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Moscas, caracoles, vacas, perros y caballos

en Zoofilia

Moscas, caracoles, vacas, perros y caballos

Dejen a un lado los prejuicios, estimados amigas y amigos. Tal vez experimenten un visceral rechazo a la práctica de sexo con animales. Si es así, ustedes se lo pierden. Intimar con animales es mejor que hacerlo con personas. Imagínense caballeros: Si dejan una tarjeta de crédito al alcance de un bichillo, puede que se la coman, pero nunca correrán a las más caras boutiques con el propósito de renovar su guardarropa. Si a ustedes le apetece fumar un cigarrillo después de practicar sexo, jamás les exigirán que los apaguen de inmediato porque fumar mata. Los animales son comedidos. Prudentes. Considerados. Saben escuchar. Y, a no ser que ustedes tengan el pésimo gusto de aficionarse a los loros y a las cotorras, no hablan. No dicen tonterías.

Pero no me tomen por machista si ustedes son señoras o señoritas. También en su caso ofrecen ventajas los animalillos de Dios. No son falsos. No engañan. Un hombre esconde su propensión a rebuznar entre falsos te quieros. Un burro, pongamos por caso, va por lo derecho. Es tan explícito como el mejor de los Romeos y con pareja inteligencia. Y, desde luego, más comprensivo y menos trapacero.

Comprendo que, si son novatos en el tema, no se hayan disipado sus recelos. No se invita a una cabra o a un Gran San Bernardo a compartir cama sin tener las ideas muy claras. No hay problema. Tenemos todo el tiempo del mundo para familiarizarnos con esta peculiar modalidad de sexo. Las tortugas gozan durante cien años de una atractiva y esplendorosa juventud. Los elefantes no tanto, pero casi. ¿Ven como tenemos tiempo?

Se requiere un proceso breve, aunque laborioso, para aficionarse definitivamente a la zoofilia. Mi consejo es que sus primeras experiencias las tengan con insectos. Por ejemplo con moscas. Pongamos que es usted hombre. Hágase con unas cuantas moscas. No muchas. Media docena será suficiente. Arránqueles las alas con esmero, pero no olvide emplear también unas pinzas. Protestarán un poco, aunque no demasiado. Resérvelas en una caja de cartón en cuya tapa habrá previamente practicado agujerillos para garantizar la aireación. Busque luego en la alacena un frasco de compota de ciruelas, mermelada de manzana o golosina similar. Bájese la cremallera de la bragueta, extraiga de ella su miembro más querido y estimúlelo manualmente hasta que alcance un tamaño razonable. Embadurne el glande con la compota o mermelada. Deposite con mimo las desaladas moscas en la cabeza de su verga. Le garantizo que saboreará el más delicado y enriquecedor de los placeres. Imagine el cosquilleo que, en zona tan sensible, le producirá el vagabundeo de los dípteros, cada uno con sus seis patas, seis, acrecentándole la líbido. Una sinfonía de delicias. Poesía pura. Pruébelo y lo comprobará.

Pero cabe que usted sea masoquista. No le juzgo. Cada quien es muy libre de tener sus propios gustos. En ese caso conviene que sustituya las moscas por avispas y a disfrutar, estimado amigo.

Sé, amables lectoras, que ahora mismo estarán removiéndose en la silla mientras se preguntan "¿Y cuando nos llega el turno a las chicas?". Tranquilas, que ya les llegó. Ustedes no necesitan tanta preparación como los hombres. Son mucho más listas. Pueden pasar de moscas e iniciar su aprendizaje por el segundo ejercicio.

A ver, adanes: ¿Siguieron fielmente mis consejos? ¿Fue todo bien? Ya conseguimos algo. Le perdieron el miedo a la zoofilia. Comprenden ya que los animales pueden tener una vertiente lúdica y cachonda. Fin de la primera clase y comienzo de la segunda a la que se incorporan, porque es tiempo ya, las mujeres que sueñan con que su perrito de lanas les remedie los ardores.

Subamos un peldaño en el reino animal. ¿Les caen simpáticos los caracoles? A que sí, tan gasterópodos ellos, tan hermafroditas, yo me lo guiso y yo me lo como. Busquen unos buenos ejemplares. Si no tienen oportunidad de salir al campo, pueden adquirirlos en el mercado. No se avergüence al pedirlos. Los vendedores de caracoles son hombres de mundo. Nada les asusta ni les viene de nuevo. Saben sobre la vida. Elijan caracoles bien gruesos o, mejor, guíñenle el ojo al vendedor al tiempo que le dicen: "Son para un capricho". El entenderá. Seguro que no le defrauda.

Compren también una lechuga. Si es hombre, átese un par de hojas a la verga. Suelte luego los caracoles. Comprobará que son bichos voraces donde los haya. Si las moscas le produjeron gratos cosquilleos, los caracoles le procurarán fortísimos orgasmos. ¿Se imagina lo que puede estimular un rastro de saliva caracolera en un frenillo? Mejor probarlo que imaginarlo, amigo. Hágalo. Le garantizo que se le abrirán las puertas de un mundo nuevo. Si es mujer, coloque sendas hojas de lechuga sobre sus pechos, habiéndolas antes agujereado estratégicamente de modo y forma que sus pezoncillos sandungueros sobresalgan como botoncillos sonrosados en campo de hortalizas. Puede confiar en que los caracoles más animosos se aficionarán a la escalada hasta llenar de babas sus granulosos puntos sensibles. Una hermosura de sensaciones que incluso puede multiplicar si consigue que los animalillos emprendan excursiones por los labios mayores y menores de su entrepierna.

¡Ah, se me olvidaba! Los masoquistas pueden sustituir los caracoles por pirañas. Mueren fuera del agua, pero sus dos últimas boqueadas son portentosas. Pueden dejarles la verga como un queso de gruyere para su regodeo y solaz.

¿Siguen interesados en el tema tras los dos ejercicios practicados? Perfecto. Pasemos entonces a la lengua de vaca. Imaginen, caballeros, una rasposa lengua de vaca propiciándoles un exigente y generoso lametón en las vergas. Les garantizo que, a estas alturas, su identificación con el reino animal llegará a tanto, que ladrarán de gusto. Un lametón, y otro, y otro más. Las vacas lecheras son muy persistentes en esto de los lametones. Saben que de lo que se come se cría. Y ustedes, señoras mías, gozarán como enanas ante lametones tan rotundos. Incluso es posible que, si acostumbran a rasurarse el vello púbico, ya no necesiten hacerlo en lo sucesivo, dado que la lengua de las vacas es más eficaz como depilatorio que el más sofisticado tratamiento a la cera. Lija pura. Electroshock carnoso. Cortadora de hierba lujuriosa.

Bueno. Nadie les ha de contar nada ya sobre moscas, caracoles y lenguas de vaca. O, si son masocas, sobre avispas, pirañas y caimanes, que ese es el animalillo que sustituye a la vaca en personas de gustos especialísimos. Es tiempo de pasar a mayores y de comprar su perro grandón o su caballo. Ustedes ya se hallan encaminados y preparados para disfrutar de esta peculiar inclinación. Los procesos educativos de caballos y perros son bien conocidos. Tienen cumplida información sobre el tema en estas mismas páginas de Todorelatos. Solo me resta, pues, darle algunos prácticos consejos, algunas interesantes recomendaciones que pueden propiciarles un placer añadido. Helos aquí, convenientemente clasificados y ordenados:

Traben amistad, si tiene oportunidad para ello, con uno de los perros, machos o hembra según las circunstancias, que olfatean los equipajes en los aeropuertos. Dada su facilidad para hacerse con droga, tengan por seguro que su simpática y canina pareja les obsequiará con cigarrillos de marihuana en sus noches de loco placer.

Atentos los hombres: No intenten seducir ni a Scooby-doo ni a Snoopy. Ambos son cosa mía.

Si sus gustos se decantan por los caballos, frecuenten los hipódromos. Es posible que el ganador o ganadora de la cuarta carrera se encaprichen de ustedes y les propongan organizar un trío con su jockey.

Si les apasionan las orgías, decídanse por los dálmatas. Suelen hacerlo todo en grupos de ciento uno. Imaginen cuanta capacidad de orgasmo junta y sólo para su regalo.

Teniendo en cuenta las anteriores recomendaciones, seguro que se han convertido ustedes en mujeres y hombres ducho en zoofilia.

Enhorabuena. De aquí una semana o dos recibirán su diploma y una entrada gratis para el zoo de su ciudad, porque nunca está de más alegrarse la vista ¿no les parece?

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