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Tres dias de mayo

en Amor filial

TRES DIAS DE MAYO

 

Mi madre no es Antonia de Latte. Como si lo fuera. Un par de gotas de agua. Dos clones. Cada una, el espejo de la otra. Una pareja de llamaradas. Al menos mi Antonia.

Me presento. Me llamo Marcelo, el estúpido nombre de padre, abuelo y diez mil antepasados más. Tengo quince años. Casi uno ochenta de estatura. Moreno. Normal. Seis meses atrás, me mataba a pajas y mamá era mamá. Ni siquiera se parecía a Antonia de Latte. Cada quien jugaba su papel. Ahora me sigo matando a pajas, pero las cosas han cambiado. ¿La razón del cambio? Llega un colega y me suelta: "Tu madre se parte de lo buena que está." Dudé entre mosquearme o partirme de risa. "¿Mamá buena? ¿Cómo va a estar buena? ¡Pero si es mamá!" pensé. Así de ingenuo. Simple como el mecanismo de un reloj de sol. Un alma de Dios. Un corderillo. Un tonto del culo, vamos.

Mamá es morena y alta. Le comenté: "Un amigo mío piensa que te pareces a Antonia de Latte". "¿De veras?" sonrió ella. Y, de repente, se pareció.

Me quedé de piedra. Un segundo antes, mamá tenía la cara de siempre: una cara de mamá. Al instante siguiente, se le había afinado la cintura y la mirada le había cambiado. Ahora su mirada era profunda. Intensa. Turbadora. Quiero creer que no hubo milagro. Era yo quien la miraba de otra manera. Con ojos recién abiertos. Con otra intención. No como un niño, sino como un hombre.

"Qué te pasa, hijo?"

Si me pinchan la yema del dedo, no sale gotita colorada. La voz de mamá era de pronto un punto ronca y un mucho sugerente. Hablaba a la bragueta, no al oído. Fue como en el béisbol. La voz, un pelotazo. Yo, el bate preparado y dispuesto. Casi reviento el pantalón. Intenté disimular mal que bien y luego, a la noche, precisamente la del 23 de mayo de este año, desprecié a las nenas cuyas fotos había bajado de Internet y, polla en mano, me puse a pensar en mamá.

Mamá –pensé- tiene una boca para morderla. Sus pechos son dulces y pesados. Amplias caderas, de hembra paridora –si lo sabré yo-, largos muslos, ligeros los dedos, dorada la piel. Pensaba en mamá y mi mano iba más y más deprisa. Acomodé el ritmo a una vieja frase archiconocida que repetía una y otra vez: Mi ma-má me mi-ma, mi ma-má me mi-ma…Era letanía, rap, sonsonete, magia que me hacía ver a mamá chupándome la verga, mi ma-má me mi-ma, escribiendo procacidades en mi espalda, mi ma-má me mi-ma, clavando sus uñas en mis flancos, mi ma-má me mi-ma, gimiendo de placer bajo mi peso, mi ma-má me mi-ma, y la mano más y más rápida, y el gusto que me estallaba entre las ingles, mi ma-má me mi-ma, yo estuve en esa cuevecilla húmeda y caliente, deja que te lama, que te muerda, que me vacíe en ti, mi ma-má me mi-ma… Nunca jamás tuve un orgasmo así, total, absoluto, lleno, ¿podría llamarlo desmadrado? Vi el cielo y el infierno juntos, me rompí en pedazos, embarré las sábanas, y todo quedó en orden tras la explosión más poderosa del universo mundo, mientras el ángel de la guarda lloraba en un rincón y, justo sobre mi almohada, anidaban pecados terribles, ponzoñosos y mortales que no me impidieron dormir como un bebé satisfecho que sueña que disfruta del pecho de su madre.

El 24 de mayo fue lunes. Volví del Instituto y, a poco, llegó mamá. Trabaja de secretaria en el despacho de un abogado famoso, Carlos Jansaín se llama, no sé si lo dije antes, creo que no. Estaba guapísima. Vestía blusa blanca y falda de tablas. "Hola" me saludó. No pude reprimirme. La di un abrazo de los de verdad, de hacer crujir costillas y clavar sus pechos en el mío. "Caramba, hijo, qué cariñoso estás…" No la solté. Permanecí así, su cuerpo pegadito a mi cuerpo, respirando su olor, saboreando su contacto, mientras mi verga se erguía y chocaba, ropa por medio, contra su vientre. Dio un respingo pero, aparte de eso, no se dio por enterada de la novedad. Permanecimos así no sé cuanto tiempo. Luego, al cabo de un rato, me revolvió el pelo y sonrió. "Tengamos conocimiento" dijo, con esa nueva voz ronca y sugerente que era una verdadera invitación a perder el conocimiento, las buenas maneras, el juicio y todo lo demás. "Venga –insistió- déjame. He de arreglarme. Esta noche salimos tu padre y yo".

Me separé a regañadientes. Estaba a mil. Caliente como un mono. Difícil calmarme. Más que difícil, imposible, porque mamá comenzó a trajinar por casa en tanga y sujetador. Antes no lo hizo nunca. Nuestra familia ha sido más bien pudorosa en estos temas. Ahora cambiaban las costumbres. Los pechos pugnaban por escapar de su encierro forzoso. El tanga dejaba a la vista unos glúteos gloriosos, redondos y llenos. Fueron pocos minutos, quizá ni uno siquiera, pero juro y doy fe de que Antonia de Latte se contoneaba casi desnuda ante mí y abría el armario del dormitorio sin cuidarse de cerrar la puerta de la habitación.

"Tranquilo, Marcelo…"-respiré hondo-"Al fin y al cabo he visto a mamá en bikini un millón de veces". Pero en bikini. Un tanga y un sujetador no son lo mismo. Dan morbo. Suponen una invasión de la intimidad. Te la –me la- ponen dura.

"¿Estoy guapa?". Lo estaba. Pantalones claros, blusa color crema, collar y pendientes a juego. No entiendo de modas, pero mamá estaba guapa de veras. Para comérsela. De ponérsela gorda a un muerto.

Llegó mi señor padre. Aun no he hablado de él. Ni me apetece hacerlo. Es representante y viaja mucho. Mejor así. Cuanto más lejos está, más tranquilo me siento. No lo aguanto. No lo trago. Me pone de los nervios. Está en el mundo para decirme "no". Me trata como a un crío. No se da cuenta de que ya tengo quince años. En fin, pasemos página.

Salieron a cenar y me dejaron como rey y señor de la casa. Mamá –ella sí es adorable- me había preparado un par de bocadillos. Cené. Luego me tumbé en la cama y comencé a rememorar la tarde. El abrazo. El suave calor de los pechos de mamá. El tacto de su piel. Su boca de labios hechos para besar. Su ir y venir en ropa interior. Mi verga estaba a punto de estallar. No necesité darle fuerte al manubrio. Estallé. Me apunté al reenganche. Volví a estallar. Rueda la rueda.

Veinticinco de mayo. Martes. Mi padre salió de viaje, después de comer, con el muestrario a cuestas. Mamá telefoneó desde el trabajo a media tarde y dijo que cenaría con unas compañeras de colegio. Me fastidió cantidad. Me había hecho a la idea de estar con ella a solas. Decidí escuchar música. Un modo como otro cualquiera de matar el tiempo. Las nueve. Las nueve y media. Alguien entra en casa. Acudo a ver. Es mamá. Tiene los ojos rojos e hinchados. "¿No ibas a cenar por ahí?". "No. No me encuentro bien. Voy a acostarme". Entra en el dormitorio y cierra la puerta. No sé que hacer. La escucho sollozar. Es un llanto desconsolado. Total. Amargo. Gime. Hipa. No lo soporto. Abro y entro en el cuarto. Está tendida en la cama, vestida, con los zapatos puestos. "¿Qué te pasa, mamá?". No contesta. Llora. Me siento en el borde de la cama y le acaricio levemente la mejilla. Parece calmarse. "No llores, mamá" le susurro al oído. Cierra los ojos. Le doy un beso ligero sobre los párpados y gusto el sabor salado de las lágrimas. "No llores, mamá. Estoy contigo".

Estoy contigo. Estoy contigo y te rasco la cabeza. Me dejas hacer. Permaneces quieta, casi adormecida. Te contemplo a mis anchas. Ya no lloras. Tu respiración se acompasa. Pasó la crisis. Se superó la alarma. ¡Ay mi mamá querida! Me tumbo a tu lado disfrutando de tu proximidad. Me arrimo a ti. "No me dejes, Carlos" murmuras con un hilo de voz. ¿Carlos? ¿Quién es Carlos? Se hace la luz. Mamá al otro lado de la línea telefónica: "Buenas tardes. Ha llamado al despacho del abogado don Carlos Jansaín ¿en qué puedo atenderle?". Siento una punzada de celos absurdos. Así que tú y tu jefe…Pero no es tiempo de enfados. He de consolarte, mamá. Date la vuelta. Te rascaré la espalda. Deja que te saque la blusa. Aguarda.

Yo te la desabotono. Tú no has de hacer nada. Solo relajarte. Descansar. Me gusta tu espalda. Seguro que a Carlos también le gusta ¿verdad? ¿O he de llamarle Don Carlos? ¿Tú como le llamas? ¿Amor? ¿Cielo? Pero deja. Espera. Te desabrocharé el sujetador. Es precioso. No es de los de diario. Así es mejor ¿no te parece? ¿Te suelto la cinturilla de la falda? "Espera". Ni abres los ojos, pero manipulas con dedos diestros cremalleras y ojales, abriendo caminos francos a mis manos hambrientas de tu carne. Es como si, una vez desnuda, durmieras de nuevo, aunque los dos sabemos que no duermes. Te estrecho entre mis brazos. Ahora sí reaccionas. Me zambullo en tu boca, lengua contra lengua. No ha de ser Carlos quien le ponga los cuernos a papá, sino yo. Le obsequiaré con la más hermosa de las cornamentas. Mira como tu santa esposa me agarra la polla, papá. Mira como mi mamá me mima. Seguro que contigo no jadea como ahora lo hace.

La estoy calentando. La enciendo. La abraso de deseo. Porque te pongo a mil ¿verdad, mamá? ¡Ya quisiera Antonia de Latte llegarte a la suela del zapato! Tú estás muchísimo más buena. Me he hecho un millón de pajas pensando en ti. ¡Soñé tantas noches con este momento! Quiero chuparte los pezones como cuando era bebé, solo que ahora no sacaré leche, sino gusto. ¿Lo hago bien, mamá? ¿Mejor que don Carlos? Caminará mi lengua tu cintura, la convexidad de tu vientre, se engolfará en el pozo de tu ombligo, descenderá luego por tu pelvis hasta la puerta carnosa por la que entré en el mundo, te palparé las nalgas, me llenaré de ti y te llenaré de mí, tú y yo únicos habitantes del mundo, tú y yo náufragos en una isla desierta paraíso de amor, no existe ni el tiempo ni el espacio, solo nosotros dos amándonos, tocándonos, chupándonos, solo nuestros sexos acoplándose, y que pase luego lo que pase, que tanto da, papá debería comprarse un descapotable para que sus cuernos no se claven en el techo del coche, chapoteo en gusto, ya me viene ¿te viene a ti también?, mamá, mamá, mamá te quiero mucho, no te imaginas cuánto, pero te querré mucho más si sigues chupándome la verga…

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