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Concierto para antes de cenar

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Concierto para antes de cenar

Relato no erótico

Tu mujer se quedó mirándote fijo a los ojos. Su mirada no revelaba nada. Te contemplaba como a una cosa.

"Te odio"-dijo.

Su voz era cansina. No ponía fuerza en ella.

Inclinaste la cabeza sobre el pecho. Encendiste un cigarrillo. Levantaste luego la mirada.

"No, no te odio. –siguió- Odiarte sería valorarte. Simplemente no siento que estés vivo. No estás vivo. Eres un viejo traje que me cansé de ver en el armario.

Diste una chupada al cigarro. Te sentías cómodo en el sillón. Era tu sillón. Era bueno estar allí con el pitillo entre los labios. Casi te sentías feliz.

"Sigue hablando, Lucía- dijiste- Me gusta mirarte cuando hablas".

"Esa ha sido siempre tu actitud. –se lamentó ella- Mirar mientras los demás actúan. Te gusta mirar. Te vuelves loco por mirar. Los demás trabajan. Tú no. Tú miras.

Tu esposa hablaba, pero tú escuchabas una dulce música. Pretendiste identificarla. Sí. La Séptima Sinfonía. Te apercibiste que albergabas una gran orquesta en el cerebro. Te acariciaba el dulce sonido de los violines, el trino de las flautas, la grave armonía de los violoncelos. La música corría a oleadas por tu sangre. Te elevaba de tierra. Tu mujer seguía hablando y te hizo gracia la situación. Aquella música era tu música y Lucía no podía escucharla. Seguía con su charla sin adivinar lo lejos que estabas ahora mismo de ella. Resultaba gracioso. No pudiste reprimir una sonrisa.

"¿Encima te ríes? –saltó ella- ¿Haces de mi vida un infierno y encima te atreves a reírte? Eres despreciable.

Ya no escuchabas música. Quedaste mirando a tu mujer.

"Tengo hambre –dijiste- Saca la cena".

Todavía te hacía raro escuchar tu voz por dentro. Recordaste la explosión y te llevaste instintivamente las manos a los oídos. Los tímpanos reventados…Ya no podrías oír nunca. Aunque tal vez los médicos descubrieran algo nuevo.

"Cenar…Comer, dormir y mirar como los cerdos.- seguía Lucía- Eso eres tú, un cerdo.

"Te he cogido una palabra –reíste- ¿Has dicho cerdo, verdad? Te lo agradezco. Sabes que lo prefiero a la ternera.

Tu mujer salió de la habitación. La viste doblar hacia la cocina. Procuraste entonces recordar una sonata de Brahms. Te entretenías así. Te concentraste hasta que te vino a la memoria.

Ni siquiera te enteraste de cuándo tu mujer entró con los platos.

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