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Beatriz 05

en Grandes Series

Beatriz

Capítulo V

Esa noche no pude dormir, estaba muy inquieta, caliente (aunque no lo quería admitir, claro). Mi cuerpo ardía recordando lo que Hilda y ese desconocido le hicieron a Gisel, no me podía sacar de la cabeza el cuerpo bellísimo de la muchacha. Además, esa fuerza extraña que me detuvo en la puerta y la forma tan rara con que creí ver que Hilda me veía me tenían tensa, desconcertada. Y las voces, ¿qué eran esas voces?

Aun sudorosa y jadeante me acosté, me sentía mal, sucia. Yo no era así, siempre fui una mujer de mi marido y de mi casa, esas cosas no iban con conmigo. Sentí que le había sido infiel a Fer y me sentí como una puta… aunque el ya estuviera muerto. Lloré toda esa noche, estaba mortificada, ya que, aunque me avergonzaba de lo que hice, lo había disfrutado mucho. Luego caí envuelta en una nube de sueño profundo, más no sereno, ni en mi sueño tuve paz esa noche.

"Me vi entrando a una sala, las paredes estaban negras, llenas de retratos distorsionados. Adentro el ambiente estaba caldeado, húmedo, denso. El aire abrasaba a pesar de estar mojado, era pesado de respirar… de todas maneras la agitación reinante no permitía respirar bien…

¡¡¡¡AAAAAAAHHHHHH!!!! – gemían todos, en una maraña de cuerpos ardientes, manos, brazos y piernas, humedad y saliva.

En el centro estaba una mujer madura que se meneaba y revolvía como un gusano en medio de 3 tipos, quienes la manoseaban sin pudor. Su cabellera castaña aparecía desordenada y revuelta, empapada en sudor, adhiriéndosele sensualmente a su voluptuoso cuerpo, también empapado, pegándosele sobre la piel de su espalda, cara, pecho y sus gigantescos senos. No me pregunten cómo sabía tanto de ella, pues en realidad no lograba distinguir su rostro.

Era un extraño sueño, pues a pesar de serlo yo podía moverme y pensar a mi total voluntad. No me quise quedar mirando a esa perra mover en círculos su redondo y gran trasero y empecé a deambular por allí. El recinto estaba lleno de cuerpos desnudos y manos recorriendo pieles ajenas, sin diferenciar entre hombres y mujeres. Era una orgía en la más extensa definición de la palabra, una fiesta en donde los platos principales eran cuerpos desnudos, marinados en sudor, y el vino era saliva y semen. Quise saber quién era el homenajeado, pues por estar sentado en una especie de trono, presidiendo todos los juegos lúdicos, pensé que aquello era una especie de homenaje a el, o por lo menor que todos cogían en su honor.

Allí estaba, sentado… ¿o sentada? (no podía distinguir ni su sexo), frente a todos. 2 desconocidos estaba de pié a sus lados. Me veía, sentía que me veía aunque no lograba ver sus ojos. Entonces, una extraña vos apareció en mi cabeza. Me repetía lo mismo:

Beatriz, Beatriz…

¿Qué? ¿Quién es? – respondí.

Hola Beatriz…

¿Quién es, quién me habla?

Beatriz…"

Desperté en ese momento, sobresaltada, cubierta de sudor y con el corazón a mil. ¡Me estaba volviendo loca, ese sueño no era solo un sueño cualquiera! ¡Algo muy malo me estaba pasando!

A la mañana siguiente las cosas pasaron como si nada, con toda la normalidad del mundo, era yo la que no andaba normal. Deambulaba por la casa sin enterarme de nada como un zombi, suerte que Ixcamil fuera tan eficiente. A media mañana fui al mercado y regresé como una hora después. La casa estaba vacía y muy callada, mucho, no parecía que viviera alma alguna en ella. todos mis huéspedes se encontraban en sus quehaceres diarios y tan solo estábamos Gisel, Ixcamil y yo. Salí al patio a caminar, me gusta tomar el sol de la mañana entre las hermosas flores que cuidaba esmeradamente. Entonces escuché un ruido al fondo, en los baños, alguien se estaba bañando. "Seguro es Gisel", me dije, recordando que ella siempre se bañaba a esa hora.

Me quedé pensativa y se me ocurrió una mala idea, algo que jamás me habría pasado por la mente antes, no sabía porqué ahora. Caminé hacia los baños, mirando a todas direcciones por si alguien aparecía. Comprobé que solo era una persona la que se bañaba, así que me asomé a un hoyito en la madera de la puerta. ¡Efectivamente era Gisel! La hermosa jovencita bañaba meticulosamente su cuerpo, un cuerpo que me dejaba sin aliento. La linda quinceañera dejaba correr los chorros del fresco líquido sobre sus blancas carnes, de senos pequeños pero firmes, con los pezones rosados y paraditos como los de una niña. No medía más de 1.65, tenía piernas eran largas y torneadas, caderas estrechas con un trasero chiquito, pero firme, suave y bien paradito. Era, desde todo punto de vista, una obra de arte de la naturaleza.

Yo tenía la boca abierta sin saber porqué (no me consideraba lesbiana), apenas si respiraba, mis ojos estaban abiertos como grandes discos y mi expresión era de idiota, por mi mente pasaban una y otra vez las escenas vistas la noche anterior. Justo en ese momento comenzó a secarse con una toalla y yo opté por una prudente retirada, alejándome mientras miraba hacia todos lados.

Me encerré en mi cuarto, estaba muy sorprendida, nunca había visto un cuerpo como ese… bueno, si, y mejor, el mío. Recordé las caras que ponía mi marido cuando me veía desnuda, Fer abría los ojos como platos, nervioso y emocionado. Y yo con mi carita de niña malcriada, mis ojos verdes profundos y mi cabello castaño jugando libremente con el viento. Pero desde que él se fue ya no me sentía bella, mucho menos deseable. Aunque a mis 50, seguía siendo una mujer muy hermosa que no tenía nada que envidiar a esa niña, pues yo sí estaba llena de carnes, de hecho mi cuerpo era muy voluptuoso, demasiado creo yo, con grandes caderas, nalgas muy carnosas y senos enormes, era la envidia de los amigos de Fer.

Recordé su hermoso falo, tan grande y duro, Fernando era un semental, su gorda verga medía 20 cm., con grandes venas que la recorrían completo. Recordé cómo me acariciaba cuando me quería llevar a la cama, me abrazaba y me tomaba de mis 2 hermosas nalgas blancas y rosadas, duras y bien paradas, preludio de unas piernas firmes y fuertes de hembra guatemalteca. El siempre estuvo especialmente orgulloso de los atributos físicos de su mujer, pero más de mi forma de ser, pues yo no me metía un bocado a la boca si él no había comido ya.

Sin quererlo, mi entrepierna despertó recordando viejas glorias, mi vulva comenzó a extrañar ese pene que tantas satisfacciones le había dado y que yo idolatraba. Empecé a sentirme incómoda bajo mi vestido, necesitaba de un hombre pero no había. Traté de ignorar esa sensación, pero no podía, estaba muy caliente, era algo más allá de mi control. Eso me avergonzaba y preocupaba, pero más porque no me podía sacar de la cabeza la hermosa figura de la canchita y yo no era ninguna "hueca", siempre me consideró normal (en Guatemala les decimos "canches" a las personas blancas y de cabellos claros).

La noche llegó y yo seguía ardiendo, vi a la hermosa Gisel un poco mal, afiebrada, además parecía que se le bajó la presión, iba a tener que estar pendiente de ella. Así me lo confirmó Ixcamil, quien también la veía mal.

Si te sentís mal, me vas a tocar la puerta de mi cuarto, ¿si? – le dije a la canchita.

Si señora, gracias.

Bueno, a dormir. – apagué las luces de la posada y me fui a mi habitación.

Pasé frente a una puerta que daba al sótano, en donde tenía amontonados, no guardados, un montón de cachivaches y cosas viejas que no me animaba a tirar. Un fuerte ruido me sobresaltó, parecían ser pasos, como que alguien se hallaba caminando allí abajo. Me quedé muy asustada, mucho, hasta que oí un agudo chillido, precedido por un fuerte ZAP.

¡Je, je, je, una rata cayó en una trampa! – me dije aliviada, tratando de creerlo y tranquilizarme, de todas maneras la puerta estaba cerrada con llave por fuera.

Entre a mi recámara y cerré con llave, luego me desvestí. Noté que mi pulso estaba muy acelerado y mi calzón muy húmedo. Me lo quité y me lo llevé a la nariz, sentí ese característico aroma de hembra embramada. No me desagradó el olor, pero no me gustó la idea de haber sido yo quien lo mojara de tal manera. Lo puse en el cesto de la ropa sucia.

Estaba desnuda, caminé hacia el ropero pasando frente al espejo de cuerpo entero. De reojo me vi, retrocedí sin saber bien por qué. Me quedé contemplando mi hermoso cuerpo por un rato, "no estoy tan mal" me dije. Aun tenía unos senos que seguían peleados con la fuerza de la gravedad, y eso que ahora eran mucho más grandes que antes. Recordé la manera como mi marido le gustaba chupármelos y como me encantaba. Bajaba los tirantes de mi camisón hasta descubrírmelos, luego los acariciaba tiernamente con sus manos rozándome los pezones con delicadeza, que, por lo general, ya estaban bien paraditos. Luego empezaba a apretar un poco, le gustaba ver como se le rebalsaban por entre los dedos, mis senos son demasiado grandes como para poder abarcarlos enteros con una mano… incluso con las 2. Y cuando se los llevaba a la boca era ver la gloria, pues el empezaba lamiendo mis botoncitos, luego los succionaba un poco hasta terminar rozándolos con los dientes. Esas sensaciones me ponían como una turbina y me dejaban completamente entregada a lo que el quisiera hacerme después.

Para ese momento, en la realidad, yo ya estaba tirada sobre la cama, con los ojos cerrados y sintiendo de verdad la boca de mi esposo pasar sobre mis sensibles globos del amor. De verdad podía sentir sus manos recorrer mis hermosas chiches, de verdad las podía sentir acariciándolas, con su calidez y delicadeza, casi podía oler el aroma masculino de quien en vida fuera el amor de mi vida, y al que, aparentemente, jamás podría olvidar. Incluso podía hasta escuchar sus susurros, sentir su dulce aliento sobre mi rostro recitar una y otra vez una sola palabra que no alcanzaba a comprender: "Vorandemur, Vorandemur"…

Entonces alguien tocó a la puerta y me sacó de la nube en que volaba. Me levanté sobresaltada de la cama, aquellas caricias, aquel aroma, ese aliento y esa voz habían sido demasiado reales, demasiado como par ser solo fruto de mi imaginación… pero no había nadie más en mi cuarto, y la puerta aun tenía llave.

Doña Beatriz… doña Beatriz… – decía débil una voz femenina.

¿Si? ¿Quién es? – pregunté yo.

Gisel… me… me siento mal… ¡plom! – escuché un golpe sobre la puerta y me paré rápido a abrir, la encontré tirada.

¡Nena! – grité y la traté de poner de pié, estaba ardiendo en fiebre.

No sabía que hacer, así que hice lo que me pareció mejor y más seguro… ir por Jorge. Como nuestras casas colindan, nuestros patios están separados apenas por una alambrada, con una puertita que nunca tenia llave. Rápidamente corrí hacia el su casa llamándolo a gritos, él me oyó y salió a ver qué me ocurría… se quedó con los ojos cuadrados al verme, pues aun estaba desnuda.

¡Jorgito, Gisel se está muriendo de la fiebre!, por favor, andá por el doctor.

Inmediatamente salió corriendo en busca del doctor, un afable viejito que me había atendido a mi y a Fer y a todos nuestros hijos desde hacía años. Mientras, Ixcamil y yo subimos a Gisel a mi cama, la acostamos y abrigamos, entonces caí en la cuenta que estaba completamente desnuda y con la pusa mojada. Roja como un tomate me puse un diáfano camisón, nada más. Poco después llegó Jorge, pero no con don Andrés, el médico, sino con su hijo Esteban que también era doctor. Revisó a la nena y le dejó unas pastillas.

– Si en una hora no le baja señora, me vuelve a llamar y la llevamos al hospital.

– Si esteban…

– Esta niña está muy delgada, demasiado… tiene que subir de peso…

– Si, si claro… le he dicho que coma pero nunca tiene hambre.

Y perdone que mi papá no halla venido, pero es que la artritis los mata por las noches.

Si, me lo imaginé, pero gracias por venir Esteban.

De nada señora, de nada. – y mientras le decía esto, no podía dejar de verme las tetas que se transparentaban a través de mi delgada prenda, me sentí muy incómoda.

Jorge me miraba igual, pero este, por lo menos, trataba de ser más discreto… aunque no le salió, ¡hombres! También se despidió y me dejó sola, sentada junto a la nena a la que le acariciaba el cabello. Eso me recordó cuando mis hijos se enfermaban, por lo general pasaba las noches a su lado. Acariciaba su cabello y jugaba con el, la fiebre estaba menguando y la muchachita se ponía mejor. Pero su sueño era tan profundo que comenzó a hablar dormida.

¡No papi! ¡No! – decía ella, yo solo escuchaba – ¡Ahora no papi!… ¡Papi!… ¡Papi!… ¡Paaaaapiiiiii… mmmm!… si haceme esas cositas… – me di cuenta de por donde iban los sueños de la niña, me chocó muchísimo que se refiriera a el como su papi – Mmmm… mmmm… mmmm… – gemía Gisel.

Esos cachondos gemidos volvieron a moverme el interruptor de excitación, sentí envidia y deseé ser yo quien estuviera gimiendo como si estuviese pariendo enanos, si Fer estuviera vivo, claro… me reí de mi ocurrencia y me puse roja. Entonces, Gisel empezó a moverse a mi lado, se llevaba las manos a sus pequeños pechos y los restregaba. Metía las manos bajo su blusón y se apretaba los pezones, en menos de un santiamén ya tenía las chiches de fuera. Eso ya no me causó tanta gracia y traté de volverla a tapar, pero luego se subió el blusón, dejando a la intemperie un sexo peladito que empezó a restregar, ahora definitivamente no me gustó nadita de nada.

Forcejeando con ella estaba cuando las manos de la niña se posaron sobre mis senos gigantes y los comenzaron a estrujar. Me quité esas manos intrusas, pero no los deliciosos escalofríos que recorrieron mi espalda. Gisel debió confundirme con su "papi" porque se puso a manosearme semi desnuda como estaba. De pronto me pegó un jalón y me tiró encima de ella, yo seguía tratando de liberarme de esa calurosa muchacha pero no podía, sus manos buceaban debajo de mi camisón, aferrando mis senos y pellizcándome los pezones. Me di cuenta que ella ya no me confundía con su "papi", pues esas caricias solo podían hacerse a otra mujer.

Por más que trataba no me podía liberar, pero, sin darme casi cuenta, poco a poco dejé de ejercer resistencia, lo empecé a disfrutar. Era de ese placer prohibido, que en el momento sabemos que no debe ser, pero que nos dejamos llevar inevitablemente. Es más o menos igual a cuando una quinceañera tiene relaciones sexuales por primera vez con su novio, después de empezar como solo un relativamente inocente escarceo que creció en calor y lujuria. Ella sabe que no lo debería estar haciendo, pero la voz de la razón es acallada en ese momento.

Al final me quedé abrazando las manos traviesas de Gisel, que recorrían con maestría todos los resquicios de mi escultural cuerpo. La dejé levantarme el camisón y quitármelo, la dejé amasarme los senos y pellizcarme los pezones. Me dejé meter las manos en medio de las piernas, donde Gisel buscó y encontró mi clítoris que apretó y empezó a restregar. Estaba en blanco, fuera de mi misma, como en otro mundo. Empecé a jadear y a gemir sin querer, mis genitales se inundaban y mi aliento se mezclaba con el suyo, pues nuestras caras estaban muy cercanas.

Automáticamente estiré mi mano y la metí entre sus piernas sin pensar, empecé a frotar su sexo, me di la vuelta y le agarré las chiches. Gisel, dormida completamente, hizo al frente su boca y atrapó mis labios, nos besamos largo y profundo, apasionadamente. Las 2 empezamos a gemir, presas de un placer indescriptible. La niña me empezó a chupar las tetas, yo respondí acariciando su cabeza y su cabello.

Las 2 teníamos las manos metidas en el sexo de la otra, por lo que casi al mismo tiempo sentimos los espasmos deliciosos del orgasmo, convulsionándonos como gusanos. Pero no paramos, Gisel aun no dejaba de tener ese extraordinario sueño húmedo (¡vaya modalidad de sueño húmedo!) y yo no regresaba del trance en el que había caído. La muchachita me agarró de las nalgas y me jaló, poniendo mis caderas sobre su cara. Yo solo me acomodé y me dejé caer, instintivamente, sobre la boquita abierta de la muchacha, que sacaba su lengua.

Entonces volteé y se topé con una figura que me heló los huesos. Vi a Fernando, parado en una esquina de la habitación, mirándome atentamente. Su rostro inexpresivo no decía reprobación ni nada, solo miraba a su esposa cabalgar sobre la lengua de una jovencita. Me asusté mucho al principio, me dio una vergüenza horrible que el me hubiese visto así, pero igualmente el morbo que sentía creció y ya no me pude detener. Movía las caderas sobre la carita de la nena cada vez más rápido, mientras metía una mano entre sus piernas. Y en ningún momento dejé de ver a mi marido, que continuaba impasible viéndome sin decir ni una palabra.

Aceleré los movimientos de mis caderas y mis jadeos y gemidos se hicieron muy ruidosos sin que lo notara. Con mi mano libre agarré fuertemente uno de mis senos y me puso a estrujarlo, a pellizcarlo. El sudor caía de mi frente y mojaba todo mi hermoso cuerpo, mientras mi otro seno se estremecía de una manera erótica. Y así rompí en un poderoso orgasmo, superior al anterior, que se unió al que Gisel ya estaba experimentando.

Me derrumbé de espalda sobre Gisel, me di la vuelta y quedé acostada boca abajo sobre ella, con la cara frente al sexo de la niña. El olor a hembra que ella emanaba me embriagó, y poco a poco fui perdiendo el sentido. Cerré los ojos mirando a mi amado esposo, aun parado allí, mirándome inexpresivo, y estirando la mano para tratar de alcanzarlo. Luego, ya no supe más de mí…

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

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Perro de Alquiler (10)

De esposa ejemplar a ramera empedernida (19 Final)

Perro de Alquiler (09)

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De esposa ejemplar a ramera empedernida (01)

Amor de Hermanas (03)

Amor de Hermanas (02)

Amor de Hermanas (01)

Toda una Valkiria

Revolcado entre el Bosque

El Amigo de mi Esposo

Noche de Bar

Las Playas de Monterrico (02)

Las Playas de Monterrico (01)

Nos dejamos llevar

Mi Esposo se Entregó (03)

Mi Esposo se Entregó (02)

Mi Esposo se Entregó (01)

Poder entre mis Piernas

Negro Semental Mío (4)

Negro Semental Mío (3)

Negro Semental Mío (2)

Negro Semental Mío (1)