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De esposa ejemplar a ramera empedernida (03)

en Grandes Series

De Esposa Ejemplar a Ramera Empedernida III

El Adonis I

Aquella noche apenas logré dormir. Mi sexo ardía enfebrecido, necesitaba tanto de las atenciones de mi marido, que casi me volvía loca. Pero, pobre tonta, no quise tocarme, no lo quise hacer. Eso era pecado, algo sucio que una dama respetable como yo nunca debía hacer. Y así, pasé toda la noche con los calores de una excitación anormal, enferma… si tan solo me hubiese masturbado no habría amanecido así y nada más me habría ocurrido.

Trataba de dormir, pero tampoco me era posible, en cuanto lo lograba regresaban a mi mente los recuerdos de cómo Esteban me violó. Y despierta no podía dejar de pensar en la espectacular cogida que mis suegros habían tenido, imaginándome yo en el lugar de Carmela, y a Arturo como Norberto, ¡estaba bien jodida!

Me levanté muy temprano, preparé el desayuno junto a mi suegra, que me sonreía feliz. Yo intentaba parecer lo más normal que podía para no levantar sospechas. Mis niños se levantaron y se pusieron a corretear junto a su abuelo. Carmela y Norberto saben perfectamente bien como ser abuelos, ellos están concientes que la labor primario de un abuelo es consentir y malcriar a sus nietos, je, je, je. Asimismo, la labor primordial de un tío es enseñarles malas costumbres y malos hábitos, eso siempre me hizo gracia.

Después de comer, Norberto ofreció llevar a pasear por su granja a Arturito y Lucy, quienes, Obvio, aceptaron encantados. Me quedé sola con Carmela, ayudándola en los quehaceres de la posada. Como no tenía trabajo, los ayudaba en esas cosas y en todo lo que pudiera. Varias veces estuve tentada de preguntarle sobre lo que hicieron, pero no me atreví. Y como a eso de las 12, ella me dijo que tenía que salir, luego de recibir una llamada de teléfono.

Lucía, mire, una mi comadre está enferma y la quiero ir a ver, ¿sería mucha molestia dejarla a cargo de todo en la posada por unas horas?

No, no, ninguna, usted vaya tranquila.

Gracias niña, sos un amor…

Carmela se fue y yo me quedé sola en la casona. Como no había mucho que hacer, me tumbé en la silla de la recepción con un libro en la mano, necesitaba desesperadamente distraerme con algo para que la calentura se me bajara. Además, la posada estaba prácticamente vacía, me podía dar el lujo de distraerme y hasta de perder un poco el tiempo.

Lamentablemente la novela no me ayudaba, pues a pesar de no ser erótica, si contenía algunos pasajes más o menos sensuales, era una historia romántica ambientada en la edad media. No pude evitar llevarme la mano a mi entrepierna, mejor dicho, ni siquiera me di cuenta de eso, yo solo sabía que me encontraba ardiendo, perdida en las páginas de ese libro.

Reaccioné y levanté un poco la mirada, avergonzada, a lo lejos había un muchacho joven, huésped de la posada. Parecía ser gringo, aunque no había platicado mucho con el. Debía estar por los veintidós, veintitrés años. Era alto y rubio, como de 1.90, tostado por el sol, obviamente hacia pesas pues cada músculo de su cuerpo estaba bien marcado y desarrollado. Sus brazos y muslos, particularmente grandes y fuertes, eran un espectáculo. Y su trasero se veía grande, redondo y bien duro, a través de la tela de apretado pantalón corto, que también dejaba a la imaginación un prominente paquetón.

Me vio y me sonrió, yo me puse roja como un tomate y le devolví el saludo. Traté de volver a mi lectura, pero al poco tiempo bajé el libro para mirarlo nuevamente. Seguía haciendo sus ejercicios pero ahora estaba solo a tres o cuatro metros de mí. Hacia flexiones, ¡Dios que trasero! Abdominales, ¡caray, parecía una tabla con cuadritos tallados! La verdad es que cada parte y músculo de su cuerpo estaban pero muy bien, además, como estaba sudando y con el sol reflejándose en el, resplandecía como un dios griego.

Pero bueno, yo era una mujer casada y no podía estar mirando a otro hombre de esa forma…

Regresé tercamente a mi libro, pero no había caso, pasé la siguiente media hora tratando de asimilar apenas 2 páginas, pero no me era posible, estaba más caliente que una turbina y no podía concentrarme en nada. Y mi mano ya invadía sin pudor mi sensible entrepierna…

¿Te ayudo? – me preguntó a quemarropa, y en un acento extranjero, ese adonis de hombre, sorprendiéndome con "las manos en la masa"… en "mis masas".

Yo, en un ataque de dignidad, estuve a punto de meterle una pescozada y mandarlo a comer mierda. ¿Cómo se permitía el lujo de tutearme y decirme eso?, ya no había respeto en la juventud, ¿que se había creído?

¡¿Cómo se atreve?! ¡¿Qué se cree usted?!

Perdóneme, perdóneme, es que como la vi… necesitada, pues pensé que la podría ayudar en algo…

¡Pues no es así! ¡Ahora déjeme en paz!

El muchacho solo se rió, causándole gracia mi arrebato tan tonto (me estaba masturbando y ahora me las llevaba de puritana y de señora santa). Se sacó la pantaloneta sudorosa, quedándose en un diminuto traje de baño azul, tipo bikini, que me cortó el aliento. La prenda estaba bien distendida y estirado por el "paquete" que el niño traía entre las piernas. Me puse colorada frente a el sin poder evitarlo, el se limitó a sonreír victorioso.

Me gusta tomar baños al aire libre, ¿dónde lo puedo hacer?… es que, como verá, estoy bastante sudado y acalorado… – ¡qué descaro!, se estaba mostrando sin recato alguno y, encima de todo, ¡me preguntaba si se podía bañar frente a cualquiera!

¡No, no hay! – respondí molesta – solo la ducha de su habitación…

Mmmmm… lástima… usted también necesita de una buena ducha…

¿Cómo?

Si, algo que la refresque porque anda igual de acalorada…

Pero… yo… – ¡mierda!, no tenía cómo rebatirle eso y la vergüenza me ganó.

Yo podría apagar su fuego…

¡¿Cómo dice?!

El descarado muchacho se dio la vuelta y se alejó antes que yo le pudiera gritar algo, solo lo vi avanzando, mientras esas 2 hermosas esferas de carne se movían al compás de sus pasos. A mis treinta años ya no estaba en edad de merecer (por lo menos eso creía yo), además, a parte de algún patán que me gritaba "culona" o algo parecido por la calle, hacía tiempo que no había tenido que lidiar con un avance sexual franco.

Ese muchacho estaba muy bien, además era educado, lo sabía por la forma en que hablaba y se comportaba; y su cuerpo me derretía. Pero yo era una señora casada y respetable, una mujer mayor que el y comprometida con un hombre maravillosos que se estaría rompiendo el lomo en la capital para enviarnos dinero. Casada, católica y con hijos, no, yo no estaba para aventuras tontas como esa.

Pero entonces, ese desgraciado hizo algo que terminó de trastornar mis esquemas mentales, fuertemente sacudidos por los últimos sucesos de mi vida: se paró a medio camino, tomó los bordes de su bikini y se lo bajó lentamente. Una hermosos trasero quedó a mi vista, lampiño, suave y grande, ¡qué culo aquel!

De verdad que no quería, se los juro, de verdad amo a Arturo, de verdad le quise ser fiel, pero en ese momento dejé de ser yo y me convertí en algo más, algo incontrolado, perdido, confuso, me perdí en la excitación enfermiza que cargaba.

Voy a necesitar toallas y jabón… – me dijo con una sonrisa – y esto… ¿me lo subes? – me dijo señalando a su bikini tirado en el suelo.

Vaya… ahorita… – le contesté.

Al oírme responderle aquello me quede de piedra. ¡Qué puta, qué perdida! Yo ya no sabia que hacer estaba totalmente excitada y perdida, fuera de control. Como una zombi caminé hasta un cuarto detrás de la recepción, en donde mis suegros guardaban las cosas de las habitaciones (jabón, toallas, sábanas, almohadas, cubrecamas, etc.) y tomé lo que le muchacho me pidió. Tomé todo y subí corriendo con el. Entré, no lo vi, pero entonces la puerta se cerró detrás de mi, era el que me esperaba allí. Cerró con llave.

Estamos aquí con tu anuencia y acuerdo, que quede claro…

Yo solo le traje las cosas que me pidió y nada… nada… nada más… – tartamudeaba como una tonta cuando reparé en el enorme pedazo de carne que se hallaba en posición de firmes en medio de sus piernas.

¡Madre mía, que talega! Yo estaba muy lejos de ser una experta en vergas en aquellos días, pero esa vara era espectacular. Largo y grueso, no tanto como el de don Norberto, pero si más largo, por lo menos 20 cm. El muchacho estaba circuncidado y tenía depilado todo rastro de vello púbico.

Me quedé con la boca abierta y estupefacta, sin saber qué hacer o hacia donde mirar. Pero el si sabía lo que quería…

Se me acercó despacio, viéndome a los ojos, me perdí en sus preciosos ojos celestes. Me sacaba como 2 o 3 cabezas de altura, era realmente alto. Me besó con suavidad, solo para sentir la tibieza de mis labios, para catar su sabor, y una intensa corriente eléctrica recorrió mi espalda, ya estaba perdida.

Empezó a desnudarme despacio, sin correr, sin prisa para no sacarme de ese sueño caliente y erótico. Desabrochó los botones de mi vestido azul, y lo dejó caer despacio, desabrochó mi sostén y luego bajó mi calzoncito, quedé desnuda por completo.

Es usted una señora muy hermosa, me encanta su cuerpo, delgado, moreno, se ve tan delicado, casi frágil. Y su carita, es como un ángel… y ese par de nalgas, es usted una mujer absolutamente divina. – nadie me decía eso, Arturo siempre me susurraba cosas bonitas, pero el no era tan romántico ni poseía una labia tan creativa.

Me volvió a besar, esta vez me dejé llevar por el calor de sus labios y de su cuerpo sudoroso rozando el mío, su gran macana se aplastaba contra mi estómago a medida que me estrujaba y me apretaba entre sus poderosos brazos. Y yo sentía que el aire se me acababa, que me faltaba. Y por extraño que parezca, no podía dejar de pensar en Arturo… y eso me calentaba más…

El adonis fue bajando, lamiendo y besando mi cuello y senos, los estrujó con sus manos, que lograban abarcarlos completos pues no son grandes. Se aferró a mis pezones, los lamió y chupó, sentí como si mi vida se escapara a través de ellos. Y finalmente, llegó hasta mi sexo.

¡Dios mío, qué sensación el sexo oral! Nunca nadie me había besado allí, mucho menos lamido y chupado. Nunca se lo permití a Arturo, pues yo no lo consideraba correcto. Igualmente el sexo oral de cualquier tipo. Pero los suaves y a la vez fuertes, lengüetazos del muchacho sobre mi vulva me hicieron olvidar cualquier tipo de asco o duda. Y cuando capturó mi clítoris con sus labios… ¡puta madre!, fue el colmo de todo el placer… no logré llegar al clímax, pero casi…

Demostrándome lo fuerte que era, me cogió de pié. Sin decirme nada (y una vez seguro del grado de mi excitación) se puso de pié, me levantó de las axilas como una pluma, y, bajándome sobre su erecto miembro, de una embestida me ensartó.

¡¡¡¡AAAAGGGGHHHH!!!! – grité, pues mi vagina, a pesar de estar muy mojada, no se lo esperaba.

Te voy a hacer gozar, mujer…

Me quedé sin aliento, pero antes de poderlo recobrar, el ya estaba diestramente moviendo mis nalgas con sus potentes brazos ensartándome a voluntad su divino instrumento, luego de haberme colocado las manos alrededor de su cuello y mis piernas alrededor de su cintura. Me movía en el aire sin esfuerzo, cambiando los ángulos de penetración para acariciar cada rincón de mi intimidad. Sentía sus testículos golpearme el culo, mi busto aplastado contra su poderoso pecho, mis manos agarradas a su cuello y mi boca fundida con la suya, ¡era increíble!

Al ritmo lento del principio, poco a poco le fue añadiendo fuerza y velocidad, sin cambios bruscos, acelerando y acelerando hasta que yo caí en la cuenta que me estaba empalando frenética y violentamente, al compás de su creciente excitación.

Y yo, que no soy de palo, terminé de alcanzar mis elusivos, pero devastadores, orgasmos. Fue como algo estallando en mi vagina y extendiéndose por todo mi ser. Fue tan intenso que terminé estirando mis brazos y piernas, tensándolas mientras echaba la cabeza hacia atrás y gemía y gritaba incoherencias. El me agarró del culo y del cuello para que no me cayera.

Fue un orgasmo largo y fuertísimo, no sé cuanto tiempo duró, yo estaba ausente, en otro mundo. Y para cuando recobré el sentido y la lucidez, el me estaba taladrando sobre la cama. Con mi cintura a la altura del borde, mis piernas sobre sus hombros, y el trabajándome con la misma habilidad proverbial.

Lo vi muy enrojecido y extremadamente sudoroso, gemía y gruñía, estaba a punto de acabar. Y cuando lo hizo, ensartó aun más al fondo su poderosa verga hasta inundarme con raudales de su leche de macho. Luego se derrumbó encima de mi persona.

Cuando recobre el uso de la palabra lo único que pode decir fue: "¡Gracias! Nunca en mi vida se me habían hecho el amor así…". Pero entonces recordé a mi esposo y a mis hijos, y una honda soledad me atrapó… en los mismos brazos de ese hombre.

Me levanté y me fui corriendo, huyendo envuelta en un mar de llanto…

Continuará…

Garganta de Cuero

Pueden mandarme sus opiniones y comentarios a mi correo electrónico, me gustaría mucho leerlos. Besos y abrazos. garganta_de_cuero@latinmail.com.

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