me encanta chupar vergas. No hay mejor ocupación. Se siente la vida palpitante y recia en el paladar, la fuerza caliente en el cielo de la boca, el cielo en el cielo, bonito juego de palabras. Paz le dijo al oído: "Te la está chupando tu colegialita" y noté como se le ponía aun más dura a papá. Quise corresponder. Me saqué un instante el caramelo de la boca: "Quítate la falda". Mi hermana lo hizo. Vientre blanco, vello púbico en forma de corazón, medias negras, ligueros.

Tomé a papá por la nuca y dirigí su cabeza a la entrepierna de Paz. Se zambulló en su sueño erótico. Me puse a acariciar los pechos de mi hermana. Me gusta hacerlo. Tienen un dulce peso. A poco, la cama era un conjunto de manos y de cuerpos en que mal se adivinaba de quien era cada centímetro de piel. Si quieres, papá, puedes follarme: Soy tu colegiala, o, mejor todavía, soy tu nena de dieciséis años. ¿Te gustaba mirarme las braguitas blancas? Puedes quitármelas y traspasarme de parte a parte. ¿O prefieres darme la vuelta y entrarme por detrás? Soy tu esclava, las dos lo somos, estamos acá para tu regalo, para que olvides a Clara. Tócanos. La piel de los dieciséis años es gloria pura ¿verdad? Aunque tal vez prefieras que me masturbe con las braguitas puestas. Te bajaste un vídeo en que ocurría eso. Lo vi en tu ordenador. Mírame, mientras Paz sigue alegrándote el cuerpo. Introduzco la mano por debajo de las braguitas y me froto el pubis. Busco el botoncito del placer. Tengo las piernas abiertas. ¿Te pone mi cara de vicio enmarcada por las coletitas? La mano va y viene por la entrepierna y los jugos me empapan las braguitas blancas.

Muérdeme los pechos, papá, o deja que Paz lo haga. Seguro que Clara no es la décima parte de apasionada que nosotras. Igual solo sabe gemir y poner los ojos en blanco. No te cases con ella, papá. Mamá no la tragaba. Ven. No puedo más. Deja que te desnude y que te monte. Serás mi caballito. Al paso, al paso, al paso. Al trote, al trote, al trote. Al galope, al galope, al galope. Estoy espatarrada sobre tu vientre. Tu verga me escarba las entrañas. Al galope, al galope, al galope. Paz se arrodilla frente a mí, un muslo a cada lado de tu cara, el sexo al alcance de tu lengua. La lames. Me penetras. Lengua y verga se te afanan en este ahondar en nuestras carnosas hendiduras. Intercambiamos sudores y fluidos. Paz y yo nos abrazamos sobre ti. Nos palpamos los pechos. Nos besamos. Los tres formamos una cadena de placer, un triángulo isósceles en que tú, papá, eres la base y las bocas de tus hijas, unidas en el beso, el ángulo superior. Cuando acabes conmigo y te derrames en mi interior, descansarás un rato. Luego te cabalgará Paz. No te cases nunca, papá. Nos tienes a nosotras. A tus nenas. Seremos tus putitas. Te daremos todo el placer. No necesitas a nadie más y menos a Clara. Dale gusto a mamá. Ella jamás hubiera querido a Clara por sucesora. Lo que hacemos, lo hacemos por ella y en su honor.

Sabemos que ahora mismo, si mamá nos ve desde el cielo, estará sonriendo.

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