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Amo Jonás

en Dominación

Este relato es continuación, con la pertinente autorización de la autora, de la excelente narración de Erotika "Vaya noche" que podéis encontrar en:

www.todorelatos.com/relato/22817/

Amo Jonás

"El Ministerio Fiscal tiene la palabra".

Te remueves en la banqueta. Tienes el cuerpo dolorido. El Fiscal comienza su informe presentando a tu cliente como el más perverso de los delincuentes que ha parido madre y tú, en lugar de seguir con atención el hilo de su discurso, te relames de gusto y dolor rememorando la noche pasada. Te escuecen los pezones y tienes fuego y escoceduras en la entrepierna, pero valió la pena, claro que sí. Jonás, tu marido, fue un hombre nuevo: duro, exigente, amo. Te estremeces al recordarlo. Te llamaba cerda, te trataba como a una puta y tú, tan feminista de ordinario, tan partidaria de los derechos de la mujer, hallabas en la sumisión un placer fortísimo y nuevo. Esta misma mañana, cuando revisabas tus notas para el juicio en el que te encuentras, Jonás ordenó, sí, ordenó, que te quitaras la ropa interior, que salieras a la calle sin ella y que te masturbaras en el juicio. Es la computadora, seguro. Jonás debe haber entrado en alguna página de "dominación", se ha puesto al día sobre las relaciones amo-esclava y ahora está practicando contigo. Pues muy bien, que practique, mientras esa práctica haga que te sientas tan viva y excitada como ahora estás.

"Y el acusado con toda desfachatez y desprecio por la sociedad…" El Fiscal sigue, y sigue, y sigue, y tú no llevas ni sujetador ni bragas. Siguiente modelo: He aquí a la abogada de nuestro tiempo. Camisa blanca en que se marcan los pezones, falda azul marino, toga dos dedos por bajo de la rodilla y el coñito al aire. No llevas bragas y, protegida por la mesa en que has colocado tus papeles, enfrente del Ministerio Fiscal que declama con voz engolada, a la derecha de tres magistrados que dan cabezadas y ni están despiertos ni acaban de dormirse y a la izquierda de tu cliente, de los miembros del jurado y del público asistente a la vista, recuerdas la orden de Jonás, introduces la mano entre tus muslos y comienzas a acariciarte. Es absurdo obrar así, va contra tus principios, contra la lógica y el sentido común, pero te acaricias. Te frotas el monte de Venus con la palma abierta, separas los muslos en ángulo imposible, te cosquilleas los labios mayores rozándolos con la yema de los dedos, tocas suavemente cada pliegue, cada carnoso vericueto de la entrada de tu vagina, palpas la protuberancia del clítoris, lo masajeas como solo tú, tras tantos años de práctica, sabes hacerlo, y la excitación y el placer van llenando cada trocillo de tu cuerpo, y Jonás te llamaba cerda y te acaricias, te decía "enséñame el culo, perra" y te sigues tocando e introduces un dedo, dos, en tu coño hambriento, y el Fiscal ha dejado de hablar, y el Presidente dice con toda solemnidad: "La abogada de la defensa tiene la palabra" y es tu turno.

Ralentizas tu masturbación, aunque sigues con ella, mientras comienzas con la frase ritual "Con la venia de la Sala" y luego continúas hablando porque tienes el informe preparado y aprendido, que no en vano estuviste dándole vueltas anoche hasta casi la una de la madrugada. Recitas de corrido las virtudes del cliente y cuentas como suele desvivirse por ayudar a cruzar las calles a las pobres ancianas, pero, a la vez que prosigues tu discurso, acompasas el ritmo de tu masturbación a la cadencia de tus frases, de modo que las refuerzas, les pones énfasis a base de oleadas de placer. Los miembros del jurado están pendientes de cada una de tus palabras.

Les gana tu fuerza, tu convicción, tu fuego. Y como en el momento exacto en que estás describiendo lo injusta que ha sido la vida para con tu cliente, tu excitación es tanta que no puedes reprimir los gemidos, los miembros del jurado, sin necesidad de retirarse a deliberar y conmovidos por lo que ellos creen sollozos fruto de tu exquisita sensibilidad, prorrumpen en aplausos, abuchean al Fiscal y declaran inocente a tu cliente, entre muestras de júbilo y bravos tanto del público como de los mismos magistrados. Tu último espasmo de gusto, resuelto en grito hondo y carnal, es valorado por todos como saludable descarga de la tensión acumulada a lo largo del juicio. Felicitaciones, parabienes, lo típico. Un beso de lengua y un pellizco en una teta propinados por tu cliente que no acaba de creerse absuelto de sus múltiples asaltos sexuales a jovencitas candorosas, no hacen sino recordarte que has prometido llamar a tu marido nada más terminar la vista para contarle si te has atrevido o no a masturbarte.

Le llamas desde la sala de togas. "Sí, Jonás, sí. Además fue todo un éxito. Gané el juicio gracias a ti". "Bien-contesta él- Ahora has de ser mala para que luego pueda castigarte. Espera a que sea la hora de salida del trabajo, vuelve entonces a casa en autobús y compórtate como la puta rastrojera que en realidad eres".

Como ordene el amo. Te hormiguea el cuerpo de excitación. Pero la falda que llevas no sirve. Consultas el reloj. Todavía tienes tiempo. Entras en los grandes almacenes y encuentras lo que buscas. Una falda vuelosa y de tela muy fina, de esas que van pegadas a las carnes, pero que se despegan del cuerpo con toda facilidad. Te cambias en el probador y, al hacerlo, compruebas que también la camisa es mejorable. Eliges otra que es una segunda piel. Realza el volumen de tus pechos y transparenta los pezones. A puta no va a ganarte nadie. Doblas la ropa que llevabas antes, la guardas en una bolsa y te sientes preparada y dispuesta para la aventura.

El autobús va repleto. Esquivas, como puedes, la zona ocupada por un montón de colegialas alborotadoras y te acomodas en la plataforma posterior, rebosante de hombres de todas las edades y cataduras que parece tener manos hasta en las orejas. A los cinco segundos ya te han dado un repaso muy guapo por todo el cuerpo. A los diez han descubierto que no llevas bragas y a los doce que la falda recién comprada es poco más que un pañuelo de papel. A los quince, notas pollas duras por todos los puntos cardinales de tu cuerpo y manos que te palpan hasta en el alma. Se te hace agua la entrepierna. Saboreas la situación.

Cierras los ojos para que no se te escape ni un gramillo de lo que sientes. Alguien te aprieta un pecho con manos que, más que zarpas, son tenazas. Una verga caliente y palpitante se incrusta en la regata de tu trasero y te busca el ojete. No lo encuentra, es muy difícil que lo haga estando tú de pie, pero se frota en el surco que separa tus nalgas, se acopla a él, en tanto otro instrumento de notables proporciones se esfuerza en abrirte un agujero nuevo a la altura del ombligo, y unas cuantas pollas más se dedican a frotarse vigorosamente por tus caderas, tus muslos y tu vientre. Dos dedos diferentes de dos distintas manos entran al tiempo en la hendidura de tu sexo y cuando llegas a tu parada tienes semen hasta en el interior de los oídos.

Llegas a casa y corres a la ducha. Jonás no ha llegado todavía del trabajo. Examinas tu cuerpo en el espejo mientras te secas con la toalla grande. Vas hecha un cristo. Tienes moraduras en cada centímetro de piel. Cuando llega Jonás, aún no te has vestido. El no te deja hacerlo.

"Las perras no llevan ropa –te sonríe- y tú eres una perra".

Descorre las cortinas de las ventanas.

"Así los del edificio de enfrente podrán ver lo puta que eres".

Ibas a preparar huevos fritos con patatas para la comida, pero desistes y te decides por una ensalada. Así evitas salpicaduras de aceite hirviendo en tus pecadoras carnes desnudas.

Preparas la mesa y sirves los platos, que Jonás es hombre a la antigua y considera que la casa es cosa de mujeres. Vas a sentarte pero tu marido tiene otros planes.

"Ven, arrodíllate y chúpame la polla mientras como, cerda".

Hay movimiento en un balcón de la casa de enfrente. Un quinceañero se come con los ojos tu culo y tus tetas y llama por el móvil a varios vecinos, amigos, parientes y deudos que van llegando y llenando el balcón dispuestos a disfrutar del espectáculo. Va animándose el resto de los balcones. Tú, mientras, te arrodillas entre las piernas abiertas de Jonás.

"Bájame la bragueta, puta, y enséñales a los mirones como se come la polla de un amo".

Tú, Nuria Cantarero Pujol, hija de Carlos y de Nuria, natural de Barcelona, ex alumna del Colegio de Jesús-María, Premio Extraordinario de Licenciatura en la Facultad de Derecho, feminista convencida y militante, Abogada en ejercicio, socia del despacho "Feliu, Feliu y Pujol, abogados" estás de rodillas, desnuda como viniste a este mundo pecador y lames la verga de tu esposo en Cristo Jesús ante un público enfervorizado. Y lo más curioso es que jamás una felación te excitó tanto. Te libera abdicar de tu propia dignidad. Nadie conoce los entresijos de la persona. Jamás pensaste que esto pudiera ocurrirte a ti, pero sientes que vives al sentirte esclava, sabes que naciste para esto, que te realizas en la sumisión. Sigues con la punta de la lengua el contorno de esa verga tan conocida y su textura te sabe a nueva.

Se esfumó la rutina, la costumbre, el adocenamiento. Engulles la polla, le fabricas un condón de saliva que la rodea y ciñe, la chupas con glotonería, y al tiempo te martillea en las sienes la conciencia de tu desnudez y del exhibicionismo que ahora mismo practicas, arrodillada, esclava y ofrecida. Jonás te enciende más todavía cuando, entre bocado y bocado, comenta como al descuido que está pensando en empapar una esponja con los jugos de una perra en celo, pasarla luego por tu entrepierna y dejarte a cuatro patas y al alcance del pastor alemán de los vecinos de la puerta 6. Sigues chupando verga, divina flauta de Bartolo con un agujero solo, y tu marido te pellizca un pezón, te lo acuchilla con las uñas y te lleva a ese punto exacto en que dolor y placer son caras de una misma moneda y tanto da llamarles de un modo como de otro.

No hubo caramelo como éste desde que el mundo es mundo. Lames la carne dura y palpitante y es como si todavía fueras en la plataforma del autobús, obvio objeto de deseo de machos sin rostro, y todavía te estuvieras masturbando en tanto el Fiscal habla y habla y habla. Chupas el glande, la roja cabeza a punto de estallar, y te ves desde fuera, golfa-perra-cerda-puta-coneja-cabrona consentida, y sabes que estás batiendo leche con el mazo, más duro cada vez, de tu amo, y que la leche se va formando en el interior de sus testículos y que ya casi hierve de tan impaciente, y que la verga que tienes en la boca comienza a dar campanadas silenciosas e implacables, latidos hondos y totales que convierten la carne en acero rígido, inhumano de tan humano, y la leche pugna por salir y al fin lo hace a disparos poderosos y rítmicos, y saboreas el momento glorioso en que la hembra doblega al macho, en que puede con él, en que, siendo tú su esclava y Jonás tu amo, se invierten los papeles y eres tú la fuerte, la dueña y señora de esa pequeña muerte que le has propiciado.

El semen te resbala por las comisuras de la boca. Mantienes la verga de Jonás contra tu garganta. Notas como va menguando, calmándose, aniñándose. Tú le has dado la paz.

"Ahora puedes comer la ensalada".

Te pones en pie y te desperezas frente a la ventana, a la vista de quienes te miran. Sabes que tu vida ha cambiado a ser vida de veras, que es posible que mañana mismo circulen fotos de tu culo y tus tetas por Internet, que quizá de aquí un rato Jonás te ate las manos a la espalda o te azote por haber sido mala en el autobús. Nada de eso importa. Lo importante, lo que ya habías olvidado tras dos años de casada, es lo excitante que resulta volver a sentirte viva.

Y con toda la vida por delante.

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