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Tía Mini

en Amor filial

Tía Mini

Trece años, dos meses y seis días antes de que tu Tía Mini entornara los párpados y se humedeciera los labios con la punta de la lengua pensando en tu trasero, te llevó de la mano al parque y te compró un helado de nata y fresa en el kiosco de la explanada. Todavía no habías cumplido seis años y los helados te volvían loco. Besaste a tu tía y le gritaste un triunfal "te quiero mucho" que la dejó sorda durante un buen rato.

Tía Mini –Herminia para los demás- es la hermana pequeña de tu madre y al comprarte aquel helado de nata y fresa debía tener, deja que haga la cuenta, veinticinco años, porque ahora va por los treinta y ocho. Sentías adoración por ella. Prácticamente te crió, que tu madre bastante tenía con la tienda. Cuando, a poco, Tía Mini ganó las oposiciones, fue destinada a Alicante y se casó allí con un compañero de trabajo, te sentiste injustamente traicionado y postergado. Te pasaste llorando toda una tarde y luego, con la implacabilidad de los siete años, eliminaste de tu vida a la Tía.

Coincidiste con ella de tarde en tarde -el entierro de la abuela, alguna Navidad- "¡qué alto estás!" "Dale un besazo a la Tía Herminia", pero el encanto se había roto, ya no era solo tuya, ya no te enjabonaba en el baño, estaba -"ahora es tu tío"- el marido al que nunca tragaste, y la distancia, Madrid y Alicante parecen cerca pero no lo están. Así, Tía Mini se fue convirtiendo en amable y borroso recuerdo de infancia, en página pasada sin presente ni interés.

Nueve días, siete horas y diez minutos antes de que te apercibieras que tu Tía Mini era una mujer realmente apetitosa, con unos ojos verdes en que apetecía perderse y unos pechos llenos y rotundos que eran camino todavía más directo a la perdición, sonó el teléfono en tu casa de Madrid. En resumen: la Tía estaba separándose. Su marido se había largado de casa. "Me siento tan desgraciada….Y además en verano. Iría al chalet de Santa Pola pero sola no me atrevo. ¿Por qué no viene el chico a pasar conmigo unos días?". En un principio no te apeteció, pero luego lo pensaste mejor. Y ¿por qué no? Total que aquí estás. Llegaste de anochecida. Tía Mini te estampó dos besos en las mejillas y te contempló a su sabor: "Oye, estás cada vez más guapo"-te dijo-"No te deben faltar chicas, no". Tú te sentías un algo cortado. No sabías bien cómo comportarte. Tía Mini parecía haber rejuvenecido o tú habías crecido a la carrera, el caso es que parecía haberse achicado vuestra diferencia de edad. Incluso se te hacía difícil tratarla como tía. "Mejor llámame Hermi"-te sonrió-"Al fin y al cabo no soy tan mayor".

Fue en ese preciso instante, nueve días, siete horas y diez minutos después de que sonara el teléfono en tu casa de Madrid, cuando miraste a Hermi, antes Tía Mini, como un hombre mira a una mujer. Y te gustó lo que viste, vaya que sí. Llevaba el pelo corto, casi a lo chico, y era guapa de veras: verdes los ojos, largas las pestañas, las cejas finas, la boca llena, recta la nariz –como la tuya, muy de la familia-y voluntariosa la barbilla. Llevaba un top que mal contenía unos pechos llenos y redondos y descubría un ombligo pequeño y adorable. Un pantalón corto moldeaba sus caderas. Y no olvides sus piernas desnudas gloriosas, largas y morenas. No pudiste evitar que se te notara el entusiasmo: "Estás estupenda". Ella te revolvió el pelo: "Los ojos con que me ves" sonrió.

Once horas y treinta y dos minutos antes de saborear los jugos más íntimos de Tía Mini, ahora Hermi, te despertó un desacostumbrado rayo de sol que te daba en el rostro. Miraste el reloj. Las diez y media. Se te habían pegado las sábanas. Te asomaste a la ventana, que daba al jardín, sobre la piscina, y creíste seguir soñando. Allí estaba ella, tumbada boca abajo sobre la toalla, prácticamente desnuda, tan solo con un diminuto tanga que ponía un mínimo acento color verde esmeralda entre dos nalgas prietas y morenas. Te quedaste embobado mirándola, en tanto tu verga también se empinaba para asomarse a la ventana y no perderse el espectáculo.

Pese a no alzar la vista de la grama, supo que la mirabas. "Ven a darte un chapuzón, sobrino. El agua está de película". Rebuscaste un bañador y te dirigiste a la piscina. Cuando llegaste, se había incorporado. Estaba sentada frente a ti luciendo dos magníficos pechos con dos magníficos y rosados pezones. Tragaste saliva y ella rió."¿No te acuerdas de cuando me tocabas las mamitas y me preguntabas si todas las chicas las teníamos?". No, no lo recordabas. Por mucho que te remontaras en el tiempo, no lo recordabas. "Pues a mí me gustaba que las tocaras. ¿Tampoco te acuerdas de cuando las mamabas como si fueras un niño recién nacido?". No. Tampoco lo recordabas, aunque puede que tu verga sí, porque pugnaba por hacer notar su presencia."¿Sabes lo que dijo Mae West, una artista de cine antigua, a un chico que debía tener la misma pinta que haces tú ahora? Le dijo ¿llevas una pistola en el bolsillo o es que te alegra verme?".

Se te quedó la mente en blanco. Te chapuzaste porque no sabías que contestar. Hiciste cuatro largos de piscina antes de que el agua fría te calmara la erección. Tía Mini sonreía: :"Ay mi niño, mi niño…"· Tu lo ignorabas pero fue en aquel mismo instante, trece años, dos meses y seis días después de comprarte un helado de nata y fresa en la explanada del parque, cuando Tía Mini entrecerró los párpados, se pasó la punta de la lengua por los labios y decidió acostarse contigo.

El resto del día fue como un sueño. Desayunaste, bajaste a la playa y charlaste con un par de amigos de Madrid, aunque, hicieras lo que hicieras, no te podías sacar los pechos de Tía Mini de la cabeza. Comiste fuera de casa, ella también, y no coincidisteis hasta la hora de la cena. Entonces sí. Tomasteis filete y una ensalada viendo la tele y callando más que hablando, y dieciséis minutos antes de que revivieras episodios olvidados de tu infancia, Tía Mini encendió un cigarrillo de marihuana y le dio una profunda calada antes de pasártelo. Era buena hierba. Colocaba. Te dejaba a gusto. A medio canuto te sentías relajado y ligero. Ella lo mismo. Se sentó en el suelo y apoyó la cabeza en tu muslo como la cosa más natural del mundo. Hacía calor."¿Nos bañamos?"."Es una idea magnífica"."Espera que apure la pava".Te incorporaste y le ayudaste a ponerse en pie."Eres todo un caballero, sobrino". Te tomó del brazo para salir al jardín."Espera, tía. Voy a por el bañador"¿Estás tonto? Si estamos tú y yo solos…"

La luz del jardín iluminaba tenuemente la piscina. Herminia Sánchez de Irujo se sacó el top por la cabeza y se quitó los shorts. No llevaba nada debajo. Tú, Carlos Mediavilla Sánchez te trabaste con los bermudas y casi perdiste el equilibrio. Un instante después estabais en el agua. "Ven para acá, chaval. Tócale las mamitas a la Tía como hacías cuando eres niño". Alargaste la mano y rozaste un pezón endurecido. Ella te tomó por la muñeca y aplastó un pecho contra tu palma."Apriétalo sin miedo". Y lo hiciste, el agua por la cintura, los cuerpos juntos, tu miembro erecto contra su vientre, pechos contra pecho."¿Sabes? Cuando eras pequeño jugábamos a pececitos ¿recuerdas como era?". No, no lo recordabas. "Tú tenías en la boca un pececito que se llamaba lengua y yo otro y les gustaba tocarse y jugar". Te tomó la nuca y acercó su boca a la tuya y buscó tu lengua. Se apartó un momento. "¿Te acuerdas ahora?" Volvisteis al beso, carnoso, eterno, total, mientras vuestras manos exploraban, palpaban, pellizcaban, hambrientas de carne contraria. Le abarcaste las nalgas, se las apretabas. Te agarró la verga. Retiró la boca de la tuya."Ahora ya no es una colillita -susurró- Ahora es, por lo menos, un Montecristo del uno. Deja que me lo fume como entonces".

Fue sobre la hierba. Mojados y desnudos sobre la hierba. Completamente libres bajo las estrellas. Se escuchaba un grillo. Tía Mini saboreaba el gozo de sentirse hembra estrujada por un macho joven, tú la de, ahora sí, cerrar el círculo iniciado y olvidado tantos años atrás. De niño te acunaba, te compraba helados, te lavaba las orejas, te enjabonaba la "colilla", eres mi tesoro ¿sabes?, nuestros pececitos se buscan, será nuestro secreto, mira, la Tía tiene aquí bajo una cueva húmeda y caliente ¿quieres tocarla?, está entre los pelitos, ¿o prefieres chuparme las tetas?, lámeme los pezones, ven, te he esperado durante años, tú ibas creciendo y ganando en potencia para mí, deja que te coma, eres mi helado de nata y de fresa, entrame, poséeme, embute en mí esa verga tremenda, empálame en la hierba con ese tu tronco, los niños buenos llenan de besitos a sus tías y tú eres el mejor de todos, clávame las uñas en el trasero, lléname los pechos de mordiscos y el pecho de ternura, ¿tienes miedo, verdad?, ven a mi cama, la Tía Mini te contará el cuento de los enanitos que subían y bajaban por las mamas y que, si eran descuidados, se caían en el pozo del ombligo, deja que te chupe esa hermosura que me busca los agujeros, chúpame tú también ¿te acuerdas? El pececito se caía a lo más hondo y se daba contra las paredes de la cueva, tu pececito me da gusto, sigue, sigue así, es ahí, justo ahí donde has de lamerme, si lo haces bien te compraré mañana un helado así de grande en el kiosco de la explanada, pero no has de contárselo a mamá, a papá tampoco, traspásame, hazme gritar, sé un animal conmigo, descúbreme que el cielo y el infierno son una misma cosa…

Dos horas y seis minutos más tarde eyaculaste por tercera vez. Fue entonces cuando la Tía Mini te dijo de levantaros de la hierba y de ir a la cama. "Pero estás sucio, niño. Seguro que has estado revolcándote por tierra. Antes de que nos acostemos, te voy a lavar de arriba abajo. Luego ya seguiré jugando con tu colilla".

Y siguió jugando la noche entera.

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