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Culo gordo

en Amor filial

Culo gordo. La llamabas "culo gordo".Tienes un año más que Sonsoles. Un año semeja poca cosa, pero entre hermanos es toda una eternidad. Nacer doce meses antes da bula a un varón para tirarle del pelo a su hermanilla, esconderle los juguetes e imaginar mil y un modos posibles de hacerle rabiar. Pero ahora es otra historia. Ya no la llamas "culo gordo". Ni se te pasa por la cabeza. Culo bonito, sí. Culo adorable, también. Culo gordo, jamás.

Te ahoga el golpeteo de tu propio corazón. Es tan rotundo, tan total, que casi te impide respirar. Sonsoles está al otro lado de la puerta entornada. Basta dar unos pasos para tocarla. Ni siquiera es preciso que des la luz. Conoces la ubicación de cada mueble. Has pasado muchos veranos en casa de tu abuela y podrías trajinar por ella con los ojos vendados. Pero se te hace una montaña avanzar. ¿Recuerdas? Cuando te sentías cariñoso, le rascabas la espalda y ella quedaba muy quieta, talmente parecía una gata mimosa. "Quiero que me rasque la espalda el Tete" decía. Era entonces menuda y desmedrada. El cambio fue después., ahora hará cuatro años, cuando cumplió los doce. Una fiebre primaveral elevó su temperatura dos grados y medio y diez centímetros su estatura. Y solo fue el principio. El fiebrón puso en marcha los oscuros mecanismos que llevaba dentro y se iniciaron variaciones, primero sutiles y luego visibles, en la estructura de su cuerpo. Se afinó su cintura, sus caderas se redondearon, se le infló la blusa de dentro hacia fuera y le nació en la mirada un brillo húmedo que tenía muy poco de infantil. Dejó, por entonces, de pedirte que le rascaras la espalda y también por entonces tuvisteis la última de vuestras peleas cuerpo a cuerpo, una pelea rara, porque le palpaste por sobre la ropa bultos cálidos que antes no existían y Sonsoles notó también, en el calor de la refriega, un algo nuevo y duro tuyo contra su vientre. Os separasteis avergonzados aun sin saber de qué, sintiéndoos todavía más inseguros y más niños que cuando lo erais. Y luego, cuando tu hermana tenía quince cumplidos y tú dieciséis, ocurrió lo de la revista.

Un crujido. Ha sido un crujido. Es lo que tienen los viejos caserones. Crujen. Muros, jácenas, vigas y pilares se contraen y dilatan igual que si hicieran el amor, como si intentaran acoplarse todavía más en su abrazo de más de un siglo. Retienes la respiración, pero tanto da. El acelerado latir de tu corazón lo llena todo. ¿Dormirá Sonsoles? Hace un rato, no. La oíste gemir. Era el suyo un gemido hondo, caliente y oscuro, de mano acariciando la entrepierna. Fue esa conciencia de su placer solitario la que te hizo saltar del lecho, el sexo erguido y duro. Luego, ya en el pasillo, quedaste paralizado. Y así sigues. ¿Qué estabas recordando? Sí, la revista. Pero las cosas por su orden. Primero fueron los amigos: "oye, tu hermana se ha puesto buenísima, tienes una tetas de toma pan y moja y un culo que ni te cuento". Comenzaste a verla con otros ojos, incluso, al mirarla, se te alborotaba la verga. "Que no, que no, que soy un monstruo" te repetías entonces, "es mi hermana".

Sí, era tu hermana. Por eso te tropezabas con ella continuamente, veías su ropa interior en el tendedero y tus oídos se llenaban de su risa cada dos por tres. Despierto te resistías mal que bien a tu obsesión, porque lo tuyo comenzaba a ser obsesión, pero por la noche era bien distinto. Sonsoles llenaba tus sueños. ¡Cuántas veces le acariciaste los pechos! Te zambullías en su escote y nadabas por su cuerpo, en esa cruda verdad que es más real en el sueño que la realidad misma, chupabas sus pezones que sabías oscuros –al menos así lo fueron cuando eran simples botoncillos sobre un pecho liso-, le abarcabas las caderas con las manos, buscabas su boca para atar en una vuestras lenguas, y, cuando juntabais los vientres, te llenaba el orgasmo y despertabas con el pantalón del pijama manchado de esperma. Permanecías entonces un rato despierto, sabiendo que el dormitorio de Sonsoles estaba al final del pasillo, que tus padres no vendrían en todo el mes y que el sueño de tu abuela era pesado y no se la podía despertar ni a cañonazos. Fueron noches de tortura que solían resolverse con una furiosa masturbación que te acercaba, a tu juicio, un buen trecho más al infierno.

Y luego la revista. Era un semanario como cualquier otro: unas cuantas fotos de chicas desnudas y dos o tres artículos de opinión que a nadie interesaban. La hojeabas, saboreando muslos firmes y traseros respingones, cuando la viste. No, no era Sonsoles, ni siquiera se le parecía, pero al tiempo la recordaba muchísimo. Tenía su misma expresión: esa media sonrisa, su inconfundible mirada pícara y burlona e idéntico modo de reclinar la cabeza sobre el pecho. ¡Te masturbaste tantas veces mirándola! Y lo más curioso: Cada día que pasaba te parecía tu obsesión menos monstruosa, los faraones egipcios se casaban entre hermanos, ahí tienes a Cleopatra que, después de Sonsoles, seguro que fue la hermana más rebuena que ha parido madre, existe el incesto y por algo existe, porque no eres el único que piensa como piensa, ya se sabe, lo afirma el refrán, quien hace incesto, hace ciento, dicen que Lucrecia Borgia se acostaba con su hermano ¿o era con su Papa?, tanto da, pero se acostaba con alguien de mucho pecado, Dios se desinteresa de los pecados de cintura para abajo, Sonsoles, te necesito! Te necesito: Mira mi sexo. Se agazapa en él la fuerza de los mundos, el empuje del viento y del terremoto, todo eso es tuyo. Tengo en mis testículos la marea, el reflujo del mar que busca que naufragues en mis jugos, en mis manos se esconde el hambre de los pueblos desamparados, en mis riñones el ímpetu de la tempestad y la galerna, te duchabas, eso fue ayer, y yo te espiaba por el ojo de la cerradura, es lo bueno que tienen las puertas de las casas antiguas, basta aplicar el ojo y ves, te veía joven, hermosa, una diosa, el agua sobre ti, resbalando por tus hombros, deslizándose por tus pechos redondos de pezones rugosos y duros, contorneándote el cuerpo, refugiada en la cuevecilla de tu ombligo, dibujando la convexidad de tu vientre, zambulléndose en el vello rizoso de tu sexo, si te dabas la vuelta mi mirada quedaba prendida en tus nalgas blancas, en tus piernas musculosas y largas, en tus pies, en ti, en ti, EN TI CON MAYUSCULAS, me volveré loco, sé que me volveré loco si no te consigo, Sonsoles, lo sé, lo sabes, es una verdad absoluta, no hay otra mujer que tú en el planeta Tierra y la vida no es nada sin tenerte…

Pero calma, muchacho, calma. No dramatices. Tranquilo. Vamos a ver: Estás en el pasillo, a oscuras, justo a la puerta del cuarto de tu hermana. Respira hondo. Ella suele sonreír y decirte: "Siempre vas como jorobado. ¿No sabes ir recto?" Es la única forma que has encontrado de mal ocultar tus erecciones. Su sonrisa es pícara, siempre lo fue. "¿No sabes ir recto?" preguntaba. ¿Cómo quieres que vaya, Sonsoles? ¿Con la lanza en la mano como Don Quijote?

Cuenta hasta cien. Reúne en ti el valor de los héroes. Alea jacta est, sentenció Julio César al cruzar el Rubicón. Lo difícil fue cruzar el río, luego vino todo rodado, cosa de coser y cantar. Tu río es una puerta, abierta por más señas. "Un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la Humanidad". Esta es tu Luna, tu tierra prometida, tu imperio, tu infierno…y también tu paraíso. Resta solo un impulso mínimo. Dalo.

Tragas saliva. ¡Ay el culo gordo, cómo te lleva! Guardas unas braguitas suyas, las tomaste a hurtadillas de la cesta de la ropa sucia. Huelen a ella, conservan sus aromas más íntimos. En ocasiones las acercas a tus narices, incluso has llegado a chuparlas mientras te tocas el sexo. Eres su esclavo. Eres el esclavo de tu hermana pequeña. Y así te ves ahora, en la misma puerta del cielo o del descalabro, ser o no ser, avanzar o volverte atrás, llegó el momento de la decisión última.

Y entonces, justo entonces, llega a tu oído, llena, pícara, subyugadora, ronca, prometedora e incitante, la voz de Sonsoles:

- Hermano ¿vas a quedarte ahí toda la noche? Pasa, hombre…Hace mucho tiempo que no me rascas la espalda.

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