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En un mismo suspiro

en Gays

Quiero contarte –porque que entiendes y me entiendes- lo de aquella noche mágica de agosto pasado.

Mis hijos estaban en el campamento de verano. "Mira, es como si volviéramos a ser recién casados", sonrió mi mujer. Soy un magnífico actor. La tengo convencida de que me encanta acostarme con ella. No sospecha que me gustan los hombres. Ya ves, amigo: Somos compañeros de interior de armario. Si no nos conocemos es porque dentro del armario no se ve nada y resulta complicadísimo hacer amistades. Tu mujer tampoco tiene idea de que los tíos te ponen. Los dos vivimos una doble vida. Sé que saborearás este relato.

Fue el martes 12 de agosto de 2003. Por la mañana, mi mujer me comenta: "Nieves y Paco nos han invitado a su chalet. Quieren que nos quedemos hasta el domingo". "Tengo trabajo". "Podría ir yo y tú acudir el viernes a mediodía". Aplausos por mi parte. Ovación…y cara de marido mártir. "Como quieras". Un suspiro de sufrimiento y abnegación heroica. "Si no quieres no voy". Me había pasado. No debí poner los ojos en blanco. "No. Tú ve. Te hace falta un poco de sol".

Se fue. Puente de plata. Era verano y aquí el menda estaba solo. El Dr. Jekill daba paso a Mr.Hyde. Consulté la guía telefónica. Cuatro sex-shop en mi ciudad, tres de ellos relativamente cerca de casa. El cuarto en el culo del mundo. A media hora de coche. Elegí ese. Allí nadie me conocía. Estaba nervioso pese al anonimato. No me atrevía ni a hablar. Llené de aire los pulmones, pensé lo que pensé y, así como muy gallito, pronuncié la frase heroica: "¿Cuánto es por alquilar esta película?".

Llegué a casa, me puse un pantalón fino sin nada debajo –por si me daba la urgencia de masturbarme, que sabía que sí-, preparé una copa, me recosté en el sofá, preparé la "peli" e inspiré fuerte. "Es que ahora soy yo" pensé. En ese instante me arrepentí de haber dejado de fumar, porque el momento era perfecto para ponerle el broche de un cigarrillo. Siempre hay una serpiente en el paraíso. Pero a lo que iba:

Di un primer trago y comencé a ver la película. Una granja. Horizontes amplios. Montañas azules en el horizonte. Un rubiazo buenísimo, disfrazado de campesino del medio Oeste, mono azul y espiga entre los dientes. Otro, moreno y con unas espaldas que no se acababan nunca, bajaba de un tractor. Parece que en el medio Oeste las palabras sobran –o será que el aire puro tonifica cantidad- porque, en un abrir y cerrar de ojos, el del tractor le estaba chupando la verga al de la espiga. Un magnífico instrumento, te lo juro. De película. Como un palmo de largo y grueso como mi muñeca. Tan apetitoso, que llegué a sacar la lengua y pasármela por los labios. Me imaginaba en aquel trigal, arrodillado frente al dios rubio y lamiéndole la polla. El excitante pensamiento encaminó-en la realidad de sofá, copa y película- mi mano a mi propia verga. Comencé a masturbarme lentamente, fijos los ojos en la pantalla del televisor, mecido por la magia de ser, al tiempo, espectador y protagonista de aquella enervante caricia.

Me encanta chupar vegas. Pienso que no puede haber en el mundo mejor ocupación. No sé si te la habré chupado alguna vez. Tal vez hayamos coincidido en el cuarto oscuro de una discoteca de ambiente en uno de mis viajes a Madrid o a Barcelona. Miraba al campesino rubio de la "peli" y se me hacía la boca agua mientras seguía dándole marcha a mi cosa. El rubiazo estaba en pie. Me encanta hacerlo de rodillas. Así la verga queda a la altura de la boca y puedo abarcar los glúteos con las manos abiertas para aproximar más la lengua a su objetivo. Me imaginaba arrodillado frente al rubio o ¿por qué no? arrodillado frente a ti. Tienes el miembro semierecto fuera de la bragueta. Le doy en la punta un beso suave. Otro. Otro más. Separo los labios y, con ellos, te prendo el glande con dulzura. Un ligero lengüetazo. Disfruto tu sabor. Te saboreo. Abro la boca e introduzco en ella tu miembro. Lo baño con el calor de mi saliva. Lo noto crecer contra mi lengua. Palpita. ¡Qué feliz me sentí la noche del 12 de agosto de 2003 al ser sincero conmigo mismo viendo una película porno y masturbándome, mientras imaginaba que le comía la verga a un rubio de Arkansas más bueno que un queso, mientras imaginaba que te comía la verga y que te excitaba, te acariciaba, te hacía disfrutar y conseguía que te sintieras en la gloria!

Tu verga en mi paladar…Era feliz fuera del armario, aunque esa vacación durara muy poco. Ahora, mientras escribo este relato, siento la sensación de tu verga en mi boca y me masturbo lentamente. Ojalá tú te masturbes al leerme. Deseo ponerte caliente ¿sabes? Tu verga me da en el fondo de la garganta. Ven. Vamos a la cama. Es 12 de agosto y estoy solo en casa. Túmbate y quédate quieto. Déjame disfrutar dándote gusto. Te paso la mano a contrapelo por la mejilla y saboreo esa aspereza. Te beso. Mi lengua entra en tu boca y busca tu lengua. Juguetea con ella. Mis manos te palpan el torso. Pellizcan tus tetillas. Te estremeces. Sigo besándote. Estoy encendido. Ahora, mientras escribo "estoy encendido", me masturbo imaginando que te beso y que te pellizco las tetillas. Imagínalo tú mientras me lees. ¿Quieres que te chupe otra vez la verga? ¿Prefieres darte la vuelta, que separe tus nalgas, me adentre en ellas y tantee con la lengua tu puerta caliente? ¿Deseas que te meta mi cosa hasta el fondo y que te parta en dos? ¿O te apetece ensartarme y hacerme tuyo? Estamos acostados y nos estamos palpando en un cuarto oscuro –tórridas caricias dentro del armario, que cuarto oscuro e interior de armario son una misma cosa-, pero también, aunque no nos conozcamos, aunque tal vez vivamos en distinto continente, nos masturbamos pensando el uno en el otro. Vivimos en un horno, nos cocemos en él, respiramos deseo. Un hombre… Cuánto daría por tener un hombre en mis manos en lugar de pulsar el teclado del ordenador… Qué modo de perder el tiempo a no ser que olfatees mi deseo desesperado…

Calma. Tranquilo. Estaba escribiendo un relato: lo que ocurrió el 12 de agosto de 2003. Mi mujer entra en la salita. Menos mal que la oí llegar y no me pilló masturbándome. "Sí, querida. Como tú digas, querida". Un hombre. Necesito un hombre. Una buena verga rígida y dura. Te sacaré la leche. Hasta la última gota. Quiero encenderte. Imagíname de rodillas frente a ti. Como estaba aquel 12 de agosto que ojalá se repita pronto…

Imagina que tu mano es la mía. Yo también pienso que nos masturbamos con las manos cambiadas. Deseo que acabemos juntos. En un mismo grito. En un mismo orgasmo. En un mismo suspiro.

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