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Cuentos no eróticos: San Pascual Bailón

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San Pascual Bailón

Miguel intentó volver a conciliar el sueño. Le habían despertado los golpes. Sonaban recios y rotundos, tal y como si un gigante aporreara los muros del dormitorio. Se fue deslizando por el tobogán del sueño cuando los golpes se hicieron cañonazos. Inútil pretender dormir. Demasiado ruido. Se incorporó en la cama:

"¿Quién anda ahí?".

Ninguna respuesta.

Encendió la luz y vio que su mujer temblaba aterrorizada.

"Es San Pascual Bailón –susurró ella con un hilo de voz- Anuncia que alguien morirá en esta casa antes de tres días".

Miguel se encrespó.

"¡No digas tonterías! ¡San Pascual Bailón! ¡Valiente estupidez!".

"Es San Pascual, lo sé –sollozó la mujer- Le rezo todos las noches un padrenuestro por todos nosotros. A cambio, él ha de anunciar la muerte con tres días de tiempo, dando golpes en la pared. Para que la muerte no nos coja desprevenidos".

De nuevo arreciaron los golpes.

"Parecen ratas –anunció Miguel- Corren y se dan contra los muebles. Pero eso lo arreglo yo enseguida."

Saltó de la cama. No pudo reprimir un tiritón al poner los pies descalzos en el suelo.

"¡Qué frío hace! –rezongó- Justo hoy tenía que averiarse el climatizador…"

Su mujer intentó retenerle:

"No salgas, Miguel. Es inútil. San Pascual no se deja ver."

Miguel no la oyó. Ya había salido del dormitorio.

Ella se arrebujó bajo las mantas.

"¡Dios mío, que no sean los niños!".

Se repitieron los golpes. Uno. Dos. Tres. Claros, pausados, rotundos.

"No veo nada" –anunció Miguel desde el comedor.

"Vuelve ya".

Le respondió un sonoro estornudo.

"Hace mucho frío. Te vas a resfriar".

"No me acuesto hasta que encuentre a tu San Pascual".

Un par de horas después dejaron de oírse los golpes. Solo entonces se acostó Miguel.

"Estás helado –le dijo su esposa- Tómate un coñac".

Miguel refunfuñó, dio media vuelta e intentó dormirse.

La mañana siguiente fue a la oficina, pero se encontró mal a mediodía. Fue al médico de empresa.

"Un enfriamiento, amigo Sánchez –le tranquilizó el doctor- No es raro. Con este tiempo…"

Se despreocupó e hizo vida normal. Cenó, vio un rato la televisión y se acostó. Los golpes no se escucharon hasta la medianoche.

"¿Los oyes, Clara? –se excitó él – Hoy he de cazar a esas malditas ratas."

Se levantó tosiendo.

"No salgas, Miguel –le suplicó su esposa- Vas a agarrar una pulmonía. Hace mucho frío. Además es San Pascual."

"O las ratas o yo".

Estuvo corriendo de un lado a otro de la casa.

"Ponte el batín – le gritó Clara.

Él no respondió. Solo tosía.

Al otro día tenía una fiebre altísima. El médico de empresa se rascó la cabeza:

"Ha empeorado, Sánchez. Tiene algo en el pecho que no me gusta nada. No me explico como ha podido atrasar tanto desde ayer."

Él intentó explicar que se había pasado la noche andando descalzo, pero no pudo hacerlo. Se lo impidió un golpe de tos.

"Venga, vuelva a casa, acuéstese y tome leche con miel y coñac. Mano de santo, se lo aseguro".

Su mujer se santiguó al verle regresar a media mañana.

"¡Ay, San Pascual, qué razón tienes! –sollozó- Esta noche me quedo viuda."

Llamaron al médico de urgencia de madrugada. Miguel agonizaba.

"Las ratas –deliraba- No he conseguido acabar con ellas, pero aun es tiempo. Dejad que me levante".

"Se ha vuelto loco, doctor. Enfermo como está, ha dado vueltas por la casa hasta que se ha desvanecido. Me han tenido que ayudar los vecinos a traerlo a la cama".

El entierro fue el día siguiente. Acudieron los compañeros de oficina y muchos vecinos.

"Una pulmonía" – comentaron los hombres.

"San Pascual Bailón le avisó tres noches seguidas" – se santiguaron las mujeres.

Y tal vez tanto las mujeres como los hombres tuvieran razón.

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