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¿Cómo me visto hoy?

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¿Cómo me visto hoy?

 

Llego a casa y saco las compras: una camiseta azul pálido monísima con escote de barca y un pantalón elástico negro que me sienta de cine. Escucho el contestador. "Pepa, hija, llámame en cuanto llegues". La llamada diaria de mamá. Nunca falla. Llueve o truene, quiere hablar conmigo a diario. "Pepa, te echo de menos. Si te llamo esta tarde desde el patio ¿me invitarás a subir?" Sonríes. Jaime hace siempre su santa voluntad. Desaparece un mes entero y luego se presenta como si nada. Puede permitirse hacerlo. Es divino en la cama. Una tercera llamada: Pepa, amor, tengo muchísimas ganas de verte. Pasaré esta tarde. Un beso muy fuerte". ¡Mi dulce Teresa! Así que ya volvió de Santander. No es justo. Estuve aburrida como una mona toda la semana y hoy tengo dos posibles citas. No pienso elegir. No puedo hacerlo. Que decida la suerte. Saldré con quien llegue primero. Se admiten apuestas. ¿Ganará Jaime? ¿Ganará Teresa? La solución de aquí a un rato.

Pero, ahora que lo pienso, dejar que decida la diosa fortuna tiene sus inconvenientes. ¿Cómo me visto hoy? Jaime prefiere que vaya exagerada: falda ceñida y camisa dos tallas menor. Teresa es distinta. Le encanta que lleve ropa mona. Tenemos el mismo gusto. Si salgo con ella llevaré pantalón y la camisa rosa que compramos juntas en Massimo Dutti. Teresa me besó en el probador. Me miró a los ojos, me sorbió el seso y me besó. Cada vez que me pongo esa blusa recordamos aquel primer beso. La verdad es que soy rara. Hay dos mujeres en mí. Me gusta ir mona y me gusta ir ceñida, ser un poco puta, encelar a los tíos, presumir de tetas, ponerme ropa interior de sex-shop. Total, que le doy a todo. Mejor para mí. Más oportunidades.

Me ducho. Me seco con la toalla de baño y me examino desnuda en el espejo. Bien. Veintisiete años que parecen menos. He de recortarme un poco el pelo. Cuando lo llevo largo se me come la cara. Todavía no tengo arruguillas en los ojos. Guapa, guapa no soy, pero tampoco fea. Teresa opina que tengo una mirada muy dulce. Jaime se decanta por mi boca. Dice que tengo labios de morder. A Teresa le encanta mi cintura. Jaime se vuelve loco por mis pechos. Son un poco excesivos. He pensado pasar por el quirófano para reducirlos, pero no acabo de decidirme. Teresa envidia mi vientre. Es plano, sin un átomo de grasa. Jaime prefiere mi trasero. Siempre está tocándomelo. Cada uno valora una parte de mí y yo no soy dos; soy una solo. Aunque también soy dos. Porque ni finjo ni me esfuerzo en aparentar con uno o con otra. Con Teresa me siento más persona, con Jaime más hembra. Con Teresa soy equilibrio, comprensión, ternura y pasión. Con Jaime soy tetas gordas, mucho culo y mucha pasión. Amiga amante y amante puta. Aquí Pepa Fernández, para lo que gusten.

Hasta hace un par de años me consideraba una típica chica hetero. ¿Experiencias previas homo? Ninguna. Bueno, a los trece años mi amiga Pili y yo nos besábamos en la boca. Era para ensayar y no hacer el ridículo si nos besaba un chico. Cuando nos dábamos la lengua, se me ponía el cuerpo revoltoso, pero Pili y yo éramos demasiado inocentes para pasar a mayores. Cristina me sedujo. Le he perdido la pista, aunque nunca jamás le agradeceré bastante que me abriera los ojos sobre esa parte de mí que estaba ahí sin yo sospecharlo. Nos conocimos en el gimnasio y simpatizamos de inmediato. Nos hicimos amigas. Una tarde –estábamos en su apartamento- le comenté que tenía el cuello rígido y me propuso darme un masaje. ¡Qué manos tenía la condenada! Quedé tan encantada que ni siquiera reaccioné cuando las manos se le fueron por otros caminos que tenían bien poco que ver con el cuello. Por no protestar, ni lo hice cuando me bajó el tanga y empezó a lamerme. Ni me lo creía. Eso no podía pasarme a mí. Además me gustaba. Bueno, gustarme es poco. Me ponía a tres mil trescientos. Era aun mejor que las trufas de chocolate. Una revelación. Un pasmo. La Sinfonía Júpiter. El tercer movimiento de la Quinta de Bethoven. La puritita gloria.

Ser agradecida es de bien nacida. Le correspondí. Nunca había lamido la entrepierna de una chica. La encontré rara, pero no desagradable. Al contrario. Me gustó. Lamí y chupé a Cristina como siempre había deseado –y nunca conseguí- que me lamiera y chupara un hombre. La hice retorcerse de gusto, como minutos atrás me retorcía yo. Un éxito, vamos. Aquí Safo, aquí un nuevo fichaje. El gusto es nuestro.

Al día siguiente estaba hecha un lío. ¿Habrían dejado de gustarme los hombres? ¿Me gustaban las mujeres en general o solo Cristina? Dos buenas preguntas a contestar por su orden.

No, no habían dejado de gustarme los hombres. Al revés. Ahora me gustaban más. En cuanto tuve uno a tiro, me precipité sobre su verga y no paré de atenderla hasta que me la hincó entre los muslos. Fuegos artificiales. Volteo general de campanas. Una gozada, vamos.

La respuesta a la segunda pregunta tardó más en producirse. Una puede tener un rollo con una amiga, pero eso no la convierte en experta en ligues con chicas. A esos efectos sigue siendo una novata tartamuda. Un pato en un garaje. La paloma de la paz, con ramo de olivo incluido, en la mesa del despacho oval. Algo así. Lo único que podía hacer era dejarme querer...si es que alguna mujer me quería.

Y me quiso. Las que están en el secreto tienen fino el olfato. Interpretan miradas. Adivinan pensamientos. Te desabrochan el sujetador en cuanto te descuidas. Podría haber sido otra, pero fue Teresa. Divina Teresa. Tierna, dulce, apasionada Teresa. Amor.

Las ocho menos cuarto. He de arreglarme. ¿Cómo me visto? Hay que comenzar por el principio. ¿Braguitas azul pálido? ¿Tanga rojo pecado? Imagino a Jaime en caso de ropa equivocada: "¿Por qué vas de monja?" Y a Teresa en la misma situación: "Pero Pepa...Que hoy no es carnaval..." Dispones en un silloncito la digamos- ropa de Jaime y dejas sobre la cama la de Teresa. El ying y el yang. La golfa y la romántica.

Me asomo a la ventana. Pretendo ganar unos segundos porque veo la entrada de la calle. Circuito de Les Mans. ¿Quién llegará antes a la meta? El Audi de Jaime o el Megane de Teresa? Juego a que uno de los dos, no sé cual. Llegue antes de que pasen veinte automóviles. Catorce. Quince. Dieciséis. Bueno, antes de que pasen cuarenta. Pruebo a quitar el chándal. Me cronometro. Catorce segundos. Vuelvo a ponérmelo. Tengo suerte de que el ascensor sea tan lento. Cuarenta segundos más.

Suena el timbre de la puerta. Trago saliva al ver como se precipitan los acontecimientos. Abro. Es Teresa. Es Jaime. Son los dos. Llegan a la vez. No se conocen de nada. Supongo que han coincidido en el portal con algún vecino que ha abierto el patio. Han entrado en el ascensor. "Voy a la cuarta planta" "Yo también". Uno de los dos llama a la puerta y el otro se le pega al pespunte. "Pasad, pasad. ¿No os conocéis? Teresa, este es Jaime. Jaime, esta es Teresa. ¿Os apetece una copa?".

Me refugio en la cocina. ¿Y cómo me visto yo ahora? Le preparo a Jaime su Ballantines con mucho hielo y a Teresa su Martini cóctel seco. Vuelvo a la salita y les tiendo las bebidas. Teresa y Jaime charlan animadamente. Parecen tener feeling. Y ¿por qué no? Teresa se ha hecho también a unos cuantos tíos. ¿Por qué no?

Jaime está sentado en el sofá, Teresa en el silloncito. Me acerco a ella y le doy un beso en la boca, pero un beso de verdad, con lengua, labios, morros, orquesta y banda, un beso de esos de toma pan y moja. Jaime abre ojos como platos. Antes de que reaccione, me dedico a él y le hundo la lengua hasta el fondo de la garganta. Teresa es muy lagarta. Sonríe. Me ve venir. Me saco la parte de arriba del chándal. No llevo sujetador y tengo erizados los pezones. "Pepa, ¿no vas a dejar que terminemos la copa?". Teresa es así. Práctica. Cada cosa a su tiempo. "Voy abriendo la cama". Jaime pone esa cara que se gastan los hombres cuando piensan: "¡Madre, pero donde me he metido!". Es mi amiga quien lo trae de la mano al dormitorio y le pregunta: "¿Nos hacemos a la chiquilla?".

Dulzura y fuerza. Para Teresa. Para mí. Jaime es quien sale perdiendo: dos raciones de lo mismo. Las nenas lo tenemos mejor arregladito. El hombre para nuestra sed, nosotras para nuestro deleite. Componemos un trío de película porno. Cierro los ojos, abro la boca, y busco lo que se ponga a tiro: un pecho, un polla, un coñito, la boca de no sé quién. Mejor apagar la luz. El dormitorio queda en total oscuridad. Chupo, me chupan, me tocan, toco, una mano me busca la entrepierna, otra distinta me la encuentra a la primera. Suena el teléfono. Debe ser mamá. Estoy tan salida que de poco la invito a la fiesta. Pero no. Que tenga una amable conversación con el contestador. Ella disfruta con esas cosas. Así se entretiene mientras su inocente hijita se gratifica el cuerpo. ¡Mira que bien! Un pechito que llevarme a la boca. Lo lamo, me centro en el pezón, sé como llevar al cielo a Teresa sin salir de la cama. ¡Pero bueno! ¿De quién es esta polla que me tantea el culo? Hoy estás como nunca, Jaime. Te gastas el obelisco de la Plaza de la Concordia de París. Parece que te van las multitudes. ¡Mira que coñito más rico! Es un decir, porque no hay luz y lo que se dice mirar no puede mirarse nada. Tocar sí. Dos lenguas recorriéndome el cuerpo a la vez. ¡Vaya lujo! Esto tenemos que repetirlo. Y yo toda la tarde pensando en cómo me vestía. ¿Seré gilipollas? Lástima no ser más gente. Una polla sabe a poco. Si hubiera varias podríamos jugar a eso de "pito, pito, gorgorito, esta quiero, esta también". Pero Teresa, no te enfurruñes, no solo de pollas vive la nena. Te voy a meter tantos lengüetazos en semejante sitio que se te va a quedar cara de gusto hasta que te mueras. Te lo digo yo. Oye, que éste se corre. Estos hombres no tienen aguante. En cuanto se la chupas un poco y dejas que te den un rato de matarile, se hacen chiquitos, chiquitos que ya ni se les ve. Encima lo pringan todo y si te descuidas te embarazan. ¡Señor, que cruz! No sé por qué nos gustan. Venga, Jaime, vete a boxes. Tómate una copa y recupera fuerzas. Mientras nosotras seguiremos a lo nuestro. Un buen sesenta y nueve siempre será un buen sesenta y nueve. Y cuando vuelvas, hombre de nuestras vidas, cuando vuelvas a convertirte en machito juguetón, sabremos atenderte como mereces. En tanto, déjanos a nuestro aire. Son las ventajas de pegarle a todo.

Y yo que no sabía como vestirme…

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