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Niña inocente

en Amor filial

NIÑA INOCENTE

Me vino a la cabeza que mi hija se había convertido en toda un mujer. También que me apetecía tumbarla y darle caña. Me avergoncé por un instante de ese segundo pensamiento. Solo por un instante. Resultaba absurdo negar la evidencia. Y el caso es que anteayer la traté como a una cría: "Ni hablar. Todavía eres joven para pasarte un mes en Estados Unidos". Pero a lo que iba:

Era la hora de la siesta. Un calor de infierno. Una chicharra cantaba –si es que las chicharras cantan- en el jardín. Yo había pasado una semana terrible. Ruidos por todos lados: Frenazos. Vecinos que alborotan de madrugada. Compresores que destrozan el asfalto. El viernes a mediodía dije ¡basta!, recogí a mi mujer y a mi hija y enfilé carretera en busca de la paz campestre. En media hora llegamos al chalet.

Allí encontré a la cigarra.

Decidí condenarla a perpetuo silencio. El insoportable chirrido venía de atrás de la caseta de la piscina, de la parte que oculta el seto de arizonias. Emprendí la expedición de caza. Al llegar a la falsa mimosa, vi a mi hija. Estaba tendida en la hamaca verde. Manipulaba el discman. Llevaba puestos los auriculares. Nada más. Tomaba el sol vistiendo solo unos auriculares. No reparó en mí. El seto me tapaba. La contemplé a mis anchas. Recreándome. No está bien espiar a una hija desnuda, dicen que es mucho pecado, pero juro que lo primero que me vino a la cabeza es que se había convertido en toda una mujer. Además ¿qué pasa con mirar? Mirar no hace daño a nadie. No lastima. Al revés. Gratifica. Educa el sentido estético. En el mirar no hay rijo ni morbo. Tampoco en el desnudo. Uno contempla la Venus de Milo y enriquece su espíritu. Admira las Majas de Goya y desarrolla su sensibilidad. Un desnudo es tan natural como una puesta de sol. Posee una belleza intangible. Etérea. Delicada. Eso pensaba. Mientras, la verga se me ponía dura. Todo de dura. Record Guiness de dura. ¿La polla más dura del mundo mundial? La del papá de la nena detrás del seto de arizonias.

Nieves no es el nombre de mi hija. La llamo así para que nadie que lea este relato pueda identificarla. Aunque es tonto que disimule. No tiene pérdida. Si una bollicao te hace perder el sentido, no busques más. Es mi hija. Comprobarás entonces que no se llama Nieves. Te decía que mi hija Nieves se la levantaría a un muerto. Morena. Uno setenta. Un pelo precioso. Cara de niña que solo desdicen sus labios rojos y frutales. Pechos llenos, con grandes areolas color fresa y pezones abultados y rugosos. Algo fuera de serie. Una verdadera maravilla.

El cuerpo se le afina en la cintura y se ensancha lo justo en las caderas. Y el vello del pubis. Que no se me olvide ponderar el triángulo de pelos ensortijados y oscuros. Ni los muslos largos y morenos. Ni todo lo demás.

Ni me acordaba ya de la cigarra. Me parecía escuchar música de violines. Loco que estoy. Miraba a mi hija. Me subía la calentura. La miraba otra vez. Más me subía. Y entonces comenzó a tocarse.

No sé si alguno de vosotros ha visto masturbarse a su propia hija. A uno le nace ponerse en padre:"Niña, eso no se hace. Las manos quietas". No pronuncié palabra. Estaba demasiado caliente. Dejé el papel de padre para otra ocasión. Me desojé mirándola.

Se pellizcaba alternativamente con una mano los pezones. Se frotaba el sexo con la otra. Jadeaba. Se amasaba los pechos. Se pasaba una y otra vez la palma de la mano sobre el clítoris. No aguanté más. Me acaricié la verga. Mi hija se masturbaba en la hamaca. Yo detrás del seto. No hay tantas diferencias entre distintas generaciones.

Me quedé solo la noche del viernes. Mi hija había estado de pésimo humor por mi negativa a que pasara un mes en Estados Unidos y mi mujer la invitó a u concierto para suavizarle el mal genio. No quise acompañarlas. No aguanto al Bisbal ni a los triunfitos. Se fueron antes de cenar. Comí ensalada y un poco de queso. Fui al baño y reparé en que la luz del cuarto de Nieves estaba encendida. Entré en su habitación. Vi su diario.

Estaba en medio del cuarto, en el suelo. Abierto. Lo recogí y eché una mirada distraída a las últimas líneas. "Hoy me he masturbado en el jardín pensando en papá" leí. Me dio un vuelco el corazón. Seguí leyendo. Me enteré de que yo era el hombre de los sueños de Nieves. Ni Beckham, ni De Caprio. Tampoco Brad Pitt. Ni siquiera el hortera del Bisbal. Yo sí. El que viste y calza. "Es para mí una obsesión.-había escrito-Sueño que mi padre me hace suya y me vuelvo loca". Toma del frasco. Aquí el guaperas, rompiendo corazones y encharcando coñitos. Incluso el de la nena.

No apagué la luz, dejé el diario tal y como lo encontré y me lagué a la salita. Como si nunca hubiera roto un plato.

Mi mujer marchó a la ciudad el sábado a media mañana. Comía con unas amigas y advirtió que volvería tarde. La niña dijo que iba a tomar el sol en el jardín. Leí un rato. No me enteraba. Pensaba en Nieves. En su diario. En sus pechos. En su sexo.

"Eres un monstruo" me susurraban a coro al oído la educación, la moral y las buenas costumbres. Otra voz, muy distinta, me sugería que mi hija era el compendio de las dos personas más importantes para mí: mi mujer y yo mismo. Normal que me atrajera. Lógica pura.

La suerte estaba echada. La caseta de la piscina. El seto de arizonias. La falsa pimienta. "Papá,¿eres tú? ¿Me pones crema en la espalda?". Glup. De perdidos al río."Sí, soy yo. Ahora te pongo crema".

No se avergonzó de su desnudez. Simplemente se dio la vuelta y quedó boca abajo. Seguro que creéis haber visto muchos culos. En absoluto. Culos solo hay uno. El de Nieves. Los otros son traseros. El culo de Nieves es punto y aparte. Unas nalgas morenas con atisbos de pelillos dorados. Dos medios globos exquisitos y perfectos. Me vino a la mente la letra de una antigua jota: "Como los melocotones tienes el culo, mañica. Partidito en dos mitades, y en medio con pelusica". Como los melocotones. Me eché crema en el hueco de la mano y te la apliqué en hombros y espalda."Ponme también en el culo, ¿quieres?". Como los melocotones.

Uno, con el paso de los años, olvida como es la piel de una chica de dieciséis - ¿o son dieciocho? Nunca recuerdo la edad de mi hija-. Es…No hay palabras. Faltan en el diccionario. Acariciar el culo de una chica de dieciséis años -¿o son dieciocho?- es mucho más hermoso que las nueve Sinfonías de Beethoven. Mejor que ganar el premio gordo del sorteo de Navidad. Un culo así no se toca. Se adora. Un culo así puede convertirse en dios de una nueva religión. Yo le ponía crema. Me aplicaba poniéndosela. Le untaba cada centímetro, cada pliegue de piel. También la regata. Seguía y seguía, divorciado del tiempo y el espacio. Viviendo el milagro.

Nieves tiene ancas duras y nerviosas de potrilla joven. Son las que todos hemos deseado acariciar alguna vez. Nalgas morenas modeladas por músculos elásticos y firmes. El culo soñado para, según los gustos, darle una rotunda palmada con la mano abierta, lamerlo, entrar en él o, simplemente, contemplarlo.

"¿Me das crema por delante?".

¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Quién dijo algo? ¿Quién pretende distraerme de la maravilla de este culo? ¡Ah! Has sido tú, hija. ¿Por delante? ¿Dijiste por delante? No contestas. Te incorporas y das la vuelta. Yo estaba sentado en el borde de la hamaca, a la altura de tu espalda. Ahora, al volverte, tengo tus pechos a diez centímetros de mis narices. "Ponme crema, por favor".

Adoro acariciar los pechos de una mujer. Adoro el momento mágico del primer pellizco en un pezón recién descubierto. "Ponme crema", había dicho Nieves. A diez centímetros. Los pechos a diez centímetros. El diario decía: "Sueño que mi padre me hace suya y me vuelvo loca". Dejé la crema protectora sobre la hierba. Me incliné sobre el pecho izquierdo de mi hija. Abrí la boca. Asomé la punta de la lengua. Tanteé con ella hasta dar con el pezón. Comencé a lamerlo. Lo lamí. Lo he lamido. Lo lamo. Me quito el pantalón.

Haré el amor como nunca lo hice. Hacer contigo el amor es hacerlo conmigo. Una mitad tuya es mía. También es hacerlo con la mujer que me enamoró. Te pareces a tu madre…y tienes veinticinco años menos. Eres tu madre a los dieciséis. ¿O es a los dieciocho? Eres tu madre, eres yo y eres tú. Apetitosa. Adolescente. Adorable. Te chupo los pechos y gimes. "Espera", dices. Te levantas de la hamaca y te tumbas sobre la grama. "Tu nombre me sabe a hierba", cantaba Serrat. Toda tú eres hierba, hija. Toda tú, primavera. Hermosa como una mañana de Abril. Tus pechos saben a flor de romero. Tu sexo a musgo jugoso y fresco. Te quedan en los hombros, briznas de hierba. Abres las piernas. Un último amago de indecisión. "Es mi hija". Eres mi hija. Mi hija imán. Mi hija fuego. Mi hija torbellino. Se cierra el círculo. Me tiendo sobre ti. Apoyas tus tobillos sobre mis hombros. Busco a tientas tu entrada y empujo.

Entro en ti. Me miras y sonríes. Reconozco esa sonrisa. La heredaste de mí. Es la sonrisa del triunfo, de "me salí con la mía". Entiendo. Nada ha sido casual. Ni que te viera desnuda, ni que te masturbaras, ni que encontrar tu diario. Todo formaba parte de un plan. Sí, amor. Tu plan fue perfecto. Así. Haz frente a mis embestidas. A mi peso. Al empuje de mi verga. Irás a Estados Unidos. Claro que irás. ¿Para qué está uno sino para contentar a su nenita? ¿Te había dicho que no? ¡Que equivocado estaba! Muérdeme, mi niña. Clávame las uñas en la espalda. Estrújame la verga con tu coñito joven…

Ahora lo sé. Tienes dieciséis años. Te conformas con un viaje a Estados Unidos. Si tuvieras dieciocho me pedirías el mini descapotable. Aunque tiempo habrá. Lo conseguirás. Seguro. Mientras tanto, sigamos …

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