Cuentos no eróticos: La mecha
La plaza de Armas es cuadrada y amplia. La flanquean fachadas encaladas surgidas de la tierra rojiza. El sol licua tu piel en salados goterones. La gente canta, se burla; sabes que lo hace, pero te resbala el porqué de alboroto y mofa. Tu garganta es puro desierto; la sientes agrietada de sequedad, arcilla cuarteada, arena fina apilada en dunas. No, no hay plaza de Armas: solo un sordo rumor y, sobre todo, sed.
Intentas mover los brazos. No lo consigues. Te los ataron prieto, tanto, que te latía el pulso a cada nueva vuelta de cordel. "¿Qué hago aquí?" te preguntas sin voz. La mecha. Está la mecha. Chisporroteará en las vaguadas, cordón umbilical uniéndote a la muerte encendida, trepará laderas, descenderá barrancos, serpeará llanos y, al cruzar pantanales y ríos, se arqueará en el aire, comba sobre légamo y agua.
La mecha. A cada quien le busca su muerte, pero, entre todos, solo tú le diste camino para hallarte. Avanza despreocupada de atajos, de senderos sin futuro o de laberintos, apuntando al centro de tu aliento. Taponará tus narices con el trapo oscuro del humo, te prenderá los calzones, te abarcará entero. Tu muerte no será avispilla ni alacrán, anaconda será tu muerte sofocándote el aire.
La sed. "Honorino de Echanove y Curieles, el Tribunal del Pueblo te condena a muerte. Tanto daño hiciste, cabronazo, que hasta el último paisano desea participar en tu ejecución. Morirás por el fuego, y no será corta la mecha que prenda la pira. Irá de casa en casa, de poblado en poblado, de ciudad en ciudad, y cada hombre, mujer o niño tendrá oportunidad de avivarla con su soplido, de hacer correr la llama a impulsos de su aliento, para que antes te llegue". Ahí, de fijo, te agarró la sed. El Tribunal del Pueblo ¿Quién es el pueblo? Deogracias Parreño, el aguador de Rancho Picales, hacía reverencias ante tu retrato y gritaba "¡Viva el Presidente!", Encarnación Morales se retorcía los bigotes a la puerta del Cabildo: "Señor Presidente, mano dura. No hay otro modo". Ellos también son pueblo. Te condenaron a muerte ¿entiendes? Encarnación y Deogracias también te condenaron. Y los demás: los que se decían tus amigos, el Alcalde de la capital, los rotos, los ricos, los campesinos, los señorones, el general Pandos con su golpe, todos. Ellos están de un lado, tú de otro. En medio, la mecha.
Te miran. Se ríen de ti. Te dicen: "Tu muerte va por las aldeas del Norte". Por allá camina resistiendo el envite de los vientos, empujada por el soplo contrario de los hombres. Te agitas luchando con las ataduras, cáñamo y plomo. "¿Tanto daño hice?". El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias y el Patriarca de García Márquez deambulaban por salones solitarios. "Cuánto dispuse fue por el bien del pueblo. Jamás deseé mal a nadie". ¡Y bueno! Soplan los arrieros de las tierras altas enrojeciendo de chispas los anocheceres. "¡Cabronazo Presidente!". Te lo advirtió el Coronel Arteche: "Aún es tiempo. Deje el poder. Huya".
Partió el último tren, trascurrieron las oscuras horas en que la fuga era posible. Llegaron soldados: "Dese preso, perro. En nombre del Tribunal del Pueblo " Y ahí estás, atado al palo, en el centro geométrico de la plaza, ansiando incluso, porque desespera la sed, que el bufido del total gentío acelere tu muerte. No hay solución. Lo sabes.
Sed. Tienes sed, Honorino de Echanove y Curieles. Estás sediento y te debates inútilmente en tu prisión de cáñamo. El Coronel Arteche, cambiado de bando, te mira burlón: "El fuego corre ladera abajo por Sierra Grande y lleva el viento a favor, cabronazo". Te escupe a la cara y gritas.
"Donde las dan, las toman, chango". Temes dormir y deseas hacerlo. Te sumerges en un peligroso duermevela. Recuperas el envaramiento forzado de poste y ligaduras. Reencuentras el gesto y tono irónicos del Coronel Arteche, el hálito de fuego de los campesinos que aviva la mecha. Suenan -¿o no suenan?- las chicharras. "El Tribunal del Pueblo te condena a la pena de hoguera". Sollozas. "Miren, miren El hijo de la gran puta está llorando". Deseas terminar cuanto antes. ¿Qué sentido tiene prolongar la agonía? Pero tu muerte no es avispilla ni alacrán. Es implacable anaconda de mecha serpeando.
Honorino de Echanove y Curieles: Reza tus oraciones si todavía las recuerdas. La mecha chisporrotea y acerca el fuego a tu persona. Y luego está la sed. Son las grandes verdades del declive. No hay otras ni te importa que las haya. "Dios te salve, María, el Señor es contigo "