NOCHE APASIONADA
Ni cuenta me di anoche, al desconectar el ordenador. No es extraño. Pensaba, en tanto apagaba las luces de la salita, que la imaginación no es valor en alza. Quienes escriben relatos eróticos no alardean de inventiva. Se suele dar por sentado -craso error- que cuanto narran es la pura -o mejor la impura- verdad. Y la descalificación que les hacen quienes los leen, puede resumirse en una frase:'No creo que eso lo hayas vivido tú'.
Y sin embargo Internet tiene magia, porque no tener rostro es tenerlos
todos. Frente al ordenador se es dios o diosa, se tiene al alcance el Poder,
así con mayúscula. El ordenador es la palanca que añoraba ¿Arquímedes? para
mover el mundo. Y, frente a ese ordenador que es espejo de cuanto tecleo,
quiero ser gheisa y pañuelo y motivo de tentación y carne blanca u oscura
según tú prefieras, y aquí, en milagro, seré la misteriosa vecina de la casa
que enfrenta con la tuya al otro lado de la calle que se desnuda con la luz
encendida y las cortinas sin cerrar y a la que espías con la respiración
entrecortada y la mano maniobrando en tu entrepierna. Sí, seré esa vecina de
nombre ignorado y pechos conocidos que se va quitando la ropa con lentitud
porque sabe que la espías y le agrada provocarte, o quizá no sea esa, sino
la niña de trenzas morenas y uniforme de colegiala a la que miras al
cruzarte con ella por la calle, la niña que, al dar una vuelta rápida, no
puede remediar que la falda se le despegue de los muslos descubriendo su
ropa interior blanca. Y puedo llevar, según de donde seas tú, braguitas o
pantaletas, y tal vez sea la novia o la mujer de tu mejor amigo que pone
fuego a tus masturbaciones y convierte tu mano en su recuerdo, o la prima
que se bañaba desnuda en la alberca y a la que sorprendiste el día que
descubriste que las chicas tenían vello entre los muslos. O quizá no. Quizá
sea la mujer madura con la que soñabas de adolescente, tu maestra de
literatura que se sentaba en clase con las piernas separadas lo justo para
que se te abultara el pantalón llevado por el vértigo de unos muslos
carnosos.
Sí. Es la magia de Internet. Hace que los sueños tomen cuerpo y que incluso
se resuelvan en humedades y jugos. ¿Como quieres que sea? ¿Rubia y de
caderas generosas? ¿Morena y aniñada? Tú ordenas y yo obedezco. Soy
plastilina en tus manos .Puedes ponerme el rostro y los atributos que desees
.Mi único objetivo es endurecerte el sexo. Si te agradan las historias seré
Scherazade para ti, si prefieres la acción, me convertiré en la golfa más
arrastrada. Puedo vestir ropas de monja si te excita el sacrilegio de ir por
casa u ofrecerte la grupa para que me posea tu perro si es que te agrada
humillar y despreciar a las mujeres .Nada que te excite me es ajeno. Si lo
tuyo es el sexo oral nadie como yo sabrá poner en su saliva tanto ardor ni
en su lengua sabiduría tan experimentada. Si te pierdes por el coito anal,
mis nalgas solo aguardan una orden tuya para abrirse como el mar Rojo ante
el Moisés de tu empuje.
¿O acaso eres fetichista? Si lo eres no importa. Te regalaré mis zapatos de
tacón y te dejaré chupar mi brasier. Estoy en tu función. O mejor, soy en tu
función. Puedes crearme tal cual desees. Y no sé si esto es un relato
erótico o una confesión erótica, pero tanto da. Es relato porque cuento lo
que cuento y confesión porque digo lo que llevo dentro.¡Ojalá llevara dentro
algo tuyo duro y palpitante! En tanto solo me queda fantasear y soñar que
alguna de tus masturbaciones es por mi causa. Si. Solo me resta desear que
tal vez esto que no sé ni lo que es, relato o no relato, contribuya a que tu
mano se mueva, esta noche, un poquito por mí.
Esto pensaba cuando tuve el primer pálpito de que sucedía algo fuera de lo
normal. Me lavaba los dientes. Fue un impreciso roce en la puerta del baño.
Y entonces, en relámpago, comprendí. Supe: Eras tú.
Estabas del otro lado de la puerta y me espiabas por una rendija. No me di
por enterada, pese a que tu mirada se me pegaba al cuerpo. Me desnudé
despacio, muy despacio. Prolongaba cada movimiento hasta el límite,
procurando ofrecerte mi lado mejor: el escorzo del pecho izquierdo
voluminoso y niño al tiempo, el pezón rosado y rugoso, la suave línea de la
garganta, las nalgas blancas, el moreno de estómago y muslos.
Me acosté desnuda. Nunca lo hago, pero esta noche sí, amor. Lo hago por ti.
Cierro los ojos y quedo muy quieta, el embozo cosquilleándome en los
pezones. Aguardo a que entres en el dormitorio. Has de hacerlo. ¿Por qué, si
no, te has colado en mi casa? Seguro que vendrás. Y lo haces. Te sientas en
la cama, cerca pero sin tocarme. Ni me atrevo a respirar. Tampoco abro los
ojos .Me niego a darle rostro a tu presencia. Eres tú y basta. No sé si
ocurrió cuando leíste mi relato, o quizá cuando leí el tuyo, si alguna vez
escribiste alguno, pero sé que coincidimos en un mismo pensamiento en el
momento justo de desconectar el ordenador, y sé que quedaste de mi lado. Es
un milagro, pero, de noche, los milagros existen. Todo es posible en las
noches oscuras de deseo y de fiebre.
Ignoro si eres hombre o mujer, si joven o mayor, si vulgar o muy especial.
Tanto da. Importa tu deseo. Lo siento. Me llega a oleadas. Me hace flotar.
Sé que vas a tocarme un momento antes de que lo hagas. Es un roce ligero.
Tus dedos me acarician la frente. Se detienen un momento sobre los párpados
cerrados. Se deslizan luego por el tobogán de la nariz. Tantean el contorno
de mis labios, de comisura a comisura. Sigo inmóvil, aunque el aliento
comienza a faltarme. Tu mano llega a mi barbilla. Se zambulle. Abandona mi
rostro. Me cosquillea el cuello. Trajina con el engorro del embozo Comienza,
lenta y peregrina, a recorrerme el cuerpo
.
Me convierto en camino. O no. Soy tu juguete. Lo sabe tu mano, mano sabia,
mano dulce, mano amiga, que teje y desteje caricias en mi piel,
mano-Penélope en avance y retirada. Se afana trepando por mis pechos y luego
se detiene y retorna atrás, para de nuevo abordarlos .Se alborotan los
pajarillos de mi estómago. Emprenden el vuelo y, al hacerlo, el plumón de
sus alas me electriza las carnes. Tu mano va tomando confianza, deambula por
tierra conquistada. Me oprime un pecho. Lo amasa. Me acuchilla el pezón con
las uñas. Te dejo hacer. Cualquier otra noche me movería como nadie,
llevaría la iniciativa, clavaría mis dedos en tus costados. Esta noche no
tengo voluntad. Soy tuya. Simplemente soy tuya.
Tus dedos me desfloran la cintura. Abordan la tímida convexidad del vientre. Inician audaces andaduras hasta la frontera de vello rizoso. Se adentran en él, buscando el centro. En el camino, y como al descuido, has sabido dar con el control de mis jugos más secretos que me empapan ahora la entrepierna .Mi corazón peregrina hasta mis entrañas, a las que presta sus latidos. Si. Late mi sexo, acompasado a tus dedos que buscaban mi centro y lo han encontrado fácilmente. Me late el sexo en torbellino, con latido de imán, de llamada total y desmedida. Mi sexo es remolino, boca abierta y exigente, instinto oscuro presto a tragar cuanto se le ponga al alcance. Y traga. Se traga tus dedos y tu mano, te traga por entero, sumidero de carne apasionada, y solo detiene su succión cuando mi mano -porque la reconozco, sé que es mía- lo monta en el caballo del orgasmo y lo hace galopar leguas y leguas hasta que el mundo recobra su sentido...
Ya no estás, pero me llevaste al paraíso, amor. Ya no estás.
Has vuelto de tu lado de la pantalla, si es que estuviste acá y no fuiste,
solo, el sueño que acunó mi masturbación. Ya no estás, pero, gracias a ti,
vuelvo del cielo. Eso explica que las estrellas brillen entre las sábanas y
que yo haya perdido mi identidad y sea ahora un montoncillo de carne
agradecida