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El chico del jardín

en Hetero: General

Conociendo al chico mulato. En temporadas de exámenes no hay mucho en qué pensar, me considero estudiante responsable ante todo, y tengo el lujo de contar con una amiga, que puede que le falten dos tornillos a lo sumo, pero es la mejor, también prioriza la facultad antes que otra actividad. Así que se hacía usual que estudiáramos en mi casa…, con música suave de fondo no había quien nos quitara de la concentración… Digo que le faltan dos tornillos porque a veces se sale por donde uno menos se lo espera. Ella estaba al tanto que a mi novio, Christian, que es un año mayor que nosotras, no le estaba yendo precisamente bien en los exámenes, así que llegó a la conclusión que mi chico estaba necesitando de una motivación urgentemente. Y aquello no era sino sugerirme que le privara de tener relaciones durante el mes y medio que estaríamos todos enfrascados en los estudios…, si las notas eran buenas, podríamos volver a estar juntos. A mí no me importaba aguantar una temporada sin estar con él, cuando hay exámenes suelo estar muy metida en mis estudios como dije, pero estoy segura que mi chico sí que estaría bastante desesperado… desagüe

– Haces bien, me dijo Andrea dejando sus apuntes sobre mi mesa. – Ya verás que así se va a serenar y concentrarse en los estudios. Se va a volver loquito en algún momento y te va a rogar, pero tienes que ser fuerte.

– Sí, es por su bien, cabeceé decidida.

De repente, alguien tocó el timbre y mi papá, que bajaba por las escaleras atendió. La puerta de la entrada da a la sala, así que entre los números y libros, me desperecé en el sofá y miré curiosa quién era el que había entrado. Era un chico de tez oscura, bastante guapo a decir verdad. Se le veía sonriente, alto, con un físico agraciado, algo que desde luego él sabía porque llevaba una camiseta blanca, no sé si decir “ceñida”, pero sí que le destacaba bastante bien sus atributos. Iba con vaqueros y sobre el hombro llevaba una mochila. Pasó por la sala y nos saludó, a lo que mi amiga y yo respondimos cortésmente. Se le notaba un acento canario muy bonito. Fue al jardín en compañía de mi padre y desde allí los veíamos dialogar, ya que en la sala tenemos un ventanal bastante amplio que permite ver dicho jardín. Aparentemente iba a hacerle un trabajo porque mi padre le señalaba una esquina, dibujando con sus manos algo, como una construcción que debía realizar, a lo que el chico cabeceaba afirmativamente…. Fue en ese momento que Andrea me codeó.

– ¿Has visto qué guapo es?

– Ya tienes novio, pervertida, le quité la lengua.

– ¡Ah, ya! Por pensar así no se va a caer el cielo. ¿O tú pensaste en tu novio cuando le viste entrar?

– Claro que sí, a mi nene lo tengo todo el rato presente…

– Pero imagínate si tienes a un bombón como ese chico a tu lado todo el rato, ¡yo al menos no lo voy a soltar jamás! Pienso en una aventurilla para probarlo… nadie tiene por qué enterarse. A ti te va bien en los estudios, te lo mereces.

– La verdad es que a veces no sé qué hago contigo. ¡A estudiar!

El resto de la tarde pasó sin muchas complicaciones. Cuando mi padre pasó por la sala le pregunté para qué venía el chico, a lo que me comentó que contrató un albañil para construirle una caseta en el jardín, para guardar sus herramientas y elementos de jardinería, ya que no tenemos sótano, y el garaje donde guarda su coche estaba ya a rebosar de cachivaches. El problema es que el albañil estaba con mucho trabajo y mandó a su hijo. Cuando terminamos de estudiar, cerca de las seis de la tarde, Andy se despidió de mi padre, y la acompañé hasta la parada de bus, aunque durante el camino no me dejó en paz con respecto al chico de piel oscura que trabajaba en mi casa. Me decía entre risitas que no debía desperdiciar a ese niño, ignorarlo sería un pecado mortal…, se notaba que el chico le había caído muy simpático. Pero yo no iba a poder a hacer nada si mi padre rondaba por la casa. O sea, lo digo porque quería llevar a mi novio y mi progenitor es muy celoso, no porque pretendiera hacer algo con el morenito. – ¡Mfff! Andrea estaba completamente enloquecida. No sé cómo describir ese sonido que hace, mordiéndose los labios, casi sonriendo y emitiendo un gemido ahogado.

– ¡Ojalá yo tuviera un bombón así en mi casa construyéndome una caseta en mi jardín! Obvio que no sabes lo que un chico así te puede ofrecer, es algo que ni tu novio ni el mío pueden. Ya te enseñaré, sí señor.

– Qué pesadita con el tema, a ver si viene ya tu bus, loca.

– Me da tanta pena que mi mejor amiga se niegue a disfrutar un poquito.

Loquilla como es, me tomó de la cintura para remedar el tacto de un hombre, pero me aparté rápido que estábamos en plena calle. Por suerte vino su bus…, ya me estaba poniendo coloradísima con su fascinación sexual. Sinceramente, me arrepentí de haberla traído a casa…, esa misma noche empezó a enviarme fotos de chicos negros con enormes… “falos, herramientas, pollas, vergas, rabos, trancas, nabos…”, o como quieran llamar a esas enormes aberraciones de la naturaleza que le colgaban de las piernas. Las primeras fotos me asustaron y me repelieron, sinceramente, creo que eran imágenes manipuladas porque me parecía imposible que existieran hombres que pudieran caminar bien con algo así, ¿o no? Como sea, le escribí que cortara con el tema pero siguió insistiendo, enviándome más fotos, ahora con mujeres de pelo castaño (tengo cabello castaño) mostrando infinidad de expresiones al ser penetradas o simplemente observando asustadas al ver aquellos enormes titanes oscuros que colgaban orgullosos. ¡Uf! Tuve que desconectar el internet de mi móvil porque ya estaba sudando debido a la incomodidad, y por más tonto que pueda sonar, hasta me sentí mal por mi novio al estar viendo esas imágenes, por lo que no dudé en llamarlo para saludar y hablarle un rato antes de dormir. Pero Andrea, sin yo saberlo, ya estaba plantando las semillas de mi perdición… O, dicho de manera vulgar, estaba preparando el terreno para que el albañil comenzara a cimentar, pero antes tendría que perforar en el hoyo.

Reconociendo el terreno para el cimentado. Al día siguiente en la facultad, Andrea volvió al asalto. Y lo peor es que no me dejaba siquiera preguntarle un par de temas sobre los cuales yo aún necesitaba reforzar temas sobre microeconomía, pero ella estaba más bien interesada en la supuesta verga que tendría el albañil. Y digo “supuesta” porque en serio no había forma de saber si el chico estaba “bien dotado” al estilo de su raza. Según decía mi amiga instigadora Andrea, cualquier enorme tranca de ébano, era el instrumento perfecto de inseminación natural que Dios ha dotado al hombre. Allí entre esas atléticas y fibrosas piernas, ¡que sí!, admito que eran sugestivas, pero de nuevo, eso no implicaba que sintiera un deseo irrefrenable de tirar por la borda los casi tres años de relación con mi novio. En plena clase con el profesor muy metido en su temática, Andy se inclinó hacia mí para poner su móvil sobre mi regazo. “¿Pero esta qué hace?”, pensé mientras ella le daba al símbolo del play en la pantalla. La miré de reojo, Andrea estaba entre roja y súper sonriente.

Cuando miré el vídeo, quedé boquiabierta y tuve que taparme la boquita que si no se me escapaba un grito de sorpresa. Era un hombre de tez negra llevando de las manos a dos chicas, una rubia y una chica de, para mi martirio, pelo castaño, que tenía cierto parecido a mí. No sé si el vídeo me lo estaba mostrando por esa similitud o simplemente porque ese hombre llevaba colgándole entre las piernas algo asombrosamente monstruoso. ¡Podría decir que era hasta criminal llevar una polla así! O sea, que no me lo esperaba. Si bien hice una mueca de asquito para disimular, arrugando mi nariz, no voy a negar que en el fondo me quedara algo asombrada con la visión de ese precioso ejemplar de hombre. Pero claro, era solo un pensamiento, como una fantasía que es placentera para la mente pero en la realidad la cosa es muy distinta…, seguro que cobijar dentro de una a un hombre así te deja secuelas y agujetas hasta en el alma, ya ni decir que dudaba seriamente que una mujer podría disfrutar de tamaño armatoste abriéndote en canal y partiéndote en dos una parte tan delicada como el coño, pudiéndote llegar su bálano hasta el útero… – Tienes algo así en tu casa, Elvira, susurró.

– Claro que no marrana, ya deja de molestar con eso.

– ¿Pero no te da curiosidad saber cómo la tendrá?

– ¡Ay, querida! deja ya de insistir que me voy a enojar, puse mi dedo sobre su pantallita para detener el vídeo.

A veces estudiamos en el jardín pues es bastante relajador hacerlo al aire libre. Volvimos juntas de la facultad y continuamos revisando los apuntes allí, aunque yo más bien no diría “estudios” sino “acoso” a sus constantes arremetidas. Que mira este vídeo, que mira esta foto, que por cuánto trabajaría horas extras ese albañil ¡No sentí culpa alguna al lanzar su móvil al suelo! Total, la caída lo amortiguó el césped. Eso sí, tuve que pasar varios minutos rebuscando por la tapa, la batería y el chip. Este último era una tortura el solo buscarlo. Andy se acomodó en su asiento, sirviéndose un vaso de zumo de naranja, sonriendo más que de costumbre mientras yo a cuatro patas, apartaba pacientemente el césped con la esperanza de encontrar la tarjetita dichosa.

– ¿Sabes a qué hora vendrá el albañil, Elvira? Preguntó, bebiendo de la pajilla.

– Cabrona, pesada, no sé qué hago estudiando contigo…

– Buenas tardes Chiquilla.

Un repentino acento canario me hizo dar un respingo. Con mis manos prácticamente empuñando el césped, me giré como pude cortando el sol, noté al albañil cargando unos cuantos ladrillos detrás de mí. Los depositó sobre el césped mientras yo prácticamente seguía allí, tal perrita que mira a una persona con curiosidad, mostrándole mi culo enfundado en un pantaloncito que no usaba desde hacía años. Es decir, estaba en mi casa, no iba a andar vestida de gala…No pude evitar fijarme fugazmente en él. Llevaba esa camiseta ajustada sin mangas y se le notaba esos brazos largos y fibrosos, así como un pecho bien formado. ¡Era como el hombre de la peli porno, solo que en versión jovencito!

– ¡Qué fuerza tienes, niño! Exclamó Andy.

– Gracias, señorita.

– Me llamo Andrea, soy amiga de Elvira, de reojo noté que ella jugaba con la pajilla del vaso. – ¿Sabías que a ella le gustan los chicos fuertes como tú?

– ¡A-a-andrea! Chillé, arañando el césped. – No, no es verdad… Quiero decir… Ho… Hola, nene. Respondí absorta.

El chico se acuclilló divertido… – ¿Estás buscando algo?

– U-un pendiente, respondí, acariciando torpemente el césped. – A mi amiga se le cayó su pendiente.

– ¿No será este? Lo encontró inmediatamente y se levantó para dármelo.

– Uf, muchas gracias. Me levanté torpemente. Inmediatamente me ajusté mi pantalón y limpié mis rodillas. Cuando me lo dio, noté que lo primero que miró fueron mis tetas, que sin darme cuenta destacaban bastante debido a mi camiseta ajustada de Hello Kitty, cosa que casi me arrancó un sonrojo porque no era mi intención calentar al personal. Inmediatamente me miró a los ojos y quedé paralizada porque en serio tenía una mirada hermosísima de color miel.

– ¿Tú estudias? Le preguntó Andy, dándome un respingo. Sí, el canario volvió a agacharse para agarrar los ladrillos, pues debía apilarlos en otro lado.

– Estoy en el último año de bachiller, ¿y vosotras?

– Ah, pero si eres un yogurín todavía, respondí sentándome al lado de mi amiga.

– Tengo dieciocho, madre de Dios, tú si pareces una Chiquilla chiquita, sonriendo me señaló con el mentón.

– ¡Ja! Yo estoy en mi segundo año de la facultad, chico listo, estudio económicas. De chiquita nada.

El jovencito se levantó el montón de ladrillos, y de reojo observé su entrepierna… O sea, ¡fue algo inevitable! Andrea me había acosado con sus traumas con chicos negros y bien dotados durante dos días seguidos que, ¡lo admito! Ahora yo tenía cierta curiosidad. El paquete del muchacho, si bien disimulado por el vaquero, se notaba bastante relleno. Es decir, nunca he comparado paquetes ni nada de eso, pero alguna imagen mental se quedó de cuando estaba en intimidad con mi novio, y no sé… supongo que sí tenía algo grande alojado allí…Agarré mi vaso de zumo y mordí la pajilla. Creo que Andrea me pilló, por lo que dijo alto y claro, como para que el canario lo escuchara… – Lo tienes que estar pasando mal sin tu novio, Elvira.

Me puse colorada como un tomate. En cierta forma era verdad, y la culpa la tenía también ella, que fue su idea la de privarme de tener relaciones con mi novio. Ahora, era yo quien empezaba a sentir la falta de contacto sexual. – ¡Levy! Gritó el chico, ya en el fondo del jardín, apilando los ladrillos. – ¿Qué? Me giré para verlo. – Me llamo Levy, Chiquilla.

– ¡Ahhh…! yo me llamo Elvira, nene. Le sonreí, jugando tontamente con la pajilla.

Cuando el chico volvió a salir para traer más ladrillos, Andy puso su vaso sobre la mesa y me confesó algo bastante perturbador. Aparentemente, Levy aprovechó que yo estaba ocupada buscando las partes de su móvil para mirar mi culo un rato, antes de presentarse, cosa que yo no podía saber desde mi posición. Lo cierto es que me sonreí por lo bajo. No se lo iba a decir a Andrea, pero la autoestima me subió un montón…, miré de reojo al chico cuando volvió con más ladrillos y me mordí los labios.

– No era mi intención, vaya por delante, calentar al albañil de papá. Al bueno, atractivo y simpático albañil de papá… pero era simplemente inevitable sonreír.

– Eso me pareció, dijo bebiendo de su pajilla pero esbozando una sonrisa de labios apretados. – O puede que solo haya visto mi pendiente en el césped, tal vez no haya visto realmente tu trasero endiablado.

– S-sí, pudo haber sido solo eso…, mascullé ajustándome el pantaloncillo.

Eligiendo las herramientas adecuadas. Al día siguiente en la facultad, Andrea se sentó a mi lado antes de que las clases comenzaran e hizo algo que sencillamente nunca olvidaré. Claro que en ese momento me asusté muchísimo. – Elvira buenos días, te traje un regalo. Lo tengo en la mochila, subió la mencionada mochila y la dejó sobre su regazo.

– ¿Un regalo? ¿Para mí? Me súper emocioné. A mí es que la palabra “regalo” me gana completamente.

– ¡Sí! Mirando para todos lados de la clase, comprobando que nadie nos observara, abrió su mochila y sacó una bolsa negra, que inmediatamente la guardó en la mía.

– ¿Droga? Bromeé.

– No, es mucho mejor. Es una polla de goma, de veintidós centímetros. Es de color negro.

– ¿Me estás jodiendo? ¿En serio me…?

Pregunté, abriendo mi mochila y comprobando esa gigantesca polla guardada en la bolsa. No sabía dónde poner mi cara, de seguro colorada, mi mejor amigaba acababa de regalarme un mostrenco de falo de goma para mi desconsolada vaginita exhausta de libido. – Si tu novio está prohibido, y si no te vas a acostar con ese albañil, entonces con esto al menos te vas a tranquilizar y además vas a saber más o menos cómo sería estar con él…

– Como sigas bromeando con eso yo misma te voy a meter esta polla en la boca, guarra.

– ¿Pero aceptas mi regalo o no? Se mordió la lengua.

– ¿Y qué más voy a hacer, loca? Me encogí de hombros. – Lo tiraría al basurero pero es de mala educación tirar un regalo.

Esa tarde, al volver a casa, me senté al borde de mi cama y saqué ese enorme consolador de su bolsa negra. Mi habitación está en el segundo piso y desde mi ventana puedo ver mi jardín… se oía a Levy trabajando allí. “¿Cómo será… andar con algo así entre las piernas?”, pensé, ladeándola para verla mejor. ¡Tenía hasta venas! “Es exageradamente grande… el doble que la de mi novio”, concluí con una sonrisita, blandiéndola tal espada. Pero lo cierto es que pronto empecé a sentir un cosquilleo en mis partes privadas… “¿Me entraría todo esto?”, pensé fugazmente y sentí por todos los santos, cómo inmediatamente mi vaginita empezó a calentarse y humedecerse de solo imaginarme empalada por una estrella porno de ébano, como los hombres de los vídeos que me enviaba Andy. Tragué saliva y meneé mi cabeza, ¡qué pervertida! Pero lo cierto es que la cosa abajo me estaba ardiendo y picando demasiado hasta que llegó un momento en el que, toda colorada, abracé la polla de goma contra mis pechos “Tal vez podría… practicar… no sé…”. Lo llevé al baño y lo lavé bien. Frente al espejo, sostuve aquel juguete como si de una antorcha se tratara, tratando de calcular cuánto de eso entraría no solo en mi boca, sino hasta dentro mí…. Poder averiguar cuánto era capaz de tragarse mi coñito me ponía muy excitada. Le di un beso en la punta, pero me reí en seguida pues no era necesario darle un besito. Luego le di un lametón allí en la cabecita, pero tuve que taparme la boca para que mi papá no me escuchara reírme. “Nah, pero qué estoy haciendo”, pensé, ocultándolo bajo mi franela para volver a mi habitación. Dormí abrazada a él, pues me era imposible jugar seriamente. Era tan ridícula la sola idea de chupar una polla de juguete que la risa me ganaba A la mañana siguiente estaba tan excitada durante las clases que sentía una picazón ardiente en mi entrepierna. Tuve que pedir permiso para ir al baño y tranquilizar esa bestia que estaba despertando dentro. Entré a un cubículo y me senté sobre el váter…, tras colocarme los auriculares, puse en marcha uno de los tantos vídeos que me mandó Andy, subiendo el volumen para oírlo todo, todo, ¡todo! Uf, y apareció el negro, que tenía un pedazo de mástil tan grande que la angustiada chica no podía tragarla toda. Me remojé un poco los labios, ¿cómo olería, qué gusto tendría? Madre, pobre hombre, seguro que sufría mucho por tener algo tan enorme tirando de su cuerpo y ni qué decir del par de pelotas que le cuelgan, son verdaderas bolas de derribo, debe producir tanta leche que me ahogaría con ella. Y la escena terminó con la chica mostrando su rostro desfigurados de dolor o placer, no sabría decir…

…pero sí que estaba muerta sobre la cama mientras el hombre agarraba el cabello de la chica en un puñado trayéndola hacia sí, se corrió sobre su rostro, luego insertando la verga para que ella chupara lo que quedaba de su… “leche…” ¡Rudísimo! Me quedé toda colorada, boquiabierta, sorprendida, indignada por esa última escena, decepcionada conmigo misma, y sobre todo, muy, muy excitada. Me desprendí el cinturón y metí mano bajo mi vaquero para acariciarme, sintiendo la humedad impregnada en mi braguita, mientras que con la otra temblorosa mano luchaba para volver a darle al play. “¡Ay, mamá, quiero ser esa actriz, que un monstruo de ébano me haga torcer el rostro de placer!”, pensé mientras me metía un par de deditos en mi mojado chochito. Estaba loquísima ya, imaginando cómo sería tener a alguien así de grande dentro de mi tan apretado refugio, sentir sus labios unidos a los míos, abrigar su sexo dentro de mi húmeda boca también, que él gozara de mis pequeños pezones adornados con piercings, que disfrutara tocando mi puntito glorioso de la pepita erecta de mi vaginita hinchada y hecha agua, que me mordiera mis nalgas, incluso… lo llevaría a mi habitación… y lo cabalgaría… no sé… Me veía apuntillada por semejante bálano con sus tremendos huevos redondos golpeando en mi chochito partido en dos y atorado de carne dura. Me corrí mojando más aún mis braguitas. No me importó gruñir como un animal salvaje porque fue un orgasmo delicioso que me dejó toda temblando y viendo borroso. Pasados los segundos, levanté mi mano y vi humedad en mis temblorosos dedos…, pensé que a partir de ese entonces sería imposible ver a Levy, el único chico de tez oscura a la redonda, con los mismos ojos. ¡Maldita pecadora! ¡No me merecía a mi novio, pero por Dios, algún día se lo confesaría, que me encerré en un cubículo para ver un vídeo porno de un negro dándole durísimo a dos chicas! “Perdón, Christian, por ser pésima novia. Perdón, papá, por no ser la princesita que crees que soy. Perdón Levy, porque estoy empezando a verte como un objeto sexual antes que un chico amable y risueño que seguro eres… Por la tarde de nuevo Andy y yo estábamos estudiando en el jardín de mi casa. Sinceramente, no veía la hora de que entrara Levy a trabajar a pocos metros de allí. Y… ¿hablarle? ¿Limitarme a mirarle? Tal vez… podría levantarme y llevarle un vaso de zumo o un refresco, total, que con el calor reinante sería criminal no llevarle algo de beber. Estaba rascándome una manchita en mi pantalón cuando Andrea repentinamente cerró su libro y me miró seriamente.

– Elvira, dijo inclinándose hacia mí. – ¿Estás pensando en el albañil, no?

– Si vas a volver a molestar con eso te saco a patadas de mi casa, Andy.

– No podrías ponerme un dedo encima. No tienes músculos suficientes, se encogió de hombros. – Lo único que tienes bien desarrollado en tu cuerpo son esas nalgas regordetas que tienes…

Y así terminamos rodando por el césped en una pelea de manotazos y chillidos varios. Puedo decir que tengo cierto complejo y me molesta cuando hablan de mi cuerpo de esa manera tan indignante. ¡Furia! Lo cierto es que Andy es mucho más alta que yo y bueno fuerte, lo era. Al menos más que yo. Pero logré someterla sentándome sobre ella, aunque ella me tomó de las muñecas fuertemente para evitar manotazos míos. Lo que hacía segundos antes, era una situación que me había hecho poner colorada de rabia ahora me empezaba a hacer gracia, y de hecho Andy empezó a reírse, sacando su lengua, gesto que le devolví…

– Para ser pequeñita usas muy bien tu cuerpo, dijo soltándome las manos y agarrándome de la cintura.

– ¡Uf! Si no existieras te inventaría, loca. Respondí, sintiendo cómo sus dedos ahora jugaban con el borde de mi pantaloncito.

– Oye, susurró. – Hace rato que Levy nos está mirando. Está sentado sobre la pila de ladrillos detrás de ti.

En ese momento se me congeló la sangre cuando oí que Levy se aclaró la garganta. Ni siquiera me daba cuenta que Andy me estaba bajando el pantaloncito y la braguita para mostrarle mi culo…, no sé cuánto habrá visto de mí, pero de seguro vio más de lo necesario, ¡madre mía! Cuando sentí un aire de brisa caliente colarse entre mis nalgas, me desperté del trance e intenté luchar para salirme de encima de Andrea, quien inmediatamente me tomó de las muñecas.

– ¡Ah! ¡Lo hiciste a propósito, cabrona!

Como no podía usar las manos, tenía que menear mi cintura para que de alguna manera la prenda subiera un poco y cubriera mis vergüenzas. “Nalgas regordetas”, según palabras de Andy, cosa que me acomplejaba más.

–Zarandéate como gustes, Elvira, susurró de nuevo. – Ahora te quitaré la camiseta y no tendrás fuerza para impedírmelo. – ¡Sí! – ¡No, no, no! Grité desesperada. Saqué fuerzas de donde no había y logré liberarme de su yugo. Inmediatamente me ajusté el pantalón para levantarme y sacudirme los pedacitos del césped que se pegaron a mis rodillas y mi camiseta.

Estás hecha toda una fiera viciosa, dijo Andy de una manera vergonzosamente fuerte, reponiéndose. – No hay duda de que tu novio estará loquito por volver junto a ti, ¡ja!

– Ho-hola Levy, dije sin prestar atención, acomodándome la cabellera. – No le hagas caso, mi amiga no ha tomado su medicina.

El chico dio un respingo cuando le hablé. Esa carita era impagable, asustado, como si le hubieran pillado… ¿qué pensamientos le habré irrumpido? Miró de reojo mis piernas, y lentamente subió hasta encontrarse con mis senos, apenas contenidos por la camiseta. – Hola, Elvira y Andrea, se levantó de la pila de ladrillos, pasándose la mano por la cabellera. – Mejor me pongo a la labor, por Dios, que tu padre me cuelga si no cumplo con la fecha.

De noche, acostada como estaba, no podía quedarme quieta, recordando el insulto de Andrea a mi culo y el extraño actuar de Levy durante toda la tarde que trabajó en el jardín. Podía sentir cómo ponía sus ojos en mí cada vez que yo iba a la sala a traer agua o me levantaba para traer otros libros. No ayudaba que Andy jugara conmigo, hablándome alto acerca de mi novio o simplemente picándome alabando mis supuestas… nalgas… regordetas… Entonces, ese deseo que podía percibir en la mirada del chico se estaba extendiendo por mi cuerpo. ¡Yo quería carne, lo sabía bien! Así que, enredada entre las mantas, estiré mi mano hacia la mesita de luz y agarré la polla de goma. Apagué mi teléfono porque mi novio me llamaba una y otra vez sin cesar, estaba desesperado por la pinta. Me senté sobre mi cama, sosteniéndola con ambas manos. Sabía que era una tontería pero prefería darle un beso antes de metérmelo en la boca…, como para acomodarme en la atmósfera pérfida que yo misma estaba creando. Metí la cabecita y mis labios lo abrigaron con fuerza. Me tuve que esforzar un poco para seguir metiéndola porque era muy ancha, de hecho me dolió tener la boca completamente estirada para poder cobijar la cabeza. Empujé de nuevo y la parte gruesa entró, aliviando mis labios. Me sentía tan pervertida haciendo aquello, pero no iba a detenerme, cuando mi cuerpo pide guerra no hay forma de detenerlo. Así que empujé para meter otra porción de verga. Lo cierto es que no había tragado casi nada, había mucha polla por delante, pero ya me estaba incomodando y si tuviera un espejo frente a mí de seguro vería mi rostro todo enrojecido. Otro envión y ya tocó mi campanilla, cosa que me hizo retorcer el rostro y acusar una falta de aire. Pero la dejé adentro para ver cuánto tiempo podría aguantar con ella. No habré llegado a los diez segundos cuando mi cuerpo me exigió que lo retirase de mi boca cuanto antes porque, una ya quería respirar y dos, me entraron una nauseas terribles. Salió completamente humedecido de mi saliva y terminó rodando por mi cama. Tosí varias veces, lagrimeando y mareada, incluso mi padre preguntó al otro lado de la puerta si me encontraba bien. – ¡Ahhh…! Abracé la polla contra mis pechos, recogiéndome los hilos de saliva que me quedaron colgando de mis labios. – ¡E-estoy bien, no es nada!

La broca más grande para la caseta más especial. Era sábado por la tarde cuando volvía de mis prácticas de tenis, estaba sacando la llave de mi casa del bolso cuando vi venir a Levy, listo para otra tarde de trabajo. Noté que mi novio me dejó varios mensajes de WhatsApp, en todos ellos me rogaba que nos juntáramos esa tarde, incluso en el último texto me dijo que haría lo que yo deseara, pero por más que insistiera, lo mejor para él era seguir enfocado en sus estudios. Meneé mi cabeza para despejarme los pensamientos y me senté en las escalerillas de mi pórtico. Como si fuera una espada, agarré mi raqueta y la golpeé contra el suelo cuando Levy se acercó. – ¡Prohibido avanzar! Bromeé.

Parado como estaba podía verme el escote que me hacía la camiseta de tenis…, es decir, podría haberme cambiado en los vestidores pero mi padre me apuró para que llegara cuanto antes a casa ya que el albañil iba a trabajar y no había nadie que le abriera la puerta. Allí en el club aproveché para quitarme el sujetador… ¿¡Qué!? Nadie me podría reprochar por no llevarlo bajo mi camiseta, ¡el pórtico es parte de mi casa, ando como me dé la gana! Pensé que tal vez… podía seguir calentándolo… mostrándole mi canalillo… ¡Era divertido! Y mi novio seguro agradecería tenerme tan ansiosa y viciosita para el día que nos reencontráramos… O sea, que lo hacía por un bien mayor, o eso me decía a mí misma…

– Chiquilla, ¿cómo andas? ¿Está tu padre?

– Se fue al súper, o eso creo, me encogí de hombros y le hice un lugar a mi lado. – Puedes esperar a que venga ya que no te voy a dejar entrar. No puedo dejar pasar extraños sin su permiso, ironicé.

– ¡Ja! Pero ya sabes mi nombre.

– Solo sé eso y porque tu lo dices, no hay nada que me lo haya desmostado, junté mis piernas para plisar mi faldita. – Y… hmm… sé que estás por terminar bachiller…. Y se sentó a mi lado para charlar.

Por un momento largo olvidé que estaba vestida como para cazar a cuanto hombre se apareciera, entonces conocí al chico, hijo de un albañil, que mi padre había contratado para hacerle la caseta del jardín. Canario pero ya llevaba cuatro años viviendo en la península, que tal vez volvería a su tierra tras terminar sus estudios. Y, además, sus amigos, y paisanos míos, solían burlarse por la goleada del Tenerife a Real Madrid en aquella liga que perdió, aunque a él no le gustaba tanto el fútbol sino la arquitectura.

– ¿Y ya te has echado novia por aquí? Pregunté, risita de por medio, raspando una mancha en el mango de mi raqueta.

– Tengo una, sí. Es una chica muy bonita…, se mordió los labios. – Pero, ¿cómo decírtelo? Tengo ciertos problemas con ella.

– ¿En serio?

– ¿¡No quieres saberlo, Elvira!? Echó la cabeza para atrás y carcajeó.

– ¡Ya! ¿Qué es ese gran problema?

– No creo que debería decírtelo, Dios mío. Rio negando con la cabeza.

– En este pueblo, dije señalándole la calle con mi raqueta, es de mala educación insinuar que tienes un problema y no decirlo.

– Bueno es muy sencillo…No… no le gusta tener relaciones sexuales conmigo, me miró. Probablemente vio mis ojos abiertos como platos, y como anticipándose a otra pregunta mía, continuó inmediatamente. – Le duele mucho.

– ¿Por… por… por qué le va a doler? Pregunté con un escalofrío en la espalda, abrazando mi raqueta contra mis pechos. Mi vaginita me traicionó y empezó a latir, ¡madre, tal vez Levy tuviera algo impresionante entre las piernas!

– Ah, bueno… No sé. Se queja y entonces yo me aparto, es lo usual.

– Ya veo, tragué saliva. – Seguro que es una chica sin experiencia, probablemente tiene miedo más que dolor. Dale… dale una nalgada, a ver si aviva…

– Claro que no, si le doy una nalgada, se va a girar para darme una ostia o un puñetazo.

– ¿En serio? No parece una novia muy agradable, nene, sinceramente. Esos son juegos… O sea, no me refiero a nada rudo, por una palmada suave no te va a decir nada, no sé.

– Te lo digo por experiencia, ya me regañó. Le di una caricia, así suave. Remedó en el aire esa nalgada, pero yo di un respingo, como si me lo hubiera dado a mí. – Se enojó, así que no he vuelto a darle otra.

– Uf, nene, ¿te gusta dar nalgadas o qué?

– Ah, ¿por qué lo preguntas?…

– ¡Jaja! No tengas miedo, Levy, estamos en confianza.

– Bueno, un poquito, sí. Es como tú dices, es un juego, algo simple para entrar en la situación. Pero respeto que a las chicas no les guste.

– A mí no me molestaría…, dije con mi corazón en la garganta, apretando más y más mi raqueta contra mí.

– Ojalá mi novia fuera como tú…, parece que no tienes límites.

– Hay cosas que estoy dispuesta a hacer con mi novio, pero sí tengo mis límites. Fue inevitable recordar los ruegos de mi novio para follarme por el culo, cosa que no le dejé…. – Desvirgarme el culo lo dejo para alguien muy especial. Mi culito no me la toca nadie, ¡nadie! Golpeé el suelo con mi raqueta sin que él entendiera el porqué.

– ¿Y qué cosas estás dispuesta a hacer? Digo, con tu novio.

– Claro, con mi novio, dejé la raqueta a un lado y me abracé las piernas. Levy me había confesado un poco de su vida sexual, yo no quería traicionar esa confianza privándole de contarle algún secreto íntimo, y en un tono bajo, casi como si tuviera vergüenza de decírselo, le confesé…

– Pues… no sé, salvo que me dé por el culo, no le he negado prácticamente nada a mi chico… no sé si me entiendes.

– Elvira, ¿dónde puedo encontrar una novia como tú, por Dios?

– ¡Ya! Me apena que tu chica te niegue tantas cosas.

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Y seguimos conversando por largo rato antes de que le dejara pasar para trabajar…, habíamos conectado de alguna manera. Pero había una barrera que ni él ni yo estábamos dispuestos a romper. Yo amo a mi novio, y él… no sé si amaba, pero sí que le tenía mucho respeto a su chica (demasiado, diría yo), así que ninguno de los dos se atrevió a hacer mucho más esa tarde. Y eso que si él se lo proponía… yo vestida con un par de trapitos poca resistencia iba a ofrecerle si se abalanzaba a por mí. Pero de nuevo, ni soy una loba, y él parecía carecer de la experiencia o confianza necesaria para dar un paso. Así como estaban las cosas, parecía que iba a tener que conformarme con dejarlo todo como una bonita relación platónica y poco más.

CONTINÚA...

 

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