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Ese dulce descanso

en Sexo con maduros

Ese dulce descanso

Escribiste una vez que un hombre alcanza su sazón cuando tiene hijas de treinta años y amores imposibles de diecisiete. Quizá sea cierto. Ni puedo ni sé contradecirte. Tienes hijas mayores y mi amor por ti es posible y bien posible. Me hace daño por dentro de tan hondo y extenso, pero no tengo diecisiete años. Cumplí diecinueve el mes pasado. Lo siento.

Recuerdo que, pese a ser tan inteligente –porque lo eres, amor- me dijiste que no entendías nada. ¿Cómo –te preguntabas, me preguntabas, nos preguntabas- puede una chica preciosa como tú –gracias, Germán, por el cumplido- interesarse por un vejestorio? Parece mentira que, siendo tan listo, no sepas nada de mujeres ni nada de ti. ¿Tú un vejestorio? Por favor… Estás en la mejor edad: Medio siglo escaso. Conservas la fuerza y ganaste la experiencia. Se te fue la tontería y la presunción de los jóvenes que confunden insensatez con aplomo. Dominaste tu fuego. El fuego sigue en tu interior, domado y presto. Puedes utilizarlo a voluntad sin riesgo de que te abrase y nos destruya. No es más fuerte quien más fuerza tiene, sino quien sabe como emplearla. Tú sabes. Desvelaste el secreto. Rompiste el sello. Me llevaste de la mano a lo más. Nunca me cansaré de darte las gracias.

No puedo dormir. Me he desvelado. Me pesa el silencio de la noche, ese extraño silencio hecho de susurros, pequeños ruidos y tráfico lejano. Mis padres duermen en la habitación del fondo del pasillo. Tú lo haces en tu casa. Con tu mujer. Con tus hijos. Con los tuyos. Me duele escribir "los tuyos", pero no quiero engañarme. Es tonto negar la evidencia. Somos -¡vivan los lugares comunes y las frases hechas!- dos trenes que se cruzan en la noche. Vivimos ahora mismo la magia del encuentro, esa magia que distorsiona el tiempo y nos hace confundir lo eterno con lo efímero. Apetece cerrar los ojos y dejarse llevar por el engaño. El engaño es amor. El amor es engaño. Cuando el amor termina, los demás cuchichean: "Ya se desengañaron". Pero no quisiera entristecerme. Soy tan boba que, a veces, rompo a llorar sin motivo. Mejor así. No quisiera llorar también cuando tengo motivos. Estoy muy fea con los ojos hinchados.

Escribo, ¿te imaginas? Por fin te hice caso. Sé que lo hago mal por más que me animes. Tú sí que escribes bien. Releo una y otra vez cada uno de tus relatos. Algunos casi los sé de memoria. Sobre todo el primero que me dedicaste. No hace falta decir cuál. Tú y yo lo sabemos. Y el caso es que la primera vez que entré en la página de Todorelatos no buscaba ternura, sino morbo. Había salido con Paco, un amigo que me había dejado el cuerpo bravo. No habíamos rematado la faena y llevaba una excitación que me encendía la entrepierna. Decidí quitarme las braguitas y leer algo cachondo de verdad mientras hacía dedo. La suerte hizo que me topara con una narración tuya. Empecé a leer. Me interesó lo que contabas…pero para leer otro rato, no para masturbarme. Tuve el orgasmo con una historia mucho peor escrita que las tuyas aunque más directa. Fue al día siguiente, ya con las braguitas puestas, cuando saboreé tu concepto del erotismo. Lo hemos hablado ya, Germán, pero deja que vuelva sobre ello. Tú defiendes que lo erótico es término más intelectual que físico, que lo erótico es vislumbre, transparencia, insinuación, sutilidad, mirada, y rechazas lo obvio, lo directo, los culos, las tetas, las pollas, los coños y los polvos como crónica circunstanciada de una eficaz metisaca. Ni entro ni salgo en lo tuyo. No sé si revelas elegancia o una educación represiva que hace que te refrenes y no permite que llames a las cosas por su nombre. Pero me gusta como eres, te veo de otro tiempo y de otro lugar y yo siempre fui novelera. Escribes muy bien, pero no sé qué haces en Todorelatos. Tu lugar es otro. Cuando te leía –cuando te leo- no me caliento. Me enternezco. ¿Querías que escribiera? Pues ya lo hago. Diciendo la verdad.

Me costó decidirme a comentarte un relato. Conseguí tu dirección de correo –eres malo y la ocultas en tu perfil- y te escribí un e-mail. Me respondiste e iniciamos una correspondencia que comenzó literaria y fue convirtiéndose en personal. Para no hacerlo largo: Nos acostamos por primera vez el jueves 11 de noviembre. Ese día entendí tu erotismo y muchas cosas más. Ese día me enamoré como una tonta, Germán. Supe que era una princesa. Tu princesa. Quizá tu reina…por más que haya otra en tu casa, con anillo de oro en un dedo y lavadora repleta de tus camisas y slips en la cocina.

Me serviste una copa. Estábamos en el apartamento que tienes para estas cosas. Tú valorabas mi juventud. Yo admiraba tu madurez. Es curioso, cada quién busca lo que no tiene. Tal vez esa búsqueda explique el por qué la masturbación no es la solución ideal. Te encandilabas mirándome. Yo estaba nerviosa. Me muerdo los labios cuando me pueden los nervios. Me había preparado especialmente para la ocasión. Peluquería, ropa mona, perfume de mamá. Me hiciste un poema. Estoy volada, pero me encantó. Era un soneto. Había leído un verso, solo un verso, y ya se me había aflojado la goma de las braguitas. Me besaste. Sabes besar. Besas pausado. Con sentido del ritmo. Tu lengua no es una metralleta como la lengua de Paco. Tampoco tus dientes lastiman. Acaricias. Besas como escribes, dulce, elegante, tierno. Me besaste en la boca y en los párpados y sentía tus labios como si fueran alas de mariposa cosquilleándome el alma. Hiciste resbalar tus dedos por mi cuello. Yo te dejaba hacer, un tanto sorprendida por tu modo de entender el amor o el sexo o lo que sea. Nunca me había acostado con un hombre de tu edad. Estaba habituada a los chicos de la mía que son ¿cómo te diría? más directos y urgentes. Te demorabas en mi piel y me hacías consciente de mi propio cuerpo centímetro a centímetro. Mi cuerpo era, para mis anteriores parejas, camino prescindible hacia la entrepierna con, todo lo más, una breve estadía en los pezones. Contigo fue distinto. No sé si la sabiduría crece con las canas. La ternura, seguro que sí. Doy fe de ello.

Me desabrochaste la camisa botón a botón mientras me decías que era hermosa. Es hasta divertido. Cuando había oído un "¡qué hermosa eres!" en películas antiguas, siempre lo había encontrado una horterada. Tú me lo dijiste y me encantó. Me caía la baba. ¡Seré tonta! No lo podía remediar. Me recorrías los hombros, ya desnudos, a besos chiquitos, en tanto yo me desabrochaba el sujetador. Antes de vernos aquel día, tenía mis dudas. Me apetecía mucho hacer el amor contigo, pero tus años me daban corte. No es que pudieras ser mi padre, es que eres mayor que él. Estaba tan nerviosa que le quité un poco de hierba a mi hermano, hice un canuto y me lo fumé. Me sentó de cine. Luego me enjuagué la boca, tragué saliva, hinché tetas y, a la media hora, como escribía hace un momento, me quité el sujetador en tanto me dabas besos en el cuello. Tus manos son muy sabias, Germán. No hay otras como ellas. Tocan, acarician, oprimen, rozan, tienen diez dedos o ninguno, se convierten en cuenco para darme a beber amor, saben ser venda y curar mis heridas de soledad o se trasforman en alas para llevarme al cielo. Tus manos rezuman sabia ternura y tierna savia de amor frutal. Tus manos acunan. Sugieren paz y dulce descanso. Caminabas mi cuerpo con manos andariegas, con hechuras de romero dispuesto a disfrutar de los cambiantes paisajes del camino. Te detenías en cada pliegue y en cada curvilla. Te demoraste en los vértices sonrosados de mis pechos, aricaste con las uñas la rugosidad de las areolas, te encaramaste a los crecidos pezoncillos y descansaste allí en caricia cálida y creciente. No estaba acostumbrada a tu inexorable lentitud. Me impacienté. "No hay prisa –me susurraste- Solo estamos empezando".

Solo estábamos empezando. Me tomaste en tus brazos y me llevaste al dormitorio. Me sentí heroína de la más romántica historia de amor. Eres fuerte, Germán, me sentí una pluma, flotaba en ti, en tus brazos, en el poema que me escribiste, en el relato que me dedicaste, en tu sólida madurez. Flotaba en ti y eras el mar que me llevaba sobre olas de paz y de placer. Es bueno volver a ser niña, reaprender a conjugar palabras y miradas, saborear la textura de la palabra "amor", recrearse en la trama y en la urdimbre de los sueños. Sí, ya sé, no solo de palabras bonitas se vive; tal vez, Germán, me estés contagiando no sé si tu pudibundez o tu elegancia. Soy una mujer de hoy acostumbrada a llamar a las cosas por su nombre. Un coño es un coño, una polla es una polla y una buena corrida es lo más, pero es que sentía todo lo que he escrito mientras me llevabas en brazos, lo juro. Mientras me llevabas en tus brazos, no estaba caliente: estaba en la gloria. Saboreaba tu erotismo, ese que rueda por la cabeza y no por la entrepierna. Luego ya fue distinto. Nos acostamos y descubrí que tienes cano el vello del pecho. Me enterneció. Temí, por un momento, que los años te hubieran pasado factura en la verga. De eso nada. Te toqué la polla –disculpa, Germán, yo soy así, hablo clarito- y pasé de tu erotismo al mío, al que se resuelve en calentura. Te gastas un buen instrumento, cielo, de los que se levantan delante de las chicas y no se agachan ni a tiros. No sé si será porque sí o porque te habías puesto ciego de Viagra, pero a mí eso no me importa, que bien está lo que bien está y lo demás son tonterías y chorradas.

Te juro que nunca había sentido tan fuerte como sentí ese día. Si no hubiera sido verdad te lo diría igual, pero me hace bien no tener que mentir. Me abrazabas y yo notaba tu herramienta de hierro -¿qué digo de hierro? de diamante- en mi vientre, latiéndome contra el ombligo. Las piernas se me abrían solas. Me nacían en las entrañas corrientes submarinas. Se me alborotó el corazón. ¿Cómo puedo ser tan caliente? Como puta no tendría precio. Pero a lo que iba. Me susurrabas al oído ternezas, cielos míos, palabritas así. Te respondí a mi modo: "Fóllame" dije. Si no llegas a hacerme caso en el acto, te juro que allí mismo te mato. Me lo hiciste. Me abriste los muslos, sacaste un preservativo no sé de donde, te lo enfundaste con la maestría de quien tiene su práctica y me metiste un viaje de lo más principal, tanto que de poco me asoma la polla por la boca tras haberse tomado el trabajo de atravesarme el cuerpo de bajo a arriba. Uauu. No hay palabras. Para que luego digan de los maduros.

No me pesabas. No sé como lo hacías, pero no me pesabas pese a estar sobre mí. Me besaste en la boca y yo era todo y nada a cada arremetida. Era tuya. Me sentía tuya. Me sabía tuya. El placer es como un globo que se va hinchando e hinchando. O no es solo uno, sino varios globos de colores que flotan en el aire y se van expandiendo hasta llenar el mundo. El placer nace en el clítoris –nunca me gustó esa palabra, prefiero llamarle la pepita- pero, nada más nacer, estalla y se desparrama por nervios y venas, y se convierte en electricidad y en desmesura, y tú seguías embistiéndome, mi toro bravo, y los gemidos pugnaban por salir de mi garganta amordazada por tus besos. Me llevaste más y más alto, por sobre las estrellas y las miserias de la vida, y seguías dale que te pego -¡que risa daba ahora la eyaculación precoz de Paco! ¡Aprende, gilipollas!-y seguro que los ríos ya no llevaban agua sino arcos iris y cristales de colores, y un nuevo empujón, este hombre me mata pero que dulce muerte, y otro más, y tres, y veinte, y mil, y ya, ya, YA, YA, la bomba atómica sobre Hiroshima, la bomba atómica sobre Nagasaki, la explosión de una nova, la explosión de diez mil trillones de novas y el latido de tu verga contra las paredes de mi coño- ¡coño con mi coño, ha salido de pobre para una buena temporada!- y se cerró el círculo, los pajarillos vuelven a cantar en las noches y las chicharras en los veranos, el sol sale cada día y esta chica, que lo es, reingresa en el planeta Tierra. Me costó hacerlo la verdad. No sé si nos corrimos juntos, o si lo hice yo antes o si fue después que tú, ¿cómo voy a saberlo si había olvidado hasta mi nombre? Solo sé que era feliz, que dejé reposar mi cabeza en tu pecho y que encontré el más dulce descanso en él. El más dulce descanso, mi niño maduro. El descanso más dulce, mi señor casado con otra.

Esta noche ya no escribo más. Me apetece masturbarme pensando en ti. Solo así, cuando ya tenga tranquilo el cuerpo, podré revivir sobre la almohada aquel 11 de noviembre en que conocí el mejor modo de llegar al más maduro, al más tuyo, al más dulce descanso.

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