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La vaquera de la Finojosa

en Parodias

LA VAQUERA DE LA FINOJOSA

 

Soy un hombre de suerte. ¿Quién me iba a decir que daría con el manuscrito? Ha sido un milagro. Un verdadero milagro.

Llevo dos años elaborando mi tesis doctoral sobre las "Serranillas" del Marqués de Santillana. He desmenuzado la estructura de cada "serranilla" de todos los modos posibles, especialmente de la más conocida: esa que comienza diciendo "Moça tan fermosa non vi en la frontera como una vaquera de la Finojosa". Y un buen día, para mi sorpresa, encontré el documento.

Lo hallé en el Archivo de Simancas y es, nada más y nada menos que la verdadera historia de lo ocurrido entre el poeta y la vaquera de la Finojosa. Se trata de una carta manuscrita del Marqués de Santillana dirigida al Conde de Torres Bermejas. Es tan interesante, tan reveladora de los usos y maneras de la Castilla del siglo XIV, que la copio tal cual, respetando los arcaísmos y giros de la época que le dan más valor si cabe. La carta dice así:

En la Finojosa en el día de la festividad de San Lucas del año del Señor de mil cuatrocientos treinta y ocho.

Mi muy querido Conde y amigo:

Recién he regresado a mi castillo tras una semana de holgança pródiga en lances e aventuras que no me resisto a narraros, pues sé de vuesa afición por las moças garridas e de vuesa curiosidad por cuanto acontesca en su agradable compañía. Sabéis que, como vos, antes prefiero cortejar a campesinas que a nobles damas, ca resulta más sencillo rasgar la tela gastada de un juboncillo e alzar una falda mal ajustada al cuerpo que hurgar en un amasijo de camisas de hilo, corpiños de brocado, tocas de lienzo, sobrefaldas, faldas y briales hasta quedar consumido y agotado aun antes de siquiera tocar un adarme de carne desnuda e delicada.

Nada vos descubro, amigo Conde, si vos confieso que campesinas e vaquerillas se asoman a mis sueños una e mil veces, e que se figuran en ellos tan reales como si se aprestaran a calentar el lecho en lugar de retoçar por mis fantasías. Cada quien se remedia como puede de la calentura que las moças propician, mas non he hallado medida más eficaç que la de preparar una partida de cacería, ca es tan posible darse, en el ejercicio del arte venatorio, de manos en boca con erráticas perdices o asustadiças liebres, como con fermosas moças que cantan e cabriolean por los prados. Nin vos nin yo somos homes especialmente apuestos e gallardos, mas la limpieça de sangre e la nobleza de cuna hermosea nuestras facciones a los ojos de las muchachas sencillas, de modo que una simple partida de caça nos ofrece complida ocasión de ejercitarnos en la esgrima del galanteo.

Mas huelga tal suerte de divagaciones e circunloquios. Mejor retomaré el hilo de la historia. Vos decía que decidí salir de cacería, aunque sin madrugar en demasía, que, siendo cierto que los animalillos de Dios acreditan sus cortas luces e simples entendederas trinando e triscando desde algo antes que el mismo sol se desperece, más cierto es que las muchachas se desparraman a más tardías horas por las veredas, e son ellas el único acicate que mueve a marqueses e condes a cabalgar por descampado. El día señalado me acicalé temprano, desayunéme con un cuenco de leche caliente en que mal nadaban dos yemas de huevo dejadas caer e comí almendras de Alicante e pasas de Almería, ya que es bien sabido que tan ricos alimentos tonifican e engrasan los misteriosos mecanismos e palancas que endereçan, atiesan e endurecen nuestro más preciado e gostoso miembro que ha en las ingles aposento e acomodo.

Estaba el sol una cuarta por sobre el horizonte cuando uno de los escuderos ensilló mi caballo, revisó dardos e ballesta e soltó la jauría. Elegí con tiento mis ropajes procurando que fueran ricos, a fin de que revelaran a las claras la importancia de mi linaje, y, al tiempo, escasos en botonaduras, hebillas e cintas porque pudiera, de haber ocasión, desprenderme de ellos al instante e trasmutarme en la viva estampa del padre Adán, aunque sin hoja de parra que ocultara lo que los taimados clérigos llaman las vergüenças e vos e yo mismo nuestra arma más valiosa e preciada.

Habéis cabalgado por los trigales de Castilla e ello me dispensa de detallaros la grandeça de sus paisajes. Tampoco entiendo necesario parlaros de conejos, palomos, liebres e perdices. Haberlos, húbolos, y más de uno tuvo por mortaja mi faltriquera. De la moça sí he de parlaros. La vi al descrestar un altozano. Se hallaba en la hondonada, recostada en el ribaço e cuidando de la vacada.

Acerqueme. Ella se puso en pie e, aun antes de que arribara a su altura, me amenaçó con la honda pedrera que entre las manos había.

-Siga su camino vuesa merced –dixo- ca moça so e moça deseo seguir siendo por agora.

Descabalgué de un salto e contemplé a mis anchas su prestancia. Frisaría los dieciséis e, como conviene a tan apetitosa edad, era moça recién florecida: morena la color de su piel e cabello que portaba trençado, las cejas pobladas, recta la nariz, la su boca breve e los sus labios carnosos e abultados. Sus pechos combaban el jubón e llamaban sin voces a mis manos e eran sus ancas amplia alberca do chapotear con desenfreno.

-¿Non tendríais un trago de vino para calmar la sed deste Marqués?

Tal fue mi parlamento, astuto como veis, ca, al tiempo que le demostraba afición, le facía saber cuan noble es mi linaje.

-Vaya en horamala, caballero –respondió la vaquera-. Non tengo vino e, aun teniéndolo, no vos lo ofrecería.

Saboreé la dulce inocencia de su respuesta.

-¿E si vos hiciera el señalado presente de una cinta de terciopelo?

Dixe esto pues bien sabéis, amigo Conde, que las muchachas suelen encandilarse ante los regalos generosos, e tan absortas quedan ante ellos, que es empresa fácil palparles las carnes, descubrirles los pechos e, a más, tumbarlas en el prado e rendir su virtud.

-Non quiero cinta, non –desdeñó la vaquera- Otra cosa sería si, en lugar de parlarme de una cinta, parlárais de regalarme cien ducados.

Cien ducados. Non dieç nin veinte. Non una bolsa de impreciso contenido. Cien. Una fortuna, a fe mía. Non gastó tanto el Conde de Laredo al armar sus galeras para combatir al infiel.

-¿Estáis loca, rapaça? – me indigné. E cuando me aprestaba a volver grupas e olvidar el encuentro, maniobró en sus ropas e, en un suspiro, quedó tal e como su madre la echó al mundo, si bien no igual, ca agora eran sus carnes muy otras e abundaban en los justos lugares en que tal abundancia es motivo de rijo e regodeo.

Vos juro, amigo Conde, que nunca vide nin nunca hubo moça tan fermosa, aquí en la frontera, como la vaquera de la Finojosa. Nin desviar podía la mirada de la crespa pelambrera de su entrepierna. Di un paso hacia ella e alargué las manos, presto a palparle las tetas. La muchacha se apartó de inmediato.

-Cien ducados –repitió- e por adelantado. En tanto podéis mirar, e buen provecho e efeto vos facen vuesas miradas, según revela el bulto aparecido en la delantera de vuesas bragas, mas non podéis sobarme, ca so moça honesta en tanto no vea cien ducados.

-Non porto tal tesoro encima- protesté con un hilo de voç.

Començó a vestirse.

-Vos firmaré un pagaré- me rendí, mas fue vano el intento.

-Non sé de letras nin de pergaminos- se acomodó la falda- mas sé apreciar el tintineo de las monedas.

Pensé forçarla, pero me aquieté al ver que tenía la honda al alcance.

-Non hay prisa, señor Marqués- me sonrió.-La vacada pastará en el valle hasta el fin del estío.

Comprenderéis, amigo Conde, que lleve varias noches en vela. Cien ducados… Rebuscando en escritorios, cómodas, alacenas, mundos, cofres y almarios, he conseguido reunir setenta y dos ducados y ocho maravedíes. ¿Podríais, en honor de nuesa vieja amistad, prestarme el resto? Os lo tornaré cuando perciba los impuestos e, en tanto, vos ofresco en garantía el castillo de Guadalajara e la villa de Consuegra.

Aguardo con impaciencia vuesa respuesta. En tanto, faceré a la moça la más inspirada de mis serranillas. Mas responded pronto, amigo. Por Dios vos lo demando.

Vos desea lo mejor

Iñigo Lopez de Mendoça, Marqués de Santillana.

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