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Dos botellas de ron de Isla Bonita: Hasta el fondo

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Dos botellas de ron de Isla Bonita: Hasta el fondo

Este relato cuenta lo que ocurrió la segunda vez que Luis vino a mi casa. La primera, en que solo le chupé la polla, ya la conté en "Dos botellas de ron de Isla Bonita: Primer trago" que podéis encontrar en www.todorelatos.com/relato/52214/ .

La primera vez que invité a Luis a venir a mi casa con la excusa de que probara el ron de Isla Bonita y el decidido propósito de colarme en su bragueta, tenía mis dudas sobre cómo iba a acabar la noche. La cosa fue prometedora, conseguí mamársela, que nos besáramos y que me pajeara. Luego, tras varios días en que nos comportamos como si aquello no hubiera ocurrido, Luis me comentó que le encantaría que le diéramos otro tiento al ron de Isla Bonita. Le tomé la palabra al vuelo con una sonrisa en los labios y muchísima impaciencia en la verga.

De siempre me han gustado los hombres, por más que en apariencia sea un heterosexual casado con una mujer estupenda. He tenido marcha con unos cuántos tíos, pero el caso de Luis era muy especial. Jamás se había comido una polla, no conocía su propio potencial en el viejo juego de "¿qué prefieres, follarme o que te folle?", y era yo, precisamente yo, quien le estaba seduciendo, quien le abría los ojos y le inculcaba la afición a escarbar en las braguetas, quién iba a descubrirle cuanto se puede gozar penetrando a un amigo o dejándose poseer por él.

Habíamos quedado en mi casa –mi mujer estaba con su madre en Oviedo- a las diez y media de la noche. Preparé la cita, porque cita era, con todo cuidado. No descuidé detalle: Me duché, me afeité por segunda vez en el día –tengo la barba muy cerrada- y al vestirme no me puse slip, que en las grandes ocasiones me gusta dar facilidades e ir a pelo por debajo de un pantalón de tela liviana. Me afané con las cubiteras de hielo y los canutos de marihuana y dejé al alcance de la mano las películas porno, la caja de preservativos y la vaselina. Todo estuvo dispuesto a su tiempo. A las diez y media, con puntualidad suiza, sonó el timbre del interfono. Abrí, mi amigo salió del ascensor y me quedé con la boca abierta. Siempre estuvo la mar de bueno, por algo me fijé en él nada más conocerlo, pero ahora se había superado a sí mismo. ¡Que condenadamente bien le sentaban los jeans! Eran como una segunda piel que le modelaba los muslos y destacaba un culo que hubiera levantado la polla a un muerto. Me nacía lanzarme sobre él y darnos un buen revolcón en el mismo recibidor, pero tampoco era eso. Tiempo habría. Mejor saborear cada paso de la escalada.

Le serví ron, prendí un canuto de marihuana, puse en el reproductor de DVD una película porno y me senté a su lado en el sofá, rodilla con rodilla. La primera vez que estuvimos juntos vimos un DVD porno hetero, ahora no había por qué disimular. En la pantalla del televisor dos tíos mazas se palpaban las entrepiernas y Luis y yo, sin decir palabra, les imitamos y nos echamos mutuamente mano a las braguetas.

Me encanta palpar una verga por encima de la tela del pantalón vaquero. Es una fijación en mí. Hay tejidos finos que permiten una mayor sensación de proximidad, pero prefiero notar la dureza de la polla a través del jean, que es para mí la mejor envoltura, el más ilusionante estuche de regalo que realza más, si cabe, las joyas que guarda en su interior. Tras amasarle el paquete unos momentos, le bajé la cremallera de la bragueta y descubrí que Luis había tenido mi misma idea. Tampoco llevaba slip. Mis dedos le asieron la polla, saborearon su tiesura y su calor, iniciaron una corta excursión hasta los cálidos testículos que llenaron mi mano, los sopesaron, volvieron al tronco durísimo, cosquillearon el glande, exploraron el breve y estirado frenillo. Me puse en pie y estiré de Luis para que también se levantara, y solo entonces saqué su tranca palpitante de la protección del pantalón. No sé vosotros, pero yo saboreo a tope el momento en que una verga tiesa como un palo abandona su nido y sale al exterior.

- "¿Cómo puedes estar tan rebueno?" -le murmuré al oído, en tanto él también sacaba mi pájaro de la jaula.

Besé a Luis en la boca, gusté su saliva, lamí su lengua, hice chocar mis dientes con los suyos, en tanto nuestras manos se afanaban desabrochando botones para acariciar piel desnuda. Nuestros cuerpos latían pegados de cintura para abajo, cada verga presionando el vientre contrario. Los dedos, viajeros, tan pronto dejaban de luchar con los ojales de las camisas para explorar la dureza de los glúteos como retornaban a desabrochar cinturón y botones. Nos podía la fiebre. Yo llevaba la iniciativa, Luis iba a remolque, pero vibraba, reaccionaba de inmediato a cada caricia, a cada avance. No pude esperar más:

- "Vamos al dormitorio"- le dije.

Le conduje sin dejar de abrazarnos. Llegamos junto a la cama.

- "Deja que te desnude".

¿Son cañonazos o son los latidos de mi corazón?, se preguntaba Ingrid Bergman en la pelicula "Casablanca". En mi caso estaba bien seguro. Eran los latidos. Despojé a Luis de la camisa. Su pecho era fuerte y velludo y su estómago plano. Le bajé los pantalones y le invité a que se acostara.

- "Aguarda a que me quite los calcetines –me dijo -. No hay nada más ridículo que un hombre desnudo con calcetines".

No pude reprimirme:

- "¿Pero tu crees que con esa polla tan divina que tienes voy a perder el tiempo mirándote los pies?"

No esperaba otra respuesta que su sonrisa y sonrió. Me arranqué la ropa y me zambullí en la cama. ¡Lástima tener solo dos manos! Diez hubieran sido pocas. Jamás en mi vida había estado tan caliente. Acaricié los hombros de Luis, enredé mis dedos en los vellos de su pecho, le palpé las tetillas, las pellizqué, las mordisqueé, les di bocaditos golosos. Él gemía. Recorrí su cintura y su vientre, disfruté de la dureza de los músculos de sus piernas, me engolfé en su miembro, congestionado, pura piedra, puro fuego. Quise calmar su calor de horno con la tibieza de mi saliva, me puse a cuatro patas sobre él mirando a los pies de la cama de modo que mi sexo quedara al alcance de su boca y empecé a chuparle la polla invitándole, con mi postura, a que completara el sesenta y nueve. Lo hizo a poco con cierta torpeza, se notaba que nunca se había tragado un rabo, pero su inexperiencia me enardecía más: le estaba seduciendo, yo era el primer hombre que le hacía disfrutar, el primero a quien Luis le comía la polla.

No pude resistirme. Abandoné su verga por un momento.

- "¿Te gusta mamármela?" – le pregunté.

Sí, le gustaba. Es más, ni siquiera dejó de hacerlo para contestarme. Afirmó con la cabeza y, como tenía mi verga estacada en el fondo de la garganta, esa afirmación gestual imprimió a mi sexo un nuevo y desacostumbrado movimiento de vaivén.

El sesenta y nueve resultaba delicioso, pero todavía había partes de cuerpo por descubrir.

- "Espera un poco, Luis. Date la vuelta".

Me obedeció y me engolfé en su trasero. Mordisqueé sus nalgas y las separé para llegar a la secreta entrada que me llevaba a mal traer. Él contrajo los glúteos.

- "Tranquilo, Luis. No voy a hacerte daño. No voy a entrarte –le dije-. Lo haré otro día, cuando lo pidas. Hoy prefiero que me folles tú, pero será luego. Ahora solo quiero darte el beso negro".

Relajó los músculos, le separé las nalgas y busqué con la lengua su botón caliente. Él se dejaba hacer. Su culo era rico, rico, rico. Cuando ya estaba bien ensalivado, separé la boca e intenté introducir un dedo en su ano. Estaba condenadamente estrecho. No podía negar que era virgen.

- "No quiero que me hagas daño" – protestó.

- "Y no te lo voy a hacer – le tranquilicé-. Solo quiero que notes la puntita de mi dedo. Relájate. Tranquilo. Verás como te gusta".

La saliva no era suficiente lubricante. Mientras seguía acariciándole, alargué la otra mano y alcancé el tubo de vaselina que previsoramente había dejado destapado sobre la mesita de noche, embadurné el dedo medio y reintenté la entrada en su esfínter. Ahora sí. Poco a poco, muy poco a poco, fui progresando en mi empeño. Avanzaba con muchísimo tiento, no quería lastimarle porque se hubiera negado a que prosiguiera, y mi constancia tuvo su premio. Luis seguía muy quieto y ya había conseguido meterle prácticamente todo el dedo.

- "Estoy dentro de ti – le susurré al oído -. ¿Me notas?"

- "Sí" – respondió en un murmullo.

- "¿Y te gusta?"

- "Sí" –volvió a afirmar.

- "Piensa solo en mi dedo".

Comencé a moverlo en círculos mínimos y, al hacerlo, sentí los estremecimientos del cuerpo de Luis.

- "Si me centro en tu dedo se me baja la polla" – se extrañó.

- "No te preocupes por eso. Date la vuelta con cuidado, para que no me salga, y verás como te pongo en forma en un momento."

Obedeció y volví a mamársela mientras seguía escarbando en su ano. Estuvimos así bastante rato hasta que noté que Luis iba a estallar. Me aparté de él entonces, tanteé en la mesilla de noche, alcancé un preservativo.

- "Póntelo, Luis. O mejor te lo pongo yo. Quiero que me folles".

- "Nunca he dado por detrás a nadie"-se excusó él.

- "Verás que fácil es".

Le enfundé la goma en la polla que estaba otra vez gloriosamente tiesa, puse mis pies sobre sus hombros y le ofrecí el culo.

- "Éntrame y llámame puta".

Me entró sin problemas, que yo no era tan estrecho como él ni mucho menos. De todos modos me hizo algo de daño, porque su polla era una señora polla, pero casi mejor. No sé si será por mi educación en aquel colegio de curas en que decían que el pecado tiene siempre su castigo, pero me gusta que me humillen mientras me follan, que me insulten, incluso que me lastimen un poco.

Comenzó a moverse embutiendo su herramienta más y más en mi carne. Yo me sentía completado, colmado por su verga que latía dentro de mí como un segundo corazón.

- "Insúltame, amor" – supliqué.

- "Te va a salir mi polla por la boca, maricona".

Una corriente eléctrica me sacudió el cuerpo.

- "Más…Más…" –le rogué en tanto apretaba su verga con mi ano, la estrujaba, la ordeñaba casi.

- "Eres una puta cerda cabrona."

- "Sííí"

- "Tan puta como tu madre y tan maricona como tu padre, si es que lo has conocido alguna vez"

- "Sííí"

- "Te voy a partir en dos, guarra."

Se movía más y más deprisa, le gustaba insultarme tanto como a mí me encendía que lo hiciera, los dos estábamos tremendamente excitados y calientes, sigue, sigue, Luis, sigue follándome, cárgame la pilas, soy tuyo, soy tuya, soy tuyo y tuya al tiempo, me ha encantado traerte a este lado del sexo y enseñarte a disfrutar con un hombre, la próxima vez te follaré yo, iré con cuidado, no te haré daño. Descubrirás la sensación de saberte poseído, es lo más, no hay nada comparable, riégame los entresijos del cuerpo con el jugo de tu hombría, acaba de llenarme, llámame puta y mamona. Estoy a tu merced. Soy tuyo ¿entiendes? ¡Claro que entiendes! Noto como se hincha más y más tu polla, estás a punto de estallar, no te prives, seré yo quien habrá hecho que te corras, siendo vencido seré vencedor porque tu esencia de hombre quedará en mí, te mueves más y más deprisa, yo también lo hago, es la vieja pelea del amor, me gustaría que detrás de la polla entraras todo tú dentro de mi cuerpo, necesito darme y que seas mi amo, mi hombre, mi dueño y yo solo tu puta, necesito que explotes, sí, lo necesito, aumentas el ritmo de tus enviones y ya te llega, te viene de lo más hondo, del principio del mundo, no hay mejor ron que el de Isla Bonita, lléname, amor, ametrállame con tu leche, así, así, así, somos puro latido, tú derramándote, yo bebiéndote en mis entrañas, es la mejor forma de llegar a la cima del universo. Ahora el mar se retira, cesan las sacudidas y nos llega la paz. Sí, ya sé, no he eyaculado, pero no importa, hay otras clases de orgasmo, las conocerás cuando sea yo quien te posea.

Estuvimos un rato todavía enganchados mientras recuperábamos el resuello. Luego me puse romanticón sin dejar de ser práctico:

- "Ven, pon la cabeza sobre la almohada y bésame. Besar es muy dulce, amor. De aquí a poco nos levantaremos y nos atizaremos dos copazos de ron de Isla Bonita. Y no te preocupes porque se acabe la segunda botella. Sé donde encontrar todas las que te apetezcan."

Luis sonrió y me revolvió el pelo con la mano. Cierro los ojos ahora, al poner punto final a este verídico relato, y revivo la escena: la boca de Luis junto mis labios, su verga, dulce y chica como un niño dormido, aplastada contra mi vientre, y yo acariciándole el cuerpo con una mano mientras con la otra me masturbaba hasta que Luis tomó el relevo y fue él quien me llevó arriba, a lo más alto, sus dedos rodeando mi sexo, en tanto el suyo volvía a despertar y yo estallaba en felicidad y luces de colores y era un mar calmo y muy azul y un cielo nuevo.

Ahora mismo me he masturbado, encendido por el recuerdo de aquel instante, y no he llegado a tanto, pero casi.

Mas de trazada30

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