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Devoradora (02)

en Hetero: Infidelidad

Capítulo II

Me dejó medio muerta, tan relajada que parecía que estuviera inconsciente, tirada sobre el sillón, desnuda y empapada en sudor, desparramada con las piernas abiertas y con mi vagina y vulva pletóricas de semen que manaba borbotones. Sentía una honda sensación de bienestar, como si por fin hubiese satisfecho un profundo deseo reprimido, un deseo que me carcomía. Luego, tras recobrar el uso de la palabra, tan solo pode decir: "¡Gracias!, nunca en mi vida me habían hecho el amor así…", pero entonces recordé a mi esposo y a mis hijos, y una honda soledad me atrapó en los brazos de ese hombre que hizo conmigo lo que se le dio la gana.

Mario se levantó y se puso a arreglarse la ropa como si yo no estuviese allí, yo me enderecé un poco y cerré las piernas, tratando de cubrirme los senos y de recuperar un poco de dignidad. Él ni siquiera me veía cuando me habló:

¿Para qué te vas a cubrir Debi, si ya me sé de memoria todo lo que tenés bajo la ropa?

Es pudor…

¿Y todavía te queda?

Soy una mujer casada y con hijos y esto no debió pasar…

Pero pasó Débora, – dijo, clavándome sus fríos e intimidantes ojos – te entregaste a mi como la perra que sos… otra vez.

¡No me digás eso, ¿no te basta con tenerme así?, ¿también me querés humillar?!

Pero Debi, Debi… a ti te gusta ser humillada…

¡No, mentira! – le dije poniéndome de pié y tratando de correr hacia mi habitación, pero me detuvo ni bien me levanté.

¿A dónde vas? ¡Sabés muy bien que tengo razón Débora, te encanta ser humillada!

Lo empujé y lo golpeé con todas mis fuerzas, lanzando inútiles manotazos en un desesperado intento de zafarme. No le hice ni cosquillas, me logró arrinconar en el sillón sin mucho esfuerzo y besándome con fuerza me tomó de las muñecas poniéndomelas sobre la cabeza, con una sola de sus manos me las sujetó mientras que con la otra me empezó a manosear.

Me agarró las tetas con fuerza, apretándomelas y pellizcándome los pezones. Luego bajó y la metió entre mis piernas, las que luchaba por mantener cerradas. Pero él, ágilmente, me metió ambas rodillas entre ellas, dejándome abierta e indefensa. Empezó a meter sus dedos dentro de mi pusa mojada y rebosante de su propio semen. ¡Qué sensación!, de nuevo mi cuerpo reaccionó por su cuenta y yo perdí el poco control que me quedaba, antes de darme cuenta ya estaba aferrada a sus labios, comiéndomelo a besos, chupando y saboreando su lengua, y cuando se le daba la gana, chupándole los de dedos llenos de leche y de mis propios flujos.

Aprovechó mi estado de trance para pegarse más a mi y ponerse a restregar su gran verga, de nuevo tiesa y parada, contra mi sexo indefenso y sediento, que cada vez palpitaba más. Liberó mi boca y se me quedó viendo a los ojos, disfrutando de mis expresiones de ansiedad, casi de angustia por no ser empalada de una vez, regocijándose con mis jadeos y gemidos, con convertirme de una esposa ejemplar a una ramera suplicante de verga.

¿La querés adentro perra?

Si… si la quiero…

Pedímela entonces…

Dámela, la quiero Mario, cogeme con furia… – le comencé a suplicar.

Mmmm… no me convencés…

¡Por favor, te lo suplico, cojéeme, dame duro, como a mi me gusta!

Seguís sin convencerme Debi…

¡La quiero adentro, barrename las entrañas!… ¡¡Me estoy muriendo por que me usés!!

¿Qué te use como qué?

¡Cómo lo que tú querrás!

No Débora, ¿qué te use como qué? ¡Decímelo, perra!

¡Cómo a una perra, como a un animal, una cosa, un objeto!

¡¿Por qué, decime por qué?!

¡¡¡PORQUE ME GUSTA, PORQUE ESO ES LO QUE SOY, UNA PERRA, UNA SUCIA Y ASQUEROSA PERRA A LA QUE LE GUSTA QUE LA ROMPAN!!!… ¡¡¡TU PERRA!!! – eso era exactamente lo que quería escuchar y como me quería ver, rendida y sometida a él.

Repetímelo, volvémelo a decir…

¡¡¡SOY TU PERRA, SOY TU PERRA!!!

Entonces demostrámelo…

¡¡¡LO QUE QUERRÁS, PEDIME LO QUE QUERRÁS!!! – volvió a besarme, yo ya no tenía fuerzas para negármele, pero él tenía otros planes para mi ese día.

Entonces vas a tomar mi pantalón y mi camisa los vas a lavar hasta dejarlos bien limpios. Luego los metés a la secadora y me lo devolvés porque te orinaste en ellos, cerda. – ¡no lo podía creer, qué vergüenza, el orgasmo que tuve cuando me cogía en el aire había sido tan duro que provocó que me orinara!, ahora si me sentía la perra más sucia del mundo.

Despacio y con parsimonia se desvistió, su pantalón y calzoncillo estaban mojados con mi orín. Su camisa también estaba manchada, y sus calcetines y zapatos, por lo que en menos de un minuto Mario se había quedado completamente desnudo. No pude evitar contemplarlo impresionada de su imponente físico, mientras prendía la televisión y se ponía a ver deportes. Medía como 1.78, era delgado pero atlético, muy fuerte, su piel era morena, sus ojos miel, su pelo negro y ondulado y su cara hermosa, de rasgos finos y varoniles, muy atractivo.

Recuperé un poco la compostura y me dirigí a la lavandería con su ropa, la metí a la lavadora y la dejé funcionando, luego tomé un trapo y comencé a limpiar sus zapatos, de una cara marca española. Se me ocurrió subir a mi habitación por un poco de pasta para zapatos y lo hice, cuando regresé se los comencé a aplicar. Y ahí estaba yo en la sala, sentada en el sofá grande en un rincón, desnuda y lustrando afanosa y solícitamente los zapatos de mi amante.

Me hizo gracia, me sentí de nuevo como la quinceañera tonta que ese infeliz sedujo hacía más de 10 años. Mis padres, con mucha razón, no querían que lo viera, pero a esa edad el corazón es un potro desbocado azuzado por las hormonas, los desobedecí y anduve con él casi un año, tiempo más que suficiente para que pudiera hacerme cuanto se le dio la gana. A él le entregué mi virginidad, le dediqué mis primeros gemidos de amor y placer, mis primeros gritos de lujuria y éxtasis y mis primero alaridos de dolor. Mario hizo de mi lo que se le dio la gana, me hizo las cosas más sucias y denigrantes y yo no tenía cómo escaparme de él. Al final se fue con una señora viuda y rica y me dejó con la certeza de no haber sido para él más que una cosa, un juego de temporada y con un profundo vacío en mi interior que no podría volver a llenar, fue mucho lo que me quitó, mi inocencia entre otras cosas.

En ese momento traté de razonar, ¿qué estaba haciendo allí, lustrándole los zapatos como una esclava, desnuda, sudorosa, con la vagina aun rebosante de su semen? Yo no era así, pero de verdad, créanme, había algo en él que no me dejaba reaccionar, que no le permitía a mi razón imponerse a la tremenda lujuria que ese hombre despertaba en mi, les juro que hasta parecía un poder sobrenatural. Luego no pude evitar recordar a mis hijos y sentirme peor… si, si, ya sé que de nada me servía eso, igual estaba sirviéndole de puta a ese tipo, pero en el fondo seguía siendo una mujer decente. Empecé a llorar, no me merecía esto. Mario se dio cuenta…

¿Estás llorando por el gusano feo de tu esposo? – me preguntó, no le respondí – Leonardo es que se llama, ¿verdad Bueno, si le quemás el rancho de esta forma será que no te tiene satisfecha… yo solo digo que una mujer enamorada y decente no hace estas barbaridades. – ¡maldito!, solo quería mortificarme más – Veo que estas dejando muy bien mis zapatos… pero hay otra cosa que necesita ser lustrada, vení Debi… – se puso de costado pata que le pudiera ver esos duros y gruesos 23 cm que me ponían a aullar.

En un último destello de dignidad y fidelidad, alcancé a decir "no, ya no quiero más", pero fue solo eso, un último destello que fácilmente fue vencido. Se puso de pié y se sentó a mi lado, colocó una de sus manos sobre mi muslo y sentí que me quemaba con apenas esa acción:

¿Ya vez Débora?, te calentás tan solo con ponerte la mano en un muslo… sos una perra.

Me acarició el pelo y me paralizó con esos hermosos ojos miel, penetrantes y fríos, me tuvo nuevamente indefensa entre sus garras. Nos acercamos sin decirnos nada y nos besamos con lengua apasionadamente. Me tomó por la nuca para aprisionarme cerca de él y yo le di libertad para hacerme lo que quisiera. Nos separamos, me apoyó en el asiento y empezó a manosear mi cuerpo, en especial sobre las voluptuosas formas de mis mamas y mi trasero. Metió sus manos entre mis piernas, separándomelas y acariciando el contorno de mi mojada y palpitante vulva ansiosa. Más arriba, pasaba su lengua por mi cuello, despacio, dibujando figuras y yo me derretía cada vez más. Tomó mis grandes y firmes tetas y las miró con excitación por un rato, siempre le habían encantado, tomó un pezón entré sus labios y luego el otro, sin prisa, con suavidad, probando mi delicado sabor de hembra caliente, de hembra de verdad.

Y yo temblaba con cada nueva caricia que me hacían descubrir nuevas sensaciones. En mi memoria se sucedían una tras otra las imágenes mías siendo violada por este mismo hombre, hacía tantos años, observando y sintiendo excitadísima como abusaba de mi y luego la primera vez que me entregué a él, me recordaba sucia, tan solo abriéndole las piernas para que hiciera conmigo lo que se le diera la gana. Al final recordé lo que me había hecho hacía apenas 5 días, la forma en que me tomó, cómo fue que me hizo volver a caer luego de más de 10 años.

Sus manos bajaron por mi espalda acariciándomela al mismo tiempo que me besaba lento, dulce, amoroso, ganoso. Me rodeó de la cintura y me pegó a él, el beso aumento en pasión, fuerza y deseo. Y en un loco arrebato de lujuria de mi parte, mis labios se pegaron a su pecho duro, musculoso, lampiño, separándome de inmediato llena de vergüenza, él solo rió divertido.

Lentamente me acomodó sobre el sofá, depositándome boca arriba y a lo largo. Me dio un largo beso que fue bajando por mi barbilla y cuello y continuó por entre mis senos, entreteniéndose en ellos un rato, para luego seguir por mi abdomen plano hasta terminar en mi sexo al rojo vivo. Nada me había hecho estremecer tanto en la vida como cuando el me hacía sexo oral, y ese día temblé entera cuando comenzó a besar suavemente esa área oculta y restringida, solo con sus labios mientras yo me derretía más todavía. Instintivamente trataba de cerrar las piernas en torno a esa cabeza rubia, que con paciencia me abría por los muslos para hacerse espacio y saborearme mejor, aunque estuviera llena de su semen aun.

De los besos, Mario pasó a las lamidas largas e intensas, sentir su lengua como hurgaba cada recoveco de los pliegues de mi intimidad me estaba elevando rápidamente. Sus labios tomaron mi clítoris y lo atacaron sin piedad, presionándolo, lamiéndolo, estrujándolo, mordisqueándolo. A esas alturas yo ya estaba más que fuera de control, ni me había dado cuanta de cuando había empezado a gemir.

Me condujo hasta donde quería, ese punto en donde las reacciones se hacen enormes. Se incorporó, se arrodilló en medio de mis piernas abiertas, su verga parecía un fusil, tiesa, con líquidos lubricantes en la punta, mirando al techo. Se tendió sobre mi, dispuesto a penetrarme inmediatamente. Lo hizo lento, disfrutando cada sensación que mi conducto vaginal provocaba en su sensible glande. Me encontró hirviendo, en medio de una calentura más allá de todo lo que conocía. Entonces su miembro, tan largo y grueso, entró fácilmente hasta el fondo y comenzó un lento movimiento de émbolo, meneando las caderas y rodeándome con sus fuertes brazos, haciéndome sentir atrapada y sin posibilidad de escape.

Poco a poco, la velocidad y fuerza de sus embestidas fueron aumentando hasta hacerme sentir como si me bombardeara con una bazuca, su larga vara se enterraba tan profundo en mi ser que sentía como si me llegara hasta el útero. ¡Era delicioso!, todo su peso oprimiéndome, privándome suavemente de aire pero sin llegar a asfixiarme y esa verga deliciosa haciéndome pedazos, literalmente haciéndome pedazos.

Ni me di cuenta de cuando dejé de gemir y empecé a aullar como una auténtica perra. Pocos minutos pasaron antes que, en medio de un orgasmo que me dejó casi inconsciente, más muerta que viva y que provocó que me volviera a orinar, me empezara a revolcar como una lombriz en el asfalto. Me había entregado como no lo había hecho a hombre alguno en mi vida, en cuerpo, alma y mente. Y luego, cuando los estertores de mi violento clímax cesaron, él salió de mi y se tendió a mi lado, viéndome agitada, cubierta de sudor y con las piernas abiertas. Rompió entonces el encanto y la magia para expresar un pensamiento muy profundo:

Quiero darte por el culo…

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

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