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Cumpleaños en casa de Diablo

en Transexuales

Cumpleaños en casa de Diablo

Estábamos en la montaña alicantina, invitados a comer en casa de unos amigos de Alba. Anduvimos por un camino casi de herradura: la suspensión del automóvil lloraba con desconsuelo y las ruedas amenazaron repetidamente con pinchar. No importó. La aventura valía la pena. El paisaje era hermosísimo. Al oeste se recortaban contra el cielo las moles de sierra Aitana y de Puigcampana, al este, el espinazo de la sierra Ferrer, al sureste se alzaban las quebradas cimas de Sierra Bernia, y al frente, a veintitantos kilómetros de distancia y quinientos metros más abajo, se divisaban la línea de los rascacielos de Benidorm, el mar y la isla.

La casita se encontraba en la ladera del monte- almendros dispuestos en terrazas delimitadas por márgenes construidos con piedra seca, algún algarrobo y pinos, romeros y genista en las zonas sin cultivar-y a tres kilómetros del pueblo más cercano. No era chalet, sino casa rústica de vigas de madera sin desbastar, tejas viejas, muros encalados y porche protegido del sol por tupida parra.

Nos recibió un hombre de unos cincuenta años vestido con short y camisa de colorines. Era alto, delgado y rubio y tenía ojos azules, nariz aguileña y sonrisa que inquietaba y complacía al tiempo. Nos invitó a pasar y abrazó a Alba, la besó en la boca más tiempo de lo que me hubiera gustado, y la agarró por los hombros, la apartó de sí cuánto medían sus brazos y se la quedó mirando de hito en hito:

"Estás preciosa" –concluyó.

"Gracias, Diablo. Tú sabes quedar bien."

Diablo. Había dicho Diablo. Tragué saliva.

"Os voy a presentar –siguió Alba. Diablo, éste es mi amigo Ernesto. Ernesto, éste es Diablo, un amigo de casa que me conoce desde siempre."

Diablo me dio la mano. Su apretón era seco y enérgico.

"¿Alba te ha hablado de mí? –se interesó.

Negué con la cabeza.

"Pues a mí sí me habló de ti y de tus fantasías."

Me quedé de piedra. Tenía fantasías sexuales como todo el mundo, aunque dudaba que los demás se pusieran tan cachondos como yo leyendo cuentos eróticos sobre transexuales –me calentaba, sobre todo, el relato de un profesor de matemáticas que se enfundaba jeans color de rosa y se lo hacía con un albañil después de un concierto-. Me excitaba imaginar que era mujer follada por tíos guarros de pollas tremendas. Por supuesto en mis casi veinte años de vida,-me faltaba un solo día para cumplirlos- no había pretendido nunca hacer realidad mis fantasías, primero por ser hombre y suponerme heterosexual, y segundo porque aunque me ponía a mil y me masturbaba imaginando tener tetas y coño, cuando me corría y desaparecía la fiebre me sentía profundamente avergonzado, volvía a ser machito,y me juraba a mí mismo que sería la última vez que me encendieran aquellos pensamientos...hasta que me asaltaban de nuevo y volvía a lo mismo.

En un momento en que tenía la guardia baja le confesé a Alba mi secreto y ahora ella se lo había dicho a su amigo. Lo lógico hubiera sido enfadarme y mucho, dar media vuelta y largarme de allí, pero algo en mi interior, no sé qué fue, me lo impidió. Ni siquiera le tomé en cuanta a Alba su indiscreción, Seguí tal cual, como si el hecho de que Diablo conociera mis fantasías fuera la cosa más normal del mundo. Incluso me sentí aliviado de que mis fantasías fueran aceptadas con tanta naturalidad.

"Voy a ver por dónde anda Fausto –me informó Diablo-. Mientras, que Alba te cuente el por qué de mi nombre. Ahí tenéis bebidas y hielo. Mi casa es vuestra."

Salió y Alba me puso al día. Se llamaba Diablo porque cuando conoció a Fausto, su actual novio, el tal Fausto estaba acabado, avejentado, desinteresado de la vida, y fue acostarse con Diablo y quitarse diez años de encima.

"Como en el mito de Fausto" –explicó Alba.

"¿Entonces Diablo es homosexual?" –me sorprendí.

"¡Ay Ernesto, cuánto tienes todavía que aprender! – me revolvió el pelo como a un niño- ¿Todavía crees en las etiquetas homo, bi y hetero? Que te gusten los higos no significa que hayas de aborrecer los pepinos. Tú debías saberlo"

No pude replicarle, porque llegó Diablo acompañado de un buen mozo al que abrazaba por la cintura.

"Ese es Fausto –anunció-. Mi novio. O mejor mi novia aunque ahora vaya vestida de chicote. Luego se arreglará y verás lo guapísima que es."

El joven sonrió.

"Es una magnífica cocinera- siguió el Diablo-. Os vais a chupar los dedos, siempre es bueno ejercitarse en chupar, con la paella que está preparando. ¡Ah! –salió al porche, alertado por el sonido de un automóvil y Alba y yo le seguimos - Ahí llegan quiénes faltaban."

Eran dos mujeres y un hombre. Gente guapa, lo reconozco. El varón y una de las chicas, altos y muy rubios, la otra, una monada, pelirroja, de mediana estatura y con unos pechos que llamaban la atención.

"Aquí los rubios son suecos, Hans y Helena. La pelirroja es Mónica"- nos los presentó el Diablo.

Nos sentamos en el porche en torno de una mesa grande de madera de pino. Fue el Diablo quien dispuso cómo teníamos que acomodarnos. Él y Fausto se colocaron juntos, lógico, pero lo ilógico es lo que siguió: A Alba y mí nos separaron, a ella la pusieron entre Helena y Hans y a mí encajaron entre Hans y Mónica. La pareja nórdica no era ducha en idiomas, sabían sueco e inglés pero de español ni palabra, así que yo solo podía hablar con Mónica, que estaba a mi derecha. Lucía un buen escote la condenada. Llevaba desabrochado hasta el cuarto botón de la blusa. La vista se me iba hacia aquellas tetazas –Alba era planita y ya echaba de menos unos buenos pechos-. Imaginaba amasarlos, palparlos y lamerlos, y la idea me endureció la verga.

Diablo liaba un canuto tras otro de marihuana, los prendía, les daba una calada y los iba pasando. No sé si fue la "maría", la cerveza, la sierra alicantina o el Diablo, pero me sentía ligero, libre de prejuicios, atrevido. El sueco se arrimaba muchísimo a Alba, la tocaba, y yo, por una vez, no me sentía celoso, sino al contrario: en mi fuero íntimo deseaba que la manoseara todavía más, solo que...

"Mónica- me dirigí a mi compañera de mesa- ¿ese Hans es chico o chica?"

Eran detalles: la voz, el modo de retirarse el cabello de la frente, las muñecas finas, la inexistente nuez.

"Bueno –respondió Mónica-, aquí en casa del Diablo cada quien es lo que desea ser. Si te ha dicho que es un hombre, es un hombre, tenga lo que tenga entre las piernas ¿no te parece?"

"Si tú lo dices…"

La paella estaba en su punto, el vino, delicioso y la marihuana, de alucine. A los postres me sentía flotar y no era el único. Incluso comencé a entender el sueco. Reíamos sin saber de qué. Nos sentíamos desinhibidos, libres. El Diablo besaba en la boca a Fausto, Hans y Helena sobaban a Alba, yo metí una mano en el escote de Mónica y jugueteé con su pezón derecho.

"¿Lo pasas bien, Ernesto?"

Era Alba quien me lo preguntaba, una mano de Hans y otra de Ingrid trabajando debajo de su falda. Sé que quería hacerme notar que la estaban tocando y que gozaba, para que yo disfrutara al verlo.

Miré durante nos momentos y confieso que me excité y mucho. Volví la vista hacia Mónica. Parecía ausente, los codos sobre las rodillas, doblado el talle, saliente el busto, la cabeza erguida, los labios entreabiertos. La besé. Su boca era cálida, sus labios, ascuas, su lengua una caricia sofocante, su saliva, una lluvia de fuego.

"¿Entramos a la casa? – interrumpió el diablo – Os propongo un juego en honor de Ernesto, el amigo de nuestra Alba. ¿Os parece el juego de los disfraces?"

No me estaba enterando de nada, pero me tranquilicé al ver que el personal no torcía el gesto. Entramos en la pieza principal, colchones por el suelo y un sillón contra el muro, y el Diablo señaló las reglas. Eran sencillas. Él era director del juego y nosotros seis habíamos de sacar de una bolsa un papel cada uno que nos diría si habíamos de disfrazarnos de hombre o de mujer para luego comportarnos según hubiera decidido la suerte. Añadió que, si había tiempo, jugaríamos dos veces.

Procedimos. Les tocó ser mujeres a Fausto, a Mónica y a Hans, y hombres a Alba, a Ingrid y a mí. Confieso que, pore un momento, había tenido la secreta esperanza de que me hubieran atribuido un papel de mujer. En fin, tampoco importaba demasiado. Al fin y al cabo yo siempre había sido y era hombre y hetero. Alba podía dar fe.

"Ahora un último canuto para eliminar cualquier vestigio de vergüenza, y a vestiros cómo lo que sois" – decidió el Diablo.

Mónica y yo no nos cambiamos. La suerte no había querido que lo hiciéramos y nos dedicamos a morrear en tanto los demás pasaban a otras habitaciones. Mónica tenía la piel suave y era una delicia comerle las tetas, que saqué con facilidad, tan solo con desabrocharle otro botón de la blusa, mientras ella me a acariciaba, por encima del pantalón, la verga enhiesta. Yo no traicionaba a Alba; sucedía al contrario –tal vez la marihuana produce esos raros efectos-, cuánto más me excitaba con Mónica, más unido me sentía a Alba.

Volvió Fausto, que ahora dijo llamarse Margarita. Estaba preciosa. Llevaba un modelo años veinte, el vestido dos dedos por encima de la rodilla, el talle suelto, un pequeño sombrero, collar de perlas, zapatos de tacón.

"Y eso que todavía no me habéis visto la ropa interior" –nos provocó.

Se movía con gracia. No parecía, sino que era mujer. Se acercó a nosotros, me tomó una mano y la puso en uno de sus muslos, en la parte que dejaba descubierta la falda. Tuve una instintivo reacción de rechazo –todavía no olvidaba que ella era él- pero después, tal vez por la suavidad de las medias, fui aceptando el contacto, dejé allí mi mano, incluso acaricié la pierna.

Entró Alba convertida en adolescente delicioso sacado de "Muerte en Venecia", camisa blanca, pantalón corto y ajustado que modelaba sus glúteos y dejaba al descubierto sus piernas, calcetines tobilleros y zapatos cerrados.

"Sí, soy Tazio" - sonrió.

No pude apartar la vista de su trasero. Comprendí por qué hay hombres que se pierden por culitos que gritan al mundo "disfrútame". Alba, hecha Tazio, se movía de otro modo que de ordinario: sus ademanes eran más rotundos, menos contenidos.

Volvieron los suecos, pareja hasta en eso: piloto de líneas aéreas y azafata, los dos tan rubios y tan perfectos -¿o debería decir tan rubias y tan perfectas?-. Dijeron también su gracia pero, como lo hicieron en sueco, no me enteré de nada.

Bueno, ya estábamos todos. Dudé si dedicarme en cuerpo y alma a Mónica o a "Tazio" –los otros no me atraían demasiado- hasta que comprendí que la naturaleza nos dotó de dos manos para no perder comba en situaciones como aquella.

Una mujer y un adolescente solo para mí. Les pedí que se tumbaran boca abajo una a cada lado mío, y palpé sus nalgas –culo de chiquillo y culo de mujer-, las de Mónica a lo vivo, –le había alzado la falda y llevaba un tanga negro que dejaba los glúteos al aire-, y las de "Tazio" a través de la tela del pantaloncillo.

"Me gustas –me dijo entonces Mónica-. Si jugamos otra vez y a ti te toca ser chica y a mí chico, te juro que te follaré."

"¿Has oído? Te follará…"- remachó "Tazio".

Alba-Tazio se dio la vuelta –los tres estábamos tumbados sobre los colchones del suelo- y quedó boca arriba. Me sorprendió el bulto de la entrepierna de mi chica hecha chico. Palpé su bragueta y sentí la dureza de algo prominente.

"Pero…"- me sorprendí.

"Hoy va a ser para ti un día muy especial en que todo lo que sueñas puede convertirse en real, Ernesto- era Diablo, muy atento a todo, quien hablaba-. En mi casa nada es lo que parece; todo es más excitante."

Manipulé el pantaloncillo de "Tazio" hasta que conseguí bajarlo. Tazio llevaba boxers que más parecían una tienda de campaña. Palpé el mástil de la tienda. Era rígido y tremendo. Introduje mis manos – por la sorpresa estaba desatendiendo a Mónica- por debajo de la cintura del boxer y toqué una verga de plástico sujeta al vientre de Alba por un arnés de correas, un típico artículo de sex shop, que, por uno de esos misterios que la sexualidad tiene, me excitó de tal modo que me incliné sobre la entrepierna de "Tazio", la atrapé con los labios y le di lengüetazos.

Mónica, mientras, no perdía el tiempo. Bajó la cremallera de mi bragueta y embutió mi pene hinchado en su boca. Era toda una chupona. Sabía. Mónica, "Tazio" y yo, los tres, nos retorcíamos, anudábamos brazos y piernas hasta no saber donde comenzaba y terminaba el cuerpo de cada uno, nos pellizcábamos las carnes, viajábamos por nuestras pieles. Mi mano se perdió entre los muslos de Mónica buscando su hendidura vertical. No la encontró. Halló, en cambio, una inesperada verga de carne dura, caliente y palpitante. Quedé paralizado por la sorpresa. Diablo me miró sonriente:

"En mi casa nada es lo que parece – volvió a decir-. Y no olvides, Ernesto, que a Mónica le tocó en el juego ser chica."

Era cierto. A Mónica le tocó ser chica, dijera lo que dijera su entrepierna. Me abandoné a su lengua golosa en tanto yo seguía chupando el cacharro de plástico de "Tazio". En ese instante exacto, Diablo llegó junto a mí, hizo que dejara de atender a mi excitante adolescente, me alzó el rostro y me besó en la boca. Mi sangre se convirtió en plomo derretido y mis piernas dejaron de existir. El beso me sorbió por entero, me volvió del revés las ideas, derrumbó lo que fui hasta entonces. Hubo un antes y un después del beso de Diablo.

"Ahora ya es tiempo –me besaba y hablaba a la vez, no sé cómo lo hacía- Ahora, Ernesto, vas a dejar que disfrute la mujer que llevas dentro. Vas a liberarla, a dejarla que te domine y cobre su ración de placer. Solo has de relajarte y dejarnos hacer. Comienza un nuevo juego: Tú eres chica y te vamos a vestir de golfa, porque llevas dentro una golfa, que siempre quiso salir a la luz. Los demás seremos lo que tú desees ¿hombres quizá?, pero basta de charlas."

Apartó su boca de la mía, lió un nuevo canuto de marihuana –"este es exclusivo para ti", me dijo al alargármelo- y luego se dirigió a otra habitación. Volvió con un fardo de ropa. Yo no era yo sino alguien que vivía una aventura extraña e irreal. Sentí como me desnudaban hasta dejarme en pelota picada.

"Primero te rasuraremos el cuerpo."

Me cubrieron de espuma de afeitar, me rodearon y, cada uno con una maquinilla de gilette se pusieron a la faena. Al ser tantos, acabaron en un momento y me limpiaron con toallas los restos de espuma.

"Mira la nena que piel tan suave tiene" – me pasó Mónica la mano por el vientre originándome una erección.

"Tendremos que hacer algo con esa verga –comentó Diablo señalando mi polla hinchada-. Es muy poco femenina."

Me tocó el glande en un punto concreto y mi erección menguó de inmediato. A continuación, no sé cómo, me colocó el miembro hacia atrás entre los muslos de modo que no sobresaliera y lo sujetó con esparadrapo.

"Ahora ya podemos vestirte. ¿Qué nombre te pondremos? ¿Lucía? ¿Carolina? Mejor Lucía, aunque te llamaremos Luci."

Me vistieron. Tanga y sujetador color salmón, - "Hay que ponerle relleno en el pecho"-, corsé muy prieto para afinarme la cintura, también salmón, con liguero incorporado, medias y viso. No lo hubiera imaginado nunca, pero el roce de la seda era una caricia en mi piel.

"Ahora hemos de maquillarte."

Lo hizo Alba. No se pasó. No me pintarrajeó como a una payasa. Se limitó a darme un poco de rouge en los labios y sombra en los ojos. Luego me pusieron un top también salmón, falda de tablas blanca, zapatos de tacón alto y una peluca morena.

"Mírate en el espejo del dormitorio, Luci"

Obedecí. Fui al dormitorio, contemplé mi reflejo en el espejo y vi a una mujer atractiva que tenía muy poco parecido conmigo. Sentí que mi estómago era algodón en rama. Me estudié, hice poses, adelanté la pierna, me levanté la falda, di una vuelta en redondo. Me había costado años, pero ahora sí. Me sentía liberada, no liberado sino liberada, suelta, femenina, feliz…y con unas tremendas ganas de marcha.

"Me llamo Luci" – dije en voz alta y me encantó como sonaba el nuevo nombre.

Volví donde todos y sorprendentemente, y pese a que no los había llevado nunca, lo hice sin trastabillar con los zapatos de tacón.

"¿Te aceptaste como eres en realidad, Luci? Porque eres una putita descarada que quiere que se la follen."

Tragué saliva y asentí con la cabeza. Me sentía excitada, la respiración sofocada, la mente poblada por extraños pensamientos, a los que no eran ajenos imaginarios miembros en erección.

"Pues vamos al pueblo a buscarte hombres."

No sé si fui yo sola hasta uno de los automóviles o me ayudaron a hacerlo. El trayecto hasta el pequeño pueblo –la iglesia, un colmado, el bar de la plaza y cuatro o cinco calles- fue corto, llegamos en apenas cinco minutos y aparcamos a unos metros del bar.

"Entra tú primero y nosotros te seguimos."

El tanga no me llegaba al cuerpo de nerviosa que estaba. Entré, me dirigí a barra sin mirar a nadie y atiplé la voz:

"¿Me pone una ginebra?"

Solo entonces me di cuenta de que, al yo entrar, se habían detenido las conversaciones. Alcé la vista. A mi derecha había tres hombres de mediana edad con inequívoco aspecto de campesinos, de hombros anchos y manos callosas. Apestaban a sudor agrio, y me estudiaron de arriba abajo, mirándome con descaro.

Me entró por dentro un no sé qué que no sabría explicar.

"¿Estás sola?" –me preguntó el más decidido.

"No, vine con unos amigos" – seguí atiplando la voz.

"¿Con el que llaman Diablo?" – insistió mi interlocutor.

Afirmé con un gesto.

"¿Entonces eres una de sus putitas?"

Hay preguntas que no se sabe cómo responder.

"Porque si lo eres, te vas a comer esto ahora mismo – siguió, mientras se agarraba el paquete con ambas manos- . Bueno, mi polla y las de mis amigos."

Y abarcó con un gesto a sus dos compañeros de barra.

Jamás en mi vida me había encontrado en una situación como aquella. Mi sensatez me aconsejaba salir corriendo del bar, pero la marihuana, la ginebra que bebí de un sorbo o todo lo ocurrido en aquel extraño día me hicieron aparentar una seguridad que no sentía:

"Menos lobos, Caperucita – le miré a los ojos intentando mostrarme provocativa, y por lo que sucedió a continuación parece que lo hice bien-. Vosotros los hombres presumís mucho y luego nada de nada."

"¿Qué yo presumo, zorra? " –me agarró una muñeca y me llevó la mano a su entrepierna.

Sentí que una corriente eléctrica me recorría el cuerpo. Mi mano, sobre su pantalón, inmovilizada, notó la dureza de una tranca de buen tamaño.

Fue en ese momento cuando Diablo, Alba y los demás entraron en el bar.

"Parece que no pierdes el tiempo, Luci –rió Mónica- . Enseguida encontraste el tesoro."

Intenté retirar la mano, pero el campesino la retuvo contra su paquete.

"¿Solo sois tres? – se interesó Diablo -. Luci tiene marcha para cuatro."

"Eso no es problema. Damián ¿quieres venir con nosotros a hacerte a esta putita?" – preguntó a un joven fuerte y alto, casi un gigante, que jugaba al dominó en una mesa cercana.

"¡Voy volando!"- se entusiasmó el tipo.

En un momento Diablo dispuso qué hacer. Le dio al descarado de la tranca tremenda las llaves del coche y de la casa de la montaña y le dijo que se adelantara con sus amigos y conmigo, y que los demás irían luego.

"Paco –parecían conocerse porque Diablo le llamó Paco-, Luci está por estrenar, porque es mujer solo por detrás, ya me entiendes."

"Eso no es problema mientras nos dé marcha" –sonrió Paco de oreja a oreja.

Y me dio una rotunda palmada en el trasero que me dejó las nalgas escocidas.

Paco se sentó en el asiento del conductor, el grandón a su lado, y a mí me colocaron en la parte trasera del coche, entre los dos amigos de Paco que hasta el momento no había dicho palabra. Bueno, ahora hablar tampoco hablaron pero, nada más subir, uno y otro se desabrocharon las braguetas y me hicieron agarrar sus pollas mientras me palpaban muslos y trasero.

"Putita, ese par de herramientas es el aperitivo –rió Paco mirando por el espejo retrovisor-. Hoy te vamos a dejar arregladito el cuerpo".

Una polla en cada mano. Una polla en cada mano mientras me sobaban. Olor a sudor agrio y dos pollas grandes y duras en las manos. Mis fantasías en vivo. Me sentía tremendamente excitada. Solo durante unos momentos mi verga pareció exigir sus derechos y protestar por saberse aprisionada, pero fue unos instantes, luego no, porque deseé no olvidar que era mujer y me sentí mujer, era mujer con dos hombres tocándome los muslos por debajo de la falda, era mujer acariciando dos pollas palpitantes, moviendo las manos arriba y abajo rodeando dos pollas rígidas y calientes. Llegamos a la casa, Paco abrió, me hizo soltar aquellas hermosuras y me arrastró a uno de los colchones.

"Mejor no te desnudes. Así te sentirás y te veremos más hembra."

Se bajó la cremallera de la bragueta y extrajo de ella un cacharro que daba gusto verlo y que casi le daba en el ombligo. Luego me alzó la falda, me desgarró el tanga de un manotazo, pasó del liguero, rebuscó en una alacena hasta dar con un tubo de vaselina –por las trazas no era la primera vez que iba a aquella casa-, lo abrió, tomó una porción generosa y me embadurnó con ella entre las nalgas. Después trajinó hasta introducir un dedo en mi ano. No sé si me hacía daño o no, tan nerviosa me sentía.

"Eres estrecha de veras pero vamos a arreglarlo enseguida, puta. Dame la espalda y siéntate sobre mi polla" –me ordenó, sentándose en el colchón y obligándome a hacerlo encima de él con las piernas muy abiertas.

Yo experimentaba una extraña sensación de irrealidad. Obedecí sin rechistar y noté como la punta de su miembro buscaba el camino que había iniciado su dedo. Paco era muy fuerte. Me agarraba por las caderas y me subía en el aire y me bajaba hasta él sin esfuerzo, como si fuera una pluma, buscando encajarse en mí. Me hacía daño a cada envión, sentía un dolor lacerante y caliente que amenazaba con destrozarme las entrañas y que crecía más y más a cada embestida, hasta que de golpe, casi en milagro, el dolor se detuvo primero y después fue menguando al propio tiempo que sentí que la verga estaba muy dentro de mí. Al relajarse el esfínter, el dolor desapareció y se trasformó en placer y no sé si fue iniciativa mía o de quien, pero de pronto me encontré sentada sobre Paco y encastrada en él, con sus compañeros de barra uno a cada lado y el gigante de rodillas frente a mí, al aire la polla en consonancia con su estatura. Aquella hermosura me tentó a escasos centímetros de mis labios y la atrapé al vuelo, la embutí en mi boca y agarré, como había hecho antes en el coche, las de los otros dos con sendas manos. El miembro de Paco iba y venía por mis entrañas, los otros los sentía muy míos, cuatro pollas, cuatro y todas para la niña del top salmón y la falda blanca de tablas, para la nena golfa, para Luci, por más que en el documento de identidad constara el nombre de Ernesto.

Cada embestida de Paco repercutía en todos. Mis quijadas, casi descoyuntadas por el tremendo cacharro del gigante, se abrían más y más y creía que los ojos iban a salírseme de las órbitas cuando Paco empujaba y me lanzaba hacia delante. El pollón e Damián –el gigante se llamaba Damián- me daba en el fondo de la garganta y casi se coló por ella cuando me agarró por la nuca y aplastó mi cara contra su vientre. No tenía escapatoria –ni quería escapar- entre Paco y Damián –, uno me embestía por detrás y el otro, sin recular un solo milímetro, no me daba salida. A un lado y otro las otras dos pollas que acariciaba con las manos. No puedo, porque no sé hacerlo, explicar las sensaciones que experimentaba. Casi no podía respirar, me ahogaba, sentía que el miembro de Paco me iba a partir en dos y que llegaría el momento en que las pollas de uno y otro irían barrenándome las entrañas, progresando por mi interior hasta llegar a encontrarse y chocar cabeza con cabeza, pero no tenía miedo, que va, estaba dentro del fuego, masturbaba a dos y dos me poseían, todo a la vez, eso es estar en el fuego, ser todo y no ser nada, pollas rígidas en mi cuerpo y mis costados, sentirme anulada, atropellada, alcanzar el placer máximo, saciar a los hombres ofreciendo mis agujeros y mis manos a su masculinidad, aplicarme en el empeño de hacerles eyacular, buscar ese triunfo, el mayor premio de la mujer, que consiste en vaciar a los hombres de su esencia.

Ni me enteré de que se abrió la puerta y entraron a la casa Diablo, Alba y los demás. Yo seguía a lo mío, a recibir placer y a darlo, a domar a los hombres robándoles su fuerza pegajosa hecha a partes iguales de semen y gemidos. Ahora cuando escribo lo que entonces pasó, vuelvo a sentirme terriblemente excitada hasta el punto de dejar de teclear unos minutos porque necesito masturbarme. (Ojalá alguno de vosotros también lo haga al leerme imaginando estar en mi lugar)

………………………

Ya está, vuelvo a escribir y confieso que ahora, al sentirme más calmada no me avergüenzo como tantas veces antes, sino que me siento orgullosa de mi feminidad. Contaba que Diablo, Alba y los demás entraron en la casa y que nos miraban mientras yo me afanaba en satisfacer a mis acompañantes. El primero que llegó al clímax fue el campesino al que dedicaba mi mano derecha. Dio un grito y sentí como su polla se contraía y expandía y lanzaba chorros de semen, con tanta fuerza que incluso me dieron en la mejilla. Luego fue el gigante. Si un momento antes me agarraba la nuca y me aplastaba contra su vientre, ahora me apretó la cabeza con ambas manos hasta casi aplastarme el cráneo mientras me ametrallaba el fondo de la boca con su esperma caliente que se deslizó por el interior de mi garganta hasta colmarme. Paco y su amigo de mi izquierda aguantaron todavía un rato más, pero pude con ellos, claro que sí, les saqué la leche, me rebocé en leche por fuera y por dentro, sobre mi piel, en mi garganta, en lo más hondo de mis intestinos.

Paco fue espaciando y debilitando sus acometidas tras el momento mágico en que todo él fue berrido y barrena horadándome las entrañas, hasta que sentí que su miembro se iba achicando, todavía dentro de mi ano, y que se retiraba, se iba, me abandonaba, se fue, no estaba ya.

En aquel justo instante –yo no había reparado en los preparativos ¿cómo iba a hacerlo?- entró Alba con una tarta con velitas encendidas –alguien apagó las luces de la sala para que las llamitas de las velas destacaran- y todos, menos los del pueblo que todavía estaban recuperando el resuello, aplaudieron primro y luego entonaron el "Happy birthday to you".

"¿Te ha gustado el regalo de cumpleaños que te hemos hecho?" – me preguntó Alba.

Ni me acordaba ya de que al día siguiente cumplía veinte. Intenté incorporarme, me estiré el top, me arreglé la falda.

"Claro que sí, pero debo estar sucia y horrible. Dejad que me arregle."

No podía andar. El trasero volví a dolerme. Fui como pude al baño y me adecenté. Y más o menos esa fue la historia de aquel día.

He vuelto bastantes veces a la casita de la montaña, aunque ahora visto mi propia ropa. Me siguen poniendo los hombretones rudos que sudan agrio. Me encantan las blusas estampadas, los jeans color de rosa como los del relato del profesor de matemáticas de que os hablé, las faldas de tablas y las minis, aunque donde dejo volar la imaginación es en materia de lencería y de zapatos de tacón, pese a que los hombres que me gustan no suelen saber apreciarla. Estoy pensando hormonarme para tener pechos. Lo he hablado con Alba y Diablo y me animan a hacerlo. Pero esa ya es otra historia de la cual tal vez os hable cualquiera de estos días.

Mas de trazada30

Al día siguiente de la final

Matrícula de honor

Julio César y yo, el pirata

Dos botellas de ron de Isla Bonita: Hasta el fondo

Dos botellas de ron de Isla Bonita: Primer trago

Una tarde especial

Gracias a todos

Historias no eróticas: Niev la hechicera (6)

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Cuentos no eróticos: Descansar en paz

El ritmo vital

Ver Nápoles y morir

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Bea y Aurora se divierten

La manzana de Adán

Especialistas

Propiedad exclusiva

Siboney

Amor, disfruta

Soneto cínico contra el amor honrado

Ahora sí

Dos planetas

Concierto para antes de cenar

Marta y maría

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Antes, en y después

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Poemas de fuego: Sonetos encendidos

Un señor revolcón

Poemas de fuego: Sonetos del dormitorio

Poemas de fuego: Sonetos del beso

Poemas de fuego:Sonetos de la noche

Poemas de fuego: Sonetos del deseo

Poemas de fuego: Mar cambiante

Poemas de fuego: El sueño de la muchacha

El cuadro

La primera nochebuena

Entrevista conmigo mismo

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¿Cómo me visto hoy?

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Historia de un poema

El villano en su colchón

Milagro de mi lengua en ti

Por mis cojones

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Moscas, caracoles, vacas, perros y caballos

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Tríos de doses

Sea un amante bien educado

La mujer perfecta

Unas braguitas color verde manzana

Segundo ejercicio: La señora de Torres y el diablo

Relatos inquietantes: La señorita Cristina

Naufragios: Namori se está ahogando

Charlando por el móvil

La carrera inmortal

Murió Natarniel

El diablo y yo

Tres dias de mayo

En un mismo suspiro

Carne de mi carne

La vaquera de la Finojosa

Noche apasionada

Simplemente una hembra

Renato ¿cómo vas vestido?

Feliz cumpleaños

Dentro el armario

Niña inocente

La venganza

Megan sigue siendo virgen

Tía Mini

Débito conyugal

Adiós niñez

Tabú

Más que amigas

Vecinos

Papá ya no se casa

La Habana

Haz el amor

Nelly se está bañando

Futbolistas

Madre

Mi mujer, tú y yo

Herta

No aceptes caramelos de desconocidos

Catorce mil quinientos

Maria la Gata

Maridito

Culo gordo