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Devoradora (05: Sometida)

en Grandes Series

Capítulo V

Sometida

Me dejó medio muerta, tan relajada que parecía que estuviera inconsciente, tirada sobre el sillón, desnuda y empapada en sudor, desparramada con las piernas abiertas y con mi vagina y vulva pletóricas de semen que manaba borbotones. Sentía una honda sensación de bienestar, como si por fin hubiese satisfecho un profundo deseo reprimido, un deseo que me carcomía. Luego, tras recobrar el uso de la palabra, tan solo pode decir: "¡Gracias!, nunca en mi vida me habían hecho el amor así…", pero entonces recordé a mi esposo y a mis hijos, y una honda soledad me atrapó en los brazos de ese hombre que hizo conmigo lo que se le dio la gana.

Mario se levantó y se puso a arreglarse la ropa como si yo no estuviese allí presente, yo me enderecé un poco y cerré las piernas, tratando de cubrirme los senos y de recuperar un poco de dignidad. Él ni siquiera me veía cuando me habló:

¿Para qué te vas a cubrir Debi, si ya me sé de memoria todo lo que tenés bajo la ropa?

Es pudor…

¿Y todavía te queda?

Soy una mujer casada y con hijos y esto no debió pasar…

Pero pasó Débora, – dijo, clavándome sus fríos e intimidantes ojos – otra vez te me entregaste como la perra que sos.

¡No me digás eso, ¿no te basta con tenerme así?, ¿también me querés humillar?!

Pero Debi, Debi… a ti te gusta ser humillada…

¡No, mentira! – le dije poniéndome de pié y tratando de correr hacia mi habitación, pero el me detuvo ni bien me levanté.

¿A dónde vas? ¡Sabés muy bien que tengo razón Débora, te encanta ser humillada!

Lo empujé y lo golpeé con todas mis fuerzas, lanzando inútiles manotazos en un desesperado intento de zafarme. No le hice ni cosquillas, me logró arrinconar en el sillón sin mucho esfuerzo y besándome con fuerza me tomó de las muñecas poniéndomelas sobre la cabeza, con una sola de sus manos me las sujetó mientras que con la otra me empezó a manosear.

Me agarró las tetas con fuerza, apretándomelas y pellizcándome los pezones. Luego bajó más y la metió entre mis piernas, las que luchaba por mantener cerradas. Pero él, con agilidad metió ambas rodillas entre ellas dejándome abierta e indefensa. Comenzó a meterme los dedos dentro de mi pusa mojada, rebosante de su propio semen. ¡Qué sensación!, nuevamente mi cuerpo empezó a reaccionar por su cuenta y yo perdí el poco control que acababa de recuperar, antes de darme cuenta, ya estaba aferrada a sus labios, comiéndomelo a besos, chupando y saboreando su lengua, y cuando se le daba la gana, chupándole los dedos llenos de leche y de mis propios flujos.

Aprovechó mi estado de trance para pegarse más a mi y ponerse a restregar su gran verga, de nuevo tiesa y parada, contra mi sexo indefenso y sediento, que cada vez palpitaba más duro. Liberó mi boca y se me quedó viendo a los ojos, disfrutando de mis expresiones de ansiedad, casi de angustia por no ser empalada de una vez, regocijándose con mis jadeos y gemidos, con convertirme de una esposa ejemplar a una ramera suplicante de verga.

¿La querés adentro perra?

Si… si la quiero…

Pedímela entonces…

Dámela, la quiero Mario, cogeme con furia… – le comencé a suplicar.

Mmmm… no me convencés…

¡Por favor, te lo suplico, cojéeme, dame duro, como a mi me gusta!

Seguís sin convencerme Debi…

¡La quiero adentro, barrename las entrañas!… ¡¡Me estoy muriendo por que me usés!!

¿Qué te use como qué?

¡Cómo lo que tú querrás!

No Débora, ¿qué te use como qué? ¡Decímelo, perra!

¡Cómo a una perra, como a un animal, una cosa, un objeto!

¡¿Por qué, decime por qué?!

¡¡¡PORQUE ME GUSTA, PORQUE ESO ES LO QUE SOY, UNA PERRA, UNA SUCIA Y ASQUEROSA PERRA A LA QUE LE GUSTA QUE LA ROMPAN!!!… ¡¡¡TU PERRA!!! – eso era exactamente lo que quería escuchar y como me quería ver, rendida y sometida a él.

Repetímelo, volvémelo a decir…

¡¡¡SOY TU PERRA, SOY TU PERRA!!!

Entonces demostrámelo…

¡¡¡LO QUE QUERRÁS, PEDIME LO QUE QUERRÁS!!! – volvió a besarme, yo ya no tenía fuerzas para negármele, pero él tenía otros planes para mi ese día.

Entonces vas a tomar mi pantalón y mi camisa los vas a lavar hasta dejarlos bien limpios. Luego los metés a la secadora y me lo devolvés porque te orinaste en ellos, cerda. – ¡no lo podía creer, qué vergüenza, el orgasmo que tuve cuando me cogía en el aire había sido tan duro que provocó que me orinara!, ahora si me sentía la perra más sucia del mundo.

Despacio y con parsimonia se desvistió, su pantalón y calzoncillo estaban mojados con mi orín. Su camisa también estaba manchada, y sus calcetines y zapatos, por lo que en menos de un minuto Mario se había quedado completamente desnudo. No pude evitar contemplarlo impresionada de su imponente físico, mientras prendía la televisión y se ponía a ver deportes.

Recuperé un poco la compostura y me dirigí a la lavandería con su ropa, la metí a la lavadora y la dejé funcionando, luego tomé un trapo y comencé a limpiar sus zapatos, de una cara marca española. Se me ocurrió subir a mi habitación por un poco de pasta para zapatos y lo hice, cuando regresé se los comencé a aplicar. Y ahí estaba yo en la sala, sentada en el sofá grande en un rincón, desnuda y lustrando afanosa y solícitamente los zapatos de mi amante.

Me puse a tratar de razonar, ¿qué estaba pasando?, lustrándole los zapatos como una esclava, desnuda, sudorosa, con la vagina aun rebosante de su semen. Yo no era así, pero de verdad, créanme, había algo en él que no me dejaba reaccionar, que no le permitía a mi razón imponerse a la tremenda lujuria que ese hombre despertaba en mi, les juro que hasta parecía un poder sobrenatural. Luego no pude evitar recordar a mi marido en ese momento y sentirme peor… si, si, ya sé que de nada me servía eso, igual estaba sirviéndole de puta a ese tipo e igual no éramos demasiado felices juntos, pero en el fondo continuaba siendo una mujer decente. Empecé a llorar, no me merecía esto, no me lo merecía. Mario se dio cuenta…

¿Estás llorando por el gusano feo de tu esposo? – me preguntó, no le respondí – Leonardo es que se llama, ¿verdad?

Si…

Bueno, si le estás quemando el rancho de esta forma será que no te deja satisfecha…

¡No te burlés… imbécil!

Yo solo digo que una mujer enamorada y que además sea decente, no hace estas barbaridades. – ¡maldito!, solo quería mortificarme más – Veo que estas dejando muy bien mis zapatos… pero hay otra cosa que necesita ser lustrada, vení Debi… – me dijo, poniéndose de costado frente a mi y mostrándome su pene nuevamente erecto.

En un último destello de dignidad y fidelidad, alcancé a decir "no, ya no quiero más". La verdad no fue más que eso, un último destello de dignidad y fidelidad que fácilmente fue vencido por ese experimentadísimo seductor. Se puso de pié y se sentó a mi lado, colocó una de sus manos sobre mi muslo y sentí que me quemaba con apenas esa acción:

¿Ya vez Débora?, te calentás tan solo con ponerte la mano en un muslo… sos una perra.

Me acarició el cabello y me paralizó con su mirada, esos hermosos ojos azules, tan penetrantes y fríos, nuevamente me tuvo entre sus garras indefensa. Nos acercamos sin decirnos nada y nos fusionamos en un apasionado beso con lengua. Mario me tomó por la nuca para aprisionarme más cerca de él y yo le di libertad para hacer conmigo lo que quisiera.

Nos separamos un momento, me empujó y me apoyó contra el asiento y me empezó a manosear por todos lados, palpando principalmente sobre las voluptuosas formas de mis mamas y mi trasero. Metió sus manos entre mis piernas, separándomelas y acariciando el contorno de mi mojada vulva, que palpitaba ansiosa por algo duro en su interior. Más arriba, pasaba su lengua por mi cuello, despacio, dibujando figuritas y yo me derretía ante cada nuevo lengüetazo. Tomó suavemente mis grandes y firmes tetas, las miró con excitación por un momento, siempre le habían encantado, tomó un pezón entré sus labios y luego el otro, sin prisa, con suavidad, probando mi delicado sabor de hembra caliente, de hembra de verdad.

Y yo temblaba con cada nueva caricia, Mario me hacía descubrir nuevas sensaciones. En mi memoria se sucedían una tras otra las imágenes mías siendo violada por este mismo hombre, observando y sintiendo excitadísima como abusaba de mi y luego la primera vez que me entregué a él, me recordaba sucia, tan solo abriéndole las piernas para que hiciera conmigo lo que se le diera la gana.

Sus manos bajaron por mi espalda acariciándomela al mismo tiempo que me besaba lento, dulce, amoroso, ganoso. Me rodeó de la cintura y me pegó a él, el beso aumento en pasión, fuerza y deseo. Y en un loco arrebato de lujuria de mi parte, mis labios se pegaron a su pecho duro, musculoso, lampiño, separándome de inmediato llena de vergüenza, él solo rió divertido.

Lentamente me acomodó sobre el sofá, depositándome boca arriba y a lo largo. Me dio un largo beso que fue bajando por mi barbilla y cuello y continuó por entre mis senos, entreteniéndose en ellos un rato, para luego seguir por mi abdomen plano hasta terminar en mi sexo al rojo vivo. Nada me había hecho estremecer tanto en la vida como cuando el me hacía sexo oral, y ese día temblé entera cuando comenzó a besar suavemente esa área oculta y restringida, solo con sus labios mientras yo me derretía más todavía. Instintivamente trataba de cerrar las piernas en torno a esa cabeza rubia, que con paciencia me abría por los muslos para hacerse espacio y saborearme mejor, aunque estuviera llena de su semen aun.

De los besos, Mario pasó a las lamidas largas e intensas, sentir su lengua como hurgaba cada recoveco de los pliegues de mi intimidad me estaba elevando rápidamente. Sus labios tomaron mi clítoris y lo atacaron sin piedad, presionándolo, lamiéndolo, estrujándolo, mordisqueándolo. A esas alturas yo ya estaba más que fuera de control, ni me había dado cuanta de cuando había empezado a gemir.

Me condujo hasta donde quería, ese punto en donde las reacciones se hacen enormes. Se incorporó, se arrodilló en medio de mis piernas abiertas, su verga parecía un fusil, tiesa, con líquidos lubricantes en la punta, mirando al techo. Se tendió sobre mi, dispuesto a penetrarme inmediatamente. Lo hizo lento, disfrutando cada sensación que mi conducto vaginal provocaba en su sensible glande. Me encontró hirviendo, en medio de una calentura más allá de todo lo que conocía. Entonces su miembro, tan largo y grueso, entró fácilmente hasta el fondo y comenzó un lento movimiento de émbolo, meneando las caderas y rodeándome con sus fuertes brazos, haciéndome sentir atrapada y sin posibilidad de escape.

Poco a poco, la velocidad y fuerza de sus embestidas fueron aumentando hasta hacerme sentir como si me bombardeara con una bazuca, su larga vara se enterraba tan profundo en mi ser que sentía como si me llegara hasta el útero. ¡Era delicioso!, todo su peso oprimiéndome, privándome suavemente de aire pero sin llegar a asfixiarme y esa verga deliciosa haciéndome pedazos, literalmente haciéndome pedazos.

Ni me di cuenta de cuando dejé de gemir y empecé a aullar como una auténtica perra. Pocos minutos pasaron antes que me revolcara como una lombriz en el asfalto, víctima de un orgasmo que me dejó casi inconsciente, más muerta que viva y que provocó que me volviera a orinar. Me había entregado como no lo había hecho a hombre alguno en mi vida, en cuerpo, alma y mente. Y luego, cuando los estertores de mi violento clímax cesaron, él salió de mi y se tendió a mi lado, viéndome respirar agitada, cubierta de sudor y con las piernas abiertas. Rompió entonces el encanto y la magia del momento para expresar un pensamiento muy profundo:

Quiero darte por el culo…

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

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