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HIstorias no eróticas: Niev la hechicera (1)

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Historias no eróticas: Niev la hechicera (1)

 

Publiqué en TR la traducción de un fragmento de códice que hallé casualmente en la Biblioteca Nacional de Rejkiavic y que narraba un episodio de la vida de la hechicera Niev (Los curiosos pueden encontrarlo en www.todorelatos.com/relato/37487/). A los dos días de esa publicación se puso en contacto conmigo el Departamento de Literatura e Historia Medieval de la Universidad de Malmoe. Me comunicó que el fragmento que traduje era apócrifo y me remitió el verdadero texto de la historia de la hechicera Niev, atribuída al bardo nórdico Deeseún. He traducido del sueco y en primicia esta historia, que iré completando en sucesivas entregas hasta su terminación, para celebrar que éste es mi relato número cien. He aquí el primer aporte, comprensivo de los dos primeros capítulos de la saga:

I

Presentación

Las tierras del frío vivían inmersas en los siglos oscuros. El tiempo, de tan perezoso, parecía no correr. Los milagros eran cosa cotidiana: los unicornios vagaban por los caminos y mudaban su sexo según las circunstancias, los hombres-águila se cruzaban en vuelo rasante en los atardeceres y algunos arbustos solían conversar con las rocas en el viejo idioma de la sabiduría.

Las tierras del frío se encontraban atemorizadas por la espada maldita forjada por el diablo Lonkín. El acero era negro como el alma de quien la forjó. Su nombre, "Terrible" *. En su empuñadura se engarzaban cinco piedras preciosas en forma de estrellas. Cuatro eran azabaches y la quinta un diamante de regular tamaño. La espada "Terrible" infamaba y menospreciaba al matar, unía, a su poder destructor evidente, un segundo poder invisible más fuerte y siniestro, ya que manchaba el buen nombre y destrozaba la reputación y las buenas obras de aquel a quien hería.

Cuando el diablo Lonkín forjó la espada la acompañó de un conjuro insidioso: Quién la blandiera no podía ser herido por mano humana.

La espada permaneció oculta durante doscientos quince años. Apareció luego en el Santuario de las Ilusiones, donde fue custodiada por los sabios Socied y Trazad durante doscientos quince años más. Después, cuando el mundo padeció el gran terremoto que acabó con los rosales submarinos y con los hombres y mujeres de piel verde **, la consiguió Esejot con malas artes. Comenzó entonces el reinado del terror. Esejot asolaba, destruía, incendiaba. Sus hombres llenaron de muerte las tierras del frío. Un mal día llegaron a Harlok, la aldea en que había nacido Niev y pasaron a cuchillo y a fuego a sus habitantes, aunque no a todos. Niev no estaba en la aldea y vivió para vengarse.

Esta es la historia de esa venganza. Es la historia de la hechicera Niev, del linaje de Vurt. Entre sus antepasados se hallaba la célebre Lydi, que usaba de los encantamientos para embobar y maravillar a los aldeanos narrando historias increíbles. Su saga más conocida, "Atrapada en las danzas tribales", todavía corre de boca en boca en las largas noches de invierno. Estaba también la poderosa Espi, que fue enterrada viva el Día de los Muertos y resucitó seis días después gracias a su propia y personal hechicería. Y Sash, famosa porque sus ojos tenían el color del sol y de los prados y deslumbraba con la mirada a los jilgueros y a las garduñas. Pese a ello, Niev fue, con mucho, la hechicera más famosa de su linaje. Esta es su historia, que comienza, precisamente, el mismo día en que las huestes de Esejot destruyeron su aldea.

Notas al capítulo I:

* No existe evidencia alguna de que la espada "Terrible" se halle en estos momentos –años 2005 de nuestra era- en posesión de alguno de los lectores de TR.

** La expresión sueca "Ctopusi" puede traducirse indistintamente como "hombres y mujeres de piel verde" o como "hombres y mujeres con cabeza de salamandra". He optado por la primera opción por simple instinto, aunque no puede descartarse que haya errado.

 

II

La maldición

Niev estaba en lo más profundo del bosque buscando las hierbas sagradas que solo pueden recolectarse a la luz de la luna llena. Le pareció escuchar un lejanísimo griterío. Luego vio el humo. Comprobó el viento. Soplaba de la parte de la aldea. Apretó a correr. Una legua antes de llegar percibió el sucio olor del miedo y de la muerte. Entró en el poblado sorteando cadáveres y rescoldos. Arribó a la plaza y se detuvo horrorizada. El tótem tribal que presidía el mercado desde generaciones yacía desmochado y roto. Apretó el paso camino de casa. No había ardido, pero la puerta colgaba, inútil, de sus goznes.

"Madre…"susurró con voz que era menos voz que angustia.

La vio desde el portón del corral. También a su hermana. Eran trozos de carne mutilada, tripas rojizas cubiertas de moscardas. Estaban desnudas, con sendas espadas clavadas en sus sexos, obscenas bajo cuajarones de sangre seca. Tenían los ojos abiertos y la muerte llenaba de silencio espeso sus cuerpos atormentados y rotos.

Niev se sintió extrañamente fría. Juntó los muslos de madre y hermana, desclavó las espadas y las dejó a un lado. Tomó luego una pala y cavó en el corral durante horas. No descansó hasta terminar. Arrastró los cadáveres al hoyo y los cubrió de tierra. Salió de la casa. Había caído la noche y la luna llenaba de hielo el horizonte. Entonces Niev tomó aire, tensó los músculos del cuello, elevó el rostro y gritó.

No fue un grito cualquiera. Fue el suyo un grito hondo y herido, empapado en dolor. Su garganta, siendo una, era al tiempo millones de gargantas. Expresaba en su grito el lamento telúrico de los pueblos oprimidos, el gemido desgarrado de las mujeres atropelladas y de los niños que morirían siéndolo, la dolorida queja de los débiles, el bramido de los animales agonizantes y de los dioses derrotados, la amargura de los sueños rotos, el redondo desengaño de las esperanzas traicionadas. Cada gramo de dolor, cada grumo de llanto, tenían cabida en el grito de Niev. Y el grito tomó cuerpo y se convirtió en venablo de ira que dio seis vueltas al mundo despertando ecos en acantilados y volcanes. Siguió creciendo y tensó el tiempo y el espacio como si fueran cuerdas. Luego, cuando ya lo llenaba todo, cesó tan de improviso como había comenzado y Niev quedó vacía de la antigua Niev para renacer como furia y venganza.

"Maldito seas entre los malditos, Esejot. Viviré solo para tu infortunio. Haré que se pudra tu simiente en el vientre de las mujeres y que tus hijas se apareen con tus hijos para luego devorarlos en la Fiesta de la Recolección".

Era noche cerrada. No le importó. Cogió las espadas que habían atravesado a su madre y a su hermana, las envolvió con un cobertor y dejó la aldea sin volver la vista atrás. La bañaba un sudor frío. Llegó a la vieja cabaña de los pastos de otoño, a tres leguas del poblado. Se sentía cansada, muy cansada. Se tumbó en el suelo arrebujada en el cobertor que había servido de envoltura a las espadas. Y se durmió.

Despertó al amanecer. Salió de la cabaña y orinó acuclillada junto al arroyo. Se sentía sucia y vacía. Necesitaba pensar. No quería que la ira volviera a llenarla; convenía atarla con la soga de la astucia. Calma. Mucha calma. Sus ropas olían a muerte. Se desnudó. Tomó con las manos el agua del arroyo y se la echó al rostro. Estaba helada. Buscó un lugar en que el arroyo tuviera más profundidad y se lavó. Con el barro, con la sangre, con el sudor que abandonaba su piel, se le iban también del alma la inseguridad y el vacío. La muchacha de cabellos oscuros y pechos erizados que se lavaba en el arroyo, la hembra de nalgas duras que se derramaba agua sobre el cuerpo, era una nueva Niev. Tenía que trazar un plan. Lo primero, encender un fuego. Conseguir luego algo con qué vestirse. Rebuscó en la cabaña. Halló ropa de hombre: una camisa remendada, unas calzas y una vieja zamarra. Tenía ahora que reflexionar, rebuscar en su interior la vieja sabiduría de las hechiceras del linaje de Vurt y abrir las puertas oscuras de su mente a los consejos de los antepasados de los dioses. Sabía cómo hacerlo. Conocía también los secretos del mundo de las sombras. No tenía un dominio del mundo real, pero sí del otro. Sonrió con ferocidad, apretó el puño de la espada con tal fuerza que se le blanquearon los nudillos y recitó los conjuros apropiados.

A muchas leguas de allí, Esejot roncaba en el lecho, flanqueado por dos mujeres. Soñaba. Tenía a sus pies a un príncipe enemigo. Le hundió la espada en el cuello. Borbotones de sangre. Y la mujer. Apareció de pronto. Tenía el pelo oscuro y la furia rebrillaba en sus ojos:

"Soy Niev, del linaje de Vurt, y está escrito que he entrado en tu vida para llevarte al País de los Muertos. Has mancillado la memoria de los míos y juro que no descansaré hasta tener tu hombría sangrante entre mis manos mientras te retuerces de dolor y de infamia. Pero no dirás que no soy magnánima. Pese a que te odio, te ofrezco un presente".

La mujer se descubrió el torso.

"Mira mis pechos. Será lo último grato que has de ver hasta la hora de tu muerte".

Esejot rugió de furia. Intentó asir a la muchacha, pero le fue imposible. Despertó. Tenía una tremenda erección. Agarró a una de las mujeres y la cabalgó furiosamente. Había tenido un extraño sueño y no podía olvidarlo.

"¡Buscad a la mujer que me ha amenazado!" –gritó.

Geni, el adalid de los hombres-águila, entornó sus ojos sin párpados y vislumbró a Niev entre los recuerdos que flotaban en la alcoba.

"Así se hará".

"Ofrezco diez táleros de oro a quien me traiga su cabeza".

Los dos soldados que hacían guardia a la puerta de la tienda de Esejot e miraron el uno al otro.

"Diez táleros de oro, Vaci"- se relamió el más alto.

"Diez táleros de oro, Solhar"-convino el otro.

La caza de Niev había comenzado.

En tanto la hechicera, una vez usada la magia para inquietar el negro corazón de su enemigo, echó en falta una montura, ya que había oído que Esejot acampaba en Mor y Mor quedaba a muchas leguas de donde se encontraba. Los caballos se hallaban fuera de su alcance. Solo los guerreros los tenían y no se sabía preparada para enfrentarse y vencer a uno de ellos. Tiempo al tiempo. Quizás pudiera hacerse con una mula. Las utilizaban los arrieros y los comerciantes. Si seguía el arroyo hasta el camino y se bañaba desnuda antes quiénes pasaran, tal vez pudiera aprovechar el descuido de algún mirón. Pero no. La solución estaba en ella misma. Rebuscó en su alma las palabras sagradas, aquellas que aseguraban que, al ser todo relativo, también todo era posible. Las halló al fondo de su mente y las pronunció muy despacio, acariciando cada sílaba con los labios, besando cada letra. Luego aguardó.

De momento no escuchó nada. Luego sí. Era un murmullo lejano, como de lluvia sobre árboles frondosos. Se iba acercando. Se oía ahora como el sordo golpeteo de la mano abierta sobre el parche de un tambor.

Más tarde el sonido creció y se hizo reconocible. Un galope. Un ágil galope cada vez más cercano. Niev salió de la cabaña y vio el animal. Caminó hasta su altura y le palmeó el lomo. Lugo acarició con los dedos el cuerno dorado. El unicornio piafó.

"Eres hembra como yo lo soy –sonrió Niev- Te llamaré Sony. Un animal sagrado necesita un nombre sagrado."

Apagó la hoguera, tomó las espadas y las envolvió en un lío de ropa. El unicornio se inquietó al ver las armas. Relinchó y su anatomía sufrió misteriosas trasformaciones. De hembra pasó a ser macho. Dónde antes había vulva, surgió una verga poderosa. Niev meditó un momento. Volvió a dejar las espadas en la cabaña y el unicornio mudó otra vez su sexo.

"Entonces eres macho en la batalla y hembra en la paz. Has de tener pues dos nombres, Sony como hembra y Mun como macho. Sí. Tu nombre será Sonymún".

Volvió a sacar las espadas, las aseguró en le lomo de la montura, montó de un salto en el unicornio y emprendió, ahora sí, el largo y peligroso viaje a Mor.

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