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Beatriz 11

en Grandes Series

Beatriz

Capítulo XI

Je, je, je, sos una perra genial… pero ni creás que ya acabe contigo, apenas estoy empezando… – me dijo el tipo que me estaba violando.

Volvió a meter su mano entre mis piernas, ni pensé en cerrarlas, tan sometida me tenía. Con sus dedos pulgar e índice tomó mi clítoris y lo empezó a frotar, primero con suavidad pero pronto con fuerza, mientras que su otra mano llegó a mis tetas para volver a tocármelas y ponerme los pezones duros otra vez. Mi cuerpo no tardó en convulsionarse ante el implacable frote que me estaba prodigando. Y por si fuera poco me puse a gemir sin control como una perra. No podía caer más bajo, pensé, no podía volverme más sucia, más degenerada que esto. Y más cuando volví a estallar en un orgasmo.

¡¡¡AAAAHHH, AAAHHH, NOOOOOHHH!!! ¡¡¡¡NOOOOOOUUUUUUGGGHHHHH!!!!

Me revolví como un gusano, desesperada por tanto placer enfermo recibido. Sus dedos cansados de arrancarme espasmos violentos se separaron de mi, llevándomelos a la boca, en donde los chupé como si la vida se me fuera en ello, recogiendo todos mis jugos que me supieron a gloria.

Me jaló con mucha brusquedad del pelo y me atrajo hacia el, me besó con furia, con ira, casi con salvajismo, y luego me empujó, tirándome de nuevo al piso. Tomó mi falda y me la sacó, luego hizo lo mismo con la blusa y con mi brasier, dejándome completamente desnuda. No traté ni de taparme, estaba sumida en una especie de profundo trance, completamente ida y extraviada, no tenía ni la menor idea de lo que me pasaba, pero si sentía una urgencia anormal y enferma de que continuara ultrajándome.

Ponete lista perra, que ahora te voy a partir por la mitad… – me dijo, blandiendo su largo y gordo pene entre sos manos.

Aquello realmente me asustó y excitó a la vez. No podía concebir que aquella paloma ya me hubiese penetrado en aquel primer ataque, era demasiado grande, demasiado gruesa, me iba a hacer mucho daño. Pero tampoco puedo negar que me imaginaba completamente ensartada en esa estaca, atravesándome y desgarrándome mientras yo gritaba de placer.

¡Ponete en 4 perra! – me ordenó.

No puse objeción alguna y le obedecí de inmediato. Me di la vuelta y me coloqué en medio del carro, con las piernas separadas. Frente a mi veía al tipo que me sujetaba de las muñecas, este no traía pasamontañas, era un tipo flaco y de cara alargada, grandes ojos y sonrisa enferma que le daban un aire de loco desagradable. Tenía vistosas cicatrices por todo el rostro. Se reía de mi a carcajadas, sin poder creer lo bajo que caí y lo rápido que lo hice. El jefe del grupo me pegó una fuerte nalgada y luego noté un dedo recorriéndome la raja. Entonces sentí algo grande y duro tocándome la vulva, giré un poco y pude ver aquella bárbara macana preparándose para entrar, me asusté mucho, pero ni tiempo de decir pío tuve, pues me la metió hasta el fondo en una sola y rápida estocada.

¡¡¡AAAAAAAGGGGGGHHHHHHH!!! – lancé un largo grito de dolor causado por la brutalidad de la empalada y el tamaño de aparato.

¡Te gustó perra, no lo tratés de negar que lo estaba esperando!

¡¡¡ME VA A DESGARRRRAAAARRRRR!!! ¡¡¡SÁQUEEEEMEEELAAAAAGGGHHHH!!!

Me sentí empalada hasta el estómago, aquel pene era demasiado grande y yo tenía que hacer un esfuerzo terrible por tenerlo dentro. Las lágrimas se me salían a borbotones y resbalaban por mis mejillas, el dolor y la vergüenza se entremezclaban con el morbo y la excitación en un cóctel altamente explosivo.

El cerdo ese me sujetó bien duro de mis tetas, apretándolas y estrujándolas como si me las quisiera arrancar, y se me lanzó con todo encima para cogerme. Empecé entonces a pegar verdaderos berridos de desesperación, todo mi cuerpo se estremecía y sacudía cada vez que me metía y sacaba ese terrible instrumento, a base de estocadas secas y brutas. Y mientras me violaba de esa forma me daba largos y babosos besos en el cuello, lamiéndomelo y mordiéndome a espalda.

Soltó uno de mis senos y llevó su mano a mi sexo perforado, volvió a atrapar mi clítoris y reinició un vigoroso frote sobre el. Su otra mano se bastaba para poderme tomar las tetas, pellizcándolas y estrujándolas. Al mismo tiempo, el copiloto que no había dejado de mirar y reír, me agarró fuertemente del pelo y puso su rostro tan cerca del mío que podía sentir su asqueroso aliento a licor barato.

¡Dele, dele duro a esta perra jefe! Te gusta, te gusta ¿verdad?… siiiii, te gusta mucho perra, sos una cerca, una cosa asquerosa que se deja coger como un animal… – sus insultos no hacían más que calentarme más.

¡Que manera de cogerme y humillarme al mismo tiempo! Uno me violaba como un salvaje con un falo de dimensiones equinas, abriéndome como un caño, y el otro me insultaba y me humillaba con la vergüenza de tener sus ojos claros clavados en mi cuerpo enrojecido y sudoroso. Nunca iban a considerar que a esta pobre perra en que me tenían convertida, ya la habían humillado y degradado lo suficiente, nunca iban a pensar que ya no me podían hacer sentir más sucia de lo que en realidad ya me sentía.

Mi violador siguió dándome palo duro, violentamente, sin piedad ni tregua. Se detuvo y me dio la vuelta nuevamente, tirándome boca arriba. Me abrió las piernas y se me echó encima, obligándome a rodearlo por la cintura mientras volvía a penetrarme como a él le gustaba, como una bestia, disfrutando de su enviciada e indefensa víctima. Su talega me estremecía en cuerpo y alma, con cada empujón sentía que me iba a partir en 2, que me iba a matar.

Era paradójico, jamás había sufrido tanto en mi vida, el grosor de ese falo me hacía temer permanentemente que me desgarrara terriblemente, pero tampoco había sentido tanto placer en mi vida, nunca. Fernando me hacía el amor, me trataba como una reina y me hacía sentir especial, este tipo me hizo sentir como una cualquiera, una viciosa, una vulgar ramera enviciada de verga y semen… y me encantó. Pareciera que Voran supo despertar en mi un lado oscuro que nunca debió ver la luz y del que este desgraciado se estaba aprovechando.

Ya casi al final de la violación, yo estaba aferrada a mi atacante, rodeándolo con mis piernas por la cintura, y por el cuello con mis brazos, recibiendo en mi adolorido interior su recia vergota. Su boca y sus manos iban de un lado a otro por mi cuerpo, recorriéndome de norte a sur, de este a oeste. Era como una muñeca en sus manos y él lo sabía, lo veía en sus ojos y en su sonrisa pérfida.

¡¡¡¡PPPEEERRRRRAAAAAGGGGHHHHHH!!!! – gritó mientras aceleraba sus potentes golpes de caderas y se derramaba en mi interior.

Sentí que esa leche me quemaba las entrañas, era una cantidad bárbara, casi tanto como la que me echó en la boca. Y al igual que en mi boca, el continuo e intensísimo movimiento de pistón que aplicaba en mi interior hicieron que casi todo su semen se derramarse por los bordes de mi inflamadísima vulva.

Quedó encima de mí, resoplando junto a mi oído, los estertores de su orgasmo cesaron. Yo aun estaba sumida en un mar de confusión, no sabía qué hacer, qué decir, ni qué pensar… o que vendría después. Se puso de pié y me sacó la verga, dejándome una honda sensación de vacío dentro mío, tomó algo que llevaba dentro de una pequeña cajita negra. Luego, tomándome desde atrás, me lo inyectó en una nalga, un líquido amarillento y espeso que me ardió bastante, la verdad.

Con esto, te vas a acordar para siempre de esta noche perra…

Inmediatamente una terrible excitación se apoderó de mi, comencé a revolcarme en el piso como una babosa llena de sal, la picazón en mis senos e ingles era insoportable, y la que tenía específicamente sobre los pezones y el clítoris era aun peor. No sabía qué me había inyectado, pero estaba segura que tenía que ver con este repentino estallido de excitación y me estaba volviendo loca.

Bueno perra, por ahora terminamos… aunque sería mejor decir que apenas estamos empezando, je, je, je. Metete de una vez esto en la cabeza, nunca te voy a dejar ir perra, ¿oíste, puta?, de ahora en adelante me pertenecés… – torpemente traté de tomar mi ropa para ponérmela, pero el tipo no me lo permitió – ¡Nada de eso perra, las bestias como vos no usan ropa, y menos a donde vamos! Mijo, agarrá camino para el local… nos llevamos a esta sucia mujerzuela con nosotros… – "mierda", exclamé con lo poco que me quedaba de lucidez, me iban a secuestrar y quién sabe lo que me harían.

El tal "Mijo" condujo por unos minutos, luego escuché que se abría un chirriante portón y que el vehículo entraba en algún garaje. Se detuvo y apagó el motor, inmediatamente se abrió la puerta y me empujaron bruscamente. Caí sobre el pavimento, volteé hacia arriba y me di cuenta la noche ya había caído (el garaje no estaba techado). ¡¿Pero por cuánto tiempo estuvo violándome ese maldito, Dios mío?!

Me traté de parar e inició mi llanto, un llanto lleno de miedo, de ira, de impotencia… de vergüenza. No lo podía creer, sencillamente no lo podía creer, pero fue verdad. Y ahora, de pié y desnuda, me encontraba totalmente a merced de esos desgraciados en un sitio que no conocía para nada, escurriendo semen entre mis piernas, con residuos en el pelo, en los labios, bajo la nariz, junto a los ojos, en fin, estaba hecha una piltrafa, una pena de humano.

Además me sentía mareada, confundida, desorientada… y muy caliente, con un enorme vacío dentro de mi vagina. No dejaba de pensar en lo que había hecho, había actuado peor que una actriz porno, peor que la puta más puta. ¿Y ahora qué, que seguía en el guión? Y pensando en eso estaba mientras intentaba caminar, tambaleándome como una borracha. En una de esas perdí el equilibrio y me fui de espaldas, pero no llegué a tocar el suelo, unas fuertes manos me sostuvieron. Volteé a ver asustada y me topé con mi violador, quien era el jefe de esa banda.

Je, je, je, Beatriz, así sucia, como la perra sucia que sos, te mirás muy bien… – me llamó por mi nombre, nunca me había llamado por su nombre, sentí un escalofrío recorrerme la espalda, un mal presagio aparecía frente a mis ojos.

El hombre se tomó la máscara y, lentamente, la comenzó a subir, descubriéndose la cara. Y tal como me lo temía, era él, ¡era el hijo de puta de Braulio Juárez! ¡Ese maldito me había violado y ahora me tenía en sus sucias garras sin remedio! No me dio tiempo a nada, me puso de pié y me abofeteó con fuerza, yo estaba aterrada, quería gritar, pero no me dejó, tapó mi boca con una mano y echándome su peso encima rodamos en el suelo.

¿Creíste que nunca ibas a ser mía perra? Entendé, ¡yo nunca pierdo, NUNCA! Siempre fuiste mía, aunque me rechazaras, aunque te hubieses casado con ese hijo de puta de Fernando Solano, ¡siempre fuiste mía, mía, mía! Sos mi ramera ahora y siempre lo serás hasta el día de mi muerte… – las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, estaba aterrada, él fue aflojando poco a poco, hasta que se puso de pié, dejándome en el suelo – Bueno mi perrita sucia, ahora si vamos a hablar. Quiero que te convirtás en mi perra personal, mi ramera, a la que usaré como se me de la gana, y vos solo podrás obedecer, obedecer y obedecer…

¡¿Qué?! – pregunté.

Si perra, lo que oíste, te quiero como mi ramera privada…

¡Estás loco Braulio! – dije, pero me calló con un fustazo en la espalda.

¿Loco?… no, no es locura… bueno, tampoco digo ser el ser más cuerdo de este mundo, ¿verdad? – me sonrió maliciosamente.

¡Yo soy una mujer decente y con hijos!

¡¿Y?! ¿No te viste ni oíste cuando te estaba cogiendo? ¡Ja, vaya decente dama que sos!

¡Nunca lo voy a hacer! ¡Amé mucho a mi esposo y no lo voy a traicionar nunca, aunque esté muerto! ¡No me voy a volver una perra!

Pero si ya lo hiciste Beatriz… además, lo mismo me han dicho todas. – salió y regresó jalando una cadena, en cuyo extremo tría a gatas a Gisel, cual perra.

¡Don Braulio, ella no, a ella no! – en cuanto me vio rompió en llanto y gritos

¡Callate perra, esta es mi voluntad y se hace, punto!

¡Ella no, animal, desgraciado! – Braulio le comenzó a dar de golpes hasta que se calló.

¡Maldición! – dije y me puse a llorar, seguro se sintió vencedor, me tenía en sus manos – ¡Por Dios santo Braulio, ella no, ella no! ¡Detenete por favor, te lo suplico!

¡A callar, par de perras, a callar! ¡A mi nadie me rechaza, nadie, mucho menos una perra! – me dijo – Me pertenecías, siempre me has pertenecido, ¡pero ese hijo de puta se metió!… no saben como lo odiaba, no tienen idea de cómo lo odio. – Gisel y yo llorábamos a mares, estábamos en manos de un loco – ¡Ojalá estuviera vivo, así te vería convertida en una perra Beatriz!… ¡Como siempre fuiste!, no como ahora, que te vestís como persona, solo sos un remedo de mujer. – entonces, me hizo una revelación que me hizo pedazos – ¡Ojalá estuviera vivo, para matarlo de nuevo! – lo dijo casi arrastrando las palabras para hacerme más daño.

¡Vos… fuiste vos… HIJO DE PUTA, MALDITO MALNACIDO! – empecé a gritar histérica.

Si… fui yo, yo lo embosqué y yo lo maté… aunque te reconozco que se defendió bien… era más fuerte de lo que creía… o de lo que vos creías… ¿sabés perra? Tu amado maridito no te dijo un montón de cosas, je, je, je… pero conmigo te vas a enterar…

Me dejó un minuto, regocijándose en mi llanto y desesperación, ahora ya sabía toda la verdad, él mató a mi esposo para poderse quedar conmigo, maldito bastardo. Pero no le iba a dar el gusto de verme derrotada, haciendo acopio de todo mi orgullo, levanté la cabeza y le clavé los ojos llenos de rabia y odio, él esbozó una sonrisa cínica y malvada

¿Sabías que la nenita es una perra entrenada? – me dijo, refiriéndose a Gisel – No sé quién la habrá iniciado, pero hizo un buen trabajo y yo la acabaré de entrenar, le enseñaré todo lo que una esclava sexual debe saber para atender bien a su amo… – no podía creerlo – y contigo voy a hacer lo mismo, te voy entrenar a vos también, ¡te voy a enseñar a respetarme, maldita perra! – dijo agarrándome con fuerza y violencia del cabello – ¡Las 2 van a ser mis perras de ahora en adelante! ¡Yo soy la Bestia de las Montañas Nubladas y me van a respetar! – y comenzó a azotarnos con un cinturón.

No me rendí, no me podía quedar allí, así que me puse de pié y traté de correr hacia la puerta y huir, pero estaba tan débil y mareada que ese hijo de puta me alcanzó y me atrapó. Me devolvió con una patada en el vientre que me sacó el aire. Luego se me fue encima y me pegó en la cara, dejándome semi inconsciente, aun pude escuchar los gritos y súplicas de Gisel para que se detuviera. Cuando volví en mi estaba en una silla, amarrada con cuerdas, en medio de un salón.

¿Qué, ya no te sentís valiente? ¿Qué, ahora tenés miedo? – dijo, no quise responderle – ¡Sos una niña presumida y consentida! – me pegó una cachetada, una lágrima corrió por mi mejilla y empecé a llorar – Te voy a enseñar ahorita que no te estoy mintiendo…

Entraron a la sala los 2 hijos de Braulio, Braulio Jr. y Benedicto, traían a Gisel avanzando en 4 patas y jalada de una correa. Lloraba en voz baja, la dejaron sentada en el suelo frente a mi, se tapaba la cara con las manos. No sabía, no tenía ni idea de lo que ese degenerado estaba dispuesto a hacernos.

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

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De esposa ejemplar a ramera empedernida (03)

De esposa ejemplar a ramera empedernida (02)

De esposa ejemplar a ramera empedernida (01)

Amor de Hermanas (03)

Amor de Hermanas (02)

Amor de Hermanas (01)

Toda una Valkiria

Revolcado entre el Bosque

El Amigo de mi Esposo

Noche de Bar

Las Playas de Monterrico (02)

Las Playas de Monterrico (01)

Nos dejamos llevar

Mi Esposo se Entregó (03)

Mi Esposo se Entregó (02)

Mi Esposo se Entregó (01)

Poder entre mis Piernas

Negro Semental Mío (4)

Negro Semental Mío (3)

Negro Semental Mío (2)

Negro Semental Mío (1)