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Beatriz 10

en Grandes Series

Beatriz

Capítulo X

"Donk, donk, donk", unos fuertes golpeteos en la puerta de mi habitación me hizo abrir los ojos, me dolía la cabeza como si estuviera de goma (en otros países le dicen resaca), confundida, no sabía ni qué hora era, menos el día.

Señora… señora… se siente mejor… – era la voz de Ixcamil que me hablaba desde afuera.

¿C… có… cómo? – fue lo único que atiné a responder, ella abrió y entró.

¿Ya se siente mejor señora? – me preguntó la muchacha, que entró con su bebé en brazos.

¿Mejor? – volví a preguntar, aun no sabía de qué estaba hablando.

Entonces reparé en que no sabía cómo había llegado a mi habitación, estaba entre las sábanas, bien abrigada y con un camisón amarillo puesto, pero no recordaba en qué momento me lo puse. De hecho, no recordaba en qué momento entré a la casa y me vestí luego de esa extraña y muy perturbadora reunión con ese tal Vorandemur.

¿Qué hora es nena? – pregunté frotándome los ojos, dolidos por la claridad.

Son las 3…

¡¿Las 3 de la tarde?! – pregunté sorprendida.

Si seño, durmió toda la mañana…

¿Y el desayuno… y el almuerzo?

Ya los hice yo, no se preocupe… como me dijo que se sentía mal pues no la quise molestar. – ¡Dios mío!, había pasado profundame

nte dormida toda la mañana, decidí levantarme – ¿Y todo lo hicieron ustedes solitas?

Si… bueno, lo hice yo sola…

¿Y por qué tú sola, y Gisel?

No sé qué pasó con Gisel… cuando me levanté no estaba, no sé si habrá salido de madrugada o qué. – esa noticia me estremeció, inmediatamente pensé que se habría ido con Braulio.

Gracias Ixca, gracias… me voy a levantar y a ver qué se hace con esta niña.

Ni siquiera me bañé, solo me puse algo de ropa y salí a la calle, caminé un par de cuadras y me detuve, estaba confundida, no sabía qué hacer ni a dónde ir. Que la muchachita no estuviera era muy malo, lo sabía en mi interior… y que se hubiese ido con Braulio, peor aun. Pensé en irla a buscar a su casa, pero deseché rápidamente esa idea, no quería acusarlo sin razón ni armar líos sin saber. Además, si se encontraba allí, era seguro que ese tipo me lo iba a negar.

¿Qué hace entonces? Dar parte a la policía… si, eso me pareció lo más adecuado, así que me di la vuelta para ir por Jorge, necesitaba que me acompañara, cuando de pronto que unas fuertes manos me tomaron de la cintura y me jalaron, fui introducida dentro de un carro grande, imaginé que una camionetilla por lo espaciosa que era por dentro. Me tiraron sobre una alfombra.

¡Perra, te dije que no sería la última vez que nos veríamos, ramera! Hoy te voy a dar tu segunda tanda de sexo, vas a saber lo que les hacemos a las perras, puta de mierda… – me dijo el mismo hombre que me había atacado en mi casa, lo supe por su voz.

Sentí un piquete en una nalga, me estaba inyectando algo. Luego yo traté de ponerme en pié, pero el tambalear del carro y mi estado de confusión general no me dejaron. Traté de enfocar mejor y logré distinguir el interior del vehículo, efectivamente era una camionetilla, probablemente una mini van o una panel. 2 hombres iban adelante, no sabía cual de los 2 me hablaba. Atrás no habían asientos, tan solo esa alfombra peluda.

Sentí de pronto un par de manos, grandes y fuertes, que me tocaban, traté de quitármelas, pero no podía coordinar bien mis movimientos, quise gritar, pero solo conseguía emitir sonidos guturales, me habían drogado. Esas manos recorrían mi cuerpo, de lado a lado, arriba y abajo, y yo no podía hacer nada para evitarlo, estaba sumida entre un gran miedo y una insoportable impotencia. Antes de darme cuenta ya me estaba desabotonando la camisa y me metía mano sobre mis grandes, redondas y firmes tetas, meneándolas, estrujándolas, jugando con mis pezones, jaloneándolos, pellizcándolos. Supongo que esa droga tenía un efecto que amentaba la intensidad de las sensaciones, pues esas manos me arrancaban conmociones increíbles.

De un fuerte jalón me dio vuelta y caí boca arriba, las 2 fuertes manos me sujetaron de las muñecas mientras sentía que 2 labios mojados me chupaban los pezones, pasándome su áspera y caliente lengua sobre ellos y recorriéndolos por completo, dibujando el contorno de mis estrechas aureolas. De pronto siento un par de dedos que volvían a ellos para retorcerlos, pellizcarlos, acariciarlos, pero eran de otra mano, pues mis muñecas seguían inmovilizadas. Caí en la cuenta que había un tercero dentro del carro, que no había visto, probablemente detrás de mi, y que era este el que me lamía y chupaba las chiches, mientras el copiloto me mantenía firmemente sujeta.

Traté de elevar la cabeza para ver algo, pero tan solo me topé con el mismo gorro pasamontañas negro cubriéndolo. Vi como me agarraba los senos de los pezones, con sus manos cubiertas con guantes de cuero, y los estiraba, elevándolos al mismo tiempo. Inmediatamente el tipo se ponía a lamérmelos, desde las partes más posteriores, muy cerca de mis axilas, y llegando, despacio, hasta mis pezones mismos, divirtiéndose con las gotas de leche que lograba sacarme de ellos.

Esos manoseos sucios comenzaron a excitarme, el cosquilleo en todo mi cuerpo empezaba a centrarse únicamente en mis genitales y en mi "torturado" busto. Aquello era una locura, no podía creer que en tan poco tiempo y estando a punto de ser violada, me hubiera puesto tan caliente, ya era la segunda vez que me ocurría, y no la primera que sentiría esa embriagante mezcla de vergüenza y placer, de si y no, de querer y no querer, de miedo y de calentura.

El tipo bajó una de sus manos por mi vientre hasta llegar a mi culo, el cual apretó y acarició. Le gustó lo que sintió, pues riendo como un enfermo me subió la falda hasta la altura de mi cintura y volvió a meterme mano, estrujándome los glúteos y nalgueándome con fuerza.

¡Esta es la puta más buena que hemos pescado muchá! – les dijo a los de adelante – ¡Nos vamos a divertir muco con ella!

¡No, por favor, déjenme! ¡Se los suplico, por favor! – por fin logré articular palabra, y mientras les suplicaba me puse a llorar y a sollozar, pero eso solo iba a calentar más a mi atacante.

¡Si, perra, llorá y suplicame, si, dale, como la puta que sos!

Termine de desnudarla jefe… – dijo uno de los de adelante.

Ese día vestía con una sencilla falda roja hasta las rodillas y una blusa amarilla con líneas verdes y azules, con botones. Zapatos bajos y cómodos, nada del otro mundo. De hecho, estaba muy lejos de verme sensual. Cuando me bajó el calzón supe que ya no había macha atrás, que me violaría otra vez como se le diera la gana y probablemente los 2 tipos de adelante también. Empecé a grita, como el último recurso que m quedaba y el último intento desesperado por evitar lo inevitable. Pero mi atacante, lejos de incomodarse, se empezó a reír al tiempo que me agarraba a bofetadas y me golpeaba en el estómago, sacándome el aire y causándome un gran dolor.

¡Ja, ja, ja, ja, ja, miren a esta estúpida como lucha, ja, ja, ja, ja!… me encantan las mujeres bravas perra… – me susurró al oído.

Me volteó la cara con un último sopapo y se metió entre mis piernas, apretándome fuerte del cuello y cortándome la respiración. Con su mano libre comenzó a estrujarme el culo con fuerza, recorriéndolo todo, rozando y acariciando mi ano. Me provocaba sensaciones indescriptibles, sentía que mi sexo se encharcaba cada vez más y mi resistencia menguaba a cada segundo que pasaba. No dejaba de exclamar que estaba bien rica, que se iba a dar un banquetazo conmigo. Y, modestia aparte, no estaba equivocado, ustedes ya me conocen, tengo un muy buen cuerpo, con un par de chiches enormes y firmes, una cintura estrecha y un culo grande, redondo y bien parado. Todo eso en un cuerpo de 1.70, firmemente construido y de piel blanca, con una carita de nena preciosa y ojos verdes esmeralda.

Él continuó manoseándome, me soltaba el cuello solo para que pudiera tomar algo de aire antes de volver a apretármelo con fuerza. Subió un poco su mano y comenzó a acariciarme entre las piernas, palpando mi carnosa y jugosa vulva palpitante, al rojo vivo. El violador sabía perfectamente lo que hacía, recorría mis depilados labios mayores despacio, con desesperante parsimonia, una y otra vez. Podía ver sus dientes perfectos sonreírme bajo el pasamontañas. Tan solo sus ojos podía verle, unos ojos cafés, fríos, distantes, intimidantes.

Si te metiera la mano entre la pusa, ¿la encontraría mojada perra? – me preguntó, sabiendo perfectamente que con su mano ahogándome no iba a poderle contestar – ¿no decís nada?… bueno, miremos… – metió uno de sus dedos asquerosos dentro de mis labios, colándolo hasta tocas mi vagina, luego los sacó, brillantes de fluidos, me sonrió y se los llevó a la boca – ¡Estás empapadísima perra, más que mojada!… ¡Mírenla como esta de caliente! – les dijo a los otros, que se pusieron a silbar y a celebrar con groserías e improperios – Estás gozando cabrona… ¿no que tan decente, no que no querías?… todas son iguales, al final todas son unas perras…

El hijo de puta continuó hurgándome el sexo con ese ritmo insoportable, se tomaba su tiempo entre las idas y venidas de sus dedos sobre mi vulva, poniéndome al borde del orgasmo. Su mano sobre mi cuello seguía asfixiándome, tenía la cara totalmente enrojecida y de mis ojos caían gruesas gotas. Pero aquello ya no me interesaba, ya no me importaba, solo existía el placer, esa necesidad enferma de ser saciada y ese gozo perverso de sentirme obligada, ultrajada, y degradada.

El tipo se reía como un tonto, con una risa estúpida y un, seguramente, enorme gesto de malévolo orgullo, feliz y satisfecho de haberme convertido en su juguete. Podía escuchar sus jadeos y su agitación, estaba calentísimo, podía sentir el aroma de su aguardentoso aliento, que en ese momento me parecía casi como una loción. Supe que ya no había razón para oponerme, por lo que terminé por relajar mis piernas y abrirlas más para él.

¡Je, je, ya no aguantás más, ¿verdad perra?! ¡Ya no soportás más sin que te coja duro, ¿verdad puta?! ¡Ja, ja, ja… nos topamos con una verdadera perra muchachos!

De un solo me metió hasta 3 dedos dentro de mi sexo y empezó a cogerme con fuerza con ellos, metiéndolos y sacándolos sin tregua, estremeciendo todo mi cuerpo. Me soltó el cuello y yo comencé a gemir y a berrear sin control.

¡¡¡AAAAGGGHHHHH!!! ¡¡¡OOOOUUUHHHHHH!!! ¡¡¡AAAAAARRRRRGGGGHHHH!!! – poco me importó que me estuviera violando solo existía ese enorme placer y esa terrible necesidad de ser aplacada.

Se me quitó de encima, yo ya no hice nada por cerrar las piernas, es más, se las abría lo más que podía para no dejar de sentir sus dedos entrando y saliendo de mi interior a toda velocidad. Se arrodilló a mi lado sin dejar de violarme con los dedos, se bajó la bragueta de sus pantalones de lona celestes y se sacó la verga… ¡Dios mío, qué miembro tenía ese desgraciado, ahora si logré verlo con total claridad! ¡Aquello era imposible, esa talega le debía medir por lo menos unos 25 cm y varios de ancho! ¡Era del grueso de mi antebrazo y estaba rígida como un hierro!

¡Chupámela perra y más te vale que no la mordás o te vas a arrepentir toda tu vida!


A pesar del miedo que me daba esa monstruosidad me sentí muy excitada mirándola y, como una autómata, abrí la boca y dejé que me la metiera. Como pude empecé a besársela, a lamérsela, llenándome la boca de esa asquerosidad, fuertemente sujeta de las manos por un tercero, con la blusa abierta y el brasier abajo, enseñando mis gigantescas chiches blancas con sus excitados pezones erectos; y con la falda en la cintura y 3 dedos ensartándome para mi placer y deleite.

Empecé a lamérsela desde la punta hasta la base, pasando por todo el tronco y alternando la mamada con unos largos lametones. Me hizo acariciarle las bolas y chupárselas también, para luego retomar la felación e intentar metérmela. Lo hacía todo por instinto, pues no pensaba en nada, tan solo sentía. Lo peor de todo es que aquello me excitaba, a pesar de la humillación y del miedo… o más bien, gracias a la humillación y el miedo.

Sentía su paloma caliente y palpitante entre mis labios, con tantas venas moradas surcándola. Me agarro del pelo y me la ensartó hasta donde esta topo, volviendo a cortarme la respiración pues me la trabó hasta la garganta. Poco a poco inició un leve movimiento de cadera, adelante y atrás, cogiéndome la boca con todo el placer y tranquilidad del mundo. Supongo que empezó despacio solo para asegurarse que no se la iba a morder, pues pronto ese ritmo fue aumentando en velocidad y potencia. En menos de un suspiro me estaba cogiendo la garganta como un loco, sin dejar de traspasarme sus dedos entre mi sexo, también como un loco. Estaba alucinando, enloquecida de placer, y apenas sin poder gemir, más que guturalmente, estallé en uno de los orgasmos más fuertes que tuve hasta ese momento. Mi violador tampoco aguantó por mucho más tiempo y, sin dejar los movimientos de émbolo, acabó a chorros dentro de mi boca en medio de fuertes gritos de placer.

¡¡¡AAAAGGGHHH!!! ¡¡¡AAAAGGGHHH!!!… ¡¡¡AAAAOOOOUUUUUUUGGGHHH!!! – rugió, metiéndome más todavía su largo y poderoso miembro viril, inundando de leche mi boca – ¡¡¡¡UUUUUUUUOOOOOGGGGGGGHHHHHH!!!!

Como no dejaba de taladrarme casi todo su semen se me escapó por los labios, esparciéndose en mi cara y cuello. Yo tenía los ojos cerrados y apretados, lagrimeando constantemente por la falta de aire y por la sensación de tener esa cosa tan adentro. Les juro que no podía respirar, que me dolían las muñecas y me ardía la vagina (no era nada delicado con sus dedos), pero lo estaba gozando como una verdadera cerda.

El hombre se detuvo jadeando, casi temblando. Me sacó la verga y yo empecé a toser, escupiendo gran cantidad de semen que fue a dar a mis pechos y al suelo. Me dejó, alejándose un poco y el otro tipo me soltó las muñecas. Se me quedó viendo, orgulloso de verme allí, semidesnuda, tirada en la alfombra, sudada y con la cara llena de semen… rendida, sometida y con el sexo empapado y aun necesitado de atenciones.

Je, je, je, sos una perra genial… pero ni creás que ya acabe contigo, apenas estoy empezando… – me dijo.

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

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