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La Habana

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La Habana

Megume sonríe. Los daiquiris y la música le humedecen la entrepierna y la mirada. Se acerca la copa a los labios, da un sorbo goloso y vuelve a sonreír. Ernest Hemingway y Fidel Castro se saludan y sonríen en la fotografía enmarcada en la pared. Resulta fácil sonreír en Floridita, en pleno centro de la Habana vieja.

-Otra ronda de daiquiris.

Megume es alta y bien parecida. Tiene labios jugosos, nariz chica y ojos negros y expresivos. Unas gotillas de sangre africana le tintan de bronce la piel. Viste camisa blanca anudada a la cintura, estómago y ombligo al aire, y pantalones azul marino ceñidos. Culillo respingón y pechos chicos, de típica cubana. Se la adivina felina y dulce, extraña mezcla solo posible a los dieciocho recién estrenados. Lo sabes porque le preguntaste la edad, que no quieres líos. Te enseñó el carné. Todo en orden: 29 de septiembre de 1985.

"Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar…" Los músicos están junto a vuestra mesa,- guajira Guantanamera, guajira- y Carlos dice algo al oído de Yamelé-extraños nombres los de las niñas habaneras-, en tanto Yashira y Tanxa se enfrentan en lucha soterrada por conseguir que Matías se decida por una de las dos. Alargas cinco dólares a los músicos. Lo agradecen con una inclinación de cabeza y siguen su travesía por otras mesas, Siboney, yo te quiero, yo me muero por tu amor.

¿Nos vamos?

Pedís la cuenta. Paga Matías y salís a la calle. Os cae el calor encima. El calor de mediados de octubre, cuando pasó el peligro de huracanes, alborota el cuerpo con su humedad. Llegáis hasta el Ford Van y Justino, el chofer de Havanatur –la agencia estatal de turismo- abre las portezuelas. Cabéis holgadamente. Hasta doce cabrían. Quizá más. Te sientas al lado de Megume y te arrimas. Es bueno notar su muslo duro y joven junto al tuyo. Los demás alborotan, hablan alto, ríen. Prefieres concentrarte en tu chica. "Tu chica". Hace unas horas no sabías de su existencia. Tampoco de las otras muchachas que alegran el Ford Van. Matías, Carlos y tú erais tres sesentones estrenando sus primeras horas en la Habana. Ahora sois el centro de la fiesta. Cuba tiene bien ganada la fama. Los sueños se convierten en realidad. Si el Dr. Fausto hubiera conocido Cuba, se hubiera ahorrado vender su alma al diablo. Se tiene la juventud, cuando no la adolescencia, al alcance de la mano, y si juventud y adolescencia se tocan con los dedos, contagian de su Eldorado. Estabais en Playas del Este, a una treintena de kilómetros de La Habana. Sol, arena rubia y mar rizada. Os prepararon hamacas, sombrajo y piñas coladas. Entonces las visteis. Dos muchachas. Una, espigada, morocha, pechitos altos y caderas casi niñas. La otra, ya sabes cómo. Eran Tanxa y Megume. Carlos se les acercó. Volvió enseguida.

No se atreven a venir con nosotros. Tendrían problemas con la policía.

Matías viene de vez en cuando por acá y os lo explicó. Las nenas de Cuba van detrás de los dólares de los turistas, unas porque son profesionales –jineteras se les llama- y otras porque, aunque trabajen en oficios honradísimos, pueden hacerse en un rato con lo que –los sueldos en la isla son de risa o para llorar- les costaría ganar cinco o seis meses. La policía pretende impedir la cosa. Si se acercan a un turista, las detiene por prostitución. Policías, chicas y turistas juegan un juego en que suelen perder los policías. Hay formas de burlarlos. Muchas.

Estarán atentas y cuando nos vayamos nos aguardarán en el aparcamiento. Daremos una vuelta y las recogeremos.

¿El resto de la mañana? Una delicia. Holgazaneabais en las hamacas, emperezados por el sol. Las chicas estaban a unos metros. Podíais mirarlas y remirarlas. Hasta relameros contemplándolas. Eran jóvenes. Refrescantes. Apetitosas. De aquí a poco deslizaríais vuestras manos por sus pieles adolescentes. Admiraríais sus cuerpos desnudos. Os engolfaríais en sus miradas vivaces. Nada mejor que esta cuenta atrás, de sol, piñas coladas y mar ofrecida. Los gavilanes y sus presas. Llevaban mínimos bikinis. Entraban al mar, se salpicaban, reían. Vosotros permanecíais en la orilla. Las dos de la tarde. "¿Comemos con las nenas?". "Vale. Vámonos". Remoloneasteis un minuto hasta comprobar que las chicas recogían. "Adelante. Ellas iban cien metros detrás. Os divertía burlar a la policía. Justino puso el Ford en marcha. "Da una vuelta despacio". Una parada mínima y arriba. "Me llamo Tanxa, mi amiga es Megume". "¿Tenéis los dieciocho?". "Sí. Mirad los carnés".

Almorzasteis en un "paladar" –los paladares son restoranes privados que Castro autorizó en un momento de debilidad-. Comisteis ensalada y langosta. Megume y Tanxa estaban en último curso de secundaria. Disfrutabais su alegría. Hablando con ellas perdíais años y barriga y ganabais juventud y seguridad.

Volvisteis a La Habana. El túnel bajo la bahía. El Malecón. Las fachadas de los edificios de La Habana vieja se ven descuidadas, casi arruinadas. La Avenida 5. Allí visteis a Yamelé y Yashira. "Subid" les dijo Carlos. Parasteis y subieron. Morena la una, rubia la otra. Veinte como mucho. "Trabajamos en televisión". Cuatro bombones en total. Cuatro.

Esto ha de celebrarse. Vamos a Floridita a hacernos unos daiquiris.

Fuisteis. Luego habéis salido y subido al Ford Van y ahora os dirigís a la casa particular en que os alojáis. Fundamental la casa privada si uno desea estar con chicas. Los hoteles están vigilados por la policía. Todavía en camino, os servís unos tragos de ron Havana 7 años con mucho hielo. Ventajas de llevar en el Van una nevera bien provista. Calle 44. Justo en la esquina. Final de trayecto.

Entráis en la casa. Cada mochuelo a su olivo. Tú con Megume. Matías con Tanxa. Carlos se lleva a Yashira y Yamelé. Dos mejor que una. Entráis en el dormitorio y la chica dice de ducharse. Por un momento piensas acompañarla. Luego, no sabes por qué, desechas la idea. Aguardas con impaciencia a la muchacha. Un minuto. Dos. Tres. Sale envuelta en una toalla. Gotas de agua mal enjugada son perlas en sus hombros desnudos. Entra, al sesgo, el sol de la tarde y forma aura en torno a su cuerpo. Así debió imaginar Boticelli el nacimiento de Venus. Lástima que fuera incapaz de trasladar al lienzo tamaña hermosura. Megume te mira y sonríe. El tiempo se convierte en cristal y la misma alma te tintinea. Se te acelera el corazón, sístole, diástole, sístole, diástole. Te acercas. Le acaricias el rostro con la punta de los dedos. Es una mínima caricia, un tacto ligero. Signo de adoración, rito, homenaje. Ases la toalla y deshaces su inestable sujeción. Cae al suelo. Megume queda gloriosamente desnuda. Cuentan que en la antigua Grecia se acusó a la cortesana Friné de impiedad. Su defensor desprendió la túnica que ocultaba los encantos de la mujer. "¿Quién sería capaz de condenar a esta belleza?" preguntó. ¿Quién sería capaz de no adorarte, Megume? Eres una sinfonía de líneas armoniosas. No hay otra como tú. No puede haberla. Nunca la hubo. Jamás la habrá. Tus pechos son pequeños, de areolas oscuras y pezones pronunciados. Tu cintura es breve. Tu piel huele a manzanas y a miel de romero. Adoro tu vientre recogido, tus niñas caderas, tu pubis rasurado, tus largos muslos. Sonríes y das un giro completo. Sabes lo que te haces. Dejaste lo mejor para el final. Tu grupa es firme y redondeada, perfecta, total, divina. No hay palabras para describirla. Eres los tres deseos de la lámpara de Aladino hecha mujer.

En el dormitorio de al lado ríen Yashira, Yamelé y Carlos. No oís a Tanxa y Matías. Te quitas la ropa. Os acostáis. "Cuba es increíble" os animaba Matías a cruzar el charco. Se quedó corto. Ignorabas que hubiera mujeres así. De saberlo, hubieras estado buscándola sin parar hasta hoy. Aprietas su cuerpo contra el tuyo. Es fresco y cálido, flexible y duro, acogedor y amigo. Dejas resbalar tus manos por sus flancos. Desearías absorber algo de Megume por cada poro de tu piel, grabar cada curva y cada pliegue íntimo en tu memoria táctil. "¿Estás a gusto?" te pregunta, sus labios en tu oído. Buscas su boca. Te zambulles en ella. Cierras los ojos para no perder un ápice del sabor de sus besos. Así deben saber –piensas- los amaneceres cuando los naranjos se cuajan de azahares en Abril, las aguas de los arroyos montañeros y los momentos mágicos en que resultan sencillos los milagros. Vuestras lenguas se arremeten entre dientes y cielos estrellados. Se mezclan las salivas en preludio de flujo y de reflujo entremezclados de humores y de jugos. Los corazones llenan de fuerza vuestros pulsos. Se os espesa la sangre. Se cruzan y entrecruzan las manos viajeras. "Revolución o muerte" clamaban los carteles de al lado de la ruta. Revolución o muerte. Mejor amor y vida. Sientes estar volando entre nubes y pechos. Pezones arriscados te crecen en los dedos. Y te toma la verga. Acaricia tu hombría. Se acoplan vuestros muslos en nudo marinero. Ven ya. Te necesito. He de entrarte y llenarte. Inventaré caminos para llegarte dentro. Mejor ponte tú arriba. Siéntate acá en mi vientre. Déjame que te admire mientras mi verga encuentra tus entrañas calientes. Cabálgame, Megume. Deseo ser estaca que te ensarte y te sacie. Caballito de feria. Alazán poderoso. Nuestros cuerpos se acoplan al ritmo del galope. ¿Dónde estará la Tierra? ¿Y el sol? ¿Y las estrellas? En todo el Universo solo existe este grito. Este sudor de vida. Este aullido in crescendo. El encuentro perfecto del amor y la fuerza. El milagro del sexo.

Retornáis a este mundo a tientas, todavía anhelantes. Vais calmándoos. Recuperáis la respiración mientras el placer sigue pulsando corazones y vientres. ¡Es tan dulce un total orgasmo en retirada! "Bueno –consigues recuperar la facultad de hablar-hay un antes y un después de esto". Megume te sonríe: "¿De veras te gustó?" Hay preguntas que no merecen respuesta. No contestas. Megume enciende un cigarrillo y, por un instante, lamentas haber dejado de fumar, porque ello te priva de compartir con la muchacha este momento que sabes delicioso. "Tendremos que levantarnos". "Sí". No os movéis. "Anota mi teléfono"-dice ella- ¿Me llamarás?". "Loco estaría si no lo hiciera". Te incorporas y buscas un bolígrafo y papel. Son solo cinco números. No vuelves a acostarte. Te vistes y le alargas un billete de cien dólares. "Toma un regalito. Cómprate lo que quieras". "Compraré comida" te mira con sus ojos grandes y expresivos. Comida. Comprará comida. Podrá escapar del racionamiento, de las lentejas y el arroz y el cuarto de kilo de carne cada par de semanas. Revolución o muerte. Quizá un poco de cada.

Descendéis tomados de las cinturas. Piensas que si esto no es amor, se parece mucho. Tanxa y Matías ya están bajo. "¿Ron con tropicola?" "Se agradece". "¿Me llamarás?" insiste Megume. "Tenlo por seguro. Mañana almorzaremos juntos". Llegan los otros tres bromeando. "¿Justino está fuera?". "A bordo del Ford Van". "Le podemos decir que lleve las chicas a casa y que vuelva luego". Dicho y hecho."Hasta mañana, preciosas"."Hasta mañana".

Quedáis los tres. Relajados. Satisfechos. En paz con el mundo. Permanecéis unos minutos en silencio. Pasan varios ángeles. Luego Carlos comenta que todavía son las siete y media. "Una hora estupenda" conviene Matías. "Justino debe estar al caer –sonríes tú- ¿Qué hacemos ahora?" "Podríamos levantar unas nenas y tomar unos daiquiris en Floridita". "¿Por qué no? Mientras el cuerpo aguante…" "Siempre nos quedará la viagra". "Yo me la pido rubia". "Yo trigueña"."Yo como sea". Los números de teléfono quedan arrugados sobre la mesa. Cuando limpien irán a parar a la basura.

Llega Justino. "¿Nos vamos?". " La noche es joven".

Así es La Habana.

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