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Murió Natarniel

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Murió Natarniel

 

Estaban los coros angélicos entonando alabanzas al Señor. Suelen hacerlo a toda hora. Al Señor le encantan las alabanzas. Natarniel, el virtuoso arcángel encargado de los solos de arpa, se dobló sobre sí mismo a medio acorde y gimió:

"Me duele".

El Señor sonrió en su trono de oro.

"No puedes sentir dolor. Los ángeles sois espíritus puros y carecéis de cuerpo".

Cuando habla el Señor, cae una lluvia de luz sobre el cielo. No hay espectáculo más hermoso. Natarniel no lo saboréo ni coreó los salmos de alabanza que han de recitarse en ocasión tan señalada.

"No podré sentir dolor pero me duele –sollozó- Creo que voy a morir".

Sonrió el Señor y, si el Señor sonríe, suenan campanillas de plata en el limbo y los ojos de los elegidos se trasmutan en esmeraldas.

"Tú no puedes morir, Natarniel. Eres un ángel y los ángeles son inmortales".

"Seré inmortal, pero me muero".

Y murió.

Los coros angélicos prorrumpieron un ¡oh! horrorizado. Luego, como un solo ángel, se postraron ante el Señor y comenzaron a orar:

"Padre nuestro que estás en los cielos…"

Tenían la vista baja. No vieron como el Señor abandonaba su trono de oro y, tan de rodillas como ellos, clamaba:

"Padre nuestro que estás por encima de los cielos…"

Por primera vez, sus palabras no se convirtieron en lluvia de luz, sino en lágrimas. En un millón de millones de lágrimas en que nadaban el desconcierto y el temor.

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