El fin del mundo.
Bajaron a la tierra muchos ángeles porque se acercaba el fin del mundo.
Los recién llegados se sentían cansados del viaje y reposaron un rato en las nubes bajas antes de mezclarse con los hombres. Cuando al fin descendieron, pasaron desapercibidos, porque habían adoptado forma humana.
Pasaron los días y los ángeles y los hombres convivían. En verano se segó el trigo y los jóvenes hicieron surf. En otoño se celebraron las fiestas de la vendimia y los chiquillos fueron a la escuela. En invierno, nevó. Lo que la humanidad ignoraba es que ya nunca jamás habría otra primavera.
Cuando el tiempo y las profecías se cumplieron, el Ángel del Señor empuñó la espada de fuego y subió a la más alta montaña. Su voz de trueno retumbó, desde allí, en oídos y en corazones.
"Preparaos. El fin del mundo está muy próximo pregonó cuatro veces, cada una de ellas encarado a un distinto punto cardinal-. Es éste el último día de la Tierra".
Los hombres se aterrorizaron al escuchar la tremenda noticia. Algunos científicos opinaron que se avecinaban grandes terremotos, otros hablaron de terroríficas colisiones con otros planetas, y los más se inclinaron por predecir la muerte del sol.
Las personas normales y corrientes no sabían a qué carta quedarse. Tenían miedo, todo el miedo del mundo. Hubo suicidios y súbitas conversiones a las religiones más absurdas. Hombres y mujeres se abrazaban sin saber por qué. Y todos miraban al cielo.
Al caer la tarde se formó en el cenit una nube blanca y estrecha que fue alargándose hasta partir en dos el cielo. La nube, luego, fue desenrollándose, y era como un inmenso telón blanco, talmente una pantalla de cine, y llegó a ras de tierra y de horizonte. Estaba ante todas las miradas, venía desde el cielo y todo lo partía.
Y en la nube-telón, con letras de fuego, apareció una palabra en los países de habla española y dos en el resto del mundo. Y acá esa palabra decía FIN, en tanto que en otras latitudes rezaba THE END.
Los hombres no supieron que hacer, ya que no esperaban que los acontecimientos se desarrollarán de ese modo. Los ángeles, más duchos en el oficio de la adoración, comenzaron a aplaudir-que hasta en las grandes funciones es necesaria la claque- y, a poco,- estas cosas se contagian- también los hombres aplaudían. Sonrieron los ángeles, y el aplauso no acababa nunca y hubo muchos gritos pidiendo que el Autor saliera a escena, y la gente aplaudía más y más, y los ángeles seguían sonriendo. Cuando llevaban así varias eternidades, un hombre se atrevió a preguntarle al ángel que tenía al lado:
"Y ahora ¿qué nos espera? ¿Dónde vamos a ir?"
El ángel le miró con dulzura.
"¿Qué no estás bien ahora?"
"Sí, pero ¿qué vendrá luego?" insistió el hombre. Y seguía aplaudiendo.
El ángel habló con voz suave:
"Todos os disteis cuenta. Aplaudisteis todos a una. Todos estáis alabando a Dios. Estáis casi en la gloria. Y en verdad, en verdad os digo que cuando el Autor salga a saludar, cuando veáis al gran Autor, sabréis que ya estáis en el Cielo.