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Segundo ejercicio: La señora de Torres y el diablo

en Grandes Series

Segundo ejercicio literario acometido por un grupo de autores de TR. Si en el anterior el argumento principal fue un naufragio, en este lo son las falsas apariencias de recato y castidad de mujeres y hombres antes de casados.

 

Las apariencias engañan: La señora de Torres y el diablo

Te llamas José Carlos Torres Aristegui. Has cumplido veintiocho años y eres Licenciado en Empresariales por la Universidad de Navarra. Tienes un buen trabajo y una buena esposa. Te desenvuelves en un entorno afín, de gentes como tú, con idénticos valores e iguales inquietudes, pero hay un punto negro en tu felicidad. Te amarga el tiempo que te tocó en suerte: muchos jóvenes han perdido sus ideales, la mayoría de las muchachas no valora la santidad de su propio cuerpo ni da a la virginidad la importancia que tiene. Todo va manga por hombro. Se ha perdido el rumbo. La sociedad vive de espaldas a Dios. Te duele que esto ocurra. Solo unos pocos, entre los que os encontráis Marga y tú, sabéis donde se encuentra la verdad. Es duro ser una isla en el mar del descreimiento.

Antonio Machado tuvo la desfachatez de escribir que se hace camino al andar, pero que camino, lo que se dice camino, no hay. Mintió a sabiendas, aunque no te extraña porque Antonio Machado no era un buen español. De serlo, no hubiera corrido como un conejo cuando Franco devolvió la cordura a España, esa cordura que ha vuelto a perder con la democracia. Que no hay camino… "Camino" es tu razón para vivir. Y la de Marga, claro.

La conociste en la boda de un compañero de universidad. Nada más verla, te llamó la atención. Guapa, educada y discreta, tenía ese no sé qué sereno y alegre que brilla en los ojos de quienes se sienten en paz con Dios. Era íntima de la novia de tu compañero. Comenzasteis a salir como amigos. Algunos días a merendar. Los sábados por la tarde a misa. Cosas así. Luego, como siempre tuviste vocación matrimonial, llegó el cambio. Fue el día de la Anunciación. Ibas detrás de ella en la fila de comulgar y el Señor te iluminó: Comprendiste de sopetón que Marga era la mujer de tu vida, la futura madre de tus hijos. No le dijiste nada. Lo hiciste la semana siguiente, después de que tu director espiritual aprobara tu decisión y te animara a dar el paso.

Hablasteis claro desde un principio. Le regalaste "Camino" y le subrayaste algunas reflexiones que fueron guía de vuestro noviazgo: "Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal". "Muchos viven como ángeles en medio del mundo. Tú ¿por qué no?". "No quieras dialogar con la concupiscencia: despréciala". "¿Pureza?-preguntan. Y se sonríen. Son los mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada".

Hace un mes os casasteis y vuestros cuerpos no iban marchitos al altar, sino lozanos como florecillas del campo. En cuanto a las almas, erais benditas almas de Dios portadoras de sendas coronas triunfales.

Te sentó bien el matrimonio. Los hombres –lo sabes bien- tienen mayor apego a la lujuria que las mujeres. Ellas están hechas de carne de ángel y, salvo las perdidas, no piensan en las suciedades del sexo. Tú sí que pensabas, aunque lucharas con todas tus fuerzas contra la tentación. El matrimonio ha liberado tus tensiones. Por algo defiende la Iglesia que es el mejor remedio contra la concupiscencia. Resulta más agradable que el cilicio. Desde que cumpliste los doce has luchado contra las demonios que llevas en el cuerpo, esos demonios que te alborotan la sangre y endurecen tu entrepierna y a los que solo vences a base de inflingirte dolor y de medio hipnotizarte con rosarios. Alguna vez te dominó el Enemigo –aquellos deseos impuros bailando con tu prima hermana, alguna que otra masturbación- pero la fortaleza que da el sacramento de la penitencia todo lo puede: hasta consigue doblegar los bajos instintos de la carne.

Fuisteis novios años y medio. ¿Efusiones cariñosas? Las hubo, si bien contenidas. Solíais ir del brazo y, en alguna ocasión, os besasteis labio con labio, nunca lengua con lengua, que en esta delicada materia toda prudencia es poca. Ya se sabe: el hombre es fuego y la mujer estopa; luego viene el diablo y sopla.

El gran regalo que te hizo Marga fue elegir al tuyo como su director espiritual. Fue la mejor prueba del amor que te profesa. ¿Hijos? Todos los que vengan. Dios bendice con ellos a las familias cristianas. Resumiendo, que eres todo lo feliz que se puede ser en estos días nefandos en que se quiere mancillar la santidad del matrimonio legitimando aberraciones y vicios.

Fue tan hermosa la boda… Marga estaba exultante. Bonita. Dulce. Feliz. Tú eras –sigues siéndolo- el más feliz de los mortales. No merecías tanta suerte. Fue Dios quien te premió.

Y la primera noche juntos… ¿Marga? Preciosa. Llevaba el pelo suelto y vestía un camisón azul celeste que combinaba de maravilla con el color de sus ojos. Era talmente una Purísima. Os acostasteis y permanecisteis abrazados varias horas, sin siquiera besaros, saboreando la ternura de esa primera caricia íntima que es el intercambio de calores a través de la tela. Luego tu sexo buscó alivio en Marga, pero esa es la parte sórdida de la vida y no merece más atención.

Tenéis toda una vida por delante. Una vida de plácida serenidad y equilibrada paz interior. Laus Deo. Alabado sea el Señor. Por siempre sea alabado.

*****

Me llamo Margarita Fernández Soriano. Me casé hace un mes. Hoy es sábado uno de octubre y escribo estas líneas para aclarar mis ideas. Moriría de vergüenza si alguien llegara a leerlas. Nadie podrá hacerlo. José Carlos menos que nadie. Romperé esto en cuanto eche fuera lo que me reconcome. Todavía me tiemblan las piernas tres horas después – y parece que haga siglos- de que un desconocido me haya dicho a mí, a la señora de Torres, que era una mujer mal follada.

No pretendo repasar mi vida. Ni tengo tiempo ni ganas. Recuerdo, eso sí, escenas, episodios, situaciones, relacionados con mi sexualidad porque necesito bucear en ella, mirarla a la cara, entender. Entenderme. "Todavía no te has dado cuenta de lo puta que eres…". Tres horas después esas palabras me siguen quemando el oído. ¿Lo puta que soy? Repito la frase hasta que pierde su sentido y cada sílaba me rebota en la parte interior de los sesos logrando, por un extraño mecanismo, que se convierta mi entrepierna en mar. Tal vez sea una puta en realidad. ¿Viviré una mentira desde que maduré como mujer?

Me digo a mí misma "Tranquila, Marga. Eres una señora". Deseo calmarme, volver a la cordura, recuperar el equilibrio. Soy Margarita Fernández, señora de Torres. Tengo un buen marido y una casa preciosa. No me falta nada. Pero también soy – hasta hoy no me di cuenta - una puta mal follada. Aunque – no puedo reprimir la sonrisa - hace unas horas me han follado de cine. Una revelación. Un terremoto. Jamás imaginé que el sexo fuera así.

Que conste que nunca he sido tan ñoña como piensa José Carlos. "Mi ángel" me llama. Tímida sí soy, lo confieso. También miedosa y un puntín pacata. Llegué virgen al matrimonio, pero no por gusto. Fue por temor al daño físico. Por falta de valor. Porque no tuve oportunidades. Tampoco me atreví a buscarlas. Me masturbaba. Me frotaba el clítoris. Arqueaba el cuerpo bajo las sábanas, entreabría los muslos, me pellizcaba ora un pezón, ora otro, con la mano que no ocupaba entre las piernas. Me asaltaba luego la culpa. Me confesaba. Volvía a las andadas. Así durante años. Llegué a odiarme a mí misma, pero no podía remediar las recaídas. ¿Chicos? Algunos me rondaron hasta que alguien – y no le faltaba razón - me colgó la etiqueta de que era una estrecha. Me había resignado a que mi mano derecha fuera mi eterno amante. Entonces conocí a José Carlos.

No me hice demasiadas ilusiones al principio. No es que sea feo; es alto y bien plantado, pero le falta algo. Es soso, sin gancho. Insistió en salir y salimos. Día a día fui acostumbrándome a él y comencé a ver su lado positivo. Es inteligente, tiene un magnífico trabajo muy bien pagado y es de buena familia: varios pisos en Madrid, chalet en la sierra, una finca en Córdoba de muchasmil hectáreas y otra en Salamanca de dimensiones parecidas. Además hijo único. Lo que se dice un buen partido. Cierto que se pone muy pesado con eso de Dios y de los curas, pero todo Paraíso tiene su serpiente.

El noviazgo no fue como yo esperaba. Una tiene amigas. Cuentan cosas. Hacen preguntas. "Hija, tu chico es muy raro ¿no?". Yo lo defendía:"Es todo un caballero". Y es que no sabía de la misa la media, aunque tampoco es afortunada la expresión, porque las misas, lo que se dice las misas, me las sé de memoria. Y que conste que soy católica, pero tanto, tanto… Lo poco gusta y lo mucho cansa.

Siendo su novia, he seguido masturbándome como antes. A él ni palabra, que bueno es para esas cosas. Me ve como si fuera una muñeca del tiempo de mi abuela, de esas que no tenían nada entre las piernas. Conseguir casarse con un hombre como José Carlos fue muy complicado, porque él también lo es. Más raro que un mono verde. Se pasaba el tiempo con "mi director espiritual piensa", "mi director espiritual opina". Una es tímida pero no tonta. Me di cuenta de que el director espiritual de marras iba a ser quien tomara nuestras decisiones de pareja. Lo tuve claro. Quise tener mi oportunidad de explicarme ante quien decidía, de exponer mi punto de vista, de tener voz en cada momento importante. "José Carlos – sonreí - me gustaría tener tu mismo director espiritual". Se puso como unas castañuelas. Los hombres son así. No entienden nada. Jamás comprenden los porqués. Creyó que lo mío era acto de amor cuando lo era de legítima defensa. Las mujeres sabemos. Son muchas generaciones de intentar sobrevivir en un mundo de hombres. ¿Y lo de tener muchos hijos? "Sí, José Carlos, me hace muchísima ilusión". José Carlos es tan como es que me lo creyó. Pues que lo siga creyendo. No tiene por qué saber que tomo anticonceptivos. Eso es cosa mía y no voy a ir pregonándolo por ahí. Soy una tumba al respecto. Hasta mentiré si es preciso. Por estas.

¿Mi boda? Fue un día muy bonito. ¿El más señalado de mi vida? Eso no. El más señalado de mi vida ha sido hoy. Pasamos la primera noche de nuestro matrimonio en Londres. Fue una noche confusa. Yo estaba muy nerviosa – mi sempiterno miedo al sexo - pero a José Carlos solo se le ocurre que nos abracemos y nos quedemos muy quietos. Primero me extrañó, luego me sentí algo desilusionada y por fin me dormí. Desperté de madrugada, cuando José Carlos me metió su cosa y se desparramó a los cinco segundos. Me hizo daño, aunque soportable, mucho menos de lo que yo esperaba. Pero basta de historias. No valen la pena, la verdad. Ha sido un mes bonito durante el día. Durante la noche… no sé qué decir. Ni bueno ni malo, sino todo lo contrario. Punto y aparte. Vayamos a lo que importa. A esta misma mañana.

Esta mañana estaba sola. La asistenta había telefoneado: "Señora, hoy no puedo ir. He de acompañar a mi madre al médico". Vaya por Dios. Con la faena que hay. Y entonces llaman a la puerta. Es un hombre bajo, fuerte, vestido con desaliño. "Vengo a reparar el calentador". Cierto. Llamé a la casa de calentadores ayer. "Pase". Le conduces a la cocina y sigues con tus cosas. "Si necesita algo, me llama". "De acuerdo, señora". Haces la cama. Aseas el dormitorio. Vuelves a la cocina. El hombre trajina con una llave inglesa. Nada que se salga de lo normal. De pronto, sin saber por qué, el hombre detiene su trabajo, se vuelve cara a ti, te mira de arriba abajo – vas de trapillo, una sudadera, un pantalón de chándal y para de contar -, carraspea y te suelta "La señora está muy mal follada. ¿Me equivoco?". Me quedo de piedra. Creo estar soñando. Seguro que he entendido mal. "¿Cómo dice?" acierto a balbucear. El hombre se ve ahora más grandón. "Que estás mal follada, muñeca. Ven para acá". Sopeso mis posibilidades de reacción. Son muchas. Puedo gritar. Romper a llorar. Apretar a correr. Llamar a la policía. Pedir auxilio a algún vecino. Darle un rodillazo en la entrepierna. Atizarle con la plancha - la tengo al alcance - en la cabeza. Ponerme digna y ordenarle que salga de mi casa. No hago nada de eso. Me ha dicho "ven" y voy. Me acerco mansamente y quedo muy quieta, con los brazos pegados a los costados. Huelo su sudor espeso. Agrio. "Ni tú misma te imaginas lo puta que eres". Me abarca con sus manos duras las nalgas y me atrae hacia él. Su olor me marea. Me siento en otra dimensión, en un mundo irreal, aunque sus manos, que se cuelan por debajo de la goma del chándal y buscan y encuentran mis glúteos desnudos, son bien reales.

Me aprieta. Me aprietas. Me sobas. Me muerdes. Noto contra mi vientre tu verga, dura como una broca. Soy mariposilla en tu tela de araña, hombre sudoroso sin nombre ni apellido. Macho primario. Fauno. Leí no sé donde que el diablo acostumbra a tomar forma humana para tener trato sexual con mujeres. Incubo se llama entonces. Eres un íncubo. Lo sé. Estoy segura. Nadie se resiste a un diablo. Es imposible hacerlo. Me dejo llevar. Culebreo por este universo de latidos y jugos recién descubierto. Estoy preparada, dispuesta para ir de explosión en explosión y de sobresalto en sobresalto.

Acercas tu boca a la mía y me muerdes el labio inferior con fuerza, hasta hacerme gustar el sabor de mi propia sangre. Eres brusco. Exigente. Brutal. Tomas un cuchillo jamonero de sobre el banco de la cocina y me rasgas, de un solo tajo, la sudadera. Quedo con los pechos al aire. "Acaba de desnudarte, puta". Y – ahora me horrorizo al escribirlo aunque también me excite recordarlo - me quito el pantalón y las bragas y quedo desnuda como un gusano delante no sé si de un hombre o un diablo, del que desconocía la existencia media hora atrás.

"Date la vuelta para que te vea bien, putita". Es absurdo – y me cuesta reconocerlo - pero siento que quiero gustarle. Yergo el torso. Levanto la barbilla. Busco su aceptación. Has buscado su aceptación, Marga. Te tiene cautiva y cautivada. Eres su esclava. La señora de Torres, joven casada, chica Telva, disfruta al ser humillada por un hombre vulgar y sucio que no se ha duchado en meses y que vino a arreglar el calentador. Sí que eres puta, Marga. Sé que lo soy. Me dice: "Arrodíllate"... y le obedezco. ¿Por qué lo he hecho? Es el diablo, no hay duda alguna. Es la única explicación. De rodillas como estoy, con la cara a la altura de su entrepierna, me agarra del pelo y me aplasta la cabeza contra su bragueta. Noto contra mi mejilla, a través de la tela del pantalón sucio de grasa, la dureza de una tremenda verga. Y ahora – todavía me avergüenzo pero he de contar las cosas tal cual han sido - no necesito que siga hablando. Soy yo,- la "estrecha", la tímida, la pacata, - quien toma la iniciativa y baja con dedos nerviosos la cremallera de su pantalón, rebusca en su slip y libera su tremenda cosa rígida y venosa. "Cómetela, golfa". Nunca había acercado antes una verga a mis labios. Tanteo la cabeza palpitante con la punta de la lengua. No sé que marea más, si el olor o el sabor. Tengo un principio de arcada, pero está echada la suerte. Soy víctima de un maligno hechizo. Abro la boca y trago la enormidad que late contra el fondo de mi garganta. Succiono moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás. Debemos componer una bizarra escena. Tú, de pie, vestido. Yo desnuda y de rodillas chupándote el sexo. Difícil rebajarse más. Imposible mayor humillación, pero estoy loca, porque me excitó cuando lo hacía y me vuelve a excitar – y mucho - cuando lo recuerdo. No me entiendo. Esto no es normal.

He de escribir deprisa. Llegar hasta el final. Si no me apresuro, corro el riesgo de que me pueda el arrepentimiento. Si ocurriera, me bloquearía la mente. Querría borrar los recuerdos de mi cabeza. Desearía olvidar. No quiero olvidar. Le comía la verga, te la comía, y me obligaste a incorporarme. "¿Lo hago mal?". ¡Vaya preguntas que hace últimamente la señora de Torres! Se está comiendo "eso" e interrumpe el chupeteo para preguntar con una sonrisa educada "¿Lo hago mal?". Pero el hombre-diablo no se va por las ramas: "Me apetece follarte, cerda". Ni lo pienso. Lo llevo al dormitorio. Me tumba en la cama de un empujón y me monta. Pesa el condenado. Me lastima en los pechos con una cremallera. Me ensarta con tal fuerza que creo quedar clavada en el colchón. Un estallido. No me acaricia. No me acaricias. Me trituras. Me aniquilas. Me traspasas. Me estampan contra la cama. Te ciño la cintura con mis piernas y se me clava una hebilla en la parte interna de un muslo. No importa. A cada envión crece más y más un algo redondo que me llena de fuego. Hay una explosión en mis entrañas y el cielo es orgía de globos de colores. De serpentinas. De arco iris. Gimo. Me asomé al infierno. Vale la pena, claro que la vale.

El hombre se levanta. Se compone la ropa. Se sube la cremallera de la bragueta. "Se me hace tarde. Volveré pasado mañana a acabar lo del calentador y te partiré el culo, puta".

No lo he soñado. Ha ocurrido. A mí. A la señora de Torres. No he podido resistirme. Era el diablo. El íncubo. Nadie puede hacer nada contra él.

Volverá pasado mañana. Me sodomizará. Sé que eso será solo el principio. El diablo es poderoso. Puede cambiar de aspecto a voluntad. Un día se me aparecerá como el vendedor de periódicos de la esquina. Otro como el mismo portero de la casa en que vivo. O como un joven que viaja en el mismo autobús que yo. O como el encargado de planta de unos grandes almacenes. Me mirará con intención y yo le sonreiré al reconocerlo. El diablo me tiene por querida. Me ha hechizado y me gusta ser su amante. Disimularé con José Carlos. No quiero disgustarle. No le diré nada al director espiritual. Si me apetece confesarme, lo haré con otro sacerdote. Puede que no lo haga. Mi destino es pecar. Lo haré en cuanto alguien me mire el trasero con lujuria y yo advierta en su mirada deseos de diablo.

Mas de trazada30

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