Antes, en y después
I
No hace falta la luna
ni música suave.
Las estrellas son falsos decorados.
Solo un fuego de sangre y estas manos
para amasar tu cuerpo.
II
Eres una gacela temblorosa
y al tiempo mármol tibio.
(Hay trenes en mis manos)
Vive en ti el miedo oscuro de la luna
y la firmeza estática del lirio.
(Caballos poderosos)
En un inmenso cuerpo,
los dos vísceras hondas enlazadas
por una red minúscula de nervios.
(Mujer, cierra los ojos.
Está soplando el viento).
III
Yo cocinero
y en la cocina amor,
para batir amor veces y veces,
añadirle pasión, magia y milagro,
idear la más dulce de las salsas
y bautizarla luego con tu nombre.
IV
Tu boca es un mar calmo
donde naufraga el tiempo,
redondo torbellino
en que enlazar serpientes
carnosas y distintas.
Es un reloj rotundo
con un solo minuto
que puede durar siglos.
No hay fuera sinfonías
ni soles volteando.
Sí dentro.
V
Dulce, moreno y cálido es el peso
de tus pechos dormidos en mis manos.
Si despiertan, despiertan dos veranos,
dos soles para el tacto y para el beso.
De tus pechos me sé cautivo y preso.
Tus pechos y mis manos son hermanos.
En ellas se acomodan, soberanos,
robándome a la vez sentido y seso.
Es imán cada pecho. Y cascabel.
Con instinto de abeja voy en pos
de la carnosa flor que crece en él.
No hay un altar mejor ni mejor dios
que tus pechos rozándome la piel.
Son para mí dos dioses, pues son dos.
VI
Mi hambre tremenda ventea
tu campo de hierba oscura.
(Cuando te alcance al galope,
te temblará, nieve y leche,
la cintura)
Dan mil golpes mis miradas
al tambor de tus caderas.
Mis muslos sueñan tus muslos
ennegrecidos de tierra.
Está subiendo la fiebre
en esta orilla del río.
Tú y yo un cuerpo. Solo un cuerpo
tuyo y mío.
VII
Busco tu centro, amor. Quiero llegar
más hondo que jamás nadie ha llegado,
por senderos de amor y de pecado
y nudos que aun nos quedan por atar.
Busco tu centro, amor. Quiero gustar
tu goloso sabor dulce y salado.
Mi lengua un pececillo disparado,
mis labios sus aletas en tu mar
VIII
A golpe de riñones te embisto y me recibes.
El fuego nos consume. No hay aire. Sí gemidos.
Barreno tus entrañas a golpe de riñones.
Me arañas los costados. Sonríes y sonrío.
Te aplasto cuerpo a cuerpo y abarco con las manos,
sedientas como zarpas, las nieves de tus glúteos.
Te muerdo labio y cuello. Me lames cuello y labio.
Me abrazas con los muslos.
Se te olvidó mi nombre. Se me olvidó tu nombre.
Ni tú ni yo pensamos, que ya piensa el instinto.
Cambiamos los sudores. Me abrazas y te abrazo,
y, de sentirnos tanto, perdemos el sentido.
Comienzan los milagros. Los dos somos un cuerpo.
La carne se hace sexo. Los sexos se hacen zumo.
Se tensan los cordeles y el ritmo se acelera.
Las voces no son voces: son gritos o murmullos.
Mujer, sácame el jugo espeso de la hombría.
Te llenaré a calientes y fuertes oleadas.
Me perderé contigo por un infierno nuevo
de recias llamaradas.
Y llego, y me derramo, y gritas que me quieres,
y grito que te quiero.
Y son nuestras dos voces dos sangres hechas una
en un mismo jadeo.
IX
Superviviente
de una pelea vieja como el mundo,
todo en mi rededor era algodón en rama
en un planeta Tierra paralelo.
La paz era un murmullo
de brisa y hojas verdes
y en mi sangre latían campanadas.
Era superviviente
sacudido a oleadas todavía:
Mi cuerpo, un dulce orgasmo en retirada.
X
Cuando vuelvo de tu abrazo,
he de rozar a la muerte para regresar a tierra.
(Entre lo eterno y el mundo ella está de centinela)
XI
Hace pocos minutos
he besado tu rostro y te he lamido el cuello,
y he tocado tus pechos
abarcándolos, tibios, con las manos.
Hace pocos minutos
he llenado tu vientre
y tú me has hecho tuyo.
El miembro no se duerme.
Por el contrario, crece y late de deseo.
Mujer, abre los muslos.
Hazme tuyo de nuevo.