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Historias no eróticas: Niev la hechicera (2)

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Historias no eróticas: Niev la hechicera (2)

En el anterior aporte, Niev ha jurado vengar la muerte de su madre y hermana ayudándose de su magia y ha emprendido camino en busca del malvado Esejot, que también se propone hallarla para acabar con ella.

III

La encrucijada de los sortilegios

En el mismo momento en que las fuerzas del mal decidían hallar a Niev, ésta, ajena al repentino interés que había despertado en su enemigo, se palpó el cuerpo. El ejercicio físico, practicado a diario desde que inició su viaje, comenzaba a dar sus frutos. Sus muslos y glúteos se habían endurecido. También sus brazos. Pronto conseguiría sostener una espada sin esfuerzo. Rebuscó en el zurrón. Tenía apetito. Llevaba casi un mes cabalgando y, en todo ese tiempo, no se había cruzado con nadie. Se acababan las provisiones. Le quedaba una sola baya y no tenía siquiera una monedilla de cobre. Decidió recoger plantas. El sotobosque era rico en ellas. Había allí flores de pétalos carnosos que se deshacían entre los dedos y eran imprescindible ingrediente de las pócimas de aojamiento, hojas de bordes serrados y nervaduras carmesíes que parecían contener sangre en lugar de savia *, hongos que, al secarse, susurraban encantamientos al oído y atormentadas raíces cuyo cocimiento tenía la trama y la urdimbre de la agonía. Si las recogía, podría comerciar al llegar a la próxima aldea, aunque ignoraba si estaría a unos minutos o a muchas jornadas de camino.

Comió la última baya masticando muy despacio, cosechó buena cantidad de plantas, montó en Sonymún y emprendió camino. Llegó, a poco, a la Encrucijada de los Sortilegios. La reconoció al ver el viejo árbol de tronco esmeralda y ramas azules de que hablaban las leyendas. Dudó si seguir adelante o volver sobre sus pasos, ya que, según los cantares, la Encrucijada era la puerta del Valle de los Prodigios, en donde, en un abrir y cerrar de ojos, cambiaban no solo los vientos, sino también el clima y el paisaje. Desechó su vacilación. La futura vencedora de Esejot no podía mostrar flaqueza.

-Adelante, Sonymún-susurró al oído del unicornio.

Entraron. Un momento antes les envolvía una tarde otoñal y apacible en un marco de colinas boscosas. Ahora se zambulleron en un paraje desolado, de rocas calcinadas en el horno implacable del sol, sin siquiera una gota de verdor. El viento que le daba en el rostro era pegajoso y caliente. Niev se arrancó las ropas del cuerpo. No las soportaba. Le brotaba el sudor de cada poro, se hacía río en el canalillo de entre los pechos, le perlaba los muslos. Sonymún, en cambio, seguía tal cual. Los animales míticos están acostumbrados a los prodigios.

Media legua más y Niev notaba la lengua hinchada y los labios agrietados. Le escocía cada pulgada de piel, que enrojecía bajo el sol grande y anaranjado. Sentía como el agua, y con el agua la vida, se le iba escurriendo en sudor. Necesitaba beber, pero nadie le había advertido de su travesía por el desierto. No llevaba agua. La tierra hervía y su hervor enturbiaba la línea del horizonte. No veía bien. La cabeza de Niev comenzó a desinteresarse del resto de su cuerpo. Se puso a flotar, a columpiarse agarrada a las cuerdas del vértigo, se dejó llevar por esas cuerdas ,pero, cuando iba a caer a tierra desmadejada, cuando iba a desplomarse de su montura y quedar tendida, totalmente desnuda, con los brazos y las piernas abiertas, desvalida e inconsciente, bajo aquel terrible sol que cocía las piedras, tuvo un último ramalazo de rebeldía y se golpeó el rostro y los pechos para que el dolor la mantuviera despierta. El tratamiento resultó efectivo, tanto que espantó el calor y la sed, mudando el entorno en también desierto, pero ahora helado. Fue tan rápida la mudanza, que la pregunta que le asaltó la desorientó en un principio:¿Qué hacía ella, Niev, del linaje de Vurt, desnuda en medio de un ventisquero? Se miró el cuerpo. Brillaban cristales de hielo en su piel. Tomó sus ropas, desperdigadas y medio cubiertas de nieve, y se vistió entre tiritones.

"Hemos de movernos".

Tenía los músculos ateridos. Le costó un triunfo montar a Sonymún.

"Vamos. Salgamos de aquí".

El unicornio piafó e inició un ligero y elástico trote .Y, en milagro, el frío se disipó con igual rapidez que antes lo hiciera el calor del desierto, y dio paso a una mañana clara. A media legua escasa se divisaba una aldea luminosamente blanca. Niev desmontó, dejó a Sonymún en un bosquecillo que lo apartaba de miradas posiblemente codiciosas, y siguió a pie. El poblado no era grande. Llegó en seguida a la plaza. No había mercado, pero sí una inusitada animación. Se aproximó. En el centro de un gran corro, alguien contaba una historia que la gente escuchaba con atención. Se incorporó al grupo, picada por la curiosidad. Cazó al vuelo el nombre de su propia aldea y aguzó el oído. El narrador, un hombre alto de nariz afilada **, seguía hablando:

"Sí. La Elegida, cuyo nombre no puede pronunciarse sin entonar siete cantos de alabanza, nació en Harlok."

¿La Elegida? Niev jamás oyó hablar de ella, pese a conocer la vida y milagros de de sus paisanos. Nunca nació en Harlok mujer que anduviera en coplas y cantares. Se abrió el paso hasta el centro del grupo y siguió escuchando.

"Su padre fue artesano y su madre hechicera del linaje de Vurt, tal vez la más sabia de su generación. La Elegida creció siendo una niña como cualquier otra. No la distinguían mágicas señales. Quedó huérfana de padre muy jovencita, y desde entonces vivió con su madre y con su hermana. Al cumplir la edad en que las mujeres sangran entre los muslos, inició su aprendizaje en el arduo mundo de la magia y de los encantamientos. Su propia madre le desveló los secretos que encierra cada tallo de hierba que crece en los montes. Supo así, desde muy tierna edad, la utilidad de las raíces y el poder de las flores, y se instruyó en cocimientos, pócimas, bebedizos, ungüentos y tósigos, aprendiendo los seis métodos tradicionales y los cuatro esotéricos para su confección. Parecía que su destino era ser una notable, aunque anodina, hechicera rural, pero una tragedia mudó su vida para el bien de las tierras frías, que los dioses gastan bromas crueles y, en ocasiones, castigan para luego otorgar sus dones a capricho. La Elegida, cuyo nombre no puede pronunciarse sin entonar siete cantos de alabanza, había pasado la tarde en las montañas, recogiendo semillas. Cuando retornó al pueblo, topó con la brutal realidad. En su ausencia, los Ejércitos de la Oscuridad habían asolado la aldea. Ella entró en el poblado sorteando cadáveres y, al llegar a su hogar, encontró a su madre y a su hermana desnudas, yertas, con sendas espadas clavadas en sus sexos, obscenas bajo cuajarones de sangre seca..."

Niev sintió que el universo daba vueltas en su torno.

"Entonces –siguió el narrador con voz campanuda- la Elegida pronunció la maldición que todos conocéis palabra por palabra, porque los niños la aprenden al tiempo, o aun antes, que las primeras letras. Recitadla conmigo".

Y en aquel momento las mujeres y los hombres, los niños y los ancianos, se tomaron de las manos y solemnemente cantaron a coro:

"Maldito seas entre los malditos, Rikal. Viviré solo para tu infortunio. Haré que se pudra tu simiente en el vientre de las mujeres..."

Cuando recitaron la maldición ritual, el narrador siguió con la historia, y habló de la cabaña de los terrenos de caza de otoño, y describió con gran lujo de detalles el majestuoso aspecto de La Elegida cuando pronunció las palabras sagradas que hicieron salir al unicornio de las grutas de la fantasía para galopar hasta ella y ofrecerle su lomo, y después habló de su paso por los desiertos y los ventisqueros y de su llegada a la aldea, premio a haber superado las pruebas que la misma magia le planteó, y luego siguió desgranando lo que para Niev era futuro y para el narrador y para quienes le escuchaban pasado bien sabido, pero la joven del linaje de Vurt ya no le escuchaba. Minutos antes le había ganado una extraña y total flojedad que invadía cada rinconcillo de su cuerpo, y se había desvanecido.

Notas al capítulo III:

* Sin duda las hojas de bordes serrados y nervaduras carmesíes que parecen contener sangre en lugar de savia, pertenecen a la "Zesna polimorfa" de que habla Linneo en su "Species plantarum". Esta curiosidad botánica se caracteriza –según Linneo- porque, al serle arrancadas sus hermosas flores azules, no solo se queja en el idioma del país en que se halle, sino que incluso llega a blasfemar en hasta cuatro lenguas muertas.

** Aunque el texto no da el nombre del narrador de la nariz afilada, es presumible que se trate del genial Cärlett, autor afamado de leyendas y sagas, algunas de subido tono erótico.

 

IV

El poder

 

Quizá la oruga guarde conciencia de la progresiva mudanza de su estructura, que se origina cuando todavía se arrastra por tierra y finaliza al descubrir que la naturaleza la ha dotado de medios y deseos de volar. Tal vez, en el claustro del capullo, sea capaz de medir la duración y ritmo de sus complejos cambios morfológicos. Niev no. Niev no supo calcular si el tiempo empleado en su metamorfosis fue largo o corto. Pudo durar una eternidad, dos incluso, porque el tiempo es curvo y existen los milagros, y también es posible que solo trascurrieran una horas desde que se repuso de su desvanecimiento en la misma plaza de la aldea hasta el momento en que comprendió que se había completado el ciclo. No es sencillo expresar su catarsis en el limitado lenguaje de los hombres. Baste decir que la aldea a la que arribó y en la que escuchó el principio de su propia historia, no era un poblado más del Reino. Ni siquiera figuraba en los mapas, ni su nombre estaba escrito en las piedras que bordeaban los caminos, y solo unos pocos escogidos llegaban a saber de su existencia. Baste añadir que las fuentes del poblado no manaban agua, sino magia, y que el empedrado de la plaza tenía una sola parte de granito por cada nueve partes de sabiduría. Baste revelar que la aldea era, en sí misma –y póstrese en tierra quien de esto tenga noticia-, el secreto corazón y el escondido sistema nervioso de todas y cada una de las galaxias que conforman el Universo, la olla en que se cocieron y recocieron las leyes físicas que nos gobiernan, la compleja y delicada estructura que creó la vida partiendo del caos. Coexistían en sus calles pasado, presente y futuro, y era posible escuchar en ellas lo que todavía no había acontecido.

Allí Niev, en la lasitud de su inconsciencia, se empapó de conocimientos, tal y como la oruga se empapa de luminoso futuro en el capullo. Supo. Se sintió llena, no ya de poderes, sino de poder. Conoció la trascendencia y alcance de los grandes vientos que mueven a los hombres y descubrió que no eran sino tremendos engaños urdidos con el único fin de someterlos. El poder era la única piedra angular del mundo. Los nobles conceptos-religión, patria, honor, dignidad, amor- distraían de ese poder e intentaban disimular la evidencia de su verdad. El nudo de la vida es el poder. Todo ha de estar y está en su función y a su servicio: los dioses, los ejércitos y el resto de la humanidad que no lo alcanza *. Así de sencillo.

Esejot asolaba, atropellaba, mataba, no porque fuera malvado, sino porque tenía poder y lo ejercía. Son los débiles quienes etiquetan como malvado al fuerte que los desprecia y como magnánimo a quien los protege a cambio de pleitesía. Esejot había conseguido el poder por la fuerza de los músculos y de la espada. Ella no podía oponerle las mismas armas, pero tenía otras superiores. Si Esejot utilizaba los brazos, Niev podía usar el cuerpo entero, su sabiduría y sus conocimientos sobre herboristería al dictado de su astucia femenina. Solo tenía que realizar unos ajustes. Y quizá fuera su misma magia, la que aprendió de niña, la que se mudó ahora en modeladora inspirada e inspiradora, o es posible que el prodigio se debiera al influjo de la propia aldea, pero es lo cierto que Niev sintió que su interior crujía y que se remodelaba la geografía de su cuerpo. Recreció su estatura. Se alargaron sus piernas llenándose de la forma más conveniente. Se afinó su cintura. Se le aplanó el vientre. Tal vez porque pensaba en el sol, se le encendió el cabello hasta que se tornó rojo como el mismo fuego. Quizá porque la amaba, la luna le bajó al torso y la dotó de pechos nuevos y blancos con pezones y areolas sonrosadas, pechos que parecían crecer y menguar a voluntad siguiendo el ciclo de la misma luna. Se le aclaró la piel hasta semejar nieve. Le surgieron aquí y allá algunas pecas, trasunto de estrellas. Se le aromaron aliento y sexo, que olían ahora a jazmines y madreselva. Se le rasgaron y agrandaron los ojos y se hizo verde con chispillas de oro su mirada. Se le achicó la nariz y se le llenaron los labios. Llovió sensualidad en sus movimientos, armonía en sus ademanes, magnetismo en todo su ser. Se suavizó la línea de su espalda, le nacieron dos hoyuelos sobre los riñones y se redondearon sus glúteos. Nada quedaba en ella del cuerpo viejo y nadie, que la hubiera visto bajo su anterior apariencia, la hubiera reconocido ahora.

Su instinto, refinado por la experiencia de muchas generaciones de hechiceras, dictó a sus manos, a su lengua y a su sexo las mil y una forma de hacer aullar de gozo a un hombre, y también el modo de conseguir que una mujer desfalleciera de placer en sus brazos, porque todo está permitido cuando se trata de alcanzar o conservar el poder. Su conocimiento de hierbas y venenos alcanzó dimensiones impensables e incluso la cocina le desveló sus secretos mejor guardados, de modo que igual podía preparar una bebida que fulminara a una persona en segundos que preparar la más rica y sofisticada de las salsas **.

Esa fue su catarsis. Cuando se hubo cerrado el círculo de su iniciación, hasta el aire temblaba. Niev resplandecía de energía recién liberada. Brotaban chispas de su cabello rojo. Supo que ya nada la retenía en la aldea, de modo que tomó algo de alimento, salió del poblado y llegó hasta el bosquecillo donde mordisqueaba flores el unicornio, que, por ser magia hecha carne, supo quien era pese a su nuevo aspecto.

"Ya no necesitaremos las espadas"- sonrió la nueva Niev.

Las enterró, montó a Sonymún de un salto potente y armonioso y, segura de sí misma, sabiendo que tenía el poder al alcance y que su destino era conseguirlo, puso rumbo al cada vez menos lejano Mor.

Notas al capítulo IV:

* Se advierte a los menores de edad y personas sin la suficiente formación que no deben leer la frase en cuyo final se ha colocado el asterisco.

** Incluso en algún opúsculo tardomedieval se llega a citar a la hechicera Niev como la inventora de la salsa Romescu.

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